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Cómo San Eloy fue Curado de la Vanidad

Alejandro Dumas


Cuento


Caí en Domodossola en medio de una procesión típicamente italiana: una corporación de herradores festejaba a san Eloy. En mi ignorancia, siempre había creído que este bienaventurado era el patrón de los orfebres y el amigo del rey Dagoberto al que, en ocasiones, daba consejos bastante sensatos respecto a su atuendo; pero ignoraba por completo que hubiera sido alguna vez herrador. El estandarte, en el que estaba representado forjando su insignia, no me dejaba duda al respecto: lo único que me quedaba por esclarecer era a qué momento de su vida correspondía la acción que había inspirado al artista; pues esa vida santificada la conozco, más o menos, desde la entrada en casa del prefecto de la moneda hasta su nominación para ocupar el obispado de Noyon, y en todo eso no encontraba nada que pudiera aplicársele al espectáculo que tenía ante mis ojos. En consecuencia, me dirigí al jefe de posta pensando que, para una tradición relacionada con la herradura, él sería el mejor historiador que pudiera encontrar. Empezamos por acordar el precio del vehículo que debía llevarme de Domossola a Baveno; luego, una vez concretado el precio por el doble de lo que valía —tanta prisa tenía por regresar a la procesión—, obtuve sobre el padre de Oculi las informaciones biográficas que siguen. Aquí tienen la tradición tal como me fue transmitida en su ingenuidad primordial y en su sencillez primitiva: es inútil advertir que no garantizamos en absoluto su autenticidad.


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7 págs. / 13 minutos / 164 visitas.

Publicado el 23 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Caballero de Harmental

Alejandro Dumas


Novela


I. EL CAPITÁN ROQUEFINNETTE

Cierto día de Cuaresma, el 22 de marzo del año de gracia de 1718, un joven caballero de arrogante apariencia, de unos veintiséis o veintiocho años de edad, se encontraba hacia las ocho de la mañana en el extremo del Pont Neuf que desemboca en el muelle de L’École, montado en un bonito caballo español.

Después de media hora de espera, durante la que estuvo interrogando con la mirada el reloj de la Samaritaine, sus ojos se posaron con satisfacción en un individuo que venía de la plaza Dauphine.

Era éste un mocetón de un metro ochenta de estatura, vestido mitad burgués, mitad militar. Iba armado con una larga espada puesta en su vaina, y tocado con un sombrero que en otro tiempo debió de llevar el adorno de una pluma y de un galón, y que sin duda, en recuerdo de su pasada belleza, su dueño llevaba inclinado sobre la oreja izquierda. Había en su figura, en su andar, en su porte, en todo su aspecto, tal aire de insolente indiferencia, que al verle el caballero no pudo contener una sonrisa, mientras murmuraba entre dientes:

—¡He aquí lo que busco!

El joven arrogante se dirigió al desconocido, quien viendo que el otro se le aproximaba, se detuvo frente a la Samaritaine, adelantó su pie derecho y llevó sus manos, una a la espada y la otra al bigote.

Como el hombre había previsto, el joven señor frenó su caballo frente a él, y saludándole dijo:

—Creo adivinar en vuestro aire y en vuestra presencia que sois gentilhombre, ¿me equivoco?

—¡Demonios, no! Estoy convencido de que mi aire y mi aspecto hablan por mí, y si queréis darme el tratamiento que me corresponde llamadme capitán.

—Encantado de que seáis hombre de armas, señor; tengo la certeza de que sois incapaz de dejar en un apuro a un caballero.

El capitán preguntó:

—¿Con quién tengo el honor de hablar, y qué puedo hacer por vos?


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239 págs. / 6 horas, 58 minutos / 109 visitas.

Publicado el 12 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Paje del Duque de Saboya

Alejandro Dumas


Novela


I. El campamento de Carlos V y sus alrededores

Trasladémonos sin prólogo ni preámbulo a la época en que reinan Enrique II en Francia, María Tudor en Inglaterra, y Carlos V en España, Alemania, Flandes, Italia y las dos Indias, o lo que es igual, en la sexta parte del mundo.

Empieza la escena en el día 5 de mayo de 1555, cerca de la pequeña ciudad de Hesdin-Fert, recién reedificada por Manuel Filiberto, príncipe del Piamonte, para reemplazar la de Hesdinle-Vieux, por él tomada y destruida en el año anterior; y, por lo tanto, nos hallamos en la parte de la Francia antigua, que a la sazón llamaban Artois, y en el día denominamos departamento del Paso de Calais. Decimos Francia antigua, porque el Artois estuvo unido por poco tiempo al patrimonio de nuestros reyes por Felipe Augusto, vencedor de San Juan de Acre y de Bouvines. Transmitido en 1180 a la casa de Francia y cedido en 1237 por San Luis a Roberto, su hermano menor, perdióse en manos de Mahaud, Juana I y Juana II, pasando luego al conde Luis de Mâle, cuya hija lo transmitió con los condados de Flandes y Nevers, a la casa de los duques de Borgoña. Por último, muerto Carlos el Temerario, el día en que María de Borgoña, última heredera del famosísimo nombre y de los innumerables bienes de su padre, unióse con Maximiliano, hijo del emperador Federico III, fue a unir su nombre y riquezas al dominio de la casa de Austria, los que desaparecieron en él como un río en el océano.


