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Los Sucesos Nocturnos en el Barranco del Muerto

Ambrose Bierce


Cuento


Un relato que es falso

Hacía una noche especialmente fría y clara, como el corazón de un diamante. Las noches claras tienen la peculiaridad de ser perspicaces. En la oscuridad puedes tener frío y no darte cuenta; sin embargo, cuando ves, sufres. Esa noche era suficientemente sagaz para morder como una serpiente. La luna se movía de modo misterioso tras los pinos gigantes que coronaban la Montaña del Sur, haciendo que la dura corteza de la nieve produjera destellos y subrayando contra el negro Oeste los contornos fantasmales de la Cordillera de la Costa, más allá de la cual se extendía el Pacífico invisible. La nieve se amontonaba en los claros del fondo del barranco, en las extensas sierras que subían y bajaban, y en las colinas, donde parecía que el rocío manaba y se desbordaba. Rocío que en realidad era la luz del sol, reflejada dos veces: una desde la luna, y otra desde la nieve.

Sobre ésta, muchas de las barracas del abandonado campamento minero aparecían destruidas (un marinero podría haber dicho que se habían ido a pique). La nieve cubría a intervalos irregulares los altos caballetes que una vez habían soportado el peso de un arroyo al que llamaban «flume»; porque «flume», claro está, viene de flumen. El privilegio de hablar Latín se cuenta entre las ventajas de las que las montañas no pueden privar al buscador de oro. Éste, al referirse a un compañero muerto dice: «Se ha ido “flume” arriba», que es una bonita forma de decir: «Su vida ha retornado a la Fuente de la Vida».


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10 págs. / 17 minutos / 83 visitas.

Publicado el 1 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Los Sueños

Francisco de Quevedo y Villegas


Cuento


SUMA DEL PRIVILEGIO.

Tiene privilegio de su Majestad por diez años don Francisco de Quevedo Villegas, Caballero de la Orden de Santiago, para imprimir este libro, intitulado Juguetes de la niñez y travesuras del ingenio, como consta de su original, despachado en el oficio de Lázaro de Ríos, Secretario de su Majestad, y Escribano de Cámara. Fecho en Madrid a 28 de enero 1631.


SUMA DE LA TASA.

Los señores de Consejo tasaron este libro, intitulado Juguetes de la niñez y travesuras del ingenio, a cuatro maravedís cada pliego, y tiene veinticuatro pliegos, que monta noventa y seis maravedís cada libro, en que se ha de vender en papel, como consta de la fee que dio Lázaro de Ríos, Secretario de su Majestad, en 17 de marzo de 1631.


FE DEL CORRECTOR.

Este libro, intitulado Juguetes de la niñez y travesuras del ingenio, compuesto por don Francisco de Quevedo, está bien y fielmente impreso con su original. Dada en Madrid a 12 días de marzo de 1631. El Licenciado Murcia de la Llana.


CENSURA DEL P. M. FRAY DIEGO de Campo, Calificador de la General Inquisición y examinador Sinodal del Arzobispado de Toledo.


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Publicado el 5 de abril de 2020 por Edu Robsy.

Los Sueños de Diez Noches

Natsume Sōseki


Cuento


Primera noche

Soñé este sueño.

Me encuentro sentado en la cabecera de la cama con los brazos cruzados. La mujer que está acostada de espaldas dice:

—Pronto moriré.

La mujer tiene los largos cabellos esparcidos por la almohada. Sobre el cabello descansa un rostro ovalado de suaves líneas. Sus labios son, naturalmente, rojos. No parece que vaya a morirse. Sin embargo, la mujer ha dicho claramente con una voz tranquila que se va a morir. Yo la miro y también me da la impresión de que, efectivamente, se va a morir. Entonces, como observándola desde arriba, le pregunto:

—¿De verdad? ¿Te estás muriendo?

Ella responde que se muere y abre los ojos de par en par. Son ojos húmedos, bordeados de pestañas largas. Ambos ojos brillan totalmente negros, y en cada pupila me veo reflejado con nitidez.

Me quedo observando el resplandor tan transparente y profundo de sus ojos, y pienso que realmente se va a morir. Así que me acerco más a su almohada y le susurro:

—No te vayas a morir, ¿eh? ¿A que no te morirás?

La mujer con los ojos abiertos pero soñolientos me responde, esta vez también con una voz tranquila:

—Me voy a morir. No hay remedio.

—¿Me estás viendo? ¿Puedes ver mi cara?

—Pero si tú mismo te estás viendo —me dice, y sonríe. Yo levanto la cabeza de la almohada y, cruzando los brazos, me pregunto si verdaderamente se va a morir.

