Textos mejor valorados de Ambrose Bierce | pág. 2

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autor: Ambrose Bierce


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Uno de los Desaparecidos

Ambrose Bierce


Cuento


Jerome Searing, soldado raso del ejército del general Sherman, que entonces combatía al enemigo en Kermesaw Mountain, Georgia, dio la espalda al pequeño grupo de oficiales con los que había estado conversando en voz baja, atravesó una estrecha franja de trincheras y desapareció en el bosque. Ninguno de los hombres alineados tras las trincheras le dijo una palabra, y apenas él les dirigió un movimiento de cabeza al pasar, pero todos los que lo vieron comprendieron que a aquel valiente acababan de confiarle una misión peligrosa. Jerome Searing, aunque era soldado raso, no servía en las filas; por razones de servicio estaba destacado en el cuartel general de la división, y en las listas figuraba como asistente. «Asistente» es una palabra que comprende multitud de obligaciones. Un asistente puede ser un mensajero, un oficinista, el criado de un oficial... cualquier cosa. Puede realizar servicios que no están previstos en las instrucciones y reglamentaciones militares. Su naturaleza puede depender de las aptitudes del asistente, del favor de otros o de la mera casualidad. El soldado Searing, un incomparable tirador, joven, fuerte, inteligente e insensible al miedo, era explorador. Al general que comandaba su división no le satisfacía obedecer ciegamente las órdenes, sin saber qué era lo que había frente a sus tropas, incluso cuando éstas no se hallaban destacadas en servicio y sólo formaban una fracción del ejército en línea; ni le agradaba recibir la información por sus vis—á—vis a través de los canales acostumbrados, Quería saber más de lo que le informaban los mandos del ejército y los choques entre los destacamentos y los tiradores. Para ello estaba Jerome Searing, con su audacia extraordinaria, su conocimiento del bosque, sus observadores ojos y su veracidad en el relato.


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14 págs. / 25 minutos / 72 visitas.

Publicado el 26 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Fábulas Fantásticas

Ambrose Bierce


Cuento, Fábula


1. El Principio Moral y el Interés Material

Un Principio Moral se encontró con un Interés Material en un puente tan estrecho que sólo permitía el paso de uno de los dos.

—¡Al suelo, cosa vil! —tronó el Principio Moral—. ¡Te pasaré por encima!

El Interés Material se limitó a mirar al otro a los ojos sin hablar.

—Ah —dijo el Principio Moral, vacilante—, sorteemos quién se aparta y quién pasa primero.

El Interés Material mantuvo el cerrado silencio y la firme mirada.

—Para evitar un conflicto —prosiguió el Principio Moral, un poco incómodo—, me tiraré al suelo y tú me pasarás por encima.

Entonces el Interés Material encontró una voz, que por extraña coincidencia era la suya.

—Como alfombra no eres gran cosa —dijo—. Soy un poco exigente con lo que piso. Prefiero que te tires al agua.

Eso ocurrió.

2. La máquina voladora

Un Hombre Ingenioso que había construido una máquina voladora invitó a un grupo numeroso de personas a verla subir. A la hora señalada, con todo preparado, el hombre entró en la máquina y la puso en marcha. El aparato atravesó enseguida el suelo firme sobre el cual había sido construido y se hundió en la tierra perdiéndose de vista; el aeronauta apenas logró saltar fuera y ponerse a salvo.

—Bueno —dijo—, he hecho todo lo necesario para demostrar la corrección de mis cálculos. Los defectos —agregó, echando una mirada al suelo roto— son apenas básicos y fundamentales.

Tras esa declaración, los espectadores se le acercaron con donativos para construir una nueva máquina.

3. El Patriota Ingenioso

Tras obtener audiencia con el Rey, un Patriota Ingenioso sacó un papel del bolsillo y dijo:


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30 págs. / 54 minutos / 343 visitas.

Publicado el 1 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Al Otro Lado de la Pared

Ambrose Bierce


Cuento


Hace muchos años, cuando iba de Hong Kong a Nueva York pasé una semana en San Francisco. Hacía mucho tiempo que no había estado en esa ciudad y durante todo aquel periodo mis negocios en Oriente habían prosperado más de lo que esperaba. Como era rico, podía permitirme volver a mi país para restablecer la amistad con los compañeros de juventud que aún vivían y me recordaban con afecto. El más importante para mí era Mohum Dampier, un antiguo amigo del colegio con quien había mantenido correspondencia irregular hasta que dejamos de escribirnos, cosa muy normal entre hombres. Es fácil darse cuenta de que la escasa disposición a redactar una sencilla carta de tono social está en razón del cuadrado de la distancia entre el destinatario y el remitente. Se trata, simple y llanamente, de una ley.

