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autor: Antón Chéjov editor: Edu Robsy textos no disponibles


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La Mujer del Boticario

Antón Chéjov


Cuento


La pequeña ciudad de B***, compuesta de dos o tres calles torcidas, duerme con sueño profundo. El aire, quieto, está lleno de silencio. Solo a lo lejos, en algún lugar seguramente fuera de la ciudad, suena el débil y ronco tenor del ladrido de un perro. El amanecer está próximo.

Hace tiempo que todo duerme. Tan solo la joven esposa del boticario Chernomordik, propietario de la botica del lugar, está despierta. Tres veces se ha echado sobre la cama; pero, sin saber por qué, el sueño huye tercamente de ella. Sentada, en camisón, junto a la ventana abierta, mira a la calle. Tiene una sensación de ahogo, está aburrida y siente tal desazón que hasta quisiera llorar. ¿Por qué...? No sabría decirlo, pero un nudo en la garganta la oprime constantemente... Detrás de ella, unos pasos más allá y vuelto contra la pared, ronca plácidamente el propio Chernomordik. Una pulga glotona se ha adherido a la ventanilla de su nariz, pero no la siente y hasta sonríe, porque está soñando con que toda la ciudad tose y no cesa de comprarle Gotas del rey de Dinamarca. ¡Ni con pinchazos, ni con cañonazos, ni con caricias, podría despertárselo!

La botica está situada al extremo de la ciudad, por lo que la boticaria alcanza a ver el límite del campo. Así, pues, ve palidecer la parte este del cielo, luego la ve ponerse roja, como por causa de un gran incendio. Inesperadamente, por detrás de los lejanos arbustos, asoma tímidamente una luna grande, de ancha y rojiza faz. En general, la luna, cuando sale de detrás de los arbustos, no se sabe por qué, está muy azarada. De repente, en medio del silencio nocturno, resuenan unos pasos y un tintineo de espuelas. Se oyen voces.

"Son oficiales que vuelven de casa del policía y van a su campamento", piensa la mujer del boticario.


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Publicado el 7 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Lo Timó

Antón Chéjov


Cuento


En tiempos de antaño, en Inglaterra, los delincuentes condenados a la pena de muerte gozaban del derecho a vender en vida sus cadáveres a los anatomistas y los fisiólogos. El dinero obtenido de esta forma, aquellos se lo daban a sus familias o se lo bebían. Uno de ellos, pescado en un crimen horrible, llamó a su lugar a un científico médico y, tras negociar con él hasta el hartazgo, le vendió su propia persona por dos guineas. Pero al recibir el dinero él, de pronto, se empezó a carcajear...

—¿De qué se ríe? —se asombró el médico.

—¡Usted me compró a mí, como un hombre que debe ser colgado —dijo el delincuente carcajeándose—, pero yo lo timé a usted! ¡Yo voy a ser quemado! ¡Ja-já!


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1 pág. / 1 minuto / 1.534 visitas.

Publicado el 7 de junio de 2016 por Edu Robsy.

La Colección

Antón Chéjov


Cuento


Hace días pasé a ver a mi amigo, el periodista Misha Kovrov. Estaba sentado en su diván, se limpiaba las uñas y tomaba té. Me ofreció un vaso.

—Yo sin pan no tomo —dije—. ¡Vamos por el pan!

—¡Por nada! A un enemigo, dígnate, lo convido con pan, pero a un amigo nunca.

—Es extraño... ¿Por qué, pues?

—Y mira por qué... ¡Ven acá!

Misha me llevó a la mesa y extrajo una gaveta:

—¡Mira!

Yo miré en la gaveta y no vi definitivamente nada.

—No veo nada... Unos trastos... Unos clavos, trapitos, colitas...

—¡Y precisamente eso, pues y mira! ¡Diez años hace que reúno estos trapitos, cuerditas y clavitos! Una colección memorable.

Y Misha apiló en sus manos todos los trastes y los vertió sobre una hoja de periódico.


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Publicado el 7 de junio de 2016 por Edu Robsy.