Al cabo de un rato la mujer me pide:

—Cuando muera, entiérrame tú. Con una concha de madreperla cava una fosa, y con un trozo de alguna estrella que caiga del cielo haz mi lápida. Y luego espérame al lado de mi tumba. Vendré a verte.

—¿Cuándo vendrás a verme? —le pregunté.

—Sale el sol, y luego se pone. Nuevamente sale, y nuevamente se oculta. Un sol rojo sale del este y se desplaza al oeste, nuevamente sale del oriente y cae al poniente. ¿Podrás esperarme?


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26 págs. / 46 minutos / 821 visitas.

Publicado el 29 de abril de 2017 por Edu Robsy.

Los Sueños de la Casa de la Bruja

H.P. Lovecraft


Cuento


Walter Gilman no sabía si fueron los sueños los que provocaron la fiebre, o si fue la fiebre la causa de los sueños. Detrás de todo se agazapaba el horror lacerante y mohoso de la antigua ciudad y de la execrable buhardilla donde escribía, estudiaba y luchaba con cifras y fórmulas cuando no estaba dando vueltas en la mezquina cama de hierro. Sus oídos se estaban sensibilizando de manera poco natural e intolerable, y ya hacía tiempo que había parado el reloj barato de la repisa de la chimenea, cuyo tictac había llegado a parecerle como un tronar de artillería. Por la noche, los rumores de la ciudad oscurecida, el siniestro corretear de las ratas en los endebles tabiques y el crujir de las ocultas tablas en la centenaria casa bastaban para darle la sensación de barahúnda. La oscuridad siempre estaba llena de inexplicables ruidos, y no obstante Gilman se estremecía a veces temiendo que aquellos sonidos se apagaran y le permitieran oír otros rumores más leves que acechaban detrás de ellos.

Se encontraba en la inmutable ciudad de Arkham, llena de leyendas, de apiñados tejados a la holandesa que se tambaleaban sobre desvanes donde las brujas se ocultaron de los hombres del Rey en los oscuros tiempos coloniales. Y en toda la ciudad no había lugar más empapado en recuerdos macabros que el desván que albergaba a Gilman, pues precisamente en esta casa y en este cuarto se había ocultado Keziah Mason, cuya fuga de la cárcel de Salem continuaba siendo inexplicable. Aquello ocurrió en 1692: el carcelero había enloquecido y desvariaba acerca de algo peludo, pequeño y de blancos colmillos que había salido corriendo de la celda de Keziah, y ni siquiera Cotton Mather pudo explicar las curvas y ángulos dibujados sobre las grises paredes de piedra con algún líquido rojo y pegajoso.


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51 págs. / 1 hora, 29 minutos / 289 visitas.

Publicado el 4 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Los Suicidios

Manuel Gutiérrez Nájera


Cuento


Hoy que está en moda levantar la tapa de los ataúdes, abrir o romper las puertas de las casas ajenas, meter la mano en el bolsillo de un secreto, como el ratero en el bolsillo del reloj, ser confesor laico de todo el mundo y violar el sigilo de la confesión, tomar públicamente y como honra la profesión de espía y de delator, leer las cartas que no van dirigidas a uno, y no sólo leerlas, sino publicarlas, ser, en suma, repórter indiscreto, nadie tomará a mal que yo publique, callando el nombre del signatario por un exceso candoroso de pudor, por arcaísmo, la carta de un suicida, que en nada se pareció a los desgraciados de quienes la prensa ha hablado últimamente.


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4 págs. / 7 minutos / 148 visitas.

Publicado el 12 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Los Telefonemas de Manolita

Juan Valera


Cuento


Manolita, personaje único.

CUADRO PRIMERO

Salón elegante y rico. Es de noche. Lámparas y bujías encendidas. Hay teléfono. Manolita sola. Inquieta, yendo y viniendo de un extremo a otro, había consigo misma.

Mucho quiero a mamá. No faltaba más que yo no la quisiera. El cuarto honrar padre y madre. Además, harto fácil es para mí cumplir este mandamiento. No estoy resentida, sino agradecida de que me haya tenido cerca de tres años en el colegio. Yo estaba imposible de mimada, de traviesa y de voluntariosa. Yo era un diablillo y necesitaba que me metiesen en costura. Ahora, que he vuelto de nuevo a casa, soy persona de mucho juicio. ¿Y cómo no he de querer a mamá? Me mima, me celebra, me idolatra. Mis caprichos son ley. Mamá me regala mil dijes; gasta un dineral en mis vestidos y sombreros. Nunca rabia cuando vienen las cuentas. Hasta le parece poco lo que paga. Y con todo, no puedo negarlo: mamá me tiene quejosa.

