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Pico de Oro

Antonio de Trueba


Cuento


I

Trabajillo nos costará, ahora que estamos en invierno, trasladarnos, aunque sólo sea con la imaginación, a la ciudad de Burgos, dejando la benigna temperatura de las marismas de Vizcaya, donde fructifican el naranjo y el limonero, porque la temperatura de Burgos es tan fría, que allí, cuando el termómetro de Reaumur baja al grado de congelación, exclaman las gentes. «¡Qué, si tenemos una temperatura primaveral!» Pero ello, no hay remedio, hemos de trasladarnos allá, si hemos de oír al famoso Pico de Oro, que va a predicar en la nunca bastante ponderada catedral de Burgos.

¿No saben Vds. quién es Pico de Oro? Pues él muy nombrado es, porque en las iglesias siempre está uno oyendo exclamar a las mujeres: «¡Jesús, qué pico de oro!»

No sé si habrá más picos de oro que uno; pero el de mi narración era un fraile dominico tan célebre en toda Castilla por su elocuencia en el púlpito, que en cuanto se anunciaba que iba a predicar en cualquiera parte, no quedaba pueblo alguno entre las cordilleras carpetana y pirenaico-cantábrica de donde no fuera gente a oírle.

II

La buena, la religiosa, la caballeresca, la hidalga, la histórica, la monumental ciudad de Burgos estaba alborotada con la noticia de que el famoso Pico de Oro iba a predicar en su santa iglesia catedral, y con tal motivo por toda Castilla la Vieja acudían las gentes como en romería a la ilustre caput Castellæ, aunque, como de costumbre, hacía en Burgos un frío que ya, ya.

¡Para qué quería Burgos capitanía general, ni audiencia, ni presidio, ni instituto, ni seminario, ni escuela normal, ni demonios colorados, si el famoso Pico de Oro fijase allí su residencia y echase aunque no fuese más que un sermoncito cada semana!


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Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 150 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Historia de una Cruz

Antonio de Trueba


Cuento


I

Una tarde de Agosto, justamente un mes después que los sambernabeses se merendaron la cabra negra, estaba agonizando un anciano de San Bernabé, y el señor Cura le prodigaba sus consuelos.

Allá sobre las cumbres de Ordunte se ponía obscuro el cielo, brillaba el relámpago, y rugía sordamente el trueno.

Era la una de la tardo, y los labradores dormían la siesta en sus casas, esperando á que en la torre de la iglesia sonaran las dos para volver á sus heredades.

La tempestad se iba acercando, como que se cernía ya sobre los campos de Nava, Jijano y el Benón; pero nadie se curaba de ella en San Bernabé, acostumbrado como estaba el vecindario á que el señor Cura diese buena cuenta de ella con sus conjuros

Sin embargo, un grito de terror y asombro resonó en todas las casas al estallar un rayo que derribó la encina mayor del campo, precisamente aquella á cuya sombra había sido merendada la cabra negra, y al sentir el ruido de una nube de piedra como nueces, que rompía las tejas y los cristales de las casas y destrozaba el ramaje de los árboles.

En el momento en que la terrible tempestad se alejaba de San Bernabé, el señor Cura salió de casa del moribundo, entró en la iglesia y tocó á muerto ¡El anciano á quien auxiliaba, acababa de expirar!

Los vecinos salían de sus casas, y dirigiendo la vista á la vega desde las cercanías de la iglesia, prorrumpían en lágrimas y gritos de desolación; era porque el terrible pedrisco había asolado completamente los campos de San Bernabé. Todo, maizales, viñedos, patatas, colmenares, todo, todo había sido destruído.

Muy pronto los lloros y lamentaciones se trocaron en gritos de indignación y amargas reconvenciones, dirigidas al señor Cura porque no había conjurado la tempestad.


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Dominio público
10 págs. / 18 minutos / 39 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

El Más Listo que Cardona

Antonio de Trueba


Cuento


I

Comedia sin teatro, para maldita la cosa vale. Antes de hacer la comedia, hagamos el teatro.

El teatro representa, la Plaza de un lugar de la provincia de Madrid. A derecha é izquierda, bocacalles. En el fondo, una casa grande con balcones. Y hacia el lado del público, la concha del apuntador, donde el autor se mete y apunta en unas cuartillas de papel cuanto dicen y hacen los actores para ir en seguida á parlárselo al público.

Acaba de amanecer y acaba la tía Bolera de plantarse en medio de la Plaza con una costa de higos delante.

Sale Bartolo sin sombrero y mirando á todas partes, como si se lo hubiese perdido algo.

