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El Superhombre y Otras Novedades

Juan Valera


Artículo, Crítica


ARTÍCULOS CRITICOS

sobre producciones literarias de fines del siglo XIX
y principios del XX.

EL SUPERHOMBRE

Forcitan et majora audens producere tellus
Corumque, Enceladumque feret, magnumque Tiphoea,
Ausuros patrio superos detrudere cœlo,
Convulsumque Ossam nemoroso imponere Olympo.

Fracastorii: De Morbo Gallico.


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253 págs. / 7 horas, 23 minutos / 179 visitas.

Publicado el 30 de abril de 2016 por Edu Robsy.

El sustento del odio

J. Pérez de los Ríos


Filosofía del auto-conocimiento




Un sabio, en un arranque de lúcida amargura, proclamó que "el rencor es un veneno que uno mismo destila y bebe". Razón no le falta; sin embargo, como todo veneno que amenaza con devorar a su creador, requiere de una estrategia ingeniosa para no sucumbir a su propia pócima.


Tanto el odio como el amor precisan de sustento, aunque se nutren de fuentes opuestas y su naturaleza difiere radicalmente. El amor, sublime e incorruptible, se alimenta de sí mismo, elevado por una vibración que parece emanar de un éter inasible, mientras que el odio, voraz y rapaz, necesita saquear energía externa para prolongar su existencia, pues su esencia destructiva lo consume rápidamente.


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Creative Commons
1 pág. / 1 minuto / 27 visitas.

Publicado el 29 de marzo de 2025 por Juan del Pozo .

El Sustituto

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


Mordiéndose las uñas de la mano izquierda, vicio en él muy viejo e indigno de quien aseguraba al público que tenía un plectro, y acababa de escribir en una hoja de blanquísimo papel:

Quiero cantar, por reprimir el llanto,
tu gloria, oh patria, al verte en la agonía…

digo, que mordiéndose las uñas, Eleuterio Miranda, el mejor poeta del partido judicial en que radicaba su musa, meditaba malhumorado y a punto de romper, no la lira, que no la tenía, valga la verdad, sino la pluma de ave con que estaba escribiendo una oda o elegía (según saliera), de encargo.

Era el caso que estaba la patria en un grandísimo apuro, o a lo menos así se lo habían hecho creer a los del pueblo de Miranda; y lo más escogido del lugar, con el alcalde a la cabeza, habían venido a suplicar a Eleuterio que, para solemnizar una fiesta patriótica, cuyo producto líquido se aplicaría a los gastos de la guerra, les escribiese unos versos bastante largos, todo lo retumbantes que le fuera posible, y en los cuales se hablara de Otumba, de Pavía… y otros generales ilustres, como había dicho el síndico.

Aunque Eleuterio no fuese un Tirteo ni un Píndaro, que no lo era, tampoco era manco en achaques de malicia y de buen sentido, y bien comprendía cuán ridículo resultaba, en el fondo, aquello de contribuir a salvar la patria, dado que en efecto zozobrase, con endecasílabos y heptasílabos más o menos parecidos a los de Quintana.


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Dominio público
8 págs. / 14 minutos / 305 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Tacón de Plata

Robert E. Howard


Cuento


Capítulo 1

Steve Harrison enterró las manos en lo más profundo de los bolsillos de su abrigo, y maldijo la profesión que le obligaba a vagar por calles desiertas a aquellas horas intempestivas. Una tenue neblina se alzaba del río, el cual, desde aquel lugar, no resultaba visible. River Street parecía del todo desierta, con la excepción de la solitaria figura de un hombre que paseaba a media manzana por delante de él. Durante tres bloques, Harrison no había visto a ninguna otra persona, excepto a aquel paseante que caminaba delante, con el cuello del abrigo subido para protegerle de la intemperie, y las manos metidas en los bolsillos.

Harrison consultó su reloj bajo la luz que caía sobre su hombro, proyectada por una farola.

