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autor: Antonio de Trueba editor: Edu Robsy fecha: 26-10-2020 contiene: 'u'


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Traga Sardinas

Antonio de Trueba


Cuento


Al señor don Raimundo de Miguel

Como usted, mi querido y respetado amigo, es autor de la mejor colección de fábulas morales que se ha escrito en lengua castellana, el recuerdo del fabulista Samaniego, que evoco en este cuento, ha traído a mi memoria el de usted, siempre grato para mí, porque además de ser el de un maestro benemeritísimo, el de un poeta esclarecido y el de un ciudadano tan honrado en la vida privada como en la vida pública, es para mí el de un excelente amigo. Una humilde florecilla del campo salpicada de rocío es recuerdo tan tierno como una flor de oro salpicada de brillantes, y por eso me atrevo a ofrecerle a usted esta humilde florecilla de mi ingenio.

I

El insigne fabulista alavés don Félix María de Samaniego casó en Bilbao, donde vivió mucho tiempo y dejó muchos recuerdos de su donoso ingenio. Samaniego es en Bilbao algo parecido a lo que es Quevedo en Madrid, o mejor dicho, en España; no hay agudeza de ingenio que no se le atribuya con más o menos verosimilitud. Sin embargo, se cuentan allí muchas que indudablemente son suyas, y a este número pertenece la anécdota que voy a contar. Es posible que esta anécdota no sea original del mismo Samaniego, y sí sólo una de aquellas imitaciones de que tan discreto ejemplo nos dio en muchas de sus fábulas, cuyo pensamiento pertenecía a los fabulistas que le precedieron, desde Esopo a Lafontaine; pero no por eso tiene menos gracia, a pesar de lo pícaramente que yo la voy a contar.


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9 págs. / 17 minutos / 61 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Modo de Dar Limosna

Antonio de Trueba


Cuento


I

Una tarde íbamos en la diligencia de Bilbao a Durango un señor cura, un aldeano y yo. El señor cura era lo que se llama un bendito, porque con el candor y el buen corazón suplía lo mucho que le faltaba de talento y perspicacia. El aldeano era más hablador que el mus y más agudo que lengua de envidioso. Y yo era un curioso observador que, aunque parezca que mira al plato, mira a las tajadas, es decir, que cuando parece que sólo piensa en los cuentos y anécdotas populares que escucha, piensa en la filosofía que aquellos cuentos y anécdotas encierran.

Como Vizcaya no tiene más que diez y seis o diez y siete leguas de largo y once o doce de ancho, y la población apenas se interrumpe y está toda ella cruzada de carreteras y casi todos los vizcaínos nos reunimos con frecuencia en los mercados de las villas, y en las romerías, y en las ferías, y en las juntas generales de Guernica, donde hace más de mil años nos gobernábamos libremente y sin ocurrírsenos si éramos liberales o dejábamos de serlo, todos nos conocemos, y por donde quiera que vayamos vamos entre amigos, o cuando menos entre conocidos. Así era que el señor cura, el aldeano y yo íbamos conversando como amigos, a lo que contribuía también la rarísima circunstancia de ir solos en la diligencia, que casi siempre va atestada de gente.

Siempre que la diligencia se detenía o acortaba el paso al emprender una cuesta, se subía al estribo algún mendigo a pedirnos limosna, porque si los vascongados rarísima vez mendigan ni en su tierra ni en la agena, en cambio las Provincias Vascongadas son la tierra de promisión para los de otras más infortunadas.

El aldeano y yo dábamos limosna a todos los pobres; pero el señor cura, después de llevarse la mano al bolsillo del chaleco, la retiraba como arrepentido de su buena intención, y era el único que no daba limosna.


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Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Pico de Oro

Antonio de Trueba


Cuento


I

Trabajillo nos costará, ahora que estamos en invierno, trasladarnos, aunque sólo sea con la imaginación, a la ciudad de Burgos, dejando la benigna temperatura de las marismas de Vizcaya, donde fructifican el naranjo y el limonero, porque la temperatura de Burgos es tan fría, que allí, cuando el termómetro de Reaumur baja al grado de congelación, exclaman las gentes. «¡Qué, si tenemos una temperatura primaveral!» Pero ello, no hay remedio, hemos de trasladarnos allá, si hemos de oír al famoso Pico de Oro, que va a predicar en la nunca bastante ponderada catedral de Burgos.

¿No saben Vds. quién es Pico de Oro? Pues él muy nombrado es, porque en las iglesias siempre está uno oyendo exclamar a las mujeres: «¡Jesús, qué pico de oro!»

No sé si habrá más picos de oro que uno; pero el de mi narración era un fraile dominico tan célebre en toda Castilla por su elocuencia en el púlpito, que en cuanto se anunciaba que iba a predicar en cualquiera parte, no quedaba pueblo alguno entre las cordilleras carpetana y pirenaico-cantábrica de donde no fuera gente a oírle.

