Textos más vistos de Alejandro Dumas publicados por Edu Robsy no disponibles | pág. 2

Mostrando 11 a 20 de 51 textos encontrados.


Buscador de títulos

autor: Alejandro Dumas editor: Edu Robsy textos no disponibles


12345

Napoleón

Alejandro Dumas


Historia, Biografía


I. Napoleón de Buonaparte

El día 15 de agosto de 1769 nació en Ajaccio un niño que recibió de sus padres el nombre de Buonaparte y del cielo el de Napoleón.

Los primeros días de su juventud transcurrieron en medio de la agitación febril propia que sigue a las revoluciones. Córcega, que desde hacía medio siglo soñaba con la independencia, acababa de ser en parte conquistada y en parte vendida; no se había librado de la esclavitud de Génova sino para caer en poder de Francia. Paoli, vencido en Pontenuovo, iba a buscar con su hermano y sus sobrinos un asilo en Inglaterra, donde Alfieri le dedicó su Timoleone. El aire que el recién nacido respiró estaba impregnado de los odios civiles y la campana que resonó en su bautismo parecía vibrar aún con los últimos toques de alarma.

Carlos de Buonaparte, su padre, y Leticia Ramolino, su madre, ambos de raza patricia y oriundos de San Miniato, ese pueblo encantador que domina desde su colina la ciudad de Florencia, tras una larga relación de amistad con Paoli, habían decidido abandonar su partido, declarándose a favor de la influencia francesa. De esta manera no tuvieron problema para obtener la protección de M. de Marbœuf, que volvía como gobernador a la isla donde diez años antes había entrado como general, consiguiendo que el joven Napoleón pudiera ingresar en la Escuela Militar de Brienne. La petición acabó siendo admitida y algún tiempo después, M. Berton, subdirector del colegio, dejaba escrito en sus registros la nota siguiente:

Hoy, día 23 de abril de 1779, Napoleón de Buonaparte ha ingresado en la Real Escuela Militar de Brienne-le-Château, a la edad de nueve años, ocho meses y cinco días.


Información texto

Protegido por copyright
202 págs. / 5 horas, 54 minutos / 290 visitas.

Publicado el 11 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

De París a Cádiz

Alejandro Dumas


Novela, Novela epistolar


I

Bayona, noche del 5 de octubre.

Madame,

En el momento de mi partida me hizo usted prometer que le escribiría, no una carta sino tres o cuatro volúmenes de cartas. Tenía razón. Ya conocía el ardor con que me entrego a las grandes cosas, mi tendencia a olvidar las pequeñas, mi gusto por dar, y que no me gusta dar a cambio de poco. Lo prometí; y ya lo ve, al llegar a Bayona empiezo a cumplir mi promesa.

No me hago el modesto, Madame, y no disimulo que las cartas que le envío serán impresas. Confieso además, con la impertinente ingenuidad que, según sea el carácter de quienes me rodean, me hace tan buenos amigos de los unos y tan fervientes enemigos de los otros; confieso, decía, que las escribo con esa convicción; pero esté tranquila, tal convicción no cambiará en nada la forma de mis epístolas. El público, desde que entré en relación con él hace ya quince años, siempre ha querido acompañarme por las diversas sendas que he recorrido y en ocasiones trazado, en medio de ese vasto laberinto de la literatura, desierto siempre árido para unos, eterna selva virgen para los otros. También esta vez, así lo espero, el público me acompañará con su habitual benevolencia por el camino familiar y caprichoso al cual lo llamo a seguirme, y en el que retozaré por primera vez. Por lo demás, nada perderá por ello el público: un viaje como éste que emprendo, sin itinerario trazado, sin ningún plan a seguir, un viaje sometido, en España, a las exigencias de las rutas y, en Argelia, al capricho de los vientos; un viaje semejante se encontrará maravillosamente a gusto en la libertad epistolar, una libertad casi ilimitada, que permite descender a los detalles más vulgares y alcanzar los temas más elevados.


