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autor: Antón Chéjov etiqueta: Cuento contiene: 'u'


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La Dama del Perrito

Antón Chéjov


Cuento


I

Un nuevo personaje había aparecido en la localidad: una señora con un perrito. Dmitri Dmitrich Gurov, que por entonces pasaba una temporada en Yalta, empezó a tomar algún interés en los acontecimientos que ocurrían. Sentado en el pabellón de Verney, vio pasearse junto al mar a una señora joven, de pelo rubio y mediana estatura, que llevaba una boina; un perrito blanco de Pomerania corría delante de ella.

Después la volvió a encontrar en los jardines públicos y en la plaza varias veces. Caminaba sola, llevando siempre la misma boina, y siempre con el mismo perrito; nadie sabía quién era y todos la llamaban sencillamente «la señora del perrito».

«Si está aquí sola, sin su marido o amigos, no estaría mal trabar amistad con ella», pensó Gurov.


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19 págs. / 34 minutos / 835 visitas.

Publicado el 9 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

La Casa del Sotabanco

Antón Chéjov


Cuento


I

Ello sucedió hace unos seis o siete años, cuando yo vivía en uno de los distritos de la gobernación T. en la propiedad del terrateniente Belokúrov, hombre joven que se levantaba muy temprano, andaba vestido con una podiovka por las noches tomaba cerveza y quejábase siempre de que en nadie ni en ninguna parte encontraba comprensión. Vivía en una casita en el jardín, mientras que yo me alojaba en la vieja casona señorial, en una enorme sala con columnas, en la cual no había ningún mueble, excepto un amplio diván, en el que yo dormía, y una mesa, en la cual yo hacía solitarios. Algo aullaba siempre allí en las viejas estufas, aun con tiempo apacible, mientras que durante las tormentas toda la casa se estremecía y hasta parecía que se resquebrajaba en pedazos, de modo que uno sentía un poco de miedo, especialmente de noche, cuando las diez ventanas se iluminaban de repente con los relámpagos.

Condenado por el destino a un ocio constante, yo no hacía absolutamente nada. Durante horas enteras miraba por las ventanas al cielo, los pájaros, las alamedas, leía todo lo que me traían del correo, dormía. De vez en cuando, salía de la casa y vagaba hasta el anochecer.


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22 págs. / 38 minutos / 423 visitas.

Publicado el 13 de noviembre de 2016 por Edu Robsy.

La Joya Robada

Antón Chéjov


Cuento


Máchenka Pavlezkaya, jovencita recién salida de la pensión, torna del paseo y entra en la casa de Cuchin, donde sirve como institutriz. El portero Miguel que le abre la puerta está agitado y encarnado como un cangrejo.

—De arriba llega un ruido extraordinario. Seguramente al ama le ha dado un ataque...—piensa Máchenka—o bien se habrá peleado con su marido.

En la antesala y en el pasillo se cruza con las doncellas, una de las cuales llora.

Acercándose a su cuarto ve al dueño, Nicolás Serguievitch, que salía de él a toda prisa. No es un hombre viejo; sin embargo, tiene la cara arrugada y ostenta una gran calva. Su cuerpo se estremece... Pasa alzando los brazos y exclama sin advertir la presencia de la institutriz:

—¡Qué espanto! ¡Qué falta de delicadeza! ¡Tonto! ¡Abominable!

Máchenka entra en su cuarto y experimenta por primera vez en su vida el vivo sentimiento que sufren a menudo las personas condenadas a depender de gente rica. En su cuarto efectúase una pesquisa. El ama de la casa, Fedosia Vasilevna, gorda, de hombros anchos, bigotuda, con espesas cejas negras, de manos encarnadas y modales bruscos, más semejante a una verdulera que a una señora, está al lado de su mesa, recogiendo en el saquito de labores los ovillos de lana, los trozos de telas, los papelitos... Evidentemente no cuenta con ver a la institutriz, porque al volver la cabeza y al advertir su presencia su rostro pálido y asombrado turbóse ligeramente y balbucea:

—Dispénseme... he... he derramado esto sin querer... lo enganché con la manga...


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6 págs. / 12 minutos / 328 visitas.

Publicado el 27 de septiembre de 2020 por Edu Robsy.

Los Veraneantes

Antón Chéjov


Cuento


En el andén del apeadero de un lugar veraniego paséase una parejita de recién casados. El la estrecha amoroso el talle y ella se inclina ligeramente hacia él; los dos se sienten felices. La Luna los contempla desde las nubes y frunce el ceño; seguramente los envidia en su inútil soledad. El aire, inmóvil, está impregnado del perfume de las lilas y de los cerezos. Al otro lado de la vía óyese el chillido agudo de los grillos.

