Textos más populares esta semana de Abraham Valdelomar publicados por Edu Robsy | pág. 3

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autor: Abraham Valdelomar editor: Edu Robsy


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La Mariscala

Abraham Valdelomar


Novela corta, historia, crónica


Introducción

Doña Francisca de Zubiaga y Bernales de Gamarra, cuya vida refiere y comenta Abraham Valdelomar, en la Ciudad de los Reyes del Perú - MCMXIV.

OFRENDA:

A la Imperial Ciudad incaica, nido de cóndores y de leyendas, hija predilecta del Sol, en cuyos palacios de piedra y de oro se deslizó la vida de magníficos señores; donde vive aún, a través de tantas desventuras, junto a la dulce melancolía de las quenas, la indómita soberbia de la Raza; a la Ciudad del Cusco, cuna de tan gran mujer, dedica estas páginas, el autor.

A. V.


Esta Mujer nacida para grandes destinos, que en el ostracismo entregara su espíritu a Dios, es una de las más completas figuras en nuestra incipiente nacionalidad. Su vida fue corriente tumultuosa de vibraciones sonoras, de inextinguibles energías. Gobernó a hombres, condujo ejércitos, sembró odios, cautivó corazones; fue soldado audaz, cristiana fervorosa; estoica en el dolor, generosa en el triunfo, temeraria en la lucha. Amó la gloria, consiguió el poder, vivió en la holgura, veló en la tienda, brilló en el palacio y murió en el destierro. Religiosa, habría sido Santa Teresa; hombre, pudo ser Bolívar.


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57 págs. / 1 hora, 40 minutos / 416 visitas.

Publicado el 8 de septiembre de 2021 por Edu Robsy.

El Pastor y el Rebaño de Nieve

Abraham Valdelomar


Cuento


I

Era el reinado de Túpac Inca Yupanqui. Ritti-Kimiy, hermano del Inca, era uno de sus favoritos. Usaba flechas y armas iguales a las suyas y departía por las tardes con su noble hermano. Eran todos felices en el reino. Pacric había hecho conquistas para el Inca, había cogido animales rarísimos para sus salones y piedras preciosas para su llauto. Una tarde, los dos nobles hermanos miraban descender el Sol sobre la mar lejana, desde la terraza del palacio real. El cielo se vestía de un color rojo encendido que ardía sobre el mar.

Miraban atentamente cómo se hundía el Sol sin ocultarse tras de las nubes, lo cual era un feliz presagio para el Inca. Ya iba a ocultarse el astro. Una nubecilla dorada se acercó demasiado. El Inca palideció. Ahora se alejaba, y los nobles observaban presas de una excitación intensa y febril. Ya faltaban minutos, segundos, ahora...

–¡Por fin!

–¡La felicidad te espera!

–Contento y feliz estoy. Pídeme ahora lo que quieras y hoy te lo concederé...

–¿Me concederás, señor y hermano, lo que te pida hoy?...

–¡Te lo concederé! ¡Habla!

–Quiero ver a las vírgenes del Sol...

El Inca palideció. Aquello era una audacia sin límites. No había precedente de pedido semejante y al que se hubiera atrevido a formularlo lo habría hecho ahorcar en la plaza pública.

–No me has pedido riqueza, ni castillos, ni estados, ni haciendas, ni honores. No te has detenido a pedir un rebaño de oro ni una mujer de mis salas, ni uno de mis esclavos. ¿Por qué me pides aquello que nadie ha pedido nunca? ¿Por qué quieren ver tus ojos lo que no vieron jamás los humanos ojos? Pídeme lo que quieras. Tuyas son mis riquezas, mis esclavos, mis concubinas, mis armas y mis trajes, mis ovejas y mis rebaños. Pero no pidas, noble hermano, lo que no te he de conceder.


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2 págs. / 5 minutos / 377 visitas.