Información texto

Protegido por copyright
492 págs. / 14 horas, 22 minutos / 330 visitas.

Publicado el 11 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Contrabandista a Pesar Suyo

Alejandro Dumas


Cuento


Entre todas las capitales de Suiza, Ginebra representa la aristocracia del dinero: es la ciudad del lujo, de las cadenas de oro, de los relojes, de los coches y de los caballos. Sus tres mil obreros surten a Europa entera de joyas. El más elegante de los almacenes de joyería de Ginebra es sin disputa el de Beautte.

Estas joyas pagan un derecho por entrar en Francia, pero, mediante una comisión de un cinco por ciento, el señor Beautte se encarga de hacerlas llegar de contrabando. El negocio entre el comprador y el vendedor se hace con esta condición, a la luz del día y públicamente, como si no hubiese aduaneros en el mundo. Es verdad que el señor Beautte posee una maravillosa destreza para desbaratarles los planes; una anécdota entre mil vendrá en apoyo del elogio que nosotros le hacemos.

Cuando el señor conde de Saint—Cricq era director general de Aduanas oyó tan a menudo hablar de esta habilidad, gracias a la cual se engañaba la vigilancia de sus agentes, que resolvió asegurarse por sí mismo de si todo lo que se decía era verdad. Fue, en consecuencia, a Ginebra, se presentó en el almacén del señor Beautte y compró joyas por valor de treinta mil francos, con la condición de que les serían entregadas sin derechos de aduanas en su hotel de París. El señor Beautte aceptó la condición como hombre habituado a estas clases de negocios, y únicamente presentó al comprador una especie de contrato privado, por el cual se obligaba a pagar, además de los treinta mil francos de adquisición, el cinco por ciento de costumbre; éste sonrió, tornó una pluma, firmó de Saint—Cricq, director general de las Aduanas Francesas, y entregó el papel a Beautte, quien miró la firma y se contentó con responder inclinando la cabeza:

—Señor director de Aduanas, los objetos que usted me ha hecho el honor de comprar llegarán tan pronto como usted a París.


Información texto

Protegido por copyright
1 pág. / 3 minutos / 251 visitas.

Publicado el 23 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Joseph Balsamo, Memorias de un Médico

Alejandro Dumas


Novela


PROLOGO

I. CAMINAR A CIEGAS

A la margen izquierda del Rin, cerca de la imperial ciudad de Worms, y hacía el sitio donde nace el pequeño río Selz, empiezan a elevarse las primeras cordilleras de innúmeras montañas, cuyos erizados picos parecen alejarse hacia el Norte, simulando una manada de espantados búfalos que se pierden entre la bruma.

Estas montañas, que desde la cumbre dominan ya aquel país casi desierto, y que semejan la comitiva de la más alta, tiene cada una un nombre particular que expresa su forma o recuerda alguna tradición.

Llámase una la Silla del Rey, la otra la Piedra de los Agavanzos, ésta la Roca de los Halcones y aquélla la Cresta de la Serpiente.

La más alta de todas, la que parece llegar al cielo, ceñida la granítica frente de una corona de ruinas, es la Montaña de los Truenos. Cuando la noche condensa la sombra de los árboles y el crepúsculo vespertino dora las altas cumbres de esta familia de gigantes, parece que el silencio desciende lentamente desde las sublimes gradas del cielo hasta la llanura, y que un brazo invisible y poderoso desenvuelve de sus flancos, para extenderlo sobre el mundo cansado por los ruidos y penalidades del día, ese inmenso manto azulado, en cuyo fondo brillan las estrellas. Entonces todo pasa insensiblemente de la vigilia al sueño, todo enmudece sobre la tierra. Únicamente en medio de este silencio solemne, el riachuelo a que nos hemos referido prosigue día y noche su curso misterioso bajo los abetos de la orilla, hasta desembocar en el caudaloso Rin, que es su muerte. La arena de su seno es tan fresca, sus cañas tan flexibles y sus peñas se hallan tan cubiertas de suave musgo y saxífragas, que sus ondas no producen el más pequeño ruido desde Morsheim, donde principia, hasta el lugar en donde termina.