—¡Qué hermoso, Sacha!

—¡Qué hermoso!—repite la joven—. Me parece un sueño. Fíjate qué hermoso y atrayente es aquel bosquecito, qué bellos estos enormes postes telegráficos. ¿No es verdad que animan el paisaje?... Hablan de la gente... de la civilización. ¿Te gusta cuando el viento nos trae el sonido lejano de un tren en marcha?

—Sí...; pero ¡qué manos tan calientes tienes, Varia! Estás nerviosa. ¿Qué hay para cenar?

—Okrochka [1] y pollo...; habrá bastante. De la ciudad he hecho traerte sardinas en conserva.

La Luna hace una mueca y se esconde detrás de las nubes; la felicidad humana le recuerda su aislamiento y su lecho solitario detrás de los montes y valles...

—¡El tren llega! ¡Qué hermoso!—exclama Varia.

A lo lejos aparecen tres ojos centelleantes. El jefe de estación sale al andén. Por todos lados aparecen luces de señales.

—Miraremos cómo se marcha el tren y nos iremos a casa—dice Sacha bostezando—. ¡Qué dichosos somos, Varia! Es verdad; parece un sueño.

El monstruo negro acércase al andén y se detiene... Por las ventanas alumbradas vense hombros, sombreros, caras dormidas...

—¡Hola, hola! —dicen desde un vagón—. Varia con su marido han salido a recibirnos. ¡Están aquí! ¡Varia! ¡Varia! ¡Hola!


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1 pág. / 3 minutos / 430 visitas.

Publicado el 7 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Álbum

Antón Chéjov


Cuento


El consejero titular Craterof, hombre delgado como la flecha de un campanario, se adelanta, y volviéndose a Imikof le dijo:

—¡Excelencia! Conmovidos por la bondad que nos demostró usted durante los años que fué nuestro jefe...

—Más de diez años—interrumpe Zakusin.

—Más de diez años hemos tenido el honor de ser presididos por vuecencia, y hoy, en celebración del aniversario de su carrera, le ofrecemos este álbum con nuestros retratos y le rogamos que lo acepte como prueba de nuestro profundo respeto y gratitud, deseando que por muchos años no nos abandone...

—Ni nos prive de sus consejos paternales en el camino del progreso—intercala Zakusin, enjugándose la frente. Por lo visto él tenía un discurso preparado y experimentaba un gran deseo de hablar—. Que su bandera ondee siempre en las sendas del talento, trabajo y genio...

Por la mejilla izquierda de Imikof desciende lentamente una lágrima.

—¡Señores!—dice con voz temblorosa—. No esperaba que celebraran ustedes mi modesto aniversario... Estoy conmovido... y... hasta... hasta... la muerte me acordaré de estas atenciones. Créanme, amigos míos; nadie les desea más felicidad que yo... y si hubo alguna vez cualquier incidente desagradable, fué únicamente por el bien de ustedes...

Con estas palabras, el consejero de Estado abraza al consejero titular Craterof, el cual no contaba con un honor semejante y hasta se pone pálido de satisfacción. Luego el jefe hace un gesto con la mano, mostrando que la emoción le impide hablar, y prorrumpe en llanto, como si en vez de regalarle un hermoso álbum se lo quitaran. Recobrada la tranquilidad, pronuncia algunas palabras conmovidas, tiende a todos la mano, baja la escalera acompañado de bendiciones y alegres vivas y toma asiento en su coche. Por el camino experimenta nuevamente la sensación de ese acontecimiento feliz e imprevisto, y otra vez prorrumpe en llanto.


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1 pág. / 3 minutos / 426 visitas.

Publicado el 20 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

En la Administración de Correos

Antón Chéjov


Cuento




La joven esposa del viejo administrador de Correos Hattopiertzof acababa de ser inhumada. Después del entierro fuimos, según la antigua costumbre, a celebrar el banquete funerario. Al servirse los buñuelos, el anciano viudo rompió a llorar, y dijo:

—Estos buñuelos son tan hermosos y rollizos como ella.

Todos los comensales estuvieron de acuerdo con esta observación. En realidad era una mujer que valía la pena.