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513 págs. / 14 horas, 59 minutos / 82 visitas.

Publicado el 11 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Georges

Alejandro Dumas


Novela


I. LA ISLA DE FRANCIA

¿No te ha sucedido alguna vez, durante una de esas largas, tristes y frías veladas de invierno, que, hallándote sólo con tus pensamientos, oyeras soplar el viento por los pasillos y la lluvia tamborilear en las ventanas? ¿No te ha sucedido que, con la frente apoyada en la chimenea, y mirando, sin ver, las ascuas chisporrotear en el hogar, no te ha sucedido, decía, que sintieras grima por nuestro clima sombrío, nuestro París húmedo y fangoso, y soñaras con un oasis encantado, tapizado de hierba y lleno de frescor, donde, en cualquier estación del año, al borde de un manantial de agua fresca, al pie de una palmera o a la sombra de los yambos, pudieras adormecerte poco a poco entre una sensación de bienestar y languidez?

Pues bien, ese paraíso que soñabas existe; ese edén que ambicionabas te está esperando; ese arroyo que debe acunar tu somnolienta siesta cae en cascada y se convierte en espuma; la palmera que debe albergar tu sueño ofrece a la brisa del mar sus largas hojas, semejantes al penacho de un gigante. Los yambos, cubiertos de frutos irisados, te ofrecen su fragante sombra. Sígueme, ven conmigo.

Ven a Brest, esa ciudad hermana de la comerciante Marsella, centinela armado que vela sobre el océano. Y aquí, de entre el centenar de barcos que se refugian en su puerto, escoge una de esas bricbarcas de fondo estrecho, velas ligeras y mástiles esbeltos, como las de los osados piratas que describe el rival de Walter Scott, el poético novelista de la mar. Justamente estamos en septiembre, el mes propicio para los largos viajes. Sube a bordo del navío al que hemos confiado nuestro destino común, dejemos atrás el verano y boguemos al encuentro de la primavera. ¡Adiós, Brest! ¡Hola, Nantes! ¡Hola, Bayona! ¡Adiós, Francia!


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373 págs. / 10 horas, 53 minutos / 61 visitas.

Publicado el 10 de febrero de 2019 por Edu Robsy.

Historia de una Cortesana

Alejandro Dumas


Novela


Prólogo

Sobre las cinco de la tarde del 14 de enero de 1815, un sacerdote precedido de una vieja que parecía servirle de guía, caminaba por entre la nieve que se extendía desde el villorrio de Wimille al pequeño puerto de Ambleteuse, situado entre Boulogne y Calais, y en el cual Jacobo II, expulsado de Inglaterra, desembarcó en 1688. El paso del sacerdote era precipitado, como si alguien lo esperase con impaciencia; y para, resguardarse del viento incómodo, y frío que soplaba, de las costas de Inglaterra, iba envuelto en su manteo. Crecía la marea, y se percibía el mugido, de las olas confundido con el áspero ruido de los guijarros que el flujo y reflujo arrojaba a la playa.

Al cabo de media hora de caminar por un sendero que señalaba una doble hilera de macilentos olmos, desnudos en invierno, por los rigores de la estación, maltrechos en verano por la acción de los vientos del mar, la vieja, desviándose hacia la derecha, tomó por un camino apenas visible bajo la nieve que lo cubría, y que conducía, a una pequeña casa edificada en la ladera de una colina que dominaba el paisaje. A través de los vidrios de la ventana se distinguía un punto luminoso, única señal que denunciaba la presencia de esta vivienda completamente perdida en la obscuridad.

Diez minutos bastaron a los dos viajeros para llegar al umbral de la puerta, que se abrió en el acto, al tiempo que una voz fresca y dulce dijo con ligero acento, inglés:

—¡Venga usted, señor abad!; mi madre le espera impaciente.

La vieja se apartó para dar paso al clérigo, tras el cual penetró en la choza. La joven cerró la puerta, y en la pieza inmediata, la única que estaba alumbrada, hizo ademán de señalar a un mujer que con dificultad se incorporaba en el lecho.

—¿Es él? —preguntó la enferma, en inglés y con voz débil.

—Sí, madre mía —respondió la joven en el mismo idioma.


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688 págs. / 20 horas, 5 minutos / 144 visitas.