Mucho oído, que comienzan á hablar Bartolo y la tía Bolera.

—Buenos días, tía Bolera.

—Buenos te los dé Dios, Bartolo.

—Hoy los mozos que salgan bien de la quinta, de seguro la dejan á usted sin higos para regalar á las novias. Yo que usted no hubiera madrugado tanto teniendo la venta segura.

—Pues tú bien madrugas también.

—Es que anoche, andando por aquí de ronda, me llevó el sombrero el aire, y no puedo dar con él por más que le busco.

—Cabeza es lo que debes buscar, que esa te hace más falta que el sombrero.

—Velay usted lo que tiene el ser uno tonto.

—Vamos, ¿no me compras higos?

—¡Canasto, la pinta no es mala!

—Pruébalos, que son muy ricos.

—Vamos á ver—dice Bartolo manducándose higos.—Este... estaba un poco duro. Este... estaba demasiado blando. Este... amargaba un poco. Este... estaba demasiado dulce.

—¡Anda y prueba solimán de lo lino, que los higos están caros!

Y la tía Bol era amenaza con una pesa á Bartolo.

—¡Pero, tía Bolera, si como soy tonto no se lo que me pesco!

—Eso te vale, que si no te rompía la cabeza con una pesa. Vamos, ¿cuántos higos quieres?


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Dominio público
14 págs. / 25 minutos / 55 visitas.

Publicado el 23 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

La Fuerza de Voluntad

Antonio de Trueba


Cuento


I

Una vez conversaba yo con un carranzano más listo que un demontre (pues los hay que ven crecer la yerba), y como la conversación recayese sobre lo que puede la imaginación en nuestros actos, el carranzano me contó lo siguiente, que no eché en saco roto, como no echo nada de lo que me pueda servir para estudiar el modo de sentir, pensar y proceder del pueblo a quien tengo mucha afición, aunque no tanta que me parezca un santo ni mucho menos, porque su señoría (y perdone si le niego el su magestad, pues creo que mienten bellacamente los que le llaman soberano) suele descolgarse con cada animalada que le parte a uno de medio a medio.

II

Era hacia los años de 1836 a 1838 en que la guerra civil entre isabelinos y carlistas hacía de las suyas a más y mejor, tanto que cuando las recordamos los que no tenemos nada de belicosos ni de pícaros, no podemos menos decir a los belicosos, pícaros o inocentes que se entusiasman con ella: ¡Ay, pedazos de bestias!

Los beligerantes ordinarios en la conjunción de los valles de Carranza y Soba, eran: en Carranza un destacamento de aduaneros carlistas mandados por un carranzano conocido por Josepin el de Aldacueva, y en Soba los urbanos o paisanos armados isabelinos de los lugares confinantes con Carranza, mandados por un sobano conocido con el apodo de Geringa.

Josepin era un mocetón corpulento, de buen humor y diestro en la estrategia guerrillera; y Geringa un delgaducho como un alambre, a cuya circunstancia debía el apodo de Geringa, preocupado y caviloso como él solo, tanto que su mujer temía no se le pusiese alguna vez en la cabeza que estaba en peligro de muerte, porque entonces ni todos los veterinarios del mundo le salvaban.

Josepin y Geringa se conocían desde antes que empezara la guerra, y por cierto que merece contarse en capítulo aparte cómo se conocieron.


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Dominio público
7 págs. / 13 minutos / 94 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Las Siembras y las Cosechas

Antonio de Trueba


Cuento


I

Pepe y Pepa, su mujer, duermen como bienaventurados.

La luz del alba comienza á sonreir en la ventana, que Pepe dejó anoche entreabierta para que la luz pudiera asomarse á decirle:

—¡Levántate, dormilón!

Y los pájaros comienzan á cantar en los árboles del huerto:


Pío, pío—¡que ya viene el día!
Pío, pío—¡que le guarde Dios!
Pío, pío—¡qué gusto, qué gusto
ver las flores y el cielo y el sol!


Señores pájaros, hoy verán ustedes el cielo y el sol, pero lo que es las flores... perdonen ustedes por Dios, que estamos en Noviembre.

Pepe y Pepa se levantan de puntillas para no despertar á sus hijos, que duermen en la alcoba inmediata, y mientras Pepe prepara el almuerzo á sus mulas, Pepa prepara el almuerzo á su marido.

A gloria con sal molida huelo el platito de huevos y torreznos que Pepe encuentra en la mesa á orilla del flamígero y por tanto alegre y caliente hogar.

—¡Estimando, pichona!—quiere decir á la cocinera.