Recordaba a Dampier como un compañero, fuerte y bien parecido, con gustos semejantes a los míos, que odiaba trabajar y mostraba una señalada indiferencia hacia muchas de las cuestiones que suelen preocupar a la gente; entre ellas la riqueza, de la que, sin embargo, disponía por herencia en cantidad suficiente como para no echar nada en falta. En su familia, una de las más aristocráticas y conocidas del país, se consideraba un orgullo que ninguno de sus miembros se hubiera dedicado al comercio o a la política, o hubiera recibido distinción alguna. Mohum era un poco sentimental y su carácter supersticioso lo hacía inclinarse al estudio de temas relacionados con el ocultismo. Afortunadamente gozaba de una buena salud mental que lo protegía contra creencias extravagantes y peligrosas. Sus incursiones en el campo de lo sobrenatural se mantenían dentro de la región conocida y considerada como certeza.


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10 págs. / 18 minutos / 368 visitas.

Publicado el 26 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Chickamauga

Ambrose Bierce


Cuento


En una tarde soleada de otoño, un niño perdido en el campo, lejos de su rústica vivienda, entró en un bosque sin ser visto. Sentía la nueva felicidad de escapar a toda vigilancia, de andar y explorar a la ventura, porque su espíritu, en el cuerpo de sus antepasados, y durante miles y miles de años, estaba habituado a cumplir hazañas memorables en descubrimientos y conquistas: victorias en batallas cuyos momentos críticos eran centurias, cuyos campamentos triunfales eran ciudades talladas en peñascos. Desde la cuna de su raza, ese espíritu había logrado abrirse camino a través de dos continentes y después, franqueando el ancho mar, había penetrado en un terreno donde recibió como herencia la guerra y el poder.


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8 págs. / 14 minutos / 86 visitas.

Publicado el 26 de julio de 2016 por Edu Robsy.

El Amo de Moxón

Ambrose Bierce


Cuento


—¿Lo dices en serio?... ¿Realmente crees que una máquina puede pensar?

No obtuve respuesta inmediata. Moxon estaba ocupado aparentemente con el fuego del hogar, revolviendo con habilidad aquí y allá con el atizador, como si toda su atención estuviera centrada en las brillantes llamas. Hacía semanas que observaba en él un hábito creciente de demorar su respuesta, aun a las más triviales y comunes preguntas. Su aire era, no obstante, más de preocupación que de deliberación: se podía haber dicho que "tenía algo que le daba vueltas en la cabeza".

—¿Qué es una "máquina"? La palabra ha sido definida de muchas maneras. Aquí tienes la definición de un diccionario popular: "Cualquier instrumento u organización por medio del cual se aplica y se hace efectiva la fuerza, o se produce un efecto deseado". Bien, ¿entonces un hombre no es una máquina? Y debes admitir que él piensa... o piensa que piensa.

—Si no quieres responder mi pregunta —dije irritado —¿por qué no lo dices?... eso no es más que eludir el tema. Sabes muy bien que cuando digo "máquina" no me refiero a un hombre, sino a algo que el hombre fabrica y controla.

—Cuando no lo controla a él —dijo, levantándose abruptamente y mirando hacia afuera por la ventana, donde nada era visible en la oscura noche tormentosa. Un momento más tarde se dio vuelta y agregó con una sonrisa.

—Discúlpame, no deseaba evadir la pregunta. Considero al diccionario humano como un testimonio inconsciente y sugestivo que aporta algo a la discusión. No puedo dar una respuesta directa tan fácilmente; creo que una máquina piensa en el trabajo que está realizando.


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11 págs. / 19 minutos / 102 visitas.

Publicado el 26 de julio de 2016 por Edu Robsy.

El Caso del Desfiladero de Coulter

Ambrose Bierce


Cuento


—¿Cree usted, coronel, que a su valiente Coulter le agradaría emplazar uno de sus cañones aquí? —preguntó el general.

