Textos más vistos de Antonio de Trueba | pág. 3

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autor: Antonio de Trueba


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La Ballena del Manzanares

Antonio de Trueba


Cuento


...En el portillo de Gilimón (de Madrid).... vivía un tal Alvar, que gozaba de gran celebridad en Madrid.

Alvar era la verdadera gacetilla de la villa: no había incendio, ni asesinato, ni robo, ni paliza, ni casamiento, ni bautizo, que él no supiera antes que los incendiados, ó los asesinados, ó los robados, ó los apaleados, ó los casados, ó los bautizados.

Dar el primero una noticia triste ó alegre, era para Alvar la felicidad suprema.

Ver Alvar desde su ventana, que daba al paseo de los Melancólicos, que un ladronzuelo arrebataba la capa á un melancólico, y salir desempedrando las calles de Madrid del Sur, pregonando el robo, no para tener el gusto de que acudiesen á perseguir al ladrón, sino para tener el gusto de dar la noticia antes que nadie, todo era uno.

Pero la manía de Alvar no consistía sólo en la novelería, que consistía también en pretender que sus ojos, ó su oído, ó su inteligencia, nunca se equivocaban.

Una tarde, víspera de San Isidro, discurrían dos vecinos suyos sobre si al día siguiente se le mojarían ó no las polainas al Santo, y oyendo Alvar la disputa, se acercó á dar su opinión con la seguridad con que siempre la daba: su opinión era que al día siguiente no se le mojarían al Santo las polainas.

Como los vecinos sabían que el Santo labrador es tan aficionado á solemnizar su fiesta mojando la tierra, como los madrileños á solemnizarla mojando la palabra, pusieron en duda el pronóstico de Alvar, y éste, que era soberbio y vanidoso á más no poder, cogió tal berrinche, que á poco más la emprende á palos con los vecinos.

Una hora después empezó á llover á mares, y no lo dejó en toda la noche, con gran mortificación del desmedido amor propio de Alvar.


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3 págs. / 5 minutos / 150 visitas.

Publicado el 9 de abril de 2020 por Edu Robsy.

La Paliza

Antonio de Trueba


Cuento


I

¿Recuerdas, querido Eduardo, cuánto nos moian pidiéndonos que les contásemos cuentos tu hija y la mía el invierno pasado cuando se reunían en tu casa a jugar y diablear? Yo no he podido menos de recordarlo al recibir una carta tuya en que, con el imperio que te da nuestro cariño, me mandas que te cuente un cuento. ¡Hola! ¿Conque gustas de cuentos, como tu María y mi Ascensión? No lo estraño, porque, a pesar de tu grave y viril inteligencia, tienes el corazón de un niño.

Allá te va un cuento, y no me atrevo a decir el cuento que me pides, porque supongo que el que me pides es bueno y el que te envío es malo.

Hay en las Encartaciones de Vizcaya un hermoso valle que tú y yo queremos y debemos querer porque hay en él quien todos los días sea acuerda de nosotros. ¿Te acuerdas de aquella iglesia que se alza al estremo septentrional del valle en un bosque de castaños, robles y nogales? ¿Te acuerdas de aquella casería que blanquea en un bosquecillo de frutales en una colina que domina a la iglesia? ¿Te acuerdas, en fin, de aquella angosta y profunda garganta por donde, a la sombra de los robledales y los castañares, desaparece, dirigiéndose al mar cercano, el río que fertiliza las verdes heredades del valle? Pues si te acuerdas de todo esto, tenlo presente mientras lees esta narración, que en el pórtico de aquella iglesia, en aquella colina y en aquella garganta pasó lo que te voy a contar, según las buenas gentes del valle aseguran.


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8 págs. / 14 minutos / 42 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Los Borrachos

Antonio de Trueba


Cuento


I

El pintor, antes de pintar el cuadro, prepara el lienzo; y lo mismo debo hacer yo, que también soy pintor, aunque de brocha gorda.

Preparemos el lienzo.

El lienzo en que voy á pintar es uno de los valles más hermosos de Vizcaya.

Entre las razones que tengo para llamarle hermoso, hay dos muy poderosas: la primera que lo es, y la segunda que nací en él.

—Y á nosotros—dirá el lector,—¿qué nos importa que naciera usted en él ó en el infierno, que es tierra caliente?

—¡Pues no les ha de importar á ustedes! Diciendo que nací en él pruebo que sé lo que digo, cosa que no sucede á todos los que hablan ó escriben.

Por medio del valle corre un río no muy cauda loso, pero sí muy claro y muy fresco.

¡Ay, castaños! y ¡ay, nogales, que os miráis en las fugitivas ondas de aquel río! ¡Quién fuera, no ya nogal ni castaño, quién fuera alcornoque, con tal que pudiera mirarse en vuestro espejo!