II

La buena, la religiosa, la caballeresca, la hidalga, la histórica, la monumental ciudad de Burgos estaba alborotada con la noticia de que el famoso Pico de Oro iba a predicar en su santa iglesia catedral, y con tal motivo por toda Castilla la Vieja acudían las gentes como en romería a la ilustre caput Castellæ, aunque, como de costumbre, hacía en Burgos un frío que ya, ya.

¡Para qué quería Burgos capitanía general, ni audiencia, ni presidio, ni instituto, ni seminario, ni escuela normal, ni demonios colorados, si el famoso Pico de Oro fijase allí su residencia y echase aunque no fuese más que un sermoncito cada semana!


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4 págs. / 7 minutos / 163 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Tío Interés

Antonio de Trueba


Cuento


I

Hace ya muchos años, caminaba yo en una galera de Medina del Campo a Valladolid, y entre los viajeros que me acompañaban, iba una mujer que se quejaba amargamente de que no se le había hecho justicia en un pleito que estaba a punto de resolverse en segunda instancia en la Audiencia de Valladolid, donde temía que tampoco se le hiciera justicia.

Con tal motivo o tal pretesto, se dijeron allí perrerías de los tribunales, y el que más benévolamente los juzgó fue un señor cura de aldea que se limitó a decir que los jueces tienen ojos y no ven.

Yo quise tomar la defensa de la justicia, porque esta señora de vidas y haciendas es muy respetable; pero fuese que el auditorio estuviese poco dispuesto a dejarse convencer, o fuese que la santidad de la causa que yo defendía no diese la suficiente elocuencia a mi palabra, de suyo poco persuasiva, es lo cierto que tuve que callarme porque creí que mis compañeros de viaje me comían vivo.

—¿No saben Vds. lo del tío Interés? preguntó un labrador gordo, alegrote, malicioso y decidor, que era de los que más parte habían tomado en la disputa, animado sin duda por las frecuentes caricias que tras un «¿Ustedes gustan?» hacía a una enorme bota que asomaba la gaita en sus alforjas.

—No señor, le contestamos todos.

Y yo, que doy a las narraciones y cuentos populares la importancia que se les da en todos los países cultos donde se las recoge, imprime y estudia como documentos preciosos para conocer la historia y el espíritu popular, uní mis ruegos a los de mis compañeros para que el labrador contase lo del tío Interés, que, en efecto, nos contó sustancialmente en estos términos:


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5 págs. / 10 minutos / 68 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Desde la Patria al Cielo

Antonio de Trueba


Novela corta


I

Lector despreocupado: sí abres por la S el Diccionario geográfico, de Madoz, o cualquiera otro, encontrarás un artículito que dice, poco más o menos, lo siguiente:

«S..., concejo de las encartaciones de Vizcaya partido judicial de Balmaseda, con trescientos vecinos y una iglesia parroquial dedicada a San Fulano. Dista de Bilbao cinco leguas, y sesenta y cinco de Madrid.»

Aquí tienes todas las noticias geográficas, históricas, estadísticas, etc., que dan los libros acerca del rinconcito del mundo de que vamos a hablar.

Pero como el concejo de S... me interesa algo más que a los autores de Diccionarios geográficos, voy a suplir el desdeñoso laconismo de estos señores.

Verdaderamente, el concejo de S..., no tiene grandes títulos a la atención del viajero, y sobre todo si el viajero es despreocupado como tú.

Su iglesia es buena para glorificar y pedir consuelos a Dios; pero... pare usted de contar.

Los vecinos del concejo la tienen mucho cariño; pero ¿sabes por qué, lector despreocupado? Porque, según dicen, sus padres la construyeron amasando con el sudor de su frente la cal de aquellas blancas paredes; porque allí están enterradas las personas por quienes rezan y oran todos los días; porque allí recibieron ellos el agua santa del bautismo; porque allí se unieron para siempre con la compañera de sus alegrías y sus tristezas; porque allí alcanzan de Dios consuelo en sus tribulaciones, y porque allí la palabra del sacerdote les indujo, e induce aún a sus hijos, a amar y reverenciar a sus padres, a detestar el vicio y a adorar la virtud.

¿Qué te, parece, lector despreocupado? ¿Has visto simpleza igual?

Pues no para en esto la de los tales aldeanos.


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53 págs. / 1 hora, 34 minutos / 100 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Tragaldabas

Antonio de Trueba


Cuento


I

Lesmes era pastor, aunque su nombre no lo haría sospechar a nadie, pues todo el que haya leido algo de pastores en los autores más clásicos y autorizados, sabe que se llamaban todos Nemorosos, Silvanos, Batilos, etc.