No parecía que pudiera hablar en serio: aquél, verdaderamente, no parecía un lugar donde a ningún artillero, por valiente que fuera, le gustase colocar un cañón. El coronel pensó que posiblemente su jefe de división quería darle a entender, en tono de broma, que en una reciente conversación entre ellos se había exaltado demasiado el valor del capitán Coulter.

—Mi general —replicó, con entusiasmo—, a Coulter le gustaría emplazar un cañón en cualquier parte desde la que alcanzara a esa gente —con un gesto de la mano señaló en dirección al enemigo.

—Es el único lugar posible —afirmó el general.

Hablaba en serio, entonces.


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11 págs. / 19 minutos / 76 visitas.

Publicado el 26 de julio de 2016 por Edu Robsy.

El Golpe de Gracia

Ambrose Bierce


Cuento


La lucha había sido dura e incesante. Todos los sentidos lo atestiguaban: hasta el gusto de la batalla flotaba en el aire. Pero ya había terminado; sólo quedaba auxiliar a los heridos y enterrar a los muertos...; "limpiar un poco", como decía el humorista del pelotón de sepultureros. Era bastante lo que había que limpiar. Hasta donde abarcaba la vista dentro del bosque, entre los árboles descuajados, veíanse restos de hombres y caballos, entre los que se movían los camilleros recogiendo y transportando a los pocos que daban señales de vida. La mayor parte de los heridos habían muerto desangrados, cuando hasta el derecho de atenderlos se hallaba en disputa. Los heridos tenían que esperar, reglamentaban las ordenanzas del ejército. La mejor manera de cuidarlos es ganar la batalla. Debe admitirse que la victoria es una indudable ventaja para un hombre que necesita atención médica, pero muchos no viven para sacarle partido.

Los muertos eran puestos en hilera, en grupos de quince o veinte, mientras se cavaban las fosas que habían de recibirlos. A algunos, que estaban demasiado lejos, se les enterraba donde habían caído. Nadie se esforzaba demasiado por identificarlos, aunque en la mayoría de los casos los pelotones de enterradores que espigaban en el mismo terreno que contribuyeran a segar anotaban los nombres de los muertos victoriosos. A las bajas enemigas, ya era bastante que las contaran. Aunque esto tenía su compensación, porque a muchos los contaban varias veces; de ahí que el total que aparecía en el comunicado del comandante vencedor denotaba más bien una esperanza que un resultado.


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6 págs. / 11 minutos / 71 visitas.

Publicado el 26 de julio de 2016 por Edu Robsy.

El Hipnotizador

Ambrose Bierce


Cuento


Algunos de mis amigos, que saben por casualidad que a veces me entretengo con el hipnotismo, la lectura de la mente y fenómenos similares, suelen preguntarme si tengo un concepto claro de la naturaleza de los principios, cualesquiera que sean, que los sustentan. A esta pregunta respondo siempre que no los tengo, ni deseo tenerlos. No soy un investigador con la oreja pegada al ojo de la cerradura del taller de la Naturaleza, que trata con vulgar curiosidad de robarle los secretos del oficio. Los intereses de la ciencia tienen tan poca importancia para mí, como parece que los míos han tenido para la ciencia.

No hay duda de que los fenómenos en cuestión son bastante simples, y de ninguna manera trascienden nuestros poderes de comprensión si sabemos hallar la clave; pero por mi parte prefiero no hacerlo, porque soy de naturaleza singularmente romántica y obtengo más satisfacciones del misterio que del saber. Era corriente que se dijera de mí, cuando era un niño, que mis grandes ojos azules parecían haber sido hechos más para ser mirados que para mirar... tal era su ensoñadora belleza y, en mis frecuentes períodos de abstracción, su indiferencia por lo que sucedía. En esas circunstancias, el alma que yace tras ellos parecía —me aventuro a creerlo—, siempre más dedicada a alguna bella concepción que ha creado a su imagen, que preocupada por las leyes de la naturaleza y la estructura material de las cosas. Todo esto, por irrelevante y egoísta que parezca, está relacionado con la explicación de la escasa luz que soy capaz de arrojar sobre un tema que tanto ha ocupado mi atención y por el que existe una viva y general curiosidad. Sin duda otra persona, con mis poderes y oportunidades, ofrecería una explicación mucho mejor de la que presento simplemente como relato.


