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autor: Alejandro Larrubiera etiqueta: Cuento


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A Cadena Perpetua

Alejandro Larrubiera


Cuento


Veinte años hacía que no sabíamos palabra uno del otro; así es que al encontrarnos la otra mañana en plena Puerta del Sol, ambos nos quedamos un momento indecisos, cambiando una mirada de alegría y de sorpresa.

Previo un abrazo muy fuerte, Quintín Páramo exclamó:

—¡Estás desconocido!...

—¡Pues lo que es tú!...

—¡No me hables!... Yo estoy hecho un carcamal.

—¡No exageres!... Á los cuarenta años aún podemos decir que nos encontramos en la flor de la vida.

—Una flor que empieza á amustiarse y que ya ha dado todo su aroma —suspiró Quintín melancólicamente.

Entrelazó su brazo al mío, y prosiguió con el hablar pintoresco, que es la característica de su lenguaje:

—¡Bendigamos á la Providencia por nuestro feliz encuentro y celebrémosle hartándonos de bazofia en cualquier «restaurant» baratito... el que tú quieras: en todos ellos dan de comer pechuga de pollo fósil... Mi amistad te brindaría con Lhardy... Pero, odio á este famoso halagador de estómagos bien relacionados con el bolsillo... Figúrate que toda mi vida me he dicho: «¿Cuándo comeré yo en casa de ese hombre?...» Y nunca he comido en ella, ni comeré... Es una de tantas ilusiones forjadas por la loca de la casa, que en mí es más loca que en nadie, pues sólo sabe fabricar quimeras...

—Menos ésta, que puede trocarse en realidad... Vamos á Lhardy.

—¡Gracias, alma generosa!... Pero no acepto el sacrificio, porque de entrar yo en Lhardy ha de ser como Lúculo en su casa.


* * *


Habíamos almorzado; el vaho del Moka fundíase con el humo de nuestros cigarros.

Era llegado el momento de las confidencias.

Quintín hablaba:


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Publicado el 18 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

La Barca del Olvido

Alejandro Larrubiera


Cuento


¡Qué tarde más triste!… El cielo era de plomo y el mar aparecía negruzco. Ahí en la playa estaba todo el pueblo mirando atentamente hacia el límite en que agua y nubes se fundían en un beso tétrico.

Las mujeres, formando un gran grupo, gimoteaban; los hombres discutían las probabilidades de que las barcas que habían salido á la pesca de la sardina pudiesen ganar la playa; los chicos, atemorizados, permanecían quietos mirando estúpidamente, ora á las encrespadas olas que ribeteadas de hirviente espuma venían á morir á sus pies, ora á los grupos de hombres y mujeres que los rodeaban. La voz de bronce de la aldea tocaba el Ángelus y sus vibraciones eran ahogadas por el ruidoso oleaje.

Nela, la hija del señor Quim, el pescador más arrojado de la costa, era la única mujer que permanecía alejada de sus convecinas. Habíase sentado en una peña, y con los codos sobre las rodillas apoyaba la cabeza entre ambas manos, muda é insensible á todo lo que no fuera aquel mar sombrío que parecía salmodiar un fúnebre canto, seguía con ansiedad de loca la marcha tumultuosa de las olas.

Las mujeres de la playa mirábanla de vez en cuando y meneaban con significativa expresión la cabeza: los hombres la señalaban con el dedo.

Era la que más sufría en aquel instante.

Quico, su prometido, estaba en el mar.

Al día siguiente, domingo, debía verificarse su boda, cumplir su anhelo constante, porque Nela quería á Quico como quiere la mujer virgen que entreabre su espíritu al ardiente soplo del amor.

Quico… ¿Me prometéis el secreto? Quico no quería á Nela. Se casaba sí, por ser dueño .. de la mejor barca que había en toda la costa.

Otra mujer antes que Nela había refrenado el albedrío del ambicioso: esa mujer ahora, despechada, lloraba la muerte de sus ilusiones.

Y nadie, nadie le hacía caso: lo más que le decían para consolarla era:


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Publicado el 27 de julio de 2023 por Edu Robsy.

La Famosa Historia de Maese Antón

Alejandro Larrubiera


Cuento


La amplia cocina de maese Antón hallábase en tal noche de Nochebuena, hace de esto ya siglos, iluminada por la alegre y chisporroteadora llama de los verdosos troncos que se consumían en el llar, y por los monumentales candiles de hierro que pendían de la ahumada y robliza techumbre, decorada con lomos, chorizos, jamones, morcillas y otros substanciosos fililíes; las luces de los candiles semejaban almendras de oro flotantes en un espacio neblinoso.

