Libro gratis: La Granja Blanca
de Clemente Palma


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Cuento


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La Granja Blanca

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Fragmento de «La Granja Blanca»

Cordelia y yo debíamos casarnos después de cumplida la edad de veintitrés años, y aún nos faltaba uno.

Las tierras del mayorazgo me producían cuantiosa renta. Una de mis posesiones rústicas era la Granja Blanca, que primitivamente fue ermita y uno de mis antepasados convirtió en palacio. Se encontraba en el fondo de un inmenso bosque, fuera del tráfico humano. Hacía dos siglos que nadie la habitaba: nada tenía de granja, pero en el testamento de mi padre y en los papeles y libros de familia se la designaba con el nombre de la Granja Blanca. Allí resolvimos Cordelia y yo radicar nuestra vida, para gozar de nuestro amor, sin testigos, frente a la libertad de la naturaleza. Cada tres o cuatro meses hacíamos excursiones a la Granja Blanca Cordelia, mi maestro y yo. Con grandes dificultades había logrado cambiar el vetusto mobiliario de la granja por muebles nuevos, y mi novia presidía el arreglo de las habitaciones con el gusto exquisito que la caracterizaba. Qué hermosa me parecía con su túnica blanca y su sombrero de amplias alas plegadas sobre sus mejillas, encerrando su rostro pálido en una penumbra en la que fulguraban sus grandes y misteriosas pupilas. Con infantil alegría, apenas descendíamos del carricoche, corría Cordelia por el bosque y llenaba su delantal de lirios, clavellinas y rosas silvestres. Las mariposas y libélulas revoloteaban traviesas en torno de su cabecita, como si acecharan el momento de caer golosas sobre sus labios, tan frescos y tan rojos como las fresas. La muy picaruela procuraba extraviarse en el bosque para que yo fuera a buscarla, y al encontrarla, ya a la sombra de unos limoneros, ya al pie de un arroyo, ya oculta entre un grupo de rosales, la cogía en mis brazos o le daba un beso largo, muy largo, en los labios o en las pálidas mejillas, tan pálidas y tan tersas… Y, sin embargo de mi felicidad, sentía de un modo lejano e indefinible, después de esos ósculos tan puros y apasionados, la impresión de haber besado los sedosos pétalos de una gran flor de lis nacida en las junturas de una tumba.


19 págs. / 33 minutos.
325 visitas.
Publicado el 14 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.


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