En la ribera del Sur hay un altito, y allí está rodeada de fresnos y de casas blancas, la iglesia de Santa María, para mí la de más sonoras campanas, la de más hermosas imágenes y la de más santos y dulces recuerdos.

Desde la iglesia al río hay una cuestecita de doscientos pasos.

En aquella cuestecita se encuentra lo siguiente: un cauce que Hoya el agua á un molino y á una ferrería, que medio se ven un poquito más abajo entro los nogales; cuatro ó cinco casas á la derecha, un verde huerto á la izquierda, y por último, el puente, por el cual pasaba á gatas Lorenzo...

—Pero ¡qué Lorenzo ni qué niño muerto, si aún no hornos acabado de preparar el lienzo!

El puente es muy viejo, muy firme, muy alto, muy angosto y muy escueto.

Al otro lado del río hay un cerro muy alto, coronado por una cruz adonde sube el párroco de la aldea durante las rogativas de Mayo para bendecir los campos desde allí.


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36 págs. / 1 hora, 3 minutos / 45 visitas.

Publicado el 23 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

Narraciones Populares

Antonio de Trueba


Cuentos, Colección


A Don Eduardo Bustillo

No debo, querido Eduardo, contentarme con dedicarte este libro, como si dijéramos, a secas, porque eso sería, en primer lugar, como si un hermano, al encontrarse con el hermano querido, después de larga ausencia, lo saludase con un «beso a Vd. la mano,» y, en segundo lugar, sería desperdiciar una buena ocasión de decir al público, por el sistema de «a ti te lo digo, nuera, entiéndelo tú, mi suegra,» lo que acerca de este libro necesito, o, cuando menos, deseo decirle.

Antes de todo te diré por qué llamo a este libro Narraciones populares. Confiésote, aunque no te guste, pues eres algo menos reaccionario que yo, que a pesar de mi antigua afición a lo que se llama el pueblo, porque procedo de esta clase social, porque casi siempre he vivido entre ella y porque he dedicado, buena parte de mi vida al estudio de sus sentimientos y costumbres; confiésote que me va ya apestando el calificativo de «popular,» porque, de algún tiempo a esta parte, se, abusa de él tan escandalosamente como te lo probarán dos ejemplos que voy a someter a tu consideración. En estos últimos años, en que tanto se han cacareado la libertad y los derecho individuales, he visto en una capital de treinta mil almas, rica, culta, liberal, independiente, altiva, llamar ayuntamiento popular al elegido por ciento cincuenta ciudadanos, únicos a quienes había permitido votar el garrote de dos aprendices de torero, y he visto en la misma, provincia llamar también ayuntamientos populares a una porción de ayuntamientos elegidos a culatazos por un pelotón de soldados.


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182 págs. / 5 horas, 19 minutos / 372 visitas.

Publicado el 5 de enero de 2019 por Edu Robsy.

Atezayaga

Antonio de Trueba


Cuento


Tradición popular recogida en el valle de Guernica


En tiempos muy antiguos, no empezaba el mar á donde ahora se llama Mundaca, y en aquél tiempo se llamaba Munácoa y no Menosca como dijeron los historiadores romanos, á cuyo oído era refractaria la lengua que que hablaba en esta región, y persevera en ella después de haber sido la de toda la península ibérica. El mar empezaba entonces bastante más allá; pero las olas fueron atacando la punta de tierra por sus dos obstados y concluyeron por circunvalarla, de lo que resultó la isla de Izaro, cuyo nombre significa isla marina. Entonces, naturalmente, aquél pedazo de tierra tenía otro nombre, porque, no podía tener, el de Izaro no estando aislado en el mar; entonces se llamaba Atezayaga, que equivale á portería ó lugar de porteros; y se llamaba así con muchísima razón, como vamos á ver en este relato, que sustancialmente he recogido de boca del pueblo.

En Atezayaga había una casa solariega y tan noble, que á cuantos procedían de ella, con sólo acreditar esta procedencia, se los relevaba en todos los imperios y monarquías á donde iban de pruebas de nobleza, se les concedían gracias y privilegios y los linajes más encumbrados y esclarecidos se creían honrados con emparentar con ellos.

Sin embargo de esto, los del solar de Atezayaga eran muy pobres, como que todas sus riquezas materiales se reducían á unas cortas tierras labrantías, á algunos ganados, á un molino, á una ferrería donde labraban algunos quintales de fierro con el carbón que producían sus bosques y el mineral que producía una venera que tenían cerca de ellos, y á la pesca que extraían, del mar que azotaba su modesta propiedad territorial.