Publicado el 9 de febrero de 2019 por Edu Robsy.

La Bofetada a Charlotte Corday

Alejandro Dumas


Cuento


—Soy —dijo— hijo del famoso Comus, físico del rey y de la reina; mi padre, al que su apodo burlesco hizo que lo incluyeran entre los prestidigitadores y charlatanes, era un sabio distinguido de la escuela de Volta, de Galvani y de Mesmer. Fue el primero que, en Francia, se ocupó de fantasmagoría y de electricidad, pronunciando conferencias de matemáticas y de física en la corte.

"La pobre María Antonieta, que yo vi veinte veces, y que más de una vez me tomó de las manos y me besó cuando estaba recién llegada a Francia, es decir, cuando yo era un niño, María Antonieta era gran admiradora suya. A su paso por París, en 1777, el emperador Joseph II declaró que no había visto nada más curioso que Comus.

"En medio de todo eso, mi padre se ocupaba de la educación de mi hermano y de la mía, iniciándonos en todo cuanto sabía de ciencias ocultas y en un montón de conocimientos galvánicos, físicos, magnéticos, que hoy son ya de dominio público, pero que en aquellos momentos eran secretos, privilegio sólo de unos pocos; el título de físico del rey, hizo que mi padre fuera encarcelado en 1793; pero, gracias a algunas amistades que yo tenía en la Montaña, conseguí que lo liberaran. Mi padre se retiró a esta misma casa en la que vivo ahora, y falleció en 1807, a la edad de setenta y seis años.

"Volvamos a mí. Acabo de mencionar mi amistad con miembros de la Montaña. Estaba relacionado efectivamente con Danton y con Camille Desmoulins. A Marat lo había conocido más como médico que como amigo. Pero, en fín, lo había conocido. Como consecuencia de la relación que tuve con él, por corta que fuera, el día en que condujeron a la señorita de Corday al cadalso, decidí asistir a su ejecución."

—Yo iba exactamente —interrumpí— a ayudarle en su discusión con el doctor Robert acerca de la persistencia de la vida, contando un hecho que la historia ha consignado relativo a Charlotte de Corday.


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4 págs. / 7 minutos / 105 visitas.

Publicado el 23 de junio de 2016 por Edu Robsy.

La Dama de Monsoreau

Alejandro Dumas


Novela


I. Las bodas de San Lucas

El domingo de carnaval del año de 1578, después de la fiesta del pueblo, y en tanto se extinguían en las calles de París los rumores de aquel alegre día, comenzaba una espléndida función en el magnífico palacio recién construido al otro lado del río y casi enfrente del Louvre por cuenta de la ilustre familia de los Montmorency, que, aliada con la familia real, igualaba en categoría a la de los Príncipes.

Esta función particular, que sucedía a la función pública, tenía por objeto festejar las bodas de Francisco de Epinay de San Lucas, grande amigo del Rey Enrique III, y uno de sus favoritos más íntimos, con Juana de Cossé-Brisac, hija del Mariscal de Francia de este nombre.

Celebrábase el banquete en el Louvre, y el rey, que difícilmente había consentido en que se efectuase aquel matrimonio, se presentó en el festín con el rostro severo e impropio de las circunstancias. Su traje, además, se hallaba en armonía con su rostro: era aquel traje color de castaña obscuro con que Clouet nos le ha pintado, presenciando las bodas de Joyeuse; y aquella especie de espectro real, serio hasta la majestad, tenía helados a todos de espanto, y principalmente a la joven desposada, a quien miraba de reojo cada vez que la miraba.

Sin embargo, nadie parecía extrañar la actitud sombría del rey en medio de la alegría del festín, pues que tenía por origen uno de esos secretos del corazón que el mundo costea con precaución como escollos a flor de agua, contra los cuales es seguro de estrellarse apenas se les toca.

Apenas terminó el banquete, se levantó el rey bruscamente, y todos, hasta los que confesaban en voz baja su deseo de permanecer sentados a la mesa, se vieron obligados a seguir el ejemplo del monarca.

Entonces San Lucas dirigió una mirada a su mujer, como si quisiera hallar en sus ojos el valor que le faltaba, y acercándose al rey, le dijo:


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867 págs. / 1 día, 1 hora, 18 minutos / 152 visitas.

Publicado el 11 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Hija del Marqués

Alejandro Dumas


Novela


I. Los voluntarios del 93

El 4 de junio de 1793 salían de París, por la puerta de la Villette, dos coches de posta, uno de ellos tirado por cuatro caballos y el otro por dos.

Dado los tiempos que corrían, era un gran lujo que dos coches de posta saliesen de París sin más explicaciones.

Del segundo coche, una especie de calesa descubierta, lo que por otra parte indicaba que las tres personas que la ocupaban nada tenían que temer de la policía, salió un hombre de unos cuarenta y cinco a cuarenta y seis años, vestido totalmente de negro y, cosa extraordinaria en aquel entonces, con calzón corto y corbata blanca.