Si el nombre de Lesmes nada tiene de pastoril, menos aún tiene la persona; pues es sabido que todos los pastores como Dios manda, son guapos, limpios, discretos, músicos, cantores, poetas y enamorados, y Lesmes podía apostárselas al más pintado a feo, puerco, tonto, torpejón para la música, el canto y la poesía, y el amor estomacal era el único que le desvelaba.

Lesmes tenía, sin embargo, algo de pastor, aparte, por supuesto, de lo de guardar ganado: era curandero. Nadie ignora que la flor y nata de los curanderos sale del gremio pastoril.

La voz del pueblo, que dicen es voz de Dios, aseguraba que Lesmes triunfaba de todas las enfermedades; pero yo tengo una razón muy poderosa para creer que la voz del pueblo mentía como una bellaca, y, por consiguiente, no es tal voz de Dios ni tal calabaza. Lesmes padecía una terrible hambre canina, a la que debía el apodo de Tragaldabas con que era conocido, y toda su ciencia no había logrado triunfar de aquella enfermedad.

Un invierno atacó no sé qué enfermedad al rebalo de Lesmes, y en poco tiempo no le quedó una res. Esta desgracia fue doble para el pobre Tragaldabas, porque al perder el ganado perdió la numerosa clientela de enfermos, que le daba, sino para matar el hambre, al menos para debilitarla. El pueblo, que acudía a él en sus dolencias, dijo con muchísima razón: «si Tragaldabas no entiende la enfermedad de las bestias, es inútil que acudamos a él». Y dicho y hecho: ya ningún enfermo acudió a consultar a Tragaldabas desde que se supo que éste no acertaba con el mal de las bestias.


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16 págs. / 28 minutos / 163 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Yesca

Antonio de Trueba


Cuento


I

Éste era un hombre casado, a quien llamaban Juan Lanas, porque era como Dios le había hecho y no como Dios quiere que nos hagamos nosotros mismos con ayuda del entendimiento que para ello nos ha dado.

Su mujer y él se llevaban muy bien; pero no por eso dejaban de tener de higos a brevas sus altercados por la falta de filosofía de Juan Lanas. Uno de los altercados que solían tener era éste:

—¡Cuidado que son dichosas las señoras mujeres!

—Más dichosos son los señores hombres.

—¡No digas disparates, mujer!

—¡No los digas tú, marido!

—Pero, mujer, ¿quieres comparar la vida aperreada que nosotros pasamos trabajando como negros para mantener a la mujer y los hijos, con la vida que vosotras pasáis sin más trabajo ni quebraderos de cabeza que cuidar de la casa?

—Y qué, ¿es poco trabajo ese?

—¡Vaya un trabajo! Parir y criar tantos y cuantos chicos, y luego cuidar de ellos y del marido. ¡No hay duda que el trabajo es para reventar a nadie!

—Ya te quisiera yo ver en nuestro lugar, a ver si mudabas de parecer.

—Pues no mudaría.

—Pues te equivocas de medio a medio: una legua andada con los pies cansa más que veinte andadas con la imaginación.

—Será todo lo que tú quieras; pero lo que yo sé es.....

—¡Qué has de saber tú, si eres un Juan Lanas!

—¡Adiós, ya salió a relucir el pícaro mote!

—Los motes no los pone el que los usa.

—¡Otra te pego, Antón! ¿Pues quién los pone si no?

—El que los merece.

—¡No, si a las señoras mujeres las dejan hablar!.....

—¡No, si a los señores hombres los dejan hacer y decir disparates!.... Jesús, ¡y luego dicen que los hombres se casan! Mentira, mentira, que las que se casan son las mujeres.


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Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Rebañaplatos

Antonio de Trueba


Cuento


I

Tomillarejo y Retamarejo son dos pueblecillos de la Alcarria que, como quien dice, se dan la mano, y siempre tendrá cada uno sus cincuenta vecinos.

Aunque en los nombres de Tomillarejo y Retamarejo haya alguna semejanza, no sucede así en el carácter de sus habitantes, porque todo lo que tienen de sencillotes y a la buena de Dios los de Tomillarejo, tienen los de Retamarejo de maliciosos y otras cosas que me callo, porque no he de ser yo tan murmurador y burlón como ellos.

Andando por aquella comarca a caza, no de liebres ni conejos ni perdices, que sólo cazo en el plato cuando se me ponen a tiro, sino a caza de curiosidades populares, que son mi encanto, descubrí ambos pueblecillos desde un altillo que hacía la carretera, y me parecieron tan pintorescos, tan floridos y tan aromosos, que me decidí a pasar un par de días en cualquiera de ellos.

Era por el mes de mayo, y los dos pueblos parecían dos colmenas en el centro de dos ramilletes de flores; sólo que las flores que rodeaban a Tomillarejo eran blancas y azules, y las que rodeaban, a Retamarejo eran amarillas.