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4 págs. / 7 minutos / 49 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

Cata-ovales

Antonio de Trueba


Cuento


Tradición popular vizcaína

I

Eleve los Dos mundos á tantos compatriotas míos como residen en la América latina con el pensamiento y el corazón en los valles nativos; una de las mil tradiciones que he recogido en estos amados valles, y llévela desnuda de toda gala retórica, pues me falta tiempo para suplir con tales galas su desnudez originaria.

II

Al Oeste del valle donde tienen asiento los concejos de Galdames y Sopuerta, arrancan dos montañas paralelas en dirección al valle de Arcentales, separadas por una honda y estrecha cañada, por cuyo fondo se precipita un bullicioso riachuelo cuyas riberas pueblan frondosas arboledas y minas de ferrerías y aceñas.

Casi al comedio de esta cañada en la ribera izquierda, blanquea la aldeita de Labarrieta, con sus doce ó catorce casas rodeadas de heredades, viñedos y árboles frutales, con su iglesita de Santa Cruz y su ermita de Santa Lucía, que tapa la boca y sirve como de portería á una singular caverna, allá arriba en la ladera de la montaña.

Sirviendo como de estribación á la montaña, meridional ó del lado opuesto y asomándose por espacio de media legua á la hondonada, sigue la dirección de ésta un cordón de blancas rocas calcáreas, que elevándose cada vez mas, terminan frente á la aldeita, con elevación tal, que causa vértigo el asomarse á ellas por el campo del Oval, nombre que lleva la planicie ó meseta que en aquel punto las domina.

Aquella parte de la cordillera pétrea, se llama la Peña de la Miel, porque es frecuente ver destilar por ella la miel de los tártanos ó panales que labran las abejas en sus grutas y concavidades.


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3 págs. / 6 minutos / 39 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

Desde la Patria al Cielo

Antonio de Trueba


Novela corta


I

Lector despreocupado: sí abres por la S el Diccionario geográfico, de Madoz, o cualquiera otro, encontrarás un artículito que dice, poco más o menos, lo siguiente:

«S..., concejo de las encartaciones de Vizcaya partido judicial de Balmaseda, con trescientos vecinos y una iglesia parroquial dedicada a San Fulano. Dista de Bilbao cinco leguas, y sesenta y cinco de Madrid.»

Aquí tienes todas las noticias geográficas, históricas, estadísticas, etc., que dan los libros acerca del rinconcito del mundo de que vamos a hablar.

Pero como el concejo de S... me interesa algo más que a los autores de Diccionarios geográficos, voy a suplir el desdeñoso laconismo de estos señores.

Verdaderamente, el concejo de S..., no tiene grandes títulos a la atención del viajero, y sobre todo si el viajero es despreocupado como tú.

Su iglesia es buena para glorificar y pedir consuelos a Dios; pero... pare usted de contar.

Los vecinos del concejo la tienen mucho cariño; pero ¿sabes por qué, lector despreocupado? Porque, según dicen, sus padres la construyeron amasando con el sudor de su frente la cal de aquellas blancas paredes; porque allí están enterradas las personas por quienes rezan y oran todos los días; porque allí recibieron ellos el agua santa del bautismo; porque allí se unieron para siempre con la compañera de sus alegrías y sus tristezas; porque allí alcanzan de Dios consuelo en sus tribulaciones, y porque allí la palabra del sacerdote les indujo, e induce aún a sus hijos, a amar y reverenciar a sus padres, a detestar el vicio y a adorar la virtud.

¿Qué te, parece, lector despreocupado? ¿Has visto simpleza igual?

Pues no para en esto la de los tales aldeanos.


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53 págs. / 1 hora, 34 minutos / 90 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Ama del Cura

Antonio de Trueba


Cuento


I

Era el rector o párroco de Cegama lo más bendito y glorioso que había bajo la capa del cielo. Con aquel genio siempre bondadoso, indulgente y sereno, con aquella seguridad de que todo lo que ocurre en el mundo es obra de Dios, y, por consecuencia, lo mejor y más justo, y con aquella propensión a no descubrir en el mundo más que horizontes de color de rosa, estaba siempre sonrosado como la fresa de Loyola, sano como las manzanas de Oiquina y gordo como los cebones de Oyarzun.

Es verdad que el señor rector se despepitaba por un platito de magras con tomate o un par de truchas del riachuelo de Alzánia, pero en cambio era celosísimo en el desempeño de su sagrado ministerio y, como suele decirse, no tenía cosa suya, pues gastaba en limosnas y en obsequiar a cuantos llegaban a su casa, no sólo el producto de su curato, sino también el de media docena de caserías que había heredado de sus padres.

La llavera o ama del señor rector había sido tan feliz como éste hasta rayar en los treinta años. Mari Cruz, que así se llamaba, quedó huérfana de padre y madre de muy pocos meses de edad, y el señor rector la recogió, costeó su lactancia y educación y le sirvió como de cariñoso padre.