Pero por no despertar á los niños, calla y obra, es decir, da á su mujer un par de besos como un par de soles, se sienta á la mesa, y á lo que estamos, tuerta.

Relinchan las mulas en la cuadra, como quien dice: «Ya hemos sacado la tripa de mal año».

Y entonces Pepe las unce; les planta sobre el yugo el arado, se echa al hombro un costal de trigo, arrea otro beso á su mujer, que le contesta con un «¡Anda, gitano!», y con las mulas delante y el pensamiento detrás, sale de la aldea en tanto que el sol despunta por los oteros de Oriente.

Allá va Pepe, allá va Pepe, caminito de la vega, cantando su amor y sus esperanzas.

La mañana está muy fresca, que los cierzos de Noviembre dicen desde la cumbre del Guadarrama:

—Siembra, siembra, que nosotros soplaremos para que el trigo caiga á la tierra limpio de polvo y paja.


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24 págs. / 43 minutos / 54 visitas.

Publicado el 23 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

La Visión de Lasmuñecas

Antonio de Trueba


Cuento


El documento que voy á dar á conocer me parece rauv curioso y útil para el estudio de las alucinaciones vulgares, y aun para el estudio médico de ciertas enfermedades físicas que llevan consigo la perturbación mental.

Me lie preguntado si merecía darse á luz en un periódico formal é importante, y la contestación ha sido afirmativa, fundándose en que si es lícito al escritor fantasear historias y darlas al público con el único fin de deleitar, lícito debe serle también el dar á conocer hechos que puedan servir para el estudio de las enfermedades físicas y morales de la humanidad.

El año 1841 se habló muchísimo en la parte occidental de Vizcaya y en la oriental de la provincia de Santander, de una aparición muy singular que se suponía haber tenido un vecino del concejo de Sopuerta, y se contaba entre otras cosas, que en una respetable familia de aquel concejo habían ocurrido, con posterioridad á la aparición, sucesos anunciados de antemano por el sujeto que decían haberla tenido Más aún; muchos sujetos de aquellas comarcas, que por entonces ó años después fueron á América, me suelen preguntar á su regreso (sabedores como son de mi afición á la investigación y al estudio de las creencias y costumbres populares y de mi conocimiento de aquella parte del litoral cantábrico), si he averiguado algo curioso ó cierto acerca de la famosa aparición de Lasmuñecas.


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11 págs. / 20 minutos / 35 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

La Casualidad

Antonio de Trueba


Cuento


I

Eran frecuentes mis escapatorias de la villa a la aldea natal, adonde me estaban siempre llamando la familia, los amigos, los recuerdos de la niñez y mi afición a la vida campesina.

Llegué a la aldea al anochecer de un día de Invierno, y como llegase cansado y hacía frío y la noche era obscura, me instalé inmediatamente junto al hogar, y siguiendo el consejo de mi padre y mis hermanos, reservé para la mañana siguiente la visita a los amigos y compañeros de la infancia, a pesar de lo muy grata que me era siempre esta visita y de mi impaciencia por hacerla.

Algunos amigos míos, menos egoístas y no más descansados que yo, pues habían pasado el día trabajando en sus heredades, arrostraron el cansancio y el frío y la obscuridad, para ir a verme tan pronto como supieron mi llegada.

Con tal motivo, aquella noche había gran tertulia en casa. Mis sobrinitos, que ordinariamente se acostaban al anochecer, con un huevo o una taza de leche casi todas las veces, y las demás con la añadidura de un azote que les daba su madre con toda la suavidad que permitía el caso, para corregir las mañas en que incurrían cuando el sueño les rondaba, estaban aquella noche despabiladísimos, y todas las amenazas de su madre de que haría y acontecería con ellos si no se iban a acostar eran inútiles, pues poniéndose bajo la salvaguardia del tío y del abuelo, las desafiaban valerosamente.


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13 págs. / 22 minutos / 44 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Rico y el Pobre

Antonio de Trueba


Cuento


I

Éste era un caballero de Madrid, llamado don Juan Lozano, que tenía el oro y el moro, y gozaba tanto de los enemigos del alma, mundo, demonio y carne, que pasaba la vida rabiando.

Aunque esto último parece mentira, es una verdad como un templo (y califico de gran verdad al templo, no por su gran tamaño, sino por su gran verdad); y si no, expliquémonos, que explicándose se entiende la gente.