Información texto

Protegido por copyright
1.348 págs. / 1 día, 15 horas, 20 minutos / 565 visitas.

Publicado el 9 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Dama Negra

Alejandro Dumas


Cuento


Hacía ya doscientos años que el castillo no era sino un montón de piedras derruidas; en mitad de aquellas piedras había crecido un magnífico arce que en numerosas ocasiones los campesinos de los alrededores habían intentado derribar sin lograrlo, pues su madera era muy dura y nudosa. Finalmente, un joven llamado Wilhelm vino a su vez a intentar la aventura como los demás, y después de haberse desprendido de su chaqueta, asiendo un hacha que había mandado afilar a propósito, golpeó el tronco del árbol con todas sus fuerzas, pero el árbol repelió el hacha como si hubiera sido de acero. Wilhelm no se desanimó y propinó un segundo golpe, el hacha rebotó de nuevo; por fin, levantó el brazo, y reuniendo todas sus fuerzas, dio un tercer golpe, pero como al propinar ese tercer golpe oyó algo semejante a un suspiro, levantó los ojos y vio delante de él a una mujer entre veintiocho y treinta años, vestida de negro y que habría sido perfectamente bella si su palidez no hubiera dado a toda su persona un aspecto cadavérico que indicaba que desde hacía mucho tiempo aquella mujer ya no pertenecía a este mundo.

—¿Qué quieres hacer con este árbol? —preguntó la Dama Negra.

—Señora, —respondió Wilhelm mirándola sorprendido, pues no la había visto llegar y no podía adivinar de dónde salía—; señora, quiero hacer una mesa y unas sillas, pues me caso en la próxima fiesta de san Martín con Roschen, mi prometida, que amo desde hace tres años.

—Prométeme que harás una cuna para tu primer hijo —dijo la Dama Negra—, y levantaré el hechizo que defiende este árbol del hacha del leñador.

—Se lo prometo, señora —dijo Wilhelm.

—¡Muy bien! ¡pues golpea ahora! —dijo la dama.


Información texto

Protegido por copyright
9 págs. / 16 minutos / 103 visitas.

Publicado el 23 de junio de 2016 por Edu Robsy.

La Peña del Dragón

Alejandro Dumas


Cuento


En el pueblo de Rhungsdof, a orillas del Rin, encontramos numerosas barcas esperando a los viajeros; en unos minutos nos trasladaron a Koenigswinter, una bonita aldea situada en la otra orilla. Nos informamos de la hora a la que pasaba el vapor y nos respondieron que pasaba a las doce. Eso nos daba un margen de casi cinco horas; era más del tiempo necesario para visitar las ruinas del Drachenfelds.

Tras unos tres cuartos de hora de ascensión por un bonito sendero que rodea la montaña, llegamos a la primera cima, donde se encuentran un albergue y una pirámide. Desde esta primera plataforma, un bonito sendero curvo y enarenado como el de un jardín inglés, conduce a la cima del Drachenfelds. Se llega en primer lugar a una primera torre cuadrada, a la que se accede bastante difícilmente por una grieta; luego a una torre redonda que, completamente reventada por el tiempo, ofrece un acceso más fácil. Esta torre está situada sobre la peña misma del dragón. El Drachenfelds toma su nombre de una antigua tradición que se remonta a los tiempos de Julián el Apóstata. En una caverna que aún se muestra, a mitad de la ladera, se había retirado un enorme dragón, tan perfectamente puntual en sus comidas que cuando olvidaban llevarle cada día un prisionero o un reo al lugar en el que acostumbraba encontrarlo, bajaba a la llanura y devoraba a la primera persona que encontraba. Por supuesto, el dragón resultaba invulnerable.


Información texto

Protegido por copyright
2 págs. / 4 minutos / 241 visitas.