—Las doce en punto, casi al segundo —musitó para sí—. Si ese aviso era una treta…

—¡Socorro! ¡Socorro! Ahhh… —se trataba de un grito de terror y agonía que provenía de algún lugar de la calle, y que se interrumpió con un espantoso gorgoteo.

Antes de que el sonido se apagara, Harrison corrió calle arriba, moviéndose con una velocidad sorprendente para alguien de su tamaño. El hombre que había delante de él, en la acera, se había sobresaltado al escuchar el grito, y ahora, tras un instante de aparente indecisión, siguió al detective calle arriba.

El grito había venido de detrás de una alta valla de madera que, según sabía Harrison, cerraba la entrada de un largo callejón en desuso. Sin perder tiempo en escalar la valla, empleó su robusto hombro como si fuera un ariete contra las tablas podridas, que se rompieron por el impacto. Pasó a través de ellas, sin frenar casi su embestida animal.


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Protegido por copyright
51 págs. / 1 hora, 29 minutos / 29 visitas.

Publicado el 17 de julio de 2018 por Edu Robsy.

El Talento

Antón Chéjov


Cuento




El pintor Yegor Savich, que se hospeda en la casa de campo de la viuda de un oficial, está sentado en la cama, sumido en una dulce melancolía matutina.

Es ya otoño. Grandes nubes informes y espesas se deslizan por el firmamento; un viento, frío y recio, inclina los árboles y arranca de sus copas hojas amarillas. ¡Adiós, estío!

Hay en esta tristeza otoñal del paisaje una belleza singular, llena de poesía; pero Yegor Savich, aunque es pintor y debiera apreciarla, casi no para mientes en ella. Se aburre de un modo terrible y sólo lo consuela pensar que al día siguiente no estará ya en la quinta.

La cama, las mesas, las sillas, el suelo, todo está cubierto de cestas, de sábanas plegadas, de todo género de efectos domésticos. Se han quitado ya los visillos de las ventanas. Al día siguiente, ¡por fin!, los habitantes veraniegos de la quinta se trasladarán a la ciudad.

La viuda del oficial no está en casa. Ha salido en busca de carruajes para la mudanza.

Su hija Katia, de veinte años, aprovechando la ausencia materna, ha entrado en el cuarto del joven. Mañana se separan y tiene que decirle un sinfín de cosas. Habla por los codos; pero no encuentra palabras para expresar sus sentimientos, y mira con tristeza, al par que con admiración, la espesa cabellera de su interlocutor. Los apéndices capilares brotan en la persona de Yegor Savich con una extraordinaria prodigalidad; el pintor tiene pelos en el cuello, en las narices, en las orejas, y sus cejas son tan pobladas, que casi le tapan los ojos. Si una mosca osara internarse en la selva virgen capilar, de que intentamos dar idea, se perdería para siempre.

Yegar Savich escucha a Katia, bostezando. Su charla empieza a fatigarle. De pronto la muchacha se echa a llorar. Él la mira con ojos severos al través de sus espesas cejas, y le dice con su voz de bajo:

—No puedo casarme.

—¿Pero por qué? —suspira ella.


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Dominio público
4 págs. / 8 minutos / 265 visitas.

Publicado el 20 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

El Talismán

Walter Scott


Novela


… También ellos se retiraron al desierto.
Pero con las armas.

El Paraíso Recobrado

CAPÍTULO I

El ardiente sol de Siria no había alcanzado aún su punto de mayor elevación en el horizonte, cuando un caballero cruzado que había abandonado su lejano hogar, en el Norte, para unirse a la hueste de los Cruzados en Palestina, atravesaba lentamente los arenosos desiertos que rodean al Mar Muerto, llamado también lago Asfaltites, donde las aguas del Jordán se reúnen en un mar interior, que no envía a otro alguno el tributo de sus olas.

El peregrino guerrero había caminado entre rocas y precipicios durante la primera parte de la mañana. Más tarde, saliendo de aquellos roqueños y peligrosos desfiladeros, había salido a la gran llanura en que las ciudades malditas provocaron, en tiempos lejanos, la directa y terrible venganza del Omnipotente.

