Textos más vistos de Alejandro Dumas publicados por Edu Robsy | pág. 2

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autor: Alejandro Dumas editor: Edu Robsy


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De París a Cádiz

Alejandro Dumas


Novela, Novela epistolar


I

Bayona, noche del 5 de octubre.

Madame,

En el momento de mi partida me hizo usted prometer que le escribiría, no una carta sino tres o cuatro volúmenes de cartas. Tenía razón. Ya conocía el ardor con que me entrego a las grandes cosas, mi tendencia a olvidar las pequeñas, mi gusto por dar, y que no me gusta dar a cambio de poco. Lo prometí; y ya lo ve, al llegar a Bayona empiezo a cumplir mi promesa.

No me hago el modesto, Madame, y no disimulo que las cartas que le envío serán impresas. Confieso además, con la impertinente ingenuidad que, según sea el carácter de quienes me rodean, me hace tan buenos amigos de los unos y tan fervientes enemigos de los otros; confieso, decía, que las escribo con esa convicción; pero esté tranquila, tal convicción no cambiará en nada la forma de mis epístolas. El público, desde que entré en relación con él hace ya quince años, siempre ha querido acompañarme por las diversas sendas que he recorrido y en ocasiones trazado, en medio de ese vasto laberinto de la literatura, desierto siempre árido para unos, eterna selva virgen para los otros. También esta vez, así lo espero, el público me acompañará con su habitual benevolencia por el camino familiar y caprichoso al cual lo llamo a seguirme, y en el que retozaré por primera vez. Por lo demás, nada perderá por ello el público: un viaje como éste que emprendo, sin itinerario trazado, sin ningún plan a seguir, un viaje sometido, en España, a las exigencias de las rutas y, en Argelia, al capricho de los vientos; un viaje semejante se encontrará maravillosamente a gusto en la libertad epistolar, una libertad casi ilimitada, que permite descender a los detalles más vulgares y alcanzar los temas más elevados.


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492 págs. / 14 horas, 22 minutos / 328 visitas.

Publicado el 11 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Veinte Años Después

Alejandro Dumas


Novela


Capítulo I. La sombra de Richelieu

En un cuarto del palacio del cardenal, palacio que ya conocemos, y junto a una mesa llena de libros y papeles, permanecía sentado un hombre con la cabeza apoyada en las manos.

A sus espaldas había una chimenea con abundante lumbre, cuyas ascuas se apilaban sobre dorados morillos. El resplandor de aquel fuego iluminaba por detrás el traje de aquel hombre meditabundo, a quien la luz de un candelabro con muchas bujías permitía examinar muy bien de frente.

Al ver aquel traje talar encarnado y aquellos valiosos encajes; al contemplar aquella frente descolorida e inclinada en señal de meditación, la soledad del gabinete, el silencio que reinaba en las antecámaras, como también el paso mesurado de los guardias en la meseta de la escalera, podía imaginarse que la sombra del cardenal de Richelieu habitaba aún aquel palacio.

Mas ¡ay! sólo quedaba, en efecto, la sombra de aquel gran hombre. La Francia debilitada, la autoridad del rey desconocida, los grandes convertidos en elemento de perturbación y de desorden, el enemigo hollando el suelo de la patria todo patentizaba que Richelieu ya no existía.

Y más aún demostraba la falta del gran hombre de Estado, el aislamiento de aquel personaje; aquellas galerías desiertas de cortesanos; los patios llenos de guardias aquel espíritu burlón que desde la calle penetraba en el palacio, a través de los cristales, como el hálito de toda una población unida contra el ministro; por último, aquellos tiros lejanos y repetidos, felizmente, disparados al aire, sin más fin que hacer ver a los suizos, a los mosqueteros y a los soldados que guarnecían el palacio del cardenal, llamado a la sazón Palacio Real, que también el pueblo disponía de armas.

Aquella sombra de Richelieu era Mazarino, que se hallaba aislado, y se sentía débil.


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851 págs. / 1 día, 49 minutos / 402 visitas.

Publicado el 9 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Las Dos Dianas

Alejandro Dumas


Novela


PRIMERA PARTE

I. UN HIJO DE CONDÉ Y UNA HIJA DE REY

Era el día 5 de mayo del año 1551. De una casita de humilde apariencia salieron una mujer de unos cuarenta años próximamente y un mancebo de diez y ocho, y atravesaron juntos el pueblo de Montgomery, que radica en la región de Auge.