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4 págs. / 8 minutos / 89 visitas.

Publicado el 26 de julio de 2016 por Edu Robsy.

El Incidente del Puente del Búho

Ambrose Bierce


Cuento


I

Desde un puente ferroviario, al norte de Alabama, un hombre contemplaba el rápido discurrir del agua seis metros más abajo. Tenía las manos detrás de la espalda, las muñecas sujetas con una soga; otra soga, colgada al cuello y atada a un grueso tirante por encima de su cabeza, pendía hasta la altura de sus rodillas. Algunas tablas flojas colocadas sobre los durmientes de los rieles le prestaban un punto de apoyo a él y a sus verdugos, dos soldados rasos del ejército federal bajo las órdenes de un sargento que, en la vida civil, debió de haber sido agente de la ley. No lejos de ellos, en el mismo entarimado improvisado, estaba un oficial del ejército con las divisas de su graduación; era un capitán. En cada lado un vigía presentaba armas, con el cañón del fusil por delante del hombro izquierdo y la culata apoyada en el antebrazo cruzado transversalmente sobre el pecho, postura forzada que obliga al cuerpo a permanecer erguido. A estos dos hombres no les interesaba lo que sucedía en medio del puente. Se limitaban a bloquear los lados del entarimado. Delante de uno de los vigías no había nada; la vía del tren penetraba en un bosque un centenar de metros y, dibujando una curvatura, desaparecía. No muy lejos de allí, sin duda, había una posición de vanguardia. En la otra orilla, un campo abierto ascendía con una ligera pendiente hasta una empalizada de troncos verticales con aberturas para los fusiles y un solo ventanuco por el cual salía la boca de un cañón de bronce que dominaba el puente. Entre el puente y el fortín estaban situados los espectadores: una compañía de infantería, en posición de descanso, es decir, con la culata de los fusiles en el suelo, el cañón inclinado levemente hacia atrás contra el hombro derecho, las manos cruzadas encima de la caja.


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11 págs. / 19 minutos / 276 visitas.

Publicado el 26 de julio de 2016 por Edu Robsy.

El Monje y la Hija del Verdugo

Ambrose Bierce


Novela corta


I

El primer día de mayo del año de nuestro Señor de 1680, los monjes franciscanos Egidio, Romano y Ambrosio fueron mandados por su Superior desde la ciudad cristiana de Passau hasta el Monasterio de Berchtesgaden, en los alrededores de Salzburgo. Yo, Ambrosio, era entonces el más joven y fuerte de ellos, ya que sólo tenía veintiún años.

Sabíamos que el monasterio de Berchtesgaden se encontraba en una comarca agreste y montañosa, cubierta de oscuros bosques infestados de osos y espíritus perversos, y nuestros corazones se hallaban llenos de pesadumbre al pensar qué podría ocurrirnos en un lugar tan horrible. No obstante, como es un deber cristiano ofrecer el sacrificio de nuestra obediencia a la Iglesia, no protestamos, e incluso nos sentimos alegres de acatar de esta forma el deseo de nuestro reverendo Superior.

Después de recibir la bendición y de rezar por última vez en la iglesia de nuestro Santo, cerramos nuestras capuchas, nos calzamos sandalias nuevas e iniciamos nuestra marcha acompañados por las bendiciones de todos. A pesar de que el trayecto era largo y peligroso, no perdimos la esperanza, ya que ésta es en el fondo el principio y fin de toda religión, y además una característica de la juventud, que también sirve de apoyo en la vejez. Por ese motivo, nuestros corazones superaron enseguida la tristeza de la partida y se alegraron con los nuevos y diversos paisajes que nos ofrecía nuestro primer contacto verdadero con la hermosura de la tierra, tal y como Dios la creó. El colorido y el brillo de la atmósfera recordaban al manto de la Santísima Virgen: el sol resplandecía como el Áureo Corazón del Salvador, del que brota luz y vida para la humanidad entera. La bóveda azul oscura que se desplegaba en las alturas formaba, también, un precioso oratorio en el que cada hoja de hierba, cada flor y cada criatura ensalzaba la gloria de Dios.


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88 págs. / 2 horas, 35 minutos / 139 visitas.

Publicado el 26 de julio de 2016 por Edu Robsy.

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