Mari Cruz salió una excelente muchacha, y tanto amor y agradecimiento tenía al señor cura, que por no separarse de éste había desechado muy buenas proporciones de casarse.

Era célebre en Cegama un viejecito, de la altura de un perro sentado, conocido por Diegochu.

Diegochu era un pobre labrador que apenas sabía escribir su nombre y apellido; pero era naturalmente tan listo y decidor, y sabía tantos cantares, refranes y chilindrinas, que en todo el Olamoch (tierra de los argomales achaparrados), como llaman a la comarca de Cegama, pasaba entre las gentes ignorantes y sencillas por un sabio, a quien todos admiraban y escuchaban como a oráculo y profeta infalible.


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20 págs. / 35 minutos / 54 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Apetito

Antonio de Trueba


Cuento


I

Cuando Cristo y San Pedro andaban por el mundo sucedió que una mañana se encontraron con ellos en el camino dos jóvenes muy guapos y enamorados que volvían de la iglesia, donde acababan de casarse, y se dirigían á una casita blanca que tenían ya preparada allá arriba para vivir en ella queriéndose y ayudándose uno á otro como Dios manda.

—No será malo—dijo la mujer al marido viendo que se acercaba á olios Cristo y San Pedro,—que aprovechemos la ocasión para preguntar á Cristo qué es lo que principalmente debemos hacer para ser buenos casados, porque aunque ya nos ha dicho algo de eso el señor Cura, naturalmente Cristo y aun San Pedro han de saber más que él de esas cosas.

—Tienes mucha razón—contestó el marido,—y tanto más nos conviene preguntarles eso, cuanto el señor Cura nos ha dicho, que como tenemos poco talento...

—De tí ha dicho eso, que no de mí.

—Lo mismo da, mujer, que lo que se dice del marido, como si se dijera de la mujer es.

—Eso según y conforme.

—¿No has oído al señor Cura que la mujer y el marido son una sola carne y un solo hueso?

—No, ha dicho el señor Cura eso: ha dicho que el marido debe tener por carne de su carne y hueso de su hueso á la mujer.

—Pues llámale hache.

—No le llamo hache ni jota, que lo que con eso ha querido decir el señor Cura es que si, pongo por caso, tú me das una bofetada que me rompa las muelas, te ha de doler la bofetada como dada en carne de tu carne y hueso de tu hueso.

—Zape, ya me guardaré yo muy bien de dártela que no soy tan tonto como eso.

—¡Podía llegar hasta eso tu tontería!

—Pues como íbamos diciendo, nos conviene tanto más preguntar á Cristo que es lo que principalmente debemos hacer para ser buenos casados cuanto el señor Cura nos ha aconsejado que cuando no sepamos alguna cosa, la preguntemos á quien sepa más que nosotros..


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8 págs. / 14 minutos / 51 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

El Cura Nuevo

Antonio de Trueba


Cuento


I

Esto debió suceder hace más de un siglo, pues fue en tiempo de mi bisabuelo materno Agustín de Garay, quien lo contaba a mi abuela, que a su vez lo contaba a mi madre, como ésta me lo contaba a mí, bien distantes todos por cierto de que en letras de molde se lo había de contar yo al público.

Era hacia fines del mes de Julio; por más señas, un sábado al anochecer. Los vecinos de Montellano, conforme dejaban las heredades donde andaban en la siega del trigo y la resalla de la borona, se iban reuniendo en el campo de Acabajo, uno de los cuatro barrios en que se divide aquella aldea de veinticinco vecinos.

Aquel campo, donde hoy existe una ermita dedicada a San Antonio Abad, abogado de los animales, era entonces mucho más espacioso que ahora, porque después le han ido invadiendo y estrechando las codiciosas heredades hasta el punto de faltar poco para que digan a la ermita, la era y los nogales que aún quedan en él: «a ver si os quitáis de ahí, para que nosotras nos ensanchemos un poquito más;» como que llegaba hasta la Fuente fría que hoy está separada de él por una estradita que corre entre heredades.

No era sólo el deseo de refrescar en la fuente lo que reunía allí entonces a los vecinos de Montellano, sino una novedad de las más grandes de la aldea: subía ya por el castañar de Traslacueva, acompañado de un hermoso perro de caza y montado en el caballito de San Francisco, el cura nuevo, y los vecinos, ansiosos de conocerle y saludarle, se reunían y le esperaban en el campo de Acabajo, donde sin duda se detendría un rato a descansar antes de subir por la llosa del Portal al barrio de las Casas, en el que mi bisabuela Magdalena de Umaran le tenía preparado provisional hospedaje, que consistía en el mejor cuarto de la casa, lindamente blanqueado la víspera por mi bisabuelo, con una caldera de lechada de cal distribuida hasta en el techo con ayuda de una brocha de brezo.


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21 págs. / 36 minutos / 51 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

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