Era el mancebo uno de esos tipos de raza normanda, de cabellos castaños, ojos azules, dientes blancos como la nieve y labios sonrosados. Llamaba la atención la finura y satinado de su cutis, cualidad que con frecuencia da a los hombres del Norte una belleza femenina que resta poder a la energía varonil, no menos que su talle fuerte y flexible a la vez, que parecía participar de las características de la encina y de la caña. Vestía con sencillez y elegancia un jubón de paño color violeta adornado con bordados de seda del mismo color. Del mismo paño que el jubón eran sus calzas, bordadas en seda como aquél. Completaban su atavío unas botas altas de cuero negro, de las que solían usar los pajes y los escuderos, y una gorra de terciopelo, ligeramente ladeada y adornada con una pluma blanca, que daba sombra a su frente, espejo de calma y de entereza varonil.

Su caballo, cuyas riendas había pasado por su brazo, le seguía irguiendo de vez en cuando su cabeza para aspirar el aire, y recibiendo con relinchos de alegría las emanaciones que aquél le traía.

La mujer parecía pertenecer, si no a la clase social más humilde, por lo menos a la que se hallaba colocada entre ésta y la que llamamos media. Vestía con extremada sencillez, pero a la par con aseo y limpieza tan exquisitos, que parecían irradiar elegancia. El mancebo habíala ofrecido varias veces su brazo, que ella se negó a tomar cual si considerase que suponía un honor excesivamente alto para ella.


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894 págs. / 1 día, 2 horas, 5 minutos / 181 visitas.

Publicado el 10 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Los Cuarenta y Cinco

Alejandro Dumas


Novela


I. La puerta de San Antonio

Etiamsi omnes.

A las diez de la mañana del 26 de octubre de 1585 no se habían abierto aún las barreras de la puerta de San Antonio.

A las diez y tres cuartos, un piquete de unos veinte suizos, cuyo uniforme daba a entender que pertenecían a los pequeños cantones, es decir, a los más fieles partidarios de Enrique III, desembocó por la calle de la Mortellerie hacia la puerta de San Antonio, la cual se abrió, volviendo a cerrarse luego de haberles dado paso. En la parte exterior de dicha puerta los suizos se alinearon a orillas del soto que por aquel lado cercaba las dos líneas del camino.

Su aparición hizo entrar en la ciudad antes de las doce a gran número de paisanos que a ella se encaminaban desde Montreuil, Vincennes y Saint-Maur, operación que antes no habían podido llevar a efecto por hallarse cerrada la puerta.

En vista de la referida aparición del piquete, pudo pensarse que el señor preboste intentaba prevenir el desorden que era fácil tuviese lugar en la puerta de San Antonio con la afluencia de tanta gente.

En efecto, a cada momento llegaban, por los tres caminos convergentes, religiosos de los conventos circunvecinos: mujeres que cabalgaban en lucidos asnos, labradores tendidos en sus carretas que penetraban por entre aquella masa ya considerable, detenida en la barrera por la clausura inesperada de las puertas, que nada tenían que ver con la mayor o menor prisa de los que a ella acudían, formaban una especie de rumor semejante al bajo continuo de la armonía, al paso que algunas voces, dejando el diapasón general, subían hasta la octava para expresar sus amenazas o sus quejas.


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779 págs. / 22 horas, 44 minutos / 404 visitas.

Publicado el 11 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Mil y Un Fantasmas

Alejandro Dumas


Cuento


Un día en Fontenay-aux-roses

A M***

Con frecuencia me habéis dicho —en aquellas placenteras veladas que van siendo raras, donde cada cual charla a su placer dando forma a los ensueños del corazón, entregado a los caprichos del ingenio o desperdiciando el tesoro de los propios recuerdos, —a menudo me habéis dicho que después de Scheherezada y Nodier, era yo el más entretenido narrador de cuentos que habíais oído.

En esto me escribís hoy diciéndome que mientras aguardáis de mí una larga novela por de contado, una de aquellas interminables novelas como escribo yo, y en las cuales hago entrar a todo, un siglo, quisierais que os enviase algunos cuentos, dos, cuatro o seis volúmenes, lo más, pobres flores de mi jardín que vais a lanzar al viento en medio de las preocupaciones políticas, entre el proceso de Bourges, por ejemplo, y las elecciones de mes de mayo.

Pero ¡ay amigo mío!, la época es triste y he de advertiros que mis cuentos no serán alegres. Me permitiréis tan sólo que cansado de lo que veo pasar todos los días en el mundo real, vaya a buscar mis cuentos al mundo imaginario. ¡Ah!, por desgracia, temo que las inteligencias algo superiores, algo poéticas, algo soñadoras, se hallen a estas horas donde se halla la mía; es decir, en busca del ideal, el único refugio que nos deja Dios contra la realidad.

Ahí me tenéis ahora mismo rodeado de cincuenta volúmenes abiertos con ocasión de una historia de la Regencia que acabó de concluir, y que os suplico, si acaso de ella habláis, que invitéis a las madres a no dejar leer a sus hijas. Ahí me tenéis, repito, y mientras estoy escribiendo, se fijan mis ojos en una página de las memorias del marqués de Argenson, donde, debajo de estas palabras: De la conversación en otro tiempo y de la conversación en el día, leo estas otras:


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369 págs. / 10 horas, 47 minutos / 324 visitas.