—Sí; cuantos la veían quedaban admirados —accedió el administrador—. Pero yo, amigos míos, no la quería por su hermosura ni tampoco por su bondad; ambas cualidades corresponden a la naturaleza femenina, y son harto frecuentes en este mundo. Yo la quería por otro rasgo de su carácter: la quería —¡Dios la tenga en su gloria!— porque ella, con su carácter vivo y retozón, me guardaba fidelidad. Sí, señores; érame fiel, a pesar de que ella tenía veinte años y yo sesenta. Sí, señores; érame fiel, a mí, el viejo.

El diácono, que figuraba entre los convidados, hizo un gesto de incredulidad.

—¿No lo cree usted? —preguntóle el jefe de Correos.

—No es que no lo crea; pero las esposas jóvenes son ahora demasiado..., entendez vous...? sauce provenzale...

—¿De modo que usted se muestra incrédulo? Ea, le voy a probar la certeza de mi aserto. Ella mantenía su fidelidad por medio de ciertas artes estratégicas o de fortificación, si se puede expresar así, que yo ponía en práctica. Gracias a mi sagacidad y a mi astucia, mi mujer no me podía ser infiel en manera alguna. Yo desplegaba mi astucia para vigilar la castidad de mi lecho matrimonial. Conozco unas frases que son como una hechicería. Con que las pronuncie, basta. Yo podía dormir tranquilo en lo que tocaba a la fidelidad de mi esposa.

—¿Cuáles son esas palabras mágicas?


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1 pág. / 2 minutos / 1.177 visitas.

Publicado el 20 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

En la Oscuridad

Antón Chéjov


Cuento


Una mosca le entra por la nariz al vicefiscal, el consejero Gáguim. Que entrara allí por curiosidad o por ligereza, a favor de la obscuridad, el caso es que la nariz no soporta la presencia de un cuerpo extraño, y Gáguim empieza a estornudar con tanto estrépito, que hasta la cama cruje.

La esposa de Gáguim, Marie Michailovna, una rubia gorda y robusta, se estremece y se despierta. Abre los ojos, observa la obscuridad, suspira y vuélvese del otro lado. Al poco rato, vuélvese de nuevo, aprieta los párpados, pero el sueño no vuelve. Después de varias vueltas y suspiros, se incorpora, salta por encima de su marido, se calza las zapatillas y se aproxima a la ventana. Fuera de la estancia, la obscuridad es completa. Vense únicamente las siluetas de los árboles y los tejados pardos de las granjas. En la atmósfera dormida reina un silencio absoluto. El guardián nocturno a quien se paga para que turbe esa tranquilidad cállase como un muerto. Marie Michailovna, al mirar hacia el patio, grita de repente. Parécele que una figura obscura se destaca sobre el parterre del jardín y se acerca a la casa... Al principio figúrase que se trataba de una vaca o de un caballo; pero no tarda en distinguir los contornos de un ser humano. Frótase los ojos, y nota que la silueta obscura se acerca a la ventana de la cocina, ante la que se detiene indecisa unos momentos, luego pone el pie en el alféizar de la ventana y desaparece en el interior.

«¡Un ladrón!», se dice Marie Michailovna.

Su cara cúbrese de intensa palidez. A renglón seguido, su imaginación la hace representarse el cuadro que tanto terror inspira a los veraneantes. El ladrón se encarama, salta a la cocina, de la cocina pasa al comedor; en el armario están los cubiertos de plata; más lejos se encuentra el dormitorio; las joyas corren peligro... Sus piernas flaquean y siente escalofríos en la espalda.


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4 págs. / 8 minutos / 248 visitas.

Publicado el 20 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Grischa

Antón Chéjov


Cuento


Grischa, chiquitín de dos años y medio, rollizo y sonrosado, paséase con su niñera por la alameda. Lleva abriguito, gorra de pieles y bufanda; calza unas botas de goma que le llegan hasta las rodillas. Siente calor; los rayos calurosos del sol de abril le molestan los ojos.

Toda su pequeña y torpe figurita, andando tímidamente junto a su niñera, revela indecisión.

Hasta ahora Grischa no conocía más mundo que la habitación cuadrada en uno de cuyos rincones está su camita, mientras en el otro yace el baúl de la niñera; en el tercero, una silla, y en el cuarto cuelga una lámpara de aceite, donde flota una mariposa. Debajo de la cama se encuentran una muñeca sin brazos y un tambor.