Publicado el 3 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

Las Vísceras del Superior

Abraham Valdelomar


Cuento


o sea
La historia de la poca vergüenza


(Cuento chino)


Había en un lejano rincón de China, allí por los tiempos en que Confucio fumaba opio y dictaba lecciones de Moral en la Universidad de Pekín, cierta gran aldea llamada Siké, regida por mandarines, en la cual acaeció la historia que te voy a referir, Rolando, a condición de que la retengas en tu privilegiada memoria –pues la memoria es el principal auxiliar para los que han de gobernar a los pueblos– y tú Rolando, tienes delante de ti grandes expectativas y todas las puertas abiertas, excepto las de la cárcel, que serán para tus víctimas.


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4 págs. / 7 minutos / 261 visitas.

Publicado el 7 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

El Alma de la Quena

Abraham Valdelomar


Cuento


El Inca, en la terraza, vio caer el Sol, en la paz de la tarde, oyendo la misma melodía que escuchara en el camino la víspera. Había hecho detener su comitiva. Los haravicus interrogaron con las flautas, los naupachikas se internaron en el valle, pero el Inca no supo si aquella música dolorosa y extraña era de un hombre o de un ave. Ahora lo sentía algo más clara aunque imprecisa, y aguzaba sus oídos para percibirla mejor. Era un sonido mezcla de alegría y dolor, como un dulce reproches, como una queja musitada en voz baja, notas que envolvían el espíritu, que se filtraban como un puñal en los nervios, que avivaban recuerdos insepultos y dolores que el tiempo no había podido cubrir, a cuyo conjuro morían en los labios las palabras, en los ojos nacían lágrimas y en el alma honda sed de tristeza. ¿Era un ave? ¿Era un hombre? Sinchi Roca hizo apagar las resinas aromáticas y retirar a sus guardias a la puerta.

–¿Qué suena? ¿Qué vibra? ¿Qué canta? – dijo su esposa.

–Es tan divina esa música, Pachacamac, respondió Coya Cimpu, que no parece el canto de un hombre ni el sonido de una quena. Se diría que es un ave que viene a llorar bajo la luna. En estas noches vienen, desde las lejanas montañas profundas, aves raras a poblar los jardines del palacio. Yo he visto ayer una avecilla, roja como una herida, posarse en los maizales sagrados...


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4 págs. / 8 minutos / 1.947 visitas.

Publicado el 1 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

El Caballero Carmelo y Otros Cuentos

Abraham Valdelomar


Cuento


El caballero Carmelo

I

Un día, después del desayuno, cuando el sol empezaba a calentar, vimos aparecer, desde la reja, en el fondo de la plazoleta, un jinete en bellísimo caballo de paso, pañuelo al cuello que agitaba el viento, sanpedrano pellón de sedosa cabellera negra, y henchida alforja, que picaba espuelas en dirección a la casa.

Reconocímosle. Era el hermano mayor, que años corridos, volvía. Salimos atropelladamente gritando:

–¡Roberto, Roberto!

Entró el viajero al empedrado patio donde el ñorbo y la campanilla enredábanse en las columnas como venas en un brazo y descendió en los de todos nosotros. ¡Cómo se regocijaba mi madre! Tocábalo, acariciaba su tostada piel, encontrábalo viejo, triste, delgado. Con su ropa empolvada aún, Roberto recorría las habitaciones rodeados de nosotros; fue a su cuarto, pasó al comedor, vio los objetos que se habían comprado durante su ausencia, y llegó al jardín.

–¿Y la higuerilla? –dijo.

Buscaba entristecido aquel árbol cuya semilla sembrara él mismo antes de partir. Reímos todos:

–¡Bajo la higuerilla estás!…


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128 págs. / 3 horas, 44 minutos / 5.611 visitas.

