—¡Pawel Vasilevitch! —grita Pelagia Ivanova, despertando a su
marido—. Pawel Vasilevitch, ayuda un poco a Stiopa que está preparando
sus lecciones y llora.
Pawel Vasilevitch, bostezando y haciendo la señal de la cruz delante de la boca, contesta bondadosamente:
—Ahora mismo, mi alma.
El gato, que dormía junto a él, levanta a su vez el rabo, arquea la
espina dorsal y cierra los ojos. Todo está tranquilo. Óyese cómo detrás
del papel que tapiza las paredes los ratones circulan. Pawel Vasilevitch
cálzase las botas, viste la bata y, medio dormido aún, pasa de la
alcoba al comedor. Al verle entrar, otro gato, que andaba husmeando una
galantina de pescado sita al borde de la ventana, da un salto y se
oculta detrás del armario.
—¿Quién te manda oler esto? —dice Pawel Vasilevitch al gato, mientras
cubre el pescado con un periódico—. Eres un cochino y no un gato.
El comedor comunica directamente con la habitación de los niños.
Delante de una mesa manchada de tinta y arañada, se encuentra Stiopa,
colegial de la segunda clase. Tiene los ojos llorosos. Está sentado; las
rodillas levantadas a la altura de la barbilla, y se agita como un
muñeco chino, fijos los ojos en su libro de problemas.
—¿Qué? ¿Estudias? —le pregunta Pawel Vasilevitch, sentándose junto a
la mesa y bostezando siempre—. Sí, niño, sí, nos hemos dormido, nos
hemos hartado de blinnis y mañana ayunaremos, haremos penitencia y luego
a trabajar. Todo lo bueno se acaba. ¿Por qué tienes los ojos llorosos?
Se ve que, después de los blinnis, el estudiar te coge cuesta arriba.
Eso es..
—¿Qué es eso? ¿Te estás burlando del niño? —pregunta Pelagia Ivanova
desde el aposento vecino—. Ayúdale, en vez de mofarte de él. Si no,
mañana ganará otro cero.
—¿Qué es lo que no comprendes? —añade Pawel Vasilevitch dirigiéndose a Stiopa.
—La división de los quebrados.
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