Buena y santa es la inocencia; sí, señor; muy buena y muy santa; pero yo acabo de cumplir diecisiete años, y aunque apenas hace tres meses que salí del Sagrado Corazón de Jesús, no por eso ha de imaginar mamá que soy tonta y que no veo ni entiendo nada.

Algo más de ocho años lleva ya de viuda. Mucho cuidó a mi padre en su última enfermedad. Sintió su muerte y le lloró muy de veras; pero, en fin, ella no tiene en el día más que treinta y seis años. Parece mi hermanita mayor. A menudo me da envidia, aunque dulce y no amarga, porque la encuentro y noto que la encuentran por ahí más bonita que a mí. ¿Qué extraño es que mamá se haya consolado? Dios me lo perdone, si es mal pensamiento. Sospecho que mamá se consuela con el general. No la condeno. Sea en buen hora. Es libre: bien puede hacer lo que le agrade sin ofender a Dios. Lo que a mí me ofende es la falta de confianza en mí; que mamá me engañe sin necesidad.


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12 págs. / 21 minutos / 47 visitas.

Publicado el 30 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Los Tesoros de la Alhambra

Serafín Estébanez Calderón


Cuento


La carrera del Darro es la que, arrancando de la Plaza Nueva, va a dar en la rambla del Chapizo, subida del Sacro Monte de Granada.

Por el siniestro lado se levantan edificios de magnífica traza, cortados por los fauces de las calles que bajan de lo más alto del Albaicín, y a la derecha mano, por su álveo profundo, copioso en invierno, nunca exhausto en el estío y siempre sonante y claro, viene el Darro ensortijándose por los anillos que le ofrecen los puentes pintorescos que lo coronan. De ellos, el principal es el de Santa Ana, en cuyo ámbito, y de la misma mampostería del puente, hay asientos o sitiales siempre llenos de curiosos, que en las noches calurosas de junio y julio se empapan allí del ambiente perfumado y voluptuoso que en pos de sí lleva la corriente.

Eran las vacaciones, y mi amigo y compañero don Carlos, cerradas ya nuestras tertulias, nos citábamos en tal sitio a cierta hora para ir juntos, y después de girar y vagar otros momentos al rayo de la luna, retirarnos a nuestra posada, a repasar los estudios que tanto nos afanaban y que después tan poco nos valieron.

Una noche (ya muy cercana a su partida para pasar el verano con sus padres) dieron las doce sin haber acudido al sitio acostumbrado. Ya principiaba yo a tomar cuidado por su tardanza, cuando lo vi llegar más alegre y estruendosamente que nunca, y apoderándose de mi mano con el afecto más cordial, se me excusó de su descuido, y, como siempre, enderezamos hacia nuestra posada.

Aquella noche fuéme imposible hacerle entablar discurso alguno de interés, y mucho menos de nuestras tareas académicas.

—Estudiemos por placer y no por obligación—me decía—. ¿Piensas que se apreciarán nuestros desvelos aunque descollemos en la Universidad y logremos todos los lauros de Minerva? Si tal sucediera, ¿cómo quedarían los necios?; y ya está decidido que ellos han de campear siempre por el mundo.


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6 págs. / 11 minutos / 64 visitas.

Publicado el 19 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Los Tesoros de Poynton

Henry James


Novela


Prefacio

Fue hace años, me acuerdo, una Nochebuena mientras cenaba yo con unos amigos: en el decurso de la conversación una dama sentada a mi lado realizó una de esas alusiones que siempre he identificado al punto como «gérmenes». El germen, recogido dondequiera, ha sido siempre en mi caso el germen de una «historia», y en su mayoría las historias que han cobrado forma bajo mi mano han brotado de una semilla pequeña y única, una semilla tan menuda y traída por el viento como aquella insinuación casual que para Los tesoros de Poynton dejara caer inintencionadamente mi vecina, una simple partícula flotante en el curso de la charla. Lo que sobre todo retorna a mí al evocar esto es la conciencia de la inveterada menudez, en tales ocasiones felices, de la partícula preciosa… una vez reducida, es decir, a su mera esencia fructífera. He aquí la interesante verdad sobre la insinuación perdida, la palabra errabunda, el vago eco, ante cuyo contacto se estremece la imaginación del novelista como ante el pinchazo de alguna punta afilada: su virtud reside toda en su cualidad de ser como una aguja, la capacidad de penetrar lo más finamente posible. Dicha finura es lo que inocula el virus de la sugerencia, y sobrepasar la dosis mínima echa a perder la operación. Si a uno le dan mínimamente aposta una sugerencia, seguro que habrán de darle demasiada; el tema que uno precisa está en el grano más simple, la pizca de verdad, de belleza, de realidad, apenas visible para el ojo común; ya que, con firmeza lo sostengo, un buen ojo para un tema es todo menos corriente. Es extraña y llamativa, sin lugar a dudas, esa inevitabilidad con que lo que en primer término hay que hacer con la idea comunicada y atrapada es reducir prácticamente a la nada la presentación, ese aire como de mero revoltijo de vida descoyuntado y lacerado, bajo la que hayamos tenido la ventura de encontrárnosla.