Las mejillas y las narices de los comensales tenían un sospechoso barniz de escarlata; chispeaban los ojos y sonreían las bocas; habíase dado fin al pantagruelesco banquete, que empezó pasadas las doce de la noche. Maese Antón y su mujer, la hermosa Fredegunda, y los dos oficiales y los seis aprendices de la herrería considerábanse, en tal hora y en tal sitio, como los seres más venturosos de la tierra, que no hay cosa que despierte más pronto el regocijo en almas buenas y sencillas, libres de inquietud y de ambición, que una cena espléndida, pródigamente rociada con vinillo de lo añejo.


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10 págs. / 17 minutos / 55 visitas.

Publicado el 18 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

Grandeza Humana

Alejandro Larrubiera


Cuento


I

Gartus era un fantasmón que se había adueñado del ánimo de sus súbditos como el diablo de las almas cándidas: aterrorizándolas.

«¡Noche nefasta aquélla! —contaban los padres á sus hijos, después de cerciorarse de que nadie sorprendería su relato.— Los elementos asolaban la tierra; llovía á mares, silbaba el huracán, tronaba el cielo y abríanse las nubes con ramalazo de deslumbrante luz. En tal noche, una horda capitaneada por Gartus, sorprendió la guardia de palacio y asesinó al rey, un pobrecito rey que se pasaba las horas muertas ensayando la quiromancia. La horda habría sacrificado también á Albio, el príncipe heredero, si un viejo servidor no le pusiera en salvo huyendo con él á campo traviesa.»

Gartus, después de afianzarse en el trono, contentó á los perdularios que le habían ayudado á su encumbramiento colmándolos de honores y riquezas.

De vez en vez producíale mayor espanto la vista de su corte formada por los cómplices suyos en el regicidio, y para ahorrarse temores fué poco á poco y de manera astuta eliminándolos del libro de los vivos: así, el crimen primero es la piedra angular sobre la cual la inquietud del asesino levanta inacabable pirámide de crímenes y horrores.

II

En los ratos que se veía solo, espantábase de sí mismo, de la sombra que proyectaba su cuerpo, y cualquier ruido hacíale temblar y con medroso recelo su diestra acariciaba el puñal que constantemente traía colgado al cinto.

Cerraba los ojos porque todo cuanto le rodeaba, muebles, tapias, armaduras, transformábanse para él en sores monstruosos que se agitaban con convulsiones epilépticas mientras repetían con voz trágica: «¡Asesino! ¡Asesino!»

Y al cerrar los párpados, convertíase la oscuridad en que los ojos se sumían, en claridad rojiza que parecía inundar por dentro el cuerpo de Gartus abrasándoselo.


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Publicado el 22 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

Prueba Infernal

Alejandro Larrubiera


Cuento


I

Antojósele á S. M. el diablo —gran padre de antojos— averiguar si eran cuentos chinos lo que a propósito del amor decíanle cuantos infelices caían en la morada infernal, y con ánimo torcido (que cosa derecha no ha de hacer quien con lo tortuoso goza) se disfrazó de persona decente estéticamente hablando, es decir, quitóse los cuernos y el rabito clásicos con que le describen las viejas y le pintan en retablo los fantaseadores del arte pictórico.

Asi arreglado como cualquier hijo de vecina que tiene dinero y gusto para vestirse, «surgió» Papá Botero á la haz terrestre, y como no era oportuno el corretear solo por este solarón ni mucho menos era práctico para hacer la prueba que intentaba, el señor demonio se trajo consigo una de las más deslumbrantes bellezas que encerraba en su vastísimo palacio. Era Zoa —así se llamaba la prójima— de lo más hermoso que pudiera soñarse y la tan acreditada tía Javiera de la hermosura, la Venus de Milo avergonzaríase —si es posible que una estatua se avergüence— de haber tenido engañada á la humanidad por espacio de muchos años á propósito de su singular y harmónica belleza femenil. Con decirles á Vdes. que al propio Lucifer se le hacía la boca agua al contemplar la plasticidad de su súbdita, creo decirlo todo. Y si, aún tú, lector malévolo, encontraras ditirámbicas mis afirmaciones, cierra por un segundo los ojos é imagínate la mujer más bellísima que para ti quisieras y esa es la fulana de mi historia. Y con esto ahorraremos, yo el buscar epítetos, y tú el cansancio de leerlos.

Con tan amable compañera, bien repleto el bolsillo de pecuniam dineritis, que no porque fuese S. M. diabluna, iba á eximirse de pagar como cualquier fulano lo que se la antojase comprar, halláronse Lucifer y Zoa en una carretera cierta tardecita de verano.