Detrás del baúl hay gran variedad de objetos: carretes sin hilos, papeles, cajas rotas y un payaso. En este mundo, además de Grischa y de la niñera, aparecen frecuentemente mamá y la gata. Mamá se parece a una muñeca, y la gata, a la pelliza de papá, sólo que a la pelliza le faltan los ojos y el rabo. Del mundo que lleva el nombre de «cuarto del niño» ábrese una puerta que comunica con el espacio donde se come y se toma el te. Allí está la silla alta de Grischa y un reloj, el cual sirve para mover la péndola y hacer sonar una campanilla. Contiguo al comedor hay un aposento amueblado con butacas encarnadas. La alfombra ostenta una mancha sospechosa, por la cual le amenazan a Grischa con el dedo. Detrás de esta habitación hay todavía otra, cuyo ingreso es vedado a Grischa, en la que habita papá, personalidad harto vaga. La presencia de la niñera y de mamá se explica; ellas le visten, le dan de comer, le acuestan; pero la utilidad de papá nadie la comprende. No olvidemos a otra persona enigmática, la tía, la que regaló a Grischa el tambor. Ella aparece y desaparece a voluntad.

¿Dónde se oculta? Grischa miró más de una vez debajo de la cama, detrás del baúl y del diván, pero en ninguna parte puede hallarla...


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3 págs. / 5 minutos / 96 visitas.

Publicado el 27 de septiembre de 2020 por Edu Robsy.

Lecciones Caras

Antón Chéjov


Cuento


Es un gran inconveniente para un hombre instruído no conocer las lenguas extranjeras. Vorotov lo pensaba así cuando, luego de recibir el grado de doctor, se dedicaba a un pequeño trabajo cientifíco.

—¡Es terrible! Sin las lenguas extranjeras es de todo punto imposible trabajar. Soy como un pájaro sin alas.

Se desalentaba, y, sofocado, recorría la estancia a largos y pesados pasos; a pesar de sus veintiséis años, padecía ya de asma y tenia abotagado el rostro. Se decidió a estudiar, por lo menos, el francés y el alemán, y rogó a algunos de sus amigos que le buscasen profesor.

Una tarde de invierno, estando Vorotov trabajando en su casa, su criado le anunció que una señorita deseaba verle.

— Que pase—dijo Vorotov.

Momentos después entró en el gabinete una muchacha, vestida con suma distinción y conforme a la última moda. Se presentó como profesora de francés.

—Me llamo Alicia Osipovna Anket. Me envía su amigo Petrov.

—¿Petrov? ¡Me alegro mucho! ¡Tenga la bondad de sentarse!—dijo Vorotov, tapando con la mano el cuello de su camisa de dormir, y tosiendo.


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6 págs. / 11 minutos / 165 visitas.

Publicado el 2 de marzo de 2019 por Edu Robsy.

¡Silencio!

Antón Chéjov


Cuento


Ivan Egericg Krasnujin, periodista mediocre, vuelve a casa de mal humor, grave y pensativo. Al verle, se diría que espera la visita de los gendarmes o que ha pensado suicidarse.

Es más de media noche.

Krasnujin se pasea largo rato a través de la estancia, se detiene luego y pronuncia, con tono trágico, el monólogo siguiente:

—Estoy deshecho, mi alma está fatigada, mi cerebro está lleno de ideas negras; pero, con todo, cueste lo que cueste, tengo que escribir. ¡Y esto se llama vida! Nadie ha descrito aún el estado de alma de un escritor que debe divertir al vulgo, cuando tiene ganas de llorar, o compungirle, cuando tiene ganas de reír. El público me exige que sea frívolo, ingenioso, indiferente. Pero, ¿y si no puedo serlo? Supongamos que estoy enfermo, que mi hijo se ha muerto, que mi mujer está de parto, no importa, estoy obligado a divertir al publico...

Luego, se dirige al dormitorio y despierta a su mujer.

—Nadia— dice—, voy a escribir. Que nadie me moleste. Es imposible escribir cuando los niños lloran o ronca la criada. Además necesito té y un bisté o cualquier otra cosa; pero, sobre todo, té; ya sabes que sin té no puedo escribir. Es lo único que me estimula, que me entona.

De nuevo en su gabinete, se quita la americana, el chaleco y las botas con extremada lentitud. Luego con expresión de inocencia ultrajada, se sienta ante su mesa de trabajo. Cuanto hay sobre ella, hasta la más insignificante bagatela está dispuesto, con arreglo a un plan preconcebido, en el mayor orden. Se ven allí pequeños bustos y retratos de escritores insignes, un montón de borradores, un volumen abierto, de Tolstoi, un hueso humano que sirve de cenicero, un periódico colocado de modo que se vea la inscripción que Krasnujin ha hecho en él con lápiz azul, y que consiste en dos palabras: «|Qué vileza!»


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Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 285 visitas.

Publicado el 2 de marzo de 2019 por Edu Robsy.

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