Publicado el 12 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

Los Hermanos Ayar

Abraham Valdelomar


Cuento


El gran aposento incaico era de piedra, finamente labrado, y sus grises paredes de sillería estaban decoradas por chapas de oro y nichos en forma de alacenas, en las cuales brillaban innumerables objetos de oro representando animales fantásticos, y vistosos huacos, hechos de arcilla, dibujados con variadas figuras mitológicas. Contenían unos, polvos de colores, illas o piedras bezoares que se crían en el vientre de los llamas, amuletos contra la melancolía, remedios infalibles contra los venenos y las enfermedades. Guardaban otros, cubiertos con transparentes velos, la chicha preparada por las doncellas nobles. Corría por lo alto de toda la pieza y resaltaba entre los sombríos muros y las gruesas vigas que apoyaban la pajiza techumbre una cornisa de oro en la que se veían esculpidas serpientes y cabezas de pumas. Frente a la gran puerta de entrada que, a manera de trapecio, tenía el dintel más estrecho que el umbral y de la cual pendía un tapiz de lana de vicuña con figuras de colores, se alzaba el trono de oro macizo, banquillo trabajado y repujado con primor, a manera de dragón, incrustado de piedras preciosas y puesto encima de una gradería elevada y de un estrado rectangular.

En los escalones del trono, y como indicio de que el noble acababa de levantarse, yacía descuidadamente un aterciopelado manto de pieles de murciélago.

Un indio, vestido con el resplandeciente cumbi y las tornasoladas plumas de la servidumbre imperial, quemaba en un rincón de la pieza maderas fragantes y hierbas aromáticas en ancho brasero de plata que representaba monstruos marinos. Cubría las recias y cuadradas losas del pavimento una alfombra finísima hecha de pelo de alpaca.


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16 págs. / 28 minutos / 491 visitas.

Publicado el 7 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

El Cantor Errante

Abraham Valdelomar


Cuento


Chasca avanzaba silenciosamente por el borde de los sembríos. El cielo principiaba a oscurecer. El Sol habíase dormido sobre el mar lejano, y él debía estar en el Castillo entrada la noche. Tenía prisa para poder hacer la caminata en seis horas. Como tuviera que saltar muchas vallas, Chasca salió de los sembrados y se internó por su sendero poco traficado; sin embargo iba encontrándose en el camino con gañanes rezagados que caminaban a prisa, temerosos de llegar a sus terrados demasiado tarde.

Bien pronto tuvo que ocultarse para no encontrarse con un grupo numeroso que comentaba la cacería de Makta-Sumac. Los hombres acaloradamente discutían y hablaban de los destinos y de los oráculos, Chasca salió cuando hubo pasado el último quechua. Ya era de noche y el silencio reinaba en todo el Imperio. El viejo guerrero caminaba de prisa. Tenía que concluir el sendero y cortar luego hacia el lado del río, luego subir por el camino de la orilla hasta el puente y pasarlo, para internarse en el vallecito en cuyo fondo se elevaba el castillo del noble joven.

Al acercarse al río, principió a percibirse el ruido del agua desgarrándose entre los peñascales y, serpenteando entre ese ruido, un eco apenas perceptible, suave como un suspiro, el eco de una música lejana. Chasca no reparó; mas, a medida que se acercaba a la caja del río, las notas, entre el ruido rocalloso, se hacían más perceptibles. Era como un quejido sin reproches, un dulce lamento, un dolor supremo e inconsolable, que llegaba a los ojos y les robaba lágrimas, que se filtraba entre los huesos y abría el pecho a todos los dolores pasados.


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4 págs. / 7 minutos / 348 visitas.

Publicado el 1 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

La Tragedia en una Redoma

Abraham Valdelomar


Cuento


(Cuento simiesco)


Bajo la luz roja del quinqué, hablaba yo con "Aquel" que vive dentro de mí, de esta manera:

–Necesito un cuento –le dije.

–Mi querido Valdelomar, –repuso "Aquel"– voy a relatarle el que he visto...

Tu hermano te trajo, desde la fecunda lejanía del Madre de Dios, junto con la tortuga "Cleopatra" de que te hablara el otro día, unas flechas de chonta, vistosos collares de huesecillos, ricos atavíos de las Tahís montañeses y además, un mono...

Yo no he tratado muy de cerca a los monos, de quienes solo tengo referencias por Rudyard Kipling, quien los agrupa bajo el mote despectivo y genérico de los "vanderloog". Si bien es cierto que creía todo lo que de ellos apunta el poeta inglés, jamás mi alma fue enturbiada por la más leve aversión a tan ágiles pre-hombres, ya que los monos no son en el fondo sino trogloditas retardados. El mono de hoy será el sabio de mañana, así como el catedrático de hoy no es sino el mono de ayer...