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2 págs. / 5 minutos / 46 visitas.

Publicado el 20 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

El Quijote de la Boardilla

Alejandro Larrubiera


Cuento


Era un ente extraño y estrambótico el vecino de la boardilla. Vivía en ella completamente solo, y, a no ser por la portera (unico ejemplar de la especie humana con el cual se comunicaba), tomárase a D. Miguel por uno de esos filósofos recalcitrantes que odian al prójimo y viven y mueren en el mundo como plantas parásitas.

D. Miguel vivía como el caracol, siempre metido en su concha, y solo se permitía el exceso de salir de ella una voz al mes.

Cosa extraña era, a la verdad, tal régimen, y mas extraña era la catadura que ofrecía el dicho inquilino cuando salía a la calle a hacer su visita mensual.

Y si extrañas eran estas circunstancias, no le iban en zaga los atavíos con que adornaba su escuálida, amojamada y peregrina personalidad.

Eran aquellos unos zapatones de cuero con mas años, acaso, que céntimos tiene una peseta; unos pantalones azules de ancha campana, tan ancha, que se podía tomar muy bien como modelo en tela de la célebre de Toledo; un chaleco con solapas de a tercia; un gabán de color indefinible, largo, ancho y lleno de lamparones; y como remate un sombrero de copa, coetáneo de los zapatos, y todo el lleno de bollos y con el pelo planchado al revés por los anos.

A esto, que le daba aspecto de trapero de tiempos de O’Donnell agréguense una bufanda de lana que D. Miguel malamente se anudaba al cuello, y un bastón, mejor cayado, en que apoyaba su descarnada diestra, y burla burlando hemos dado a conocer los trapitos con que el vecino de la boardilla se emperejilaba para efectuar su excursioncita mensual.

Era también de notar que siempre que regresaba de esta volvía acompañado de un mozo de cuerda que traía a la mano y con sumo cuidado varias cosas de formas y hechuras heterogéneas, muy envueltas en periódicos y atadas con bramantes.

La ociosidad, dicen, es madre de todos los vicios; pero yo tengo que la curiosidad lo es de todas nuestras flaquezas morales.


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4 págs. / 7 minutos / 82 visitas.

Publicado el 27 de julio de 2023 por Edu Robsy.

El Reloj del Amor

Alejandro Larrubiera


Cuento


I

El espejo es el acusador más terrible de la mujer, sobre todo de las hijas de Venus: refleja los estragos de su vida licenciosa, las arrugas que contraen la epidermis, el cerco tenebroso que orla las mejillas, el prematuro hundimiento de los ojos que parecen esconderse avergonzados de ser testigos de tanta rijosa complacencia, la resecura de los labios, la pérdida del coral de las encías, la ruina, en fin, del organismo.

Así se veía Amparo, aquella mujer para la cual el amor tranquilo é idealísimo de dos almas que se arrullan como tórtolas fué siempre tema de burlas é ironías.

Y al verse tan vieja, sentía impulsos de romper la luna de azogue que en no muy lejanos tiempos copiaba un irreprochable perfil femenino, turgente, unos ojos borrachos de vida, unos labios de granada abierta, un cuello y unos brazos redondeados como los de la estatuaria griega: una mujer hermosa, con todas las seducciones, con todas las plasticidades de la Afrodita.

II

Aquella tarde, Amparo libraba la única y más grande batalla de su vida.

Quería saber positivamente si un hombre correspondería ó no á la pasión que en ella había despertado con las exigencias peregrinas de una pureza envuelta en nimbos del mayor romanticismo.

El corazón de aquella mujer resucitaba para el amor con todas las vehemencias de un tirano proscripto que triunfa y reclama sus derechos,


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Publicado el 20 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

La Hada de los Ojos Verdes

Alejandro Larrubiera


Cuento


¡Ay de aquellos que no posean una flor
de la hada de los ojos verdes!

I

Era el amanecer de un día de mayo: el mes de las flores, del amor y de las hadas: las tres cosas más espirituales que pueden existir en el mundo; la aurora, como maga invisible, recogía los negros tules en que aparecía envuelto el bosque; los árboles, que en la noche semejaban medroso batallón de gigantes que dormía un sueño agitado, mostrábanse en toda su lozanía cuajados de hojas y de canciones; al pie de uno de estos árboles había un hombre joven vestido de pastor.

Dormía, y su sueño debía ser tan alegre como la aurora de aquel día, por cuanto en su rostro dibujábase una sonrisa. ¿Quién sabe si el amor, el interés ó alguna de esas ocultas ambiciones del espíritu satisfarían éste en la quimérica realidad del sueño?..