El viajero olvidó las fatigas, la sed y los peligros de la jornada, al recordar la espantosa catástrofe que había convertido en árido y triste desierto el encantador y fértil valle de Siddim, antes regado y bello como el Paraíso, y reducido hoy a una soledad requemada por los rayos del sol y condenada a eterna esterilidad.


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Protegido por copyright
400 págs. / 11 horas, 40 minutos / 131 visitas.

Publicado el 14 de diciembre de 2016 por Edu Robsy.

El Talisman

Emilia Pardo Bazán


Cuento


La presente historia, aunque verídica, no puede leerse a la claridad del sol. Te lo advierto, lector, no vayas a llamarte a engaño: enciende una luz, pero no eléctrica, ni de gas corriente, ni siquiera de petróleo, sino uno de esos simpáticos velones típicos, de tan graciosa traza, que apenas alumbran, dejando en sombra la mayor parte del aposento. O mejor aún: no enciendas nada; salte al jardín, y cerca del estanque, donde las magnolias derraman efluvios embriagadores y la luna rieles argentinos, oye el cuento de la mandrágora y del barón de Helynagy.

Conocí a este extranjero (y no lo digo por prestar colorido de verdad al cuento, sino porque en efecto le conocí) del modo más sencillo y menos romancesco del mundo: me lo presentaron en una fiesta de las muchas que dio el embajador de Austria. Era el barón primer secretario de la Embajada; pero ni el puesto que ocupaba, ni su figura, ni su conversación, análoga a la de la mayoría de las personas que a uno le presentan, justificaban realmente el tono misterioso y las reticentes frases con que me anunciaron que me lo presentarían, al modo con que se anuncia algún importante suceso.

Picada mi curiosidad, me propuse observar al barón detenidamente. Parecióme fino, con esa finura engomada de los diplomáticos, y guapo, con la belleza algo impersonal de los hombres de salón, muy acicalados por el ayuda de cámara, el sastre y el peluquero —goma también, goma todo—. En cuanto a lo que valiese el barón en el terreno moral e intelectual, difícil era averiguarlo en tan insípidas circunstancias. A la media hora de charla volví a pensar para mis adentros: «Pues no sé por qué nombran a este señor con tanto énfasis.»


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Dominio público
7 págs. / 12 minutos / 157 visitas.

Publicado el 15 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

El Talón de Hierro

Jack London


Novela


Prólogo

No se puede considerar el Manuscrito Everhard como un documento histórico importante. Según los historiadores, está plagado de errores —no errores factuales, sino de interpretación—. Al retroceder los siete siglos transcurridos desde que Avis Everhard completara ese manuscrito, los acontecimientos y sus consecuencias, para ella confusos y oscuros, aparecen más claros para nosotros. Avis no dispuso de perspectiva. Estuvo demasiado cerca de los hechos que relató. Mejor dicho, estuvo inmersa en esos sucesos.

No obstante, y como documento personal, el Manuscrito Everhard posee un inestimable valor, aunque nos encontremos, junto con los errores de perspectiva, con la parcialidad del amor. En cualquier caso, sentimos un gran aprecio por su trabajo y disculpamos generosamente a Avis Everhard por el tono épico con que describió a su esposo. Sabemos, hoy día, que no fue tan colosal la figura de su hombre, y que tuvo que afrontar aquellos sucesos con menor grandeza que la que el manuscrito tiende a hacernos creer.

No hay duda de que Ernest Everhard fue un personaje excepcional, aunque no tan grandioso como lo concibió su mujer. Ernest fue, en todo caso, uno más dentro del amplio conjunto de héroes que a lo ancho del mundo han dedicado su vida a la revolución; aunque hemos de concederle un mérito singular: su elaboración e interpretación de la filosofía de la clase trabajadora. «Ciencia proletaria» y «Filosofía proletaria» eran los términos con que se refería en su ideario; con lo que mostraba cierto provincianismo ideológico —un defecto, no obstante, al que nadie en aquellos tiempos podía escapar.


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Protegido por copyright
250 págs. / 7 horas, 18 minutos / 184 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

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