–Ja! Ja! Ja! –le interrumpí...

–Además –siguió diciendo "Aquel"– este mono pequeño y juguetón, parecía conducirse tan bien! Sus mayores audacias eran subírseme al hombro por el codo, coger con delicado gesto furtivo una aceituna a la hora del refectorio, trepar a los muebles, cazar moscas y mirarse en el espejo. Cosas inofensivas y muy humanas, como ves.


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4 págs. / 7 minutos / 172 visitas.

Publicado el 5 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

Finis Desolatrix Veritae

Abraham Valdelomar


Cuento


Cuando me incorporé tuve la sensación de haber sido animado por una corriente eléctrica. Mi esqueleto estaba intacto y podía mover los miembros sin dificultad, en el trágico paisaje. Sobre la estéril extensión nada acusaba a la vida. Todo lo que alguna vez fuera animado, todo lo que surgiera sobre la tierra por el raro soplo del germen, los edificios, los árboles, los hombres, las aguas, el ruido del mar, todo había concluido. Me encontraba sobre una yerma extensión despoblada. En el horizonte ilimitado y oscuro, nada se destacaba sobre el suelo. El Sol, como un foco enorme y amarillo, estaba inmóvil en el vasto confín, y ya sus rayos fríos no animaban la tierra. Enormes masas negras de nubes inmóviles encapotaban el cielo. A mi derredor había un gran hacinamiento de huesos y era dificultoso ver el suelo. De pronto sentí una vibración uniforme que agitaba todos los despojos. Como movidos por una corriente eléctrica intermitente, los huesos pugnaban por levantarse y volvían a caer sin movimiento, como desmayados. El tinte pálido del Sol, ya muerto, animaba cloróticamente aquella doliente visión.


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5 págs. / 9 minutos / 775 visitas.

Publicado el 3 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

Chaymanta Huayñuy

Abraham Valdelomar


Cuento


Donde se explica cómo el amor puede conducir al pecado; cómo la mujer incita al amor; cuánta tragedia existe en dos cuencas vacías y cuán noble es el Dolor aún en los más caídos. Y por qué no debe lucharse contra la palabra y el designio inexorable de los dioses.


Por la falda del cerro, bajo un moribundo cielo gris, al lado del abismo donde el río se debate, extiende su curva el gran camino del reino. Abajo, el valle exuberante pugna por ascender, y la policromía de los Andes floridos ciñe la morada solidez del cerro. Un viento de presagio, tempestuoso y frío, doblega los retoños del valle en oleadas viscosas. Los dos cerros se unen en el norte y sus faldas se juntan para dar paso al camino. Por aquel gran camino, que atraviesa abras y cimas, que bordea montes y que circunda valles, bajo la sombra amena y fresca de los molles, se va desde el Cuzco hasta Quito, donde los Scyris dominan aún. Aqueste camino recorre los más ricos y poderosos estados. Va a Huánuco, la ciudad de piedra, y atraviesa los encantados lagos. Sigue hasta Cajamarca, el fecundo valle predilecto de los Incas, cuando van a visitar el reino; desciende un poco y desde él se mira las portentosas maravillas del Chimú, luego va a perderse en las calurosas tierras del Norte, donde las mujeres son hermosas y esbeltas y tienen cutis blancos. Los mejores tambos están a su paso. Y las casas de reposo de los Incas, con sus adoratorios y sus fuentes tibias. Y en él se cruzan los chasquis y los pastores. Por él desfilaban de tiempo en tiempo, entristecidos y graves, los grandes pueblos mitimaes. Sobre su plana superficie los numerosos grupos de llamas desfilaron muchas veces y detrás de ellos el pastor taciturno y melancólico. Puentes de mimbre lo cruzan de trecho en trecho, y bajo el leve tejido, los ríos rugen amenazadoramente. Aqueste camino sale desde la Intipampa de la Ciudad Sagrada y termina en los alrededores de Quito.


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8 págs. / 14 minutos / 444 visitas.

Publicado el 1 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

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