Textos más descargados de Antón Chéjov publicados por Edu Robsy | pág. 3

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autor: Antón Chéjov editor: Edu Robsy


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Exageró la Nota

Antón Chéjov


Cuento


La finca a la cual se dirigía para efectuar el deslinde distaba unos treinta o cuarenta kilómetros, que el agrimensor Gleb Smirnov Gravrilovich tenía que recorrer a caballo. Se había apeado en la estación de Gñilushki.

(Si el cochero está sobrio y los caballos son de buena pasta, pueden calcularse unos treinta kilómetros; pero si el cochero se ha tomado cuatro copas y los caballos están fatigados, ha que calcular unos cincuenta.)

—Oiga señor gendarme, ¿podría decirme dónde puedo encontrar caballos de posta? —le preguntó el agrimensor al gendarme de servicio en la estación.

—¿Cómo dice? ¿Caballos de posta? Aquí no hay un perro decente en cien kilómetros a la redonda. ¿Cómo quiere que haya caballos? ¿Tiene usted que ir muy lejos?

—A la finca del general Jojotov, en Devkino.

—Intente en el patio, al otro lado de la estación —dijo el gendarme, bostezando—. A veces hay campesinos que admiten pasajeros.

El agrimensor dio un suspiro y, malhumorado, pasó al otro lado de la estación. Tras muchas discusiones y regateos, se puso de acuerdo con un campesino alto y recio, de rostro sombrío, picado de viruelas, embutido en un chaquetón roto y calzado con unas botas de abedul.

—Vaya un carro —gruñó el agrimensor al subir al destartalado vehículo—. No se sabe dónde está la parte delantera ni la parte trasera...

—Nada más fácil —replicó el campesino—. Donde el caballo tiene la cola es la parte de adelante y donde está sentado su señoría es la parte de atrás.


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5 págs. / 8 minutos / 156 visitas.

Publicado el 20 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Entre Chiquillos

Antón Chéjov


Cuento


Papá, mamá y la tía Nadia no están en casa. Están convidados a un bautizo en casa de aquel oficial anciano que tiene una jaquita gris.

Esperándolos, Gricha, Ania, Aliocha, Sonia y el hijo de la cocinera, Andrei, hállanse en el comedor, sentados alrededor de la mesa, jugando a la lotería. Es la hora de irse a acostar; pero ¿quién puede dormir sin saber por mamá qué hacía el niñito cuando lo bautizaron y qué cenaron? La mesa, alumbrada por una lámpara, está cubierta de papelitos cifras, cáscaras de avellanas y trocitos de cristal.

Delante de cada uno hay dos cartones de lotería y un montoncito de cristalitos para tapar las cifras. En medio de la mesa hay un platillo con cinco moneditas de a cinco copecs. Al lado del platillo se encuentran una manzana medio comida, unas tijeras y un plato donde echar las cáscaras.

Los niños juegan dinero: cada apuesta es de un copec. La condición: si uno hace trampa será expulsado inmediatamente. En el comedor no hay nadie mas que los jugadores. El aya, Agafia Ivanovna, está abajo en la cocina enseñando a la cocinera cómo se corta un vestido, y el hermano mayor, Vasia, alumno de la quinta clase del Gimnasio, hállase tendido en el sofá de la sala y se aburre por no tener nada que hacer.


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Publicado el 7 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Fracaso

Antón Chéjov


Cuento


Elías Serguervitch Peplot y su mujer, Cleopatra Petrovna, aplicaban el oído a la puerta y escuchaban ansiosos lo que ocurría detrás. En el gabinete se desarrollaba una explicación amorosa entre su hija Natáchinka y el maestro de la escuela del distrito, Schúpkin.

Peplot susurraba con un estremecimiento de satisfacción:

—Ya muerde el anzuelo. Presta atención. En cuanto lleguen al terreno sentimental, descuelga la imagen santa y les daremos nuestra bendición. Éste será un modo de cogerlo. La bendición con la imagen es sagrada. No le será posible escapar, aunque acuda a la justicia.

