Libro gratis: Un Yanki en Canadá
de Henry David Thoreau


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Un Yanki en Canadá

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Fragmento de «Un Yanki en Canadá»

La luz del día empezaba a faltarnos y nos fuimos abajo, pero me esforcé en consolarme por verme obligado a hacer este viaje de noche pensando que no me perdía gran cosa, ya que las riberas eran bajas y bastante poco atractivas y que el río mismo era el elemento más interesante. Escuché algo por la noche sobre que el barco estaba en William Henry, Three Rivers, y en los rápidos del Richelieu, pero yo seguía donde había estado cuando perdí de vista Pointe aux Trembles. Escuchar a un hombre que se acaba de despertar a media noche en el camarote de un barco de vapor preguntar «Camarero, ¿dónde estamos ahora?», es como si en cualquier momento durante la rotación de la tierra alrededor del Sol, o la del sistema en torno a su centro, uno se despertara y le preguntase a uno de los mozos de cubierta: «¿Dónde estamos ahora?».

Salí a cubierta al amanecer, cuando nos encontrábamos a cincuenta o sesenta kilómetros de Quebec. Las riberas eran ahora más escarpadas e interesantes. Había «una sucesión ininterrumpida de casitas encaladas» a ambos lados del río. Eso es lo que dicen todos los viajeros. Pero esto no debe interpretarse como una prueba de la alta densidad de población del país en general, casi ni siquiera de los bancos del río, que llevan ofreciendo una apariencia similar unos cien años. El viajero naturalista sueco Kalm, que bajó por este río en 1749, dice que «ciertamente, puede considerarse un pueblo que empezase en Montreal y terminase en Quebec, que es una distancia de más de doscientos noventa kilómetros, ya que las granjas nunca tienen más de cinco arpents, y a veces solo tres divisiones, excepto por unas cuantas». Ya en 1684 Hontan dijo que las casas no distaban entre sí más que el trecho que recorrería un disparo de bala. Enseguida pasamos Cap Rouge, a unos veintidós kilómetros de Quebec, y vimos la desembocadura del Chaudière enfrente, en el lado sur; la ensenada de Nuevo Liverpool, con sus balsas de troncos y algunos barcos; luego las ensenadas de Sillery y Wolfe, y los altos de Abraham al norte, ahora con una vista de Cap Diamant y la ciudadela al frente. El acercamiento a Quebec resultaba bastante imponente. Eran alrededor de las seis de la mañana cuando llegamos. Hay una única calle bajo el acantilado del lado sur del cabo, que se hizo dinamitando la roca y rellenando el río. Las casas de tres pisos no alcanzaban a tapar más de una quinta o una sexta parte de la roca casi perpendicular, cuya cima se encontraba a ciento cinco metros sobre el agua. Vimos, mientras navegábamos junto a él, la señal al borde del precipicio, un tanto arriba, que señalaba el lugar donde Montgomery murió en 1775. Antes era costumbre entre los que iban a Quebec por primera vez sumergirse en el agua al pasar por allí o pagar una multa. Ni siquiera se salvaba el gobernador general. Pero éramos demasiados para hacerlo, incluso si la costumbre no se hubiese abolido.


93 págs. / 2 horas, 43 minutos.
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Publicado el 8 de marzo de 2017 por Edu Robsy.


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