Libro gratis: La mujer del ciego ¿para quién se afeita?
de José María de Pereda


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Cuento


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La mujer del ciego ¿para quién se afeita?

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Este texto forma parte del libro «Esbozos y Rasguños».

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Fragmento de «La mujer del ciego ¿para quién se afeita?»

Y aquí me sale al encuentro un hecho que se está dando testerazos con esta ley.

Mientras la mujer es soltera, las faltas que cometa refluyen sobre ella exclusivamente, y nadie más que ella paga, a costa de su porvenir, las flaquezas o debilidades de su fortaleza; pero desde el momento en que se casa, todos sus deslices redundan en desprestigio, en desdoro de su marido. Pues bien: el hombre sabe esto (¡como que en su egoísmo lo ha dictado él como una ley social!), y, sin embargo, en su ciega obstinación, cuando se trata de la hija, toda precaución se le antoja escasa, y cuando se trata de la esposa, toda libertad le parece poco. A la primera le exige un guardián asalariado para la calle, cuando carece de una madre o de una hermana, no soltera, que le preste el amparo de su autoridad; le tasa el número y la clase de espectáculos y las horas de paseo; le prescribe el modo de andar, las expresiones del rostro y los asuntos de sus conversaciones; le fija el color, la calidad, la forma de sus vestidos, y hasta le impone las horas de descanso y los platos de su comida. A la segunda, ni una traba, ni una restricción en su conducta pública o privada: es libre como el aire; va por donde quiere y como y cuando quiera; viste lo que más le gusta; habla de lo que se le antoja y se ocupa en lo que más le agrada. En suma: a la doncella, todas las seguridades; a la casada, a su propia mujer, es decir, a su propio honor, todos los peligros. Áteme usted esa perspicacia por donde pueda... y prosigamos. Decía que la mujer casada no aceptaría jamás, ostensiblemente, como móvil de su presunción, el efecto sensual que he definido; al contrario, sostienen todas que al rendir a la moda ese ostentoso testimonio de adoración, no les anima otro afán que el de satisfacer esa misma pasión; que visten, que bailan y que pasean como el gastrónomo come y bebe el sediento y estudia el sabio; pero que, en todo caso, aun cuando (y esto lo dicen en confianza y muy bajito), aun cuando el efecto que causan en el otro sexo sus exhibiciones y coqueterías les fuera previamente conocido, ningún peligro corrían en ello, ni tampoco sus maridos, supuesto que el sentimiento de los deberes, su educación, etc., etc... se opondrían, y que es un agravio hasta hacerlas capaces, por un instante, de exponerse siquiera a... y que su distinción por arriba, y que su dignidad por abajo... En fin, que no puede ser.


11 págs. / 20 minutos.
99 visitas.
Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.


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