Publicado el 11 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Blanca de Beaulieu

Alejandro Dumas


Novela corta


Capítulo I

El que, al anochecer del 15 de diciembre de 1793, hubiese salido de la ciudad de Clisson para ir al pueblo de Saint-Crépin y se hubiese detenido en la cresta de la montaña a cuyo pie corre el río Moine, hubiera visto, al otro lado del valle, un extraño espectáculo.

En primer término, hubiera advertido, en el lugar en que sus ojos hubiesen buscado el pueblo perdido entre los árboles y en medio de un horizonte obscurecido ya por el crepúsculo, tres o cuatro columnas de humo que, separadas por la base, se juntaban ensanchándose, se agrupaban un instante formando una oscura cúpula, y cediendo blandamente al húmedo viento del oeste, rodaban en aquella dirección, confundidas con las nubes de un cielo bajo y brumoso. Hubiera visto aquella base enrojecer lentamente, después cesar el humo, y techos de casas y agudas lenguas de fuego reemplazar a aquéllas con sordo temblor, ya retorciéndose en forma de espirales, ya encorvándose y elevándose como el palo mayor de un navío. Le hubiera parecido que muy pronto todas las ventanas se abrían para vomitar fuego. De vez en cuando, y si algún tejado se hundía, hubiera oído un ruido sordo, hubiera distinguido una llama más viva, mezclada con millares de chispas, y, al sangriento resplandor del incendio que crecía, armas relucientes y un círculo de soldados que se oían a lo lejos. Hubiera oído gritos y risas, y hubiera dicho con terror: «Dios me perdone: es un ejército que se calienta al amor de una ciudad que arde».

Efectivamente, una brigada republicana de mil doscientos o mil quinientos hombres había encontrado abandonado el pueblo de Saint-Crépin y le había pegado fuego.

Esto no era una crueldad; era una táctica guerrera, un plan de campaña como otro cualquiera, plan que la experiencia demostró que era el único bueno.


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48 págs. / 1 hora, 24 minutos / 162 visitas.

Publicado el 11 de febrero de 2019 por Edu Robsy.

El Biftec de Oso

Alejandro Dumas


Cuento


Llegué a la casa de Postas de Martigny hacia las cuatro de la tarde.

Cuando entré, los viajeros estaban ya sentados a la mesa; eché una ojeada rápida e inquieta sobre los comensales; todas las sillas estaban unidas y todas estaban ocupadas. ¡No tenía sitio!...

Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo; me volví para buscar a mi hostelero. Estaba detrás de mí. Encontré en su cara una expresión mefistofélica. Se sonreía.

—¿Y yo? —le dije—, ¿y yo, desgraciado?

—Mirad —me dijo, indicándome con el dedo una mesita aparte; ahí tenéis vuestro sitio; un hombre como usted no debe comer con todas esas gentes.

—¡Oh ¡El buen hombre! ¡Yo que había sospechado de él!... Estaba maravillosamente servida mi mesita. Cuatro fuentes formaban el primer servicio y en medio estaba un biftec, con un aspecto como para avergonzar a un biftec inglés... Mi hostelero vio que él absorbía toda mi atención. Se inclinó misteriosamente a mi oído:

—No habrá otro semejante en todo el mundo —me dijo.

—¿De qué es, pues, ese biftec?


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8 págs. / 14 minutos / 188 visitas.

Publicado el 23 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Drama de 1793

Alejandro Dumas


Historia, Crónica


Capítulo I

Sumario.—El rey vuelve a París.—Escarapela nacional.—La nación.—El león y el perro.—La Asamblea sigue los pasos del rey.—El palacio arzobispal.—Guerra declarada a las palabras.—Abandono de Versalles.—Madlle. de Montansier.—Mirabeau.—La ley marcial.—El panadero François.—Sus defensores.—Su muerte.—Su mujer.—Su hijo.—Se pide, discute y decreta la ley marcial.—Fleur d’Epine.—Socorros a la viuda del panadero.—Texto de la ley marcial.—Loustalot y Marat.—Mirabeau.—Lafayette. —Destierro del duque de Orleans.—El siervo del monte Jura.—Su recibimiento en la Asamblea.—Visitas hechas a las cárceles civiles y eclesiásticas.—Los votos.—Los judíos.—Los cómicos.—Los protestantes.—Rabaud-Saint-Etienne.—Errores de la Asamblea.—Electores.—Elegibles.—Ciudadanos activos y pasivos.—Robespierre y Gregorio.—Prieur de la Marne.—Camillo Desmoulins.—Las caricaturas.—Los bienes del clero.—El obispo de Autun.—Vacaciones de los parlamentos.—Esquelas funerales de convite.—El picadero.—Los caballos.—El cartel de teatro.—Los actores.—Los Bayos.—Los Negros.—Los Imparciales.