La Gaviota

Antón Chéjov


Teatro


PERSONAJES

IRINA NIKOLAIEVNA ARKÁDINA, viuda de Trepliov, actriz.
KONSTANTÍN GAVRÍLOVICH TREPLIOV, su hijo, joven.
PIOTR NIKOLAIEVICH SORIN, hermano de Irina.
NINA MIJAILOVNA ZARIECHNAIA, joven hija de un rico terrateniente.
ILYA AFANASIEVICH SHAMRÁIEV, teniente retirado, administrador de Sorin.
POLINA ANDRÉIEVNA, su mujer.
MASHA, su hija.
BORIS ALEXEIEVICH TRIGORIN, literato.
EVGUENI SERGUEIEVICH DORN, médico.
SEMIÓN SEMIONOVICH MEDVEDENKO, maestro de escuela.
YÁKOV, mozo.
Un COCINERO.
Una DONCELLA.

La acción se desarrolla en la finca de Sorin. Entre los actos tercero y cuarto transcurren dos años.

ACTO PRIMERO

Rincón del parque en la finca de Sorin. Una amplia avenida que, partiendo del espectador, se hunde en el parque, lleva a un lago; en el paseo hay un tablado provisional levantado para una representación en familia; cierra por completo la vista del lago. A derecha e izquierda del tablado, arbustos. Algunas sillas, una mesita. Acaba de ponerse el sol. En el tablado, tras el telón, Yákov y otros trabajadores; se oyen toses y golpes. Masha y Medvedenko aparecen por la izquierda; regresan de un paseo.

MEDVEDENKO.— ¿Por qué va usted siempre vestida de negro?

MASHA.— Es luto que llevo por mi vida. Soy desgraciada.

MEDVEDENKO.— ¿Por qué? (Reflexionando.) No lo comprendo… Usted goza de buena salud; su padre, sin ser rico, tiene una posición acomodada. Mi vida es mucho más dura que la suya. No gano más que veintitrés rublos al mes, de los que aún se me descuenta una parte para la jubilación, y a pesar de todo no llevo luto. (Se sientan.)

MASHA.— No es cuestión de dinero. Se puede ser pobre y feliz.


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59 págs. / 1 hora, 43 minutos / 874 visitas.

Publicado el 21 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

El Estudiante

Antón Chéjov


Cuento


En principio, el tiempo era bueno y tranquilo. Los mirlos gorjeaban y de los pantanos vecinos llegaba el zumbido lastimoso de algo vivo, igual que si soplaran en una botella vacía. Una becada inició el vuelo, y un disparo retumbó en el aire primaveral con alegría y estrépito. Pero cuando oscureció en el bosque, empezó a soplar el intempestivo y frío viento del este y todo quedó en silencio. Los charcos se cubrieron de agujas de hielo y el bosque adquirió un aspecto desapacible, sórdido y solitario. Olía a invierno.


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4 págs. / 8 minutos / 779 visitas.

Publicado el 7 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Duelo

Antón Chéjov


Novela corta


I

Eran las ocho de la mañana, la hora en que los oficiales, los funcionarios y los forasteros solían bañarse en el mar, después de una noche calurosa y sofocante; luego se dirigían al pabellón a tomarse un café o un té. Iván Andreich Laievski, un joven de veintiocho años, enjuto, rubio, con la gorra del Ministerio de Hacienda y zapatillas, encontró en la playa a muchos conocidos, entre ellos a su amigo el médico militar Samóilenko.

