Textos mejor valorados de Antonio de Trueba

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autor: Antonio de Trueba


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Tragaldabas

Antonio de Trueba


Cuento


I

Lesmes era pastor, aunque su nombre no lo haría sospechar a nadie, pues todo el que haya leido algo de pastores en los autores más clásicos y autorizados, sabe que se llamaban todos Nemorosos, Silvanos, Batilos, etc.

Si el nombre de Lesmes nada tiene de pastoril, menos aún tiene la persona; pues es sabido que todos los pastores como Dios manda, son guapos, limpios, discretos, músicos, cantores, poetas y enamorados, y Lesmes podía apostárselas al más pintado a feo, puerco, tonto, torpejón para la música, el canto y la poesía, y el amor estomacal era el único que le desvelaba.

Lesmes tenía, sin embargo, algo de pastor, aparte, por supuesto, de lo de guardar ganado: era curandero. Nadie ignora que la flor y nata de los curanderos sale del gremio pastoril.

La voz del pueblo, que dicen es voz de Dios, aseguraba que Lesmes triunfaba de todas las enfermedades; pero yo tengo una razón muy poderosa para creer que la voz del pueblo mentía como una bellaca, y, por consiguiente, no es tal voz de Dios ni tal calabaza. Lesmes padecía una terrible hambre canina, a la que debía el apodo de Tragaldabas con que era conocido, y toda su ciencia no había logrado triunfar de aquella enfermedad.

Un invierno atacó no sé qué enfermedad al rebalo de Lesmes, y en poco tiempo no le quedó una res. Esta desgracia fue doble para el pobre Tragaldabas, porque al perder el ganado perdió la numerosa clientela de enfermos, que le daba, sino para matar el hambre, al menos para debilitarla. El pueblo, que acudía a él en sus dolencias, dijo con muchísima razón: «si Tragaldabas no entiende la enfermedad de las bestias, es inútil que acudamos a él». Y dicho y hecho: ya ningún enfermo acudió a consultar a Tragaldabas desde que se supo que éste no acertaba con el mal de las bestias.


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Dominio público
16 págs. / 28 minutos / 117 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Cuentos de Color de Rosa

Antonio de Trueba


Cuentos, Colección


A Teresa

Estos cuentos te dedico, amor mío, porque son lo más honrado que ha salido de mi pluma, y porque tu alma angelical y enamorada me ha hecho sentir mucho de lo hermoso y puro y santo que he pretendido trasladar a ellos.

Llámoles CUENTOS DE COLOR DE ROSA, porque son el reverso de la medalla de la literatura pesimista que se complace en presentar el mundo como un infinito desierto en que no brota una flor, y la vida como una perpetua noche en que no brilla una estrella.

Yo, pobre hijo de Adán, en quien la maldición del Señor a nuestros primeros padres no ha dejado de cumplirse un solo día desde que, niño aún, abandoné mis queridos valles de las Encartaciones; yo tendré amor a la vida y no me creeré desterrado en el mundo mientras en él existan Dios, la amistad, el amor, la familia, el sol que me sonríe cada mañana, la luna que me alumbra cada noche, y las flores y los pájaros que me visitan cada primavera.

En el momento en que esto te digo, a ambos nos sonríe a esperanza más hermosa de mi vida: antes que el sol canicular marchite las flores que están brotando, refrescarán nuestra frente las auras de las Encartaciones. El noble y sencillo anciano, que ya se honra y te honrará dándote el nombre de hija, recorre alborozado la aldea, y con el rostro bañado en lágrimas de regocijo, dice a los compañeros de mi infancia:

— ¡Mis hijos vienen! ¡Mi hijo vuelve a saludar estos valles con el ardiente amor que les tenía al darles la despedida más de veinte años ha!

Y los compañeros de mi infancia, que, como yo, siguen la jornada de la vida glorificando a Dios, que les da aliento para no desmayar en ella, participan del regocijo de nuestro padre.


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Dominio público
322 págs. / 9 horas, 24 minutos / 304 visitas.

Publicado el 6 de enero de 2019 por Edu Robsy.

Narraciones Populares

Antonio de Trueba


Cuentos, Colección


A Don Eduardo Bustillo

No debo, querido Eduardo, contentarme con dedicarte este libro, como si dijéramos, a secas, porque eso sería, en primer lugar, como si un hermano, al encontrarse con el hermano querido, después de larga ausencia, lo saludase con un «beso a Vd. la mano,» y, en segundo lugar, sería desperdiciar una buena ocasión de decir al público, por el sistema de «a ti te lo digo, nuera, entiéndelo tú, mi suegra,» lo que acerca de este libro necesito, o, cuando menos, deseo decirle.