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269 págs. / 7 horas, 51 minutos / 71 visitas.

Publicado el 5 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Los Tigres de Mompracem

Emilio Salgari


Novela


Capítulo 1. Los piratas de Mompracem

En la noche del 20 de diciembre de 1849 un violentísimo huracán azotaba a Mompracem, isla salvaje de siniestra fama, guarida de temibles piratas situada en el mar de la Malasia, a pocos centenares de kilómetros de las costas occidentales de Borneo.

Empujadas por un viento irresistible, corrían por el cielo negras masas de nubes que de cuando en cuando dejaban caer furiosos aguaceros, y el bramido de las olas se confundía con el ensordecedor ruido de los truenos.

Ni en las cabañas alineadas al fondo de la bahía, ni en las fortificaciones que la defendían, ni en los barcos anclados al otro lado de la escollera, ni en los bosques se distinguía luz alguna. Sólo en la cima de una roca elevadísima, cortada a pique sobre el mar, brillaban dos ventanas intensamente iluminadas.

¿Quién, a pesar de la tempestad, velaba en la isla de los sanguinarios piratas? En un verdadero laberinto de trincheras hundidas, cerca de las cuales se veían armas quebradas y huesos humanos, se alzaba una amplia y sólida construcción, sobre la cual ondeaba una gran bandera roja con una cabeza de tigre en el centro.

Una de las habitaciones estaba iluminada. En medio de ella había una mesa de ébano con botellas y vasos del cristal más puro; en las esquinas, grandes vitrinas medio rotas, repletas de anillos, brazaletes de oro, medallones, preciosos objetos sagrados, perlas, esmeraldas, rubíes y diamantes que brillaban como soles bajo los rayos de una lámpara dorada que colgaba del techo. En indescriptible confusión, se veían obras de pintores famosos, carabinas indias, sables, cimitarras, puñales y pistolas.


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150 págs. / 4 horas, 22 minutos / 1.163 visitas.

Publicado el 6 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Los Títeres de Cachiporra. Tragicomedia de Don Cristóbal y la Señá Rosita

Federico García Lorca


Teatro, comedia


Personajes

(Por orden de aparición en escena)
EL MOSQUITO
ROSITA
EL PADRE
COCOLICHE
EL COCHERO
DON CRISTOBITA
CRIADO
UNA HORA
MOZOS
CONTRABANDISTAS
ESPANTANUBLOS, tabernero
CURRITO, el del Puerto
CANSA-ALMAS, zapatero
FÍGARO, barbero
UN GRANUJA
UNA JOVENCITA DE AMARILLO
UN MENDIGO CIEGO
MOZAS
UNA MAJA CON LUNARES
UN MONAGO
INVITADOS CON ANTORCHAS
CURAS DEL ENTIERRO
CORTEJO

Advertencia

Sonarán dos clarines y un tambor. Por donde se quiera, saldrá Mosquito. El Mosquito es un personaje misterioso, mitad duende, mitad martinico, mitad insecto. Representa la alegría del vivir libre, y la gracia y la poesía del pueblo andaluz. Lleva una trompetilla de feria.

MOSQUITO.- ¡Hombres y mujeres! Atención. Niño, cierra esa boquita, y tú, muchacha, siéntate con cien mil de a caballo.
Callad, para que el silencio se quede más clarito, como si estuviese en su misma fuente. Callad para que se asiente el barrillo de las últimas conversaciones. (Tambor.)

Yo y mi compañía venimos del teatro de los burgueses, del teatro de los condeses y de los marqueses, un teatro de oro y cristales, donde los hombres van a dormirse y las señoras… a dormirse también.

Yo y mi compañía estábamos encerrados. No os podéis imaginar qué pena teníamos. Pero un día vi por el agujerito de la puerta una estrella que temblaba como una fresca violeta de luz. Abrí mi ojo todo lo que pude (me lo quería cerrar el dedo del viento) y bajo la estrella, un ancho río sonreía surcado por lentas barcas.


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28 págs. / 50 minutos / 1.539 visitas.

Publicado el 5 de noviembre de 2018 por Edu Robsy.

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