Por ello, su sola presencia avivó la curiosidad de la guardia, que le rodeó, sin prestar atención a los dos o tres viajeros, que permanecieron en el interior y que llevaban el uno el uniforme de sargento del ejército voluntario y el otro el de ciudadano, es decir, gorro rojo y chaquetilla. Pero apenas el hombre vestido de negro hubo enseñado sus documentos, el círculo creado a su alrededor se disolvió, después de haber echado una rápida mirada, puramente rutinaria, al interior del primer coche y levantar la lona que lo cubría.

Evidentemente, en este hombre vestido de negro habrán reconocido mis lectores a Monsieur de París, quien se dirigía hacia Chálons con el segundo de sus ayudantes, llamado Legros, y el hijo de uno de sus amigos, llamado León Milcent, sargento de voluntarios, para entregar una bella guillotina, totalmente nueva, a los «maratistas», del estado del Mame que iba a inaugurarse y quizá pusiese en movimiento el verdugo de París en persona.


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358 págs. / 10 horas, 28 minutos / 141 visitas.

Publicado el 11 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Reina Margot

Alejandro Dumas


Novela


PRIMERA PARTE

I. EL LATÍN DEL DUQUE DE GUISA

El lunes 18 de agosto de 1572 se celebraba en el Louvre una gran fiesta.

Las ventanas de la gran residencia, habitualmente a oscuras, se hallaban profusamente iluminadas; las calles y las plazas contiguas, siempre solitarias en cuanto se oían las nueve campanadas en Saint—Germain d'Auxe­rre, estaban, aun siendo ya media noche, atestadas de gente. Aquella multitud apretujada, amenazadora y es­candalosa parecía en la oscuridad de la noche un mar tenebroso y revuelto, cuyo ímpetu rompía en oleadas murmuradoras y cuyo caudal, desembocando por la calle de Fossés—Saint—Germain y por la de l'Astruce, fluía al pie de los muros del Louvre, batiendo con su reflujo las paredes del palacio de Borbón, que se elevaba enfrente.

A pesar de la fiesta real, o quizá debido a ella, la mu­chedumbre ofrecía un aspecto poco tranquilizador. El pueblo ignoraba que semejante solemnidad, en la que tan sólo tomaba parte como simple espectador, no era sino el preludio de otra, aplazada para ocho días des­pués, a la que sí sería convidado y a la que asistiría sin recelo alguno.

Celebraba la corte las bodas de doña Margarita de Valois, hija del rey Enrique II y hermana del rey Carlos IX, con Enrique de Borbón, rey de Navarra. Aque­lla misma mañana, el cardenal de Borbón los había ca­sado, sobre una tribuna erigida frente a la puerta de Nótre—Dame, siguiendo el ceremonial de rigor en las bodas de las princesas de Francia.


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660 págs. / 19 horas, 16 minutos / 102 visitas.

Publicado el 16 de junio de 2016 por Edu Robsy.

La Sirena del Rin

Alejandro Dumas


Cuento


El hada Lore era una bella jovencita de diecisiete a dieciocho años, tan bella que los barqueros que descendían el Rin, por mirarla, olvidaban el cuidado de sus barcos e iban a estrellarse contra los riscos; no había día que no hubiera que deplorar una nueva desgracia.

El obispo que vivía en la ciudad de Lorch oyó hablar de aquellos accidentes, tan frecuentemente reiterados que parecían ser resultado de una nefasta influencia, y cuando las jóvenes, las esposas y las madres de los que había hecho perecer, acudieron con sus ropas de luto a acusar a la bella Lore de magia, el obispo la convocó a comparecer ante él.

La bella Lore prometió acudir, pero el día que debía hacerlo lo olvidó, de tal manera que el obispo envió a dos de sus hombres a detenerla. Esos hombres la encontraron, según su costumbre, sentada sobre una roca: estaba cantando una antigua balada como las que cantan las nodrizas a los niños que acunan y, sin ofrecer resistencia, se levantó y los siguió.

Muy pronto compareció ante el obispo. El obispo quería interrogarla severamente, pero apenas la vio, bajo el efecto del hechizo universal, clavó sus ojos en los de ella; luego, con una entonación que delataba la piedad que sentía por la joven:

—¿Es cierto, bella Lore —le dijo— que es usted una maga?

—¡Ay! ¡ay! monseñor —respondió la pobre chica— si fuera maga, habría tenido poderes para retener a mi enamorado, y mi enamorado no se habría marchado; y así, no pasaría yo los días y las noches esperándolo sobre una roca, cantando la balada que tanto le gustaba.


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12 págs. / 22 minutos / 123 visitas.

Publicado el 23 de junio de 2016 por Edu Robsy.

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