Con su gran cabeza rapada, sin cuello, colorado, narigudo, espesas cejas negras y patillas llenas de canas, gordo, adiposo y, por si eso fuera poco, con ese vozarrón ronco y marcial, el tal Samóilenko causaba una impresión desagradable a cada nuevo recién llegado. A estos se les antojaba un tipo tosco y desabrido, aunque, después de tratarlo dos o tres días, empezaban a encontrar su rostro extremadamente bondadoso, gentil y hasta atractivo. A pesar de su aire desmañado y de su tono poco ceremonioso, era un hombre pacífico, de una bondad desmesurada, afable y servicial. En la ciudad tuteaba a todo el mundo, prestaba dinero a cualquiera, curaba, concertaba voluntades, reconciliaba, organizaba meriendas campestres en las que asaban brochetas de cordero y preparaba una deliciosa sopa de pescado; siempre andaba ocupándose de alguien, pidiendo favores, y nunca le faltaban motivos para estar alegre. Según la opinión general, era un hombre intachable, y sólo se le atribuían dos debilidades: la primera era que se avergonzaba de su bondad y trataba de enmascararla con una mirada severa y una rudeza postiza; la segunda consistía en su manía de que los enfermeros y los soldados le dieran el trato de excelencia, cuando sólo era consejero de Estado.


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129 págs. / 3 horas, 46 minutos / 727 visitas.

Publicado el 8 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

Poquita Cosa

Antón Chéjov


Cuento


Hace unos día invité a Yulia Vasilievna, la institutriz de mis hijos, a que pasara a mi despacho. Teníamos que ajustar cuentas.

Siéntese, Yulia Vasilievna —le dije—. Arreglemos nuestras cuentas. A usted seguramente le hará falta dinero, pero es usted tan ceremoniosa que no lo pedirá por sí misma... Veamos... Nos habíamos puesto de acuerdo en treinta rublos por mes...

En cuarenta...

No. En treinta... Lo tengo apuntado. Siempre le he pagado a las institutrices treinta rublos... Veamos... Ha estado usted con nosotros dos meses...

Dos meses y cinco días...

Dos meses redondos. Lo tengo apuntado. Le corresponden por lo tanto sesenta rublos... Pero hay que descontarle nueve domingos... pues los domingos usted no le ha dado clase a Kolia, sólo ha paseado... más tres días de fiesta...

A Yulia Vasilievna se le encendió el rostro y se puso a tironear el volante de su vestido, pero... ¡ni palabra!

Tres días de fiesta... Por consiguiente descontamos doce rublos... Durante cuatro días Kolia estuvo enfermo y no tuvo clases... usted se las dio sólo a Varia... Hubo tres días que usted anduvo con dolor de muela y mi esposa le permitió descansar después de la comida... Doce y siete suman diecinueve. Al descontarlos queda un saldo de... hum... de cuarenta y un rublos... ¿no es cierto?

El ojo izquierdo de Yulia Vasilievna enrojeció y lo ví empañado de humedad. Su mentón se estremeció. Rompió a toser nerviosamente, se sonó la nariz, pero... ¡ni palabra!


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1 pág. / 3 minutos / 607 visitas.

Publicado el 20 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

El Enemigo

Antón Chéjov


Cuento


Es de noche. La criadita Varka, una chiquilla de trece años, mece en la cuna al niño y le canturrea:

Duerme, duerme, niño lindo, que viene el coco...

Una lamparilla verde encendida ante el icono alumbra con luz débil e incierta. Colgados a una cuerda que atraviesa la habitación se ven unos pañales y un pantalón negro. La lamparilla proyecta en el techo un gran círculo verde; las sombras de los pañales y el pantalón se agitan, como sacudidas por el viento, sobre la estufa, sobre la cuna y sobre Varka.

La atmósfera es densa. Huele a piel y a sopa de col.

El niño llora. Está afónico hace tiempo de tanto llorar, pero sigue gritando cuanto le permiten sus fuerzas. Diríase que su llanto no va a acabar nunca.

Varka está muerta de sueño. A pesar de todos sus esfuerzos, sus ojitos se cierran y, por más que intente evitarlo, da cabezadas. Apenas puede mover los labios; siente su cara como de madera y su cabeza pequeñita como la de un alfiler.

Duerme, duerme, niño lindo...

balbucea.