Don Juan vivía en la calle de Atocha, en un palacio cuyo lujo y comodidades eran el presulta del lujo y la comodidad (como decía Perico, el zapatero remendón de la guardilla de enfrente, llamado por mal nombre Carape, que entendía de latín tanto como yo); sus coches y caballos valían un dineral; en su mesa se servían hasta en día de trabajo los manjares más ricos que Dios crió o inventaron los hombres, y, por último, las chicas más, guapas que paseaban por Madrid se despepitaban por don Juan. Pues a pesar de todo esto, y mucho más que no es para dicho, don Juan pasaba la vida rabiando, porque el regalo y el placer habían estragado de tal modo su cuerpo y su alma, que lo que a todo el mundo le sabe a gloria, a él le sabía a rejalgar de lo fino; y así era que nunca se le veía reír, y siempre estaba con una cara de condenado, que metía miedo.

A Perico, el zapatero de enfrente, le sucedía todo, lo contrario que a don Juan: era más pobre que las ratas, y, sin embargo, era más rico que don Juan el de enfrente. Esto último también parece mentira, y no lo es; y en prueba de ello me contentaré por ahora con decir que Perico se pasaba el día, y aun la noche, canta que canta, fuma que fuma, y echa que echa chicoleos a su mujer, aunque era más fea que el voto va Dios.


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21 págs. / 38 minutos / 91 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Pecado Natural

Antonio de Trueba


Cuento


I

Éste era un caballero de Madrid, llamado don Juan Lozano, que tenía el oro y el moro, y gozaba tanto de los enemigos del alma, mundo, demonio y carne, que pasaba la vida rabiando.

Aunque esto último parece mentira, es una verdad como un templo (y califico de gran verdad al templo, no por su gran tamaño, sino por su gran verdad); y si no, expliquémonos, que explicándose se entiende la gente.

Don Juan vivía en la calle de Atocha, en un palacio cuyo lujo y comodidades eran el presulta del lujo y la comodidad (como decía Perico, el zapatero remendón de la guardilla de enfrente, llamado por mal nombre Carape, que entendía de latín tanto como yo); sus coches y caballos valían un dineral; en su mesa se servían hasta en día de trabajo los manjares más ricos que Dios crió o inventaron los hombres, y, por último, las chicas más, guapas que paseaban por Madrid se despepitaban por don Juan. Pues a pesar de todo esto, y mucho más que no es para dicho, don Juan pasaba la vida rabiando, porque el regalo y el placer habían estragado de tal modo su cuerpo y su alma, que lo que a todo el mundo le sabe a gloria, a él le sabía a rejalgar de lo fino; y así era que nunca se le veía reír, y siempre estaba con una cara de condenado, que metía miedo.

A Perico, el zapatero de enfrente, le sucedía todo, lo contrario que a don Juan: era más pobre que las ratas, y, sin embargo, era más rico que don Juan el de enfrente. Esto último también parece mentira, y no lo es; y en prueba de ello me contentaré por ahora con decir que Perico se pasaba el día, y aun la noche, canta que canta, fuma que fuma, y echa que echa chicoleos a su mujer, aunque era más fea que el voto va Dios.


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21 págs. / 38 minutos / 48 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Fomes Pecatti

Antonio de Trueba


Cuento


I

Con esta pícara afición que desde chiquitín he tenido a averiguarlo todo, menos aquello cuya averiguación es pecado, apenas llegó a mi noticia el aforismo teológico de que todos tenemos dentro del cuerpo el fomes peccati, me entró gran comezón por averiguar, no si el aforismo era cierto como regla general, pues no dudaba que lo fuese, sino si esta regla tenía su excepción como todas.

Molí con mis preguntas a todo Dios, incluso la historia civil y religiosa, y todas las contestaciones que obtuve fueron que, en efecto, el fomes peccati se encierra en todo cuerpo humano, sin excepción de los más santos. Generalmente estas contestaciones se resentían de cierta metafísica, y, por consiguiente, su aridez y oscuridad las hacía inadecuadas para incluirlas en el género de literatura lisa y llana y a la buena de Dios que yo cultivo; pero entre ellas había una que no tenía aquella condición, y por consecuencia aquel inconveniente y esta contestación, que es la de la tradición. popular, es la que voy a confiar al público, un poquito ampliada y glosada, eso sí, pero en lo esencial sin quitarle punto ni coma.

Veamos, pues, con qué ejemplos al canto me afirmó la tradición popular ser cierto que todos tenemos el fomes peccati dentro del cuerpo; unos en la cabeza, otros en la boca, otros en el pecho, otros en el estómago y otros aún más abajo, como que hasta en los pies le tienen muchas personas.


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Dominio público
29 págs. / 50 minutos / 52 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

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