Antes de todo te diré por qué llamo a este libro Narraciones populares. Confiésote, aunque no te guste, pues eres algo menos reaccionario que yo, que a pesar de mi antigua afición a lo que se llama el pueblo, porque procedo de esta clase social, porque casi siempre he vivido entre ella y porque he dedicado, buena parte de mi vida al estudio de sus sentimientos y costumbres; confiésote que me va ya apestando el calificativo de «popular,» porque, de algún tiempo a esta parte, se, abusa de él tan escandalosamente como te lo probarán dos ejemplos que voy a someter a tu consideración. En estos últimos años, en que tanto se han cacareado la libertad y los derecho individuales, he visto en una capital de treinta mil almas, rica, culta, liberal, independiente, altiva, llamar ayuntamiento popular al elegido por ciento cincuenta ciudadanos, únicos a quienes había permitido votar el garrote de dos aprendices de torero, y he visto en la misma, provincia llamar también ayuntamientos populares a una porción de ayuntamientos elegidos a culatazos por un pelotón de soldados.


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Dominio público
182 págs. / 5 horas, 19 minutos / 350 visitas.

Publicado el 5 de enero de 2019 por Edu Robsy.

Casilda

Antonio de Trueba


Cuento infantil


I

Era el rey de Toledo el moro Almenón, con quien el rey de Castilla don Fernando el Grande mantenía cordial amistad.

Este rey moro tenía una hija muy hermosa y compasiva, llamada Casilda.

Una esclava castellana contó á la hija del rey moro que los nazarenos amaban á su Dios, y á su rey, y á sus padres, y á sus hermanos, y á sus esposas.

También contó la esclava á la hija del rey moro, que los nazarenos nunca quedan huérfanos de madre, porque cuando pierden á la que los concibió, les queda otra, llamada María, que es una madre inmortal.

Pasaron años, pasaron años, y Casilda fué creciendo en cuerpo y en hermosura y en virtud. Se le murió su madre, y envidió la dicha de los huérfanos nazarenos.

En los confines del jardín que rodeaba el palacio del rey moro, había unas lóbregas mazmorras, donde gemían, hambrientos y cargados de cadenas, muchos cautivos cristianos.

Sucedió que un día fué Casilda á pasear por los jardines de su padre, y oyó gemir á los pobres cautivos. La princesa mora tornó al palacio, lleno su corazón de tristeza.

II

Á la puerta del palacio encontró Casilda á su padre, y arrodillándose á sus pies, le dijo:

—¡Padre! ¡Señor padre! En las mazmorras gime muchedumbre de cautivos. Quítales sus cadenas, ábreles las puertas de su prisión y déjalos tornar á tierra de nazarenos, donde lloran por ellos padres, hermanos, esposas, amadas.

El moro bendijo á su hija en el fondo de su corazón, porque era bueno y amaba á Casilda como á la niña de sus ojos.

El pobre moro no tenía más hija que aquélla.

El pobre moro amaba á Casilda porque era su hija, y porque era además la viva imagen de la dulce esposa cuya pérdida lloraba hacía un año.

Pero el moro, antes que padre, era musulmán y rey, y se creía obligado á castigar la audacia de su hija.


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4 págs. / 8 minutos / 152 visitas.

Publicado el 9 de abril de 2020 por Edu Robsy.

La Ballena del Manzanares

Antonio de Trueba


Cuento


...En el portillo de Gilimón (de Madrid).... vivía un tal Alvar, que gozaba de gran celebridad en Madrid.

Alvar era la verdadera gacetilla de la villa: no había incendio, ni asesinato, ni robo, ni paliza, ni casamiento, ni bautizo, que él no supiera antes que los incendiados, ó los asesinados, ó los robados, ó los apaleados, ó los casados, ó los bautizados.

Dar el primero una noticia triste ó alegre, era para Alvar la felicidad suprema.

Ver Alvar desde su ventana, que daba al paseo de los Melancólicos, que un ladronzuelo arrebataba la capa á un melancólico, y salir desempedrando las calles de Madrid del Sur, pregonando el robo, no para tener el gusto de que acudiesen á perseguir al ladrón, sino para tener el gusto de dar la noticia antes que nadie, todo era uno.

Pero la manía de Alvar no consistía sólo en la novelería, que consistía también en pretender que sus ojos, ó su oído, ó su inteligencia, nunca se equivocaban.

Una tarde, víspera de San Isidro, discurrían dos vecinos suyos sobre si al día siguiente se le mojarían ó no las polainas al Santo, y oyendo Alvar la disputa, se acercó á dar su opinión con la seguridad con que siempre la daba: su opinión era que al día siguiente no se le mojarían al Santo las polainas.