Entretanto, detrás de la puerta tenía lugar el siguiente coloquio:

—No insista usted —decía Schúpkin encendiendo un fósforo contra su pantalón a cuadros—; yo no le he escrito ninguna carta.

—¡Como si yo no conociera su carácter de letra! —replicaba la joven haciendo muecas y mirándose de soslayo al espejo—. Yo lo descubrí en seguida. ¡Qué raro es usted! Un maestro de caligrafía que escribe tan malamente. ¿Cómo enseña usted la caligrafía si usted mismo no sabe escribir?

—¡Hum! Esto no tiene nada que ver. En la caligrafía, lo más importante no es la letra, sino la disciplina. A uno le doy con la regla en la cabeza; a otro le hago arrodillarse; nada tan fácil. Nekransot fue un buen escritor; pero su carácter de letra era admirable; en sus obras insértase una muestra de su caligrafía.

—Aquel era Nekransot, y usted es usted. Yo me casaré gustosa con un escritor —añade ella suspirando—. Me escribiría siempre versos...

—Versos puedo yo también escribírselos, si usted lo desea.

—¿Y sobre qué asunto escribirá usted?

—Sobre amor, sentimientos, sobre sus ojos... Como me leyera usted, se volvería usted loca. Incluso lloraría usted. Oiga, si yo le dirijo versos poéticos, ¿me dará usted su mano a besar?


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1 pág. / 3 minutos / 800 visitas.

Publicado el 20 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Aniuta

Antón Chéjov


Cuento


Por la peor habitación del detestable Hotel Lisboa paseábase infatigablemente el estudiante de tercer año de Medicina Stepan Klochkov. Al par que paseaba, estudiaba en voz alta. Como llevaba largas horas entregado al doble ejercicio, tenía la garganta seca y la frente cubierta de sudor.

Junto a la ventana, cuyos cristales empañaba la nieve congelada, estaba sentada en una silla, cosiendo una camisa de hombre, Aniuta, morenilla de unos veinticinco años, muy delgada, muy pálida, de dulces ojos grises.

En el reloj del corredor sonaron, catarrosas, las dos de la tarde; pero la habitación no estaba aún arreglada. La cama hallábase deshecha, y se veían, esparcidos por el aposento, libros y ropas. En un rincón había un lavabo nada limpio, lleno de agua enjabonada.

—El pulmón se divide en tres partes —recitaba Klochkov—. La parte superior llega hasta cuarta o quinta costilla...

Para formarse idea de lo que acababa de decir, se palpó el pecho.

—Las costillas están dispuestas paralelamente unas a otras, como las teclas de un piano —continuó— Para no errar en los cálculos, conviene orientarse sobre un esqueleto o sobre un ser humano vivo... Ven, Aniuta, voy a orientarme un poco...

Aniuta interrumpió la costura, se quitó el corpiño y se acercó. Klochkov se sentó ante ella, frunció las cejas y empezó a palpar las costillas de la muchacha.

—La primera costilla —observó— es difícil de tocar. Está detrás de la clavícula... Esta es la segunda, esta es la tercera, esta es la cuarta... Es raro; estás delgada, y, sin embargo, no es fácil orientarse sobre tu tórax... ¿Qué te pasa?

—¡Tiene usted los dedos tan fríos!...

—¡Bah! No te morirás... Bueno; esta es la tercera, esta es la cuarta... No, así las confundiré... Voy a dibujarlas...


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4 págs. / 7 minutos / 363 visitas.

Publicado el 20 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Una Noche de Espanto

Antón Chéjov


Cuento


Iván Ivanovitch Panihidin palideció, y empezó su historia con voz emocionada:

—Una niebla densa se extendía por encima del pueblo, cuando en la víspera del año nuevo 1883 volvía yo a casa. Había pasado la velada en la de un amigo, entreteniéndonos en una sesión espiritista. Las callejuelas que tenía que atravesar no estaban alumbradas y había que andar casi a tientas. En aquel tiempo vivía yo en Moscú, en un barrio muy apartado. El camino era largo; los pensamientos, pesados; mi corazón estaba oprimido...