Publicado el 23 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Deseo y Posesión

Alejandro Dumas


Cuento


Las charadas ya no están de moda. ¡Qué tiempos tan buenos para los poetas eran aquellos en que Le Mercure proponía cada mes, cada quince días y, al final, cada semana una charada, un enigma o un logogrifo a sus lectores!

Pues bien, voy a revivir esa moda.

Dígame pues, querido lector o hermosa lectora —las charadas están hechas, sobre todo, para la mente perspicaz de las lectoras—, dígame de qué lengua proviene la alegoría siguiente.

¿Es sánscrito, egipcio, chino, fenicio, griego, etrusco, rumano, galo, godo, árabe, italiano, inglés, alemán, español, francés o vasco?

¿Se remonta a la Antigüedad, y está firmada por Anacreonte? ¿Es gótica, y está firmada por Carlos de Orleáns? ¿Es moderna, y está firmada por Goethe, Thomas Moore o Lamartine? ¿O no será, más bien, de Saadi, el poeta de las perlas, rosas y ruiseñores? ¿O bien...?

Pero no soy yo quien lo ha de adivinar, es usted.

Así que, querido lector, adivine.

He aquí la alegoría en cuestión.

Una mariposa reunía en sus alas de ópalo la más dulce armonía de colores: blanco, rosa y azul.

Como un rayo de sol iba revoloteando de flor en flor, y, cual flor voladora, subía y bajaba, jugando por encima de la verde pradera.

Un niño que intentaba dar sus primeros pasos por el césped tornasolado la vio y, de repente, se sintió invadido por el deseo de atrapar aquel insecto de vivos colores.

Pero la mariposa estaba acostumbrada a este tipo de deseos. Había visto cómo generaciones enteras se quedaban sin fuerzas persiguiéndola. Revoloteó delante del niño y fue a posarse a dos pasos de él; y, cuando el niño, ralentizando sus pasos y conteniendo la respiración, extendía la mano para cogerla, la mariposa alzaba el vuelo y recomenzaba su viaje desigual y deslumbrante.

El niño no se cansaba; el niño lo intentaba una y otra vez.


Información texto

Protegido por copyright
3 págs. / 6 minutos / 283 visitas.

Publicado el 23 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Castillo de Eppstein

Alejandro Dumas


Novela


PRIMERA PARTE

Introducción

Ocurrió durante una de esas prolongadas y maravillosas veladas que pasamos, durante el invierno de 1841, en la residencia florentina de la princesa Galitzin. En aquella ocasión, nos habíamos puesto de acuerdo para que cada uno contase una historia, un relato que, por fuerza, había de ser del género fantástico. Todos habíamos narrado ya la nuestra, todos menos el conde Élim.

Era un joven alto, rubio y bien parecido, delgado y pálido también. Mostraba, normalmente, un aspecto melancólico, que marcaba un fuerte contraste con accesos de alocada alegría que en ocasiones sufría, como si de una fiebre se tratase, y que se le pasaban de forma súbita, como un ataque. En su presencia, la conversación ya había versado sobre cuestiones semejantes; pero cada vez que le preguntábamos acerca de apariciones, aunque no fuera más que la opinión que tenía sobre el particular, siempre nos había respondido, con una sinceridad de las que no dejan lugar a dudas, que él creía en ellas.

¿Por qué? ¿Cuál era la causa de aquella seguridad? Nadie se lo había preguntado nunca. Además, en lo tocante a estas cosas, uno cree en ellas, o no, y no resulta fácil dar con una razón que explique el motivo de tal fe o de tal incredulidad. Por ejemplo, Hoffmann pensaba que sus personajes eran todos reales, y no le cabía ninguna duda de que había visto a maese Floh o de que había trabado conocimiento con Coppelius. Por eso, cuando ya se habían contado las más singulares historias de espectros, apariciones y fantasmas, y el conde Élim nos había comentado que creía en ellas, nadie dudó ni por un instante de que así fuese.


Información texto

Protegido por copyright
245 págs. / 7 horas, 9 minutos / 138 visitas.