Se oye el canto monótono de un grillo escondido en una grieta de la estufa. En el cuarto inmediato roncan el maestro y el aprendiz Afanasy. La cuna, al mecerse, gime quejumbrosamente. Todos estos ruidos se mezclan con el canturreo de Varka en una música adormecedora, que es grato oír desde la cama. Pero Varka no puede acostarse, y la musiquilla la exaspera, pues le da sueño y ella no puede dormir; si se durmiese, los amos le pegarían.

La lamparilla verde está a punto de apagarse. El círculo verde del techo y las sombras se agitan ante los ojos entrecerrados de Varka, en cuyo cerebro medio dormido nacen vagos recuerdos.


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6 págs. / 10 minutos / 460 visitas.

Publicado el 6 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Mala Suerte

Antón Chéjov


Cuento


Ilia Sergeich Peplov y su mujer, Cleopatra Petrovna, escuchaban junto a la puerta con gran ansiedad. Al otro lado, en la pequeña sala, se desarrollaba, al parecer, una escena de declaración amorosa. Su hija Nataschenka se prometía en aquel momento con el profesor de la Escuela Provincial, Schupkin.

—Parece que pica —murmuraba Peplov, temblando de impaciencia y frotándose las manos—. Mira, Petrovna... Tan pronto como empiecen a hablar de sentimientos, descuelgas la imagen de la pared y entramos a bendecirlos... Quedarán cogidos. La bendición con la imagen es sagrada e irrevocable... Ni aunque acuda al juzgado podrá ya volverse atrás.

Al otro lado de la puerta estaba entablado el siguiente diálogo:

—¡Nada de su carácter!... —decía Schupkin, frotando una cerilla en sus pantalones a cuadros para encenderla—. Le aseguro que yo no fui quien escribió las cartas.

—¡Vamos no diga!... ¡Como si no conociera yo su letra! —reía la damisela lanzando grititos amanerados y mirándose al espejo a cada momento—. La reconocí en seguida. ¡Y qué cosa tan rara!... ¡Usted, profesor de caligrafía y haciendo esos garrapatos!... ¿Cómo va usted a enseñar a escribir a otros si escribe usted tan mal?...

—¡Hum!... Eso no significa nada, señorita. En el estudio de la caligrafía lo principal no es la clase de letra..., lo principal es mantener sujetos a los alumnos. A uno se le pega con la regla en la cabeza..., a otro se le pone de rodillas... ¡Pero la escritura! ¡Pchs!... ¡Eso es lo de menos!... Nekrasov era un escritor y daba vergüenza ver cómo escribía. En sus obras completas viene una muestra, ¡qué muestra!, de su caligrafía.

—Sí..., pero aquel era Nekrasov, y usted es usted... —un suspiro—. ¡A mí me hubiera encantado casarme con un escritor! ¡Se hubiera pasado el tiempo haciéndome versos!

—También yo puedo hacerle versos si lo desea.


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2 págs. / 3 minutos / 422 visitas.

Publicado el 20 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

En el Barranco

Antón Chéjov


Cuento


I

La aldea de Ukléievo se asentaba en un barranco, por lo que desde la carretera y la estación de ferrocarril sólo se divisaban el campanario y las chimeneas de las fábricas textiles. Cuando algún viajero preguntaba qué aldea era esa, se le respondía:

—Aquella en la que el sacristán se comió todo el caviar en un entierro. Pues en cierta ocasión, en el funeral del fabricante Kostiukov, el viejo sacristán, tras ver entre los entremeses una fuente de caviar, se lo comió todo con avidez; trataron de hablarle, de cogerle por la manga, pero parecía fuera de sí a causa del arrobamiento: no se enteraba de nada y se limitaba a comer. Se comió todo el caviar, y eso que había unas cuatro libras.

Había pasado mucho tiempo desde entonces y el sacristán había muerto tiempo atrás, pero aún se seguía recordando el suceso del caviar. Debía de ser que la vida local era en extremo pobre o que la gente sólo había reparado en ese suceso insustancial, que había acontecido diez años antes, pues era lo único que se comentaba a propósito de Ukléievo.


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51 págs. / 1 hora, 29 minutos / 408 visitas.

Publicado el 9 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

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