«Tu existencia declina... arrepiéntete...», me había dicho el espíritu de Espinosa, que habíamos consultado.

Le pedí que me dijera algo más, y entonces no solamente repitió la misma sentencia, sino que añadió: «esta noche».

Yo no creo en el espiritismo; pero las ideas y hasta las alusiones a la muerte me abaten completamente.

La muerte es imprescindible e inminente; pero, a pesar de todo, es una idea que la naturaleza repele...

Ahora, cuando me encontraba en medio de las tinieblas, cuando la lluvia caía sin cesar y el viento aullaba lastimero; cuando alrededor no se veía ni un ser vivo, no se oía ni una voz humana, mi alma estaba llena de un temor incomprensible. Yo, hombre sin prevenciones, corría a toda prisa temiendo mirar atrás. Me parecía que si volvía la cara la muerte se me aparecería bajo la forma de un fantasma.

Panihidin suspiró, tomó un trago de agua y siguió.

Este miedo infundado, pero comprensible, no me abandonaba. Subí los cuatro pisos de mi casa y abrí la puerta de mi cuarto. Mi modesta habitación estaba obscura. El viento gemía en la chimenea; parecía que se quejaba de hallarse puertas a fuera.


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Publicado el 20 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Un Viaje de Novios

Antón Chéjov


Cuento


Sale el tren de la estación de Balagore, del ferrocarril Nicolás. En un vagón de segunda clase, de los destinados a fumadores, dormitan cinco pasajeros. Habían comido en la fonda de la estación, y ahora, recostados en los cojines de su departamento, procuran conciliar el sueño. La calma es absoluta. Ábrese la portezuela y penetra un individuo de estatura alta, derecho como un palo, con sombrero color marrón y abrigo de última moda. Su aspecto recuerda el de ese corresponsal de periódico que suele figurar en las novelas de Julio Verne o en las operetas. El individuo detiénese en la mitad del coche, respira fuertemente, se fija en los pasajeros y murmura: «No, no es aquí... ¡El demonio que lo entienda! Me parece incomprensible...; no, no es éste el coche».

Uno de los viajeros le observa con atención y exclama alegremente:

—¡Iván Alexievitch! ¿Es usted? ¿Qué milagro le trae por acá?

Iván Alexievitch se estremece, mira con estupor al viajero y alza los brazos al aire.

—¡Petro Petrovitch! ¿Tú por acá? ¡Cuánto tiempo que no nos hemos visto! ¡Cómo iba yo a imaginar que viajaba usted en este mismo tren!

—¿Y cómo va su salud?

—No va mal. Pero he perdido mi coche y no sé dar con él. Soy un idiota. Merezco que me den de palos.

Iván Alexievitch no está muy seguro sobre sus pies, y ríe constantemente. Luego añade:

—La vida es fecunda en sorpresas. Salí al andén con objeto de beber una copita de coñac; la bebí, y me acordé de que la estación siguiente está lejos, por lo cual era oportuno beberme otra copita. Mientras la apuraba sonó el tercer toque. Me puse a correr como un desesperado y salté al primer coche que encontré delante de mí. ¿Verdad que soy imbécil?

—Noto que está usted un poco alegre —dice Petro Petrovitch—. Quédese usted con nosotros; aquí tiene un sitio.

—No, no; voy en busca de mi coche. ¡Adiós!


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5 págs. / 8 minutos / 133 visitas.

Publicado el 20 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Las Sensaciones Fuertes

Antón Chéjov


Cuento


Lo que voy a relatar ocurrió hace poco en el Tribunal de Moscú. Los miembros del Jurado, obligados a pasar la noche en el Tribunal, entablaron, antes de acostarse, una conversación acerca de las sensaciones fuertes, a propósito de un testigo que, según parece, quedóse tartamudo y con el cabello blanco a consecuencia de un instante de terror. Los jurados estuvieron de acuerdo en contar cada uno a su vez, antes de irse a acostar, alguna historia de sus vidas respectivas. La vida humana es corta, lo cual no impide que en ella ocurran multitud de peripecias.