Como los vecinos sabían que el Santo labrador es tan aficionado á solemnizar su fiesta mojando la tierra, como los madrileños á solemnizarla mojando la palabra, pusieron en duda el pronóstico de Alvar, y éste, que era soberbio y vanidoso á más no poder, cogió tal berrinche, que á poco más la emprende á palos con los vecinos.

Una hora después empezó á llover á mares, y no lo dejó en toda la noche, con gran mortificación del desmedido amor propio de Alvar.


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Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 131 visitas.

Publicado el 9 de abril de 2020 por Edu Robsy.

Cuentos del Hogar

Antonio de Trueba


Cuentos, Colección


A María Josefa

I

Recibí, amiga María Josefa, tu afectuosa carta, en que me encargabas que te enviase mi nuevo libro para que, en estas largas veladas, os podáis entretener con él junto a la lumbre; porque, como yo he dicho:


De las cosas del mundo,
son las más dulces
los cuentos que se cuentan
junto a la lumbre;
junto a la lumbre,
donde hay cabezas rubias
y ojos azules
 

Esta primera parte de tu petición es muy fácil de satisfacer, pero no así la segunda, aunque reducida a encargarme que si mi nuevo libro de cuentos no tiene Prólogo que le explique, como le tienen todos los precedentes, le supla con una carta en que te diga todo aquello que pueda contribuir a que leáis o escuchéis con más fruto los CUENTOS DEL HOGAR. En los Prólogos de los seis libros de cuentos que han precedido a éste, he dicho cuanto tenía que decir de este género de literatura, que tengo por importantísimo; por cuanto no hay materia que en él no se pueda tratar, ni hay género de composición literaria que tanto se preste como ésta a llevar lo útil y dulce, de que habla un tal Horacio, a todas las inteligencias y gustos. Si, como se deduce de tu misma petición, has leído los Prólogos de mis otros seis libros de cuentos,


¿Qué quieres que te diga,
María Josefa,
qué quieres que te diga
que tú no sepas?
 


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255 págs. / 7 horas, 26 minutos / 253 visitas.

Publicado el 4 de enero de 2019 por Edu Robsy.

El Maestro y el Discípulo

Antonio de Trueba


Cuento infantil


(Cuento popular que mi tio Ignacio nos contaba cuando pretendiamos no ir más á la escuela porque ya sabiamos bastante).

I

—Vecino, dijo la zorra al lobo, ¡vea usted, vea usted qué zorrillo tan mono acabo de parir! Estoy segura de que va á ser la arañita de la casa.

—Lo será, vecina, si tiene buen maestro.

—Por ejemplo, un maestro como usted.

—Es la verdad, vecina, aunque esté mal el decirlo.

—Ya podia usted ser su padrino y maestro.

—Lo seré con mucho gusto, aunque no sea más que por tener una comadre como usted.

—Gracias, vecino, por su galantería. Así que destete á este cachorrillo que Dios me ha dado, se le llevo á usted para que saque de él un discípulo que le honre.

II

—Buenos días, compadre.

—Comadre, téngalos usted muy buenos.

—Aquí le traigo á usted á su ahijado Bonitillo.

—¿Y cómo está mi ahijado?

—Tan mono y tan buscalavida. Desde que le desteté, todo el día anda de caza; pero como no tiene más instruccion que la miaja que yo le he dado, ni siquiera ha conseguido cazar un pollo.

—Eso es muy natural, comadre; pero descuide usted, que yo le sacaré maestro.

—Eso no lo dudo, compadre, porque en buenas manos queda el pandero. Ea, conque déjeme usted dar un beso al hijo de mis entrañas, y ahí le queda á usted para que me le instruya de modo que sepa tanto como el maestro.

III

—Oye, Bonitillo.

—Mande V., padrino.

—Voy á comenzar tu instruccion práctica.

—¿Y qué es lo que tengo yo que hacer para recibirla?

—Nada más que observar bien lo que yo hago.

—Eso, padrino, por debajo de la pata lo hago yo.

—Te vas a poner de centinela en ese altillo que domina á la vereda, y en cuanto veas venir caza de pelo ó pluma, me avisas, y luego mucho ojo á lo que yo hago.


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Dominio público
1 pág. / 3 minutos / 105 visitas.

Publicado el 9 de abril de 2020 por Edu Robsy.

La Guerra Civil

Antonio de Trueba


Cuento


I

Tenía yo de ocho a diez años y casi casi deseaba que hubiese siquiera un poquito de guerra, porque siempre estaba oyendo hablar de ella, y envidiaba a los que la habían conocido.

—¿Qué es guerra?— había preguntado a mi madre.