Publicado el 19 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Drama de 1793

Alejandro Dumas


Historia, Crónica


Capítulo I

Sumario.—El rey vuelve a París.—Escarapela nacional.—La nación.—El león y el perro.—La Asamblea sigue los pasos del rey.—El palacio arzobispal.—Guerra declarada a las palabras.—Abandono de Versalles.—Madlle. de Montansier.—Mirabeau.—La ley marcial.—El panadero François.—Sus defensores.—Su muerte.—Su mujer.—Su hijo.—Se pide, discute y decreta la ley marcial.—Fleur d’Epine.—Socorros a la viuda del panadero.—Texto de la ley marcial.—Loustalot y Marat.—Mirabeau.—Lafayette. —Destierro del duque de Orleans.—El siervo del monte Jura.—Su recibimiento en la Asamblea.—Visitas hechas a las cárceles civiles y eclesiásticas.—Los votos.—Los judíos.—Los cómicos.—Los protestantes.—Rabaud-Saint-Etienne.—Errores de la Asamblea.—Electores.—Elegibles.—Ciudadanos activos y pasivos.—Robespierre y Gregorio.—Prieur de la Marne.—Camillo Desmoulins.—Las caricaturas.—Los bienes del clero.—El obispo de Autun.—Vacaciones de los parlamentos.—Esquelas funerales de convite.—El picadero.—Los caballos.—El cartel de teatro.—Los actores.—Los Bayos.—Los Negros.—Los Imparciales.


Hubiéramos podido titular esta obra Luis XVI y la Revolución; porque, en efecto, partiendo de la época en que principiamos nuestro relato, esto es, del 6 de octubre de 1789, Luis XVI y la Revolución se encuentran ya frente a frente.

La vuelta del rey a París, reconquistado, como dijo Bailly, por su pueblo, completado una manera lógica la insurrección que tuvo origen en la Bastilla y obligó al monarca a que dejase momentáneamente su palacio de Versalles para ir a reconocer en el Hôtel-de-Ville la escarapela tricolor como escarapela nacional.


Información texto

Protegido por copyright
548 págs. / 15 horas, 59 minutos / 123 visitas.

Publicado el 10 de febrero de 2019 por Edu Robsy.

El Hombre del Alfanje

Alejandro Dumas


Cuento


En Ferdj'Ouah vive un Jeque llamado Bou Akas ben Achour. Es uno de los nombres más antiguos de la región y puede encontrársele en la historia de las dinastías árabes y bereberes de Ibu Khaldoun.

Bou Akas tiene cuarenta y nueve años de edad. Viste a la usanza de los cabilas, esto es, una gandoura de lana ceñida por un cinturón de cuero y ajustada a la cabeza por un fino cordón. Lleva un par de pistolas en el tahalí, en el lado izquierdo usa la flissa de los cabilas y colgando del cuello un pequeño alfanje negro. Ante él camina el negro portaespadas y a su lado va un enorme podenco.

Cuando una tribu vecina a cualquiera de las doce que él gobierna le inflige alguna pérdida, no se toma el trabajo de lanzarse contra ella. Se contenta con enviar al negro a la ciudad principal para exhibir el arma de Bou Akas y la injuria es inmediatamente reparada.

Tiene a su disposición dos o tres tolbas que leen el Corán al pueblo. Todas las personas que pasan por su casa en peregrinación a la Meca reciben tres francos, permaneciendo en Ferdj'Ouah por cuenta del Jeque durante el tiempo que deseen. Pero si por ventura Bou Akas descubre que hospedó a un falso peregrino, ordena en seguida a sus emisarios que lo sigan, lo detengan donde quiera que lo encuentren, y que allí mismo le apliquen veinte bastonazos en las plantas de los pies.

Bou Akas a veces alimenta a trescientas personas y en lugar de participar del banquete, camina por entre los comensales con una vara en la mano, dirigiendo a los criados. Después, caso de que haya sobrado algo, come, pero siempre el último.


Información texto

Protegido por copyright
8 págs. / 14 minutos / 105 visitas.

Publicado el 23 de junio de 2016 por Edu Robsy.

12345