Uno de los jurados refirió cómo él estuvo a punto de ahogarse; el otro relató cómo viviendo en el campo, en un sitio alejado de toda farmacia y de todo médico, envenenó a su propio hijo dándole por equivocación vitriolo en vez de bicarbonato de sosa. La criatura sucumbió, y el padre por poco se vuelve loco. El tercero, hombre joven, pero enfermizo, describió sus dos tentativas de suicidio: una vez se pegó un tiro, y la segunda se echó debajo de un tren. El cuarto, un hombrecito regordete y vestido a la última moda, nos contó lo siguiente:

«Tenía yo veintidós o veintitrés años cuando me enamoré locamente de mi actual esposa y pedí su mano... Ahora me pegaría gustoso una buena paliza por haberme casado demasiado joven; pero entonces no sé lo que habría sido de mí si Natacha me hubiera rechazado. Era éste un amor verdadero, tal como lo pintan en las novelas, un amor loco, apasionado, etcétera. Mi felicidad me ahogaba y, en verdad, fastidiaba a todos: a mi padre, a mis amigos, a los criados, pues yo no me cansaba de describirles lo ferviente de mi amor. La gente feliz es tonta y aburrida. Debía de estar insoportable; pero hacía como todo el mundo.


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5 págs. / 9 minutos / 108 visitas.

Publicado el 27 de septiembre de 2020 por Edu Robsy.

La Muerte de un Funcionario Público

Antón Chéjov


Cuento


El gallardo alguacil Iván Dmitrievitch Tcherviakof hallábase en la segunda fila de butacas y veía a través de los gemelos Las Campanas de Corneville. Miraba y sentíase del todo feliz..., cuando, de repente... —en los cuentos ocurre muy a menudo el «de repente»; los autores tienen razón: la vida está llena de improvisos—, de repente su cara se contrajo, guiñó los ojos, su respiración se detuvo..., apartó los gemelos de los ojos, bajó la cabeza y... ¡pchi!, estornudó. Como usted sabe, todo esto no está vedado a nadie en ningún lugar.

Los aldeanos, los jefes de Policía y hasta los consejeros de Estado estornudan a veces. Todos estornudan..., a consecuencia de lo cual Tcherviakof no hubo de turbarse; secó su cara con el pañuelo y, como persona amable que es, miró en derredor suyo, para enterarse de si había molestado a alguien con su estornudo. Pero entonces no tuvo más remedio que turbarse. Vio que un viejecito, sentado en la primera fila, delante de él, se limpiaba cuidadosamente el cuello y la calva con su guante y murmuraba algo. En aquel viejecito, Tcherviakof reconoció al consejero del Estado Brischalof, que servía en el Ministerio de Comunicaciones.

—Le he salpicado probablemente —pensó Tcherviakof—; no es mi jefe; pero de todos modos resulta un fastidio...; hay que excusarse.

Tcherviakof tosió, echóse hacia delante y cuchicheó en la oreja del consejero:

—Dispénseme, excelencia, le he salpicado...; fue involuntariamente...

—No es nada..., no es nada...

—¡Por amor de Dios! Dispénseme. Es que yo...; yo no me lo esperaba...

—Esté usted quieto. ¡Déjeme escuchar!

Tcherviakof, avergonzado, sonrió ingenuamente y fijó sus miradas en la escena. Miraba; pero no sentía ya la misma felicidad: estaba molesto e intranquilo. En el entreacto se acercó a Brischalof, se paseó un ratito al lado suyo y, por fin, dominando su timidez, murmuró:


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2 págs. / 5 minutos / 265 visitas.