Los rayos del sol naciente vinieron á despertar al joven, el cual, refregándose los ojos, miró en torno suyo, y al verse así, tan solo, al pie de un árbol, hizo un gesto de asombro.

—¡Todo mentira!, balbuceó con acento de amargura.

Y poniéndose en pie, echó á andar por entre el laberinto del bosque; andaba el pastor á paso tardo, la cabeza inclinada al pecho, caídos los brazos: como anda quien se ve bajo el peso de una gran preocupación.

—¡Sería yo tan feliz!, pensaba en voz alta, poco cuidadoso de que los pájaros interrumpiesen sus cantos para escucharle. Si yo poseyera como el amo una casa, un huerto y un millar de ovejas, podría atreverme á hablar á Marcela, la hija del señor alcalde… ¡Y sería dichoso, dichosísimo: no me cambiaría por ningún rey ni príncipe, porque el que se case con Marcela puede decir que se casa con la propia felicidad!

Y moviendo tristemente la cabeza continuó:


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Publicado el 27 de julio de 2023 por Edu Robsy.

La Mujer de Palo

Alejandro Larrubiera


Cuento


La Fama, que muchas veces trompetea á tontas y á locas, pregonaba que no había en la patria del Cid mortal tan venturoso como el mesonero de Pedrules, Juan Otáñez, marido de la mujer más gentil, graciosa y encantadora que hubo de verse metida en el rudo tráfago de hospedar la variada y pintoresca muchedumbre de viandantes que hacían su camino por tierra de Castilla.

Por hombre dichoso teníase á Otáñez; su mesón era uno de los más frecuentados en muchas leguas á la redonda; en su gaveta escondíanse prudentemente, para evitar deslumbres de ojos y malos pensamientos, algunos centenares de áureos redondelitos sellados con la efigie del señor rey D. Felipe III; ningún marido más afortunado, por ser Maricruz, su mujer, dechado de gracias y perfecciones pertinentes al cuerpo, y de aquellas, más preciadas y perennales, del alma.

Pero, la felicidad es fruto que nadie saborea con entera placidez: al envidiado y envidiable Otáñez amargábale el dulzor de sus venturas el acíbar de los celos, que era el mesonero sobrado receloso, sin duda por el natural temor que en los varones avisados y prudentes pone un excesivo y continuado bienestar.


* * *


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Publicado el 18 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

Cuarto Menguante

Alejandro Larrubiera


Cuento


I

Hombre mas crédulo y aprensivo que D. Lucas, el boticario, dudo que exista. Antes de levantarse se santigua, como buen cristiano que es, y procura que el pie derecho sea el primero que pise la alfombrilla que tiene delante de la cama: colócase las babuchas; y en paños menores, luciendo unos calzoncillos y camiseta de bayeta roja, que le hacen parecer un enorme cangrejo cocido, atisba desde los cristales del balcón si el cielo está raso y si muestra el sol su ardiente cara. Se sonríe si así ocurre; si no, masculla con gesto contristado:

—¡Malorum! ¡Malorum!...

A este D. Lucas, mi vecino, no hay cosa que más tristón le ponga que sea martes, mayormente si es día trece, ni bicho que más le azore que un moscardón zumbando por encima de su calva —que el hombre perdió el pelo en lucha consecutiva con 60 inviernos.

Si casualmente en la calle tropieza con algún carro fúnebre, es seguro que por la noche, á trueque de asfixiarse, se echa por encima de la cabeza los embozos de sábanas, mantas y colcha. Y aun así y todo, sueña con que el incógnito difunto ha dado en la gracia de colarse, por arte de birlibirloque, en la alcoba.

Si el tal carro no lleva su triste carga, D. Lucas, con las manos metidas en los bolsillos, gruñe:

—Hoy recibo yo algún desengaño gordo.

En lo cual no miente; porque, ¿quién no recibe al día un desengaño, y aun ciento?...

Si en la vecindad aulla algún perro, D. Lucas, cruzándose de brazos, murmura proféticamente:

—¡Ya ha caído pieza!

Es decir, algún vecino está para liárselas al otro barrio. Y D. Lucas se impresiona, «enfunebreciéndose», y en la farmacia no da pie con bola, y despacha crémor tártaro por bicarbonato, y cosas por el estilo, y en casa ni almuerza, ni come, ni sabe en dónde puso las babuchas, ni en dónde dejó La Correspondencia, preocupado con la defunción anunciada por el chucho.


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Publicado el 20 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

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