Y ésta me había contestado:

—Hijo, Dios nos libre de ella; porque la guerra es matarse los hombres unos a otros.

—Pues mi hermano y yo no nos matamos ni matamos a nadie, y siempre está usted diciendo que somos muy guerreros y que damos mucha guerra.

Mi madre se echó a reír al oír esta observación mía, y lejos de rechazarla, pareció confirmarla dándome un beso apretado y chillado, que es cosa rica.

Este proceder de mi madre, que al parecer no podía influir en mi criterio, influyó no poco, pues me hizo dudar más y más de que la guerra fuese matarse los hombres unos a otros y los guerreros fuesen una especie de fieras.

Los chicos de la aldea me acusaban de collón, viendo, por ejemplo, que cuando se mataba el cerdo en casa, en vez de hacer lo que en tal caso hacían ellos, que era ayudar a sujetar las patas del pobre animal sobre el banco en que se le tendía para meterle el cuchillo, o encargarse de la faena de revolver con un palo la sangre que iba cayendo en la caldera, yo me escapaba de casa al castañar inmediato y allí me estaba llorando y tapándome los oídos para no oír los dolorosos gruñidos del cerdo, y no volvía hasta que éste había dejado de padecer, fausta nueva que me daba el humo del helecho o de la paja con que se le chamuscaba en la portalada.


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7 págs. / 12 minutos / 55 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Casualidad

Antonio de Trueba


Cuento


I

Eran frecuentes mis escapatorias de la villa a la aldea natal, adonde me estaban siempre llamando la familia, los amigos, los recuerdos de la niñez y mi afición a la vida campesina.

Llegué a la aldea al anochecer de un día de Invierno, y como llegase cansado y hacía frío y la noche era obscura, me instalé inmediatamente junto al hogar, y siguiendo el consejo de mi padre y mis hermanos, reservé para la mañana siguiente la visita a los amigos y compañeros de la infancia, a pesar de lo muy grata que me era siempre esta visita y de mi impaciencia por hacerla.

Algunos amigos míos, menos egoístas y no más descansados que yo, pues habían pasado el día trabajando en sus heredades, arrostraron el cansancio y el frío y la obscuridad, para ir a verme tan pronto como supieron mi llegada.

Con tal motivo, aquella noche había gran tertulia en casa. Mis sobrinitos, que ordinariamente se acostaban al anochecer, con un huevo o una taza de leche casi todas las veces, y las demás con la añadidura de un azote que les daba su madre con toda la suavidad que permitía el caso, para corregir las mañas en que incurrían cuando el sueño les rondaba, estaban aquella noche despabiladísimos, y todas las amenazas de su madre de que haría y acontecería con ellos si no se iban a acostar eran inútiles, pues poniéndose bajo la salvaguardia del tío y del abuelo, las desafiaban valerosamente.


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13 págs. / 22 minutos / 39 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Rico y el Pobre

Antonio de Trueba


Cuento


I

Éste era un caballero de Madrid, llamado don Juan Lozano, que tenía el oro y el moro, y gozaba tanto de los enemigos del alma, mundo, demonio y carne, que pasaba la vida rabiando.

Aunque esto último parece mentira, es una verdad como un templo (y califico de gran verdad al templo, no por su gran tamaño, sino por su gran verdad); y si no, expliquémonos, que explicándose se entiende la gente.

Don Juan vivía en la calle de Atocha, en un palacio cuyo lujo y comodidades eran el presulta del lujo y la comodidad (como decía Perico, el zapatero remendón de la guardilla de enfrente, llamado por mal nombre Carape, que entendía de latín tanto como yo); sus coches y caballos valían un dineral; en su mesa se servían hasta en día de trabajo los manjares más ricos que Dios crió o inventaron los hombres, y, por último, las chicas más, guapas que paseaban por Madrid se despepitaban por don Juan. Pues a pesar de todo esto, y mucho más que no es para dicho, don Juan pasaba la vida rabiando, porque el regalo y el placer habían estragado de tal modo su cuerpo y su alma, que lo que a todo el mundo le sabe a gloria, a él le sabía a rejalgar de lo fino; y así era que nunca se le veía reír, y siempre estaba con una cara de condenado, que metía miedo.

A Perico, el zapatero de enfrente, le sucedía todo, lo contrario que a don Juan: era más pobre que las ratas, y, sin embargo, era más rico que don Juan el de enfrente. Esto último también parece mentira, y no lo es; y en prueba de ello me contentaré por ahora con decir que Perico se pasaba el día, y aun la noche, canta que canta, fuma que fuma, y echa que echa chicoleos a su mujer, aunque era más fea que el voto va Dios.


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Dominio público
21 págs. / 38 minutos / 77 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

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