Anduve, anduve hacia Retamarejo, que era el primero, y estaba separado de Tomillarejo por una verde loma donde había una ermita, y entonces vi que las flores amarillas eran de retama y ruda.

—¿De qué serán las de Tomillarejo?—me pregunté—

Y una dulce tufaradilla que me trajo de hacia allá la brisa de la mañana me contestó que eran de tomillo y romero.

—Pues a Tomillarejo me voy dije para mí —que


Retama y ruda me carga
por inodora y amarga,
y amo romero y tomillo
por oloroso y sencillo.
 

Pero como Retamarejo me salía al paso, no quise seguir adelante sin detenerme un poco en él a descansar y ver las curiosidades, que para mí no faltan en pueblo alguno, por miserable que sea, con tal que tenga iglesia parroquial o algo que se le parezca.


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Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Ruiseñor y el Burro

Antonio de Trueba


Cuento


I

No sé a punto fijo cuándo sucedió lo que voy a contar, pero de su contesto se deduce que debió ser allá hacia los tiempos en que los madrileños se alborotaron y estuvieron a punto de enloquecer de orgullo con la nueva de haber aparecido en el Manzanares una ballena que luego resultó ser, según unos, una barrica que no iba llena, y, según otros, la albarda (con perdón sea dicho) de un burro. Estos tiempos deben remontarse lo menos a los del Sr. D. Felipe II (que tenía a los madrileños por tan aficionados a bolas, que les llenó de ellas la puente segoviana), pues ya en los del señor D. Felipe III llamaba Lope de Vega ballenatos a sus paisanos los madrileños.

Pero dejémonos de historia y vamos al caso.

El caso es que el Madrid de entonces se parecía al Madrid de ahora como un huevo a una castaña. No lo digo porque entonces Madrid tirando a monárquico quería hacerse cabeza de león y ahora tirando a republicano quiere hacerse cola de ratón, sino porque la parte meridional del Madrid de ahora estaba aún despoblada, menos la planicie y los declives de allende las iglesias de San Andrés y San Pedro, donde ya existía el arrabal que por haberle poblado moros se llamaba y llama aún la Morería. Todas las demás barriadas meridionales no existían aún, y toda aquella dilatada zona comprendida desde Puerta-cerrada a la banda de la Virgen de Atocha sólo abundaba en barrancos, colinas escuetas y cerrados matorrales, donde se veía alguno que otro ventorrillo, entre los cuales llevaba la gala el que luego fue de Manuela, porque era el único donde se bebía el vino en vaso de vidrio y se comía la vianda con tenedor de madera. En los demás ventorrillos se empinaba el jarro de Alcorcón y se escarbaba en el plato con la uña.


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Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Cura Nuevo

Antonio de Trueba


Cuento


I

Esto debió suceder hace más de un siglo, pues fue en tiempo de mi bisabuelo materno Agustín de Garay, quien lo contaba a mi abuela, que a su vez lo contaba a mi madre, como ésta me lo contaba a mí, bien distantes todos por cierto de que en letras de molde se lo había de contar yo al público.

Era hacia fines del mes de Julio; por más señas, un sábado al anochecer. Los vecinos de Montellano, conforme dejaban las heredades donde andaban en la siega del trigo y la resalla de la borona, se iban reuniendo en el campo de Acabajo, uno de los cuatro barrios en que se divide aquella aldea de veinticinco vecinos.

Aquel campo, donde hoy existe una ermita dedicada a San Antonio Abad, abogado de los animales, era entonces mucho más espacioso que ahora, porque después le han ido invadiendo y estrechando las codiciosas heredades hasta el punto de faltar poco para que digan a la ermita, la era y los nogales que aún quedan en él: «a ver si os quitáis de ahí, para que nosotras nos ensanchemos un poquito más;» como que llegaba hasta la Fuente fría que hoy está separada de él por una estradita que corre entre heredades.

No era sólo el deseo de refrescar en la fuente lo que reunía allí entonces a los vecinos de Montellano, sino una novedad de las más grandes de la aldea: subía ya por el castañar de Traslacueva, acompañado de un hermoso perro de caza y montado en el caballito de San Francisco, el cura nuevo, y los vecinos, ansiosos de conocerle y saludarle, se reunían y le esperaban en el campo de Acabajo, donde sin duda se detendría un rato a descansar antes de subir por la llosa del Portal al barrio de las Casas, en el que mi bisabuela Magdalena de Umaran le tenía preparado provisional hospedaje, que consistía en el mejor cuarto de la casa, lindamente blanqueado la víspera por mi bisabuelo, con una caldera de lechada de cal distribuida hasta en el techo con ayuda de una brocha de brezo.


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Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

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