Publicado el 20 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Historia de una Anguila y Otras Historias

Antón Chéjov


Cuentos, Colección


Historia de una anguila

Es una mañana de verano; reina en la Naturaleza una tranquilidad absoluta; óyese solamente, de vez en cuando, las estridencias de los grillos. Junto a la caseta de baños en construcción, bajo las ramas verdes de un sauce, se agita en el agua el carpintero Guerasim, campesino alto, flaco, de rizosos cabellos bermejos; sopla, refunfuña, guiña los ojos y procura sacar algo de entre las raíces del sauce. A su lado, con el agua hasta el cuello, está otro carpintero, Liubim, hombre joven, bajo de estatura y jorobado; su cara es triangular y tiene ojos de chino. Entrambos llevan blusas y calzones y parecen hallarse ateridos de frío, lo cual se comprende, porque hace más de una hora que permanecen en el agua.

—¿Por qué empujas sin cesar con la mano?—grita el jorobado, tembloroso—. ¡Cabeza de burro! ¡Tenlo!..., ¡tenlo!..., ¡que no se te escape el maldito pez! ¡Te repito que lo agarres bien!

—¡No se escapará!... ¿Por dónde quieres que se nos escape?

—Se ha metido por debajo de los troncos— contesta Gnerasim con su voz de bajo ronco—. No hay por dónde cogerla.

—¡Cógela por las agallas! ¡Cógela y no la sueltes!

—¡Espera! Ya la tengo, no sé por dónde. El caso es que la tengo. ¡Cáspita! La maldita muerde.

—Por las agallas te he dicho; no la sueltes...

—No se ven las agallas. Espera. Ya la he cogido por alguna parte; por el labio creo que la he cogido.

—¡No; ¡por el labio no tires de ella! Se te va a escapar. ¡Por las agallas, por las agallas! Otra vez empujas con la mano. ¡Qué imbécil eres, válgame Dios! ¡Agárrala!

—¡Agárrala!...— exclama Guerasim irritado—. Es muy fácil dar órdenes... ¡Métete tú mismo en el agua y agárrala, diablo de jorobado que eres! ¿A que estás sin hacer nada?

—Bien la agarraría si pudiese. Bajo de estatura como soy, no puedo meterme allí; es muy hondo.


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102 págs. / 3 horas / 151 visitas.

Publicado el 26 de septiembre de 2020 por Edu Robsy.

Historia de mi Vida

Antón Chéjov


Novela


I

El jefe de la oficina me dijo:

—A no ser por lo mucho que estimo a su honorable padre, le habría hecho a usted emprender el vuelo hace tiempo.

Y yo le contesté:

—Me lisonjea en extremo su excelencia al atribuirme la facultad de volar.

Su excelencia gritó, dirigiéndose al secretario:

—¡Llévese usted a ese señor, que me ataca los nervios!

A los dos días me pusieron de patitas en la calle.

Desde que era mozo había yo cambiado ocho veces de empleo. Mi padre, arquitecto del Ayuntamiento, estaba desolado. A pesar de que todas las veces que había yo servido al Estado lo había hecho en distintos ministerios, mis empleos se parecían unos a otros como gotas de agua: mi obligación era permanecer sentado horas y horas ante la mesa-escritorio, escribir, oír observaciones estúpidas o groseras y esperar la cesantía.

Con motivo de la pérdida de mi último destino tuve, como es natural, una explicación enojosa con el autor de mis días. Cuando entré en su despacho, estaba hundido en su profundo sillón y tenía los ojos cerrados.

En su rostro enjuto, de mejillas rasuradas y azules, parecido al de un viejo organista católico, se pintaba la sumisión al destino.

Sin contestar a mi saludo, me dijo:

—Si tu madre, mi querida esposa, viviera todavía, serías para ella origen constante de disgustos y de bochornos. Dios, en su infinita sabiduría, ha cortado el hilo de su existencia para evitarle terribles decepciones.

Calló un instante y añadió:

—Dime, desgraciado, ¿qué voy a hacer contigo?


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118 págs. / 3 horas, 27 minutos / 440 visitas.

Publicado el 9 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

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