El maestro sufí atravesaba solo una desolada región montañosa y de
repente apareció frente a él un ogro, un vampiro gigante, el cual le
dijo que iba a destrozarlo. El maestro dijo:
—Muy bien, prueba si quieres destrozarme, pero yo puedo vencerte,
pues soy, en más sentidos de los que tú piensas, inmensamente poderoso.
—Tonterías –dijo el ogro—. Tú eres un maestro sufí interesado en
cosas espirituales. Tú no puedes vencerme, pues yo cuento con la fuerza
bruta, y soy treinta veces más grande que tú.
—Si deseas confrontar fuerzas, toma esta piedra y extrae líquido de ella –dijo el sufí.
Y alzó una piedra y se la entregó. El vampiro lo intentó varias veces sin obtener ningún resultado.
—Es imposible –dijo el ogro—, no hay agua en esta piedra, muéstrame tu si la hay.
Estaba casi oscuro, el maestro sufí tomó la piedra y la unió a un
huevo que tenía en los bolsillos, apoyó las manos sobre la del ogro y
exprimió el huevo. El vampiro—ogro quedó impresionado, porque muchos se
impresionan por lo que no entienden.
—Debo pensar sobre esto, ven a mi cueva y te daré hospitalidad por esta noche.
El sufí fue con él a la cueva, que era inmensa. Se veían en ella las
pertenencias de millares de victimas y era una caverna terrible.
Acuéstate aquí a mi lado y duerme –dijo el ogro—, ya mañana sacaremos
conclusiones.
Se acostó y se durmió inmediatamente.
El sufí presintió, lo que no era extraño viendo lo que le rodeaba,
que el ogro lo traicionaría. Se levantó y se fue a cierta distancia,
desde donde podía ver sin ser visto. Antes arregló la cama para que
pareciera que aun estaba allí.
Entonces el ogro se despertó. Tomó un tronco y descargó siete
terribles golpes al bulto en la cama. Luego se dio vuelta y siguió
durmiendo.
El maestro volvió a la cama, se acostó y dijo al vampiro:
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