Hubiéramos podido titular esta obra Luis XVI y la Revolución; porque, en efecto, partiendo de la época en que principiamos nuestro relato, esto es, del 6 de octubre de 1789, Luis XVI y la Revolución se encuentran ya frente a frente.

La vuelta del rey a París, reconquistado, como dijo Bailly, por su pueblo, completado una manera lógica la insurrección que tuvo origen en la Bastilla y obligó al monarca a que dejase momentáneamente su palacio de Versalles para ir a reconocer en el Hôtel-de-Ville la escarapela tricolor como escarapela nacional.


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548 págs. / 15 horas, 59 minutos / 121 visitas.

Publicado el 10 de febrero de 2019 por Edu Robsy.

Joseph Balsamo, Memorias de un Médico

Alejandro Dumas


Novela


PROLOGO

I. CAMINAR A CIEGAS

A la margen izquierda del Rin, cerca de la imperial ciudad de Worms, y hacía el sitio donde nace el pequeño río Selz, empiezan a elevarse las primeras cordilleras de innúmeras montañas, cuyos erizados picos parecen alejarse hacia el Norte, simulando una manada de espantados búfalos que se pierden entre la bruma.

Estas montañas, que desde la cumbre dominan ya aquel país casi desierto, y que semejan la comitiva de la más alta, tiene cada una un nombre particular que expresa su forma o recuerda alguna tradición.

Llámase una la Silla del Rey, la otra la Piedra de los Agavanzos, ésta la Roca de los Halcones y aquélla la Cresta de la Serpiente.

La más alta de todas, la que parece llegar al cielo, ceñida la granítica frente de una corona de ruinas, es la Montaña de los Truenos. Cuando la noche condensa la sombra de los árboles y el crepúsculo vespertino dora las altas cumbres de esta familia de gigantes, parece que el silencio desciende lentamente desde las sublimes gradas del cielo hasta la llanura, y que un brazo invisible y poderoso desenvuelve de sus flancos, para extenderlo sobre el mundo cansado por los ruidos y penalidades del día, ese inmenso manto azulado, en cuyo fondo brillan las estrellas. Entonces todo pasa insensiblemente de la vigilia al sueño, todo enmudece sobre la tierra. Únicamente en medio de este silencio solemne, el riachuelo a que nos hemos referido prosigue día y noche su curso misterioso bajo los abetos de la orilla, hasta desembocar en el caudaloso Rin, que es su muerte. La arena de su seno es tan fresca, sus cañas tan flexibles y sus peñas se hallan tan cubiertas de suave musgo y saxífragas, que sus ondas no producen el más pequeño ruido desde Morsheim, donde principia, hasta el lugar en donde termina.


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1.348 págs. / 1 día, 15 horas, 20 minutos / 563 visitas.

Publicado el 9 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Hija del Marqués

Alejandro Dumas


Novela


I. Los voluntarios del 93

El 4 de junio de 1793 salían de París, por la puerta de la Villette, dos coches de posta, uno de ellos tirado por cuatro caballos y el otro por dos.

Dado los tiempos que corrían, era un gran lujo que dos coches de posta saliesen de París sin más explicaciones.

Del segundo coche, una especie de calesa descubierta, lo que por otra parte indicaba que las tres personas que la ocupaban nada tenían que temer de la policía, salió un hombre de unos cuarenta y cinco a cuarenta y seis años, vestido totalmente de negro y, cosa extraordinaria en aquel entonces, con calzón corto y corbata blanca.

Por ello, su sola presencia avivó la curiosidad de la guardia, que le rodeó, sin prestar atención a los dos o tres viajeros, que permanecieron en el interior y que llevaban el uno el uniforme de sargento del ejército voluntario y el otro el de ciudadano, es decir, gorro rojo y chaquetilla. Pero apenas el hombre vestido de negro hubo enseñado sus documentos, el círculo creado a su alrededor se disolvió, después de haber echado una rápida mirada, puramente rutinaria, al interior del primer coche y levantar la lona que lo cubría.

Evidentemente, en este hombre vestido de negro habrán reconocido mis lectores a Monsieur de París, quien se dirigía hacia Chálons con el segundo de sus ayudantes, llamado Legros, y el hijo de uno de sus amigos, llamado León Milcent, sargento de voluntarios, para entregar una bella guillotina, totalmente nueva, a los «maratistas», del estado del Mame que iba a inaugurarse y quizá pusiese en movimiento el verdugo de París en persona.


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358 págs. / 10 horas, 28 minutos / 140 visitas.

Publicado el 11 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

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