Textos más vistos de Armando Palacio Valdés publicados por Edu Robsy que contienen 'u' | pág. 3

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El Amo

Armando Palacio Valdés


Cuento


Tengo un amo, tengo un tirano que, a su capricho, me inspira pensamientos tristes o alegres, me hace confiado o receloso, sopla sobre mí huracanes de cólera o suaves brisas de benevolencia, me dicta unas veces palabras humildes, otras, bien soberbias. ¡Oh, qué bien agarrado me tiene con sus manos poderosas! Pero no me someto, y ésa es mi dicha. Le odio, y le persigo sin tregua noche y día. Él lo sabe, y me vigila. ¡Si algún día se descuidase!... ¡Con qué placer cortaría esta funesta comunicación que mi alma, que mi yo esencial mantiene con la oficina donde el déspota dicta sus órdenes! Quisiera ser libre, quisiera escapar a esos serviles emisarios suyos que se llaman nervios. Mientras ese momento llega, me esfuerzo en dominarlos. Los azoto con agua fría todas las mañanas, les envío oleadas de sangre roja por ver si los asfixio, y me desespero observando su increíble resistencia. Cuantos proyectos hermosos me trazo en la vida, tantos me desbaratan los indignos. He querido ser manso y humilde de corazón, y hasta pienso que empecé la carrera con buenos auspicios. Me pisaban los callos de los pies, y, en vez de soltar una fea interjección, sonreía dulcemente a mis verdugos; cuando alguno ensalzaba mis escritos, me confundía de rubor; sufría sin pestañear la lectura de un drama, si algún poeta era servido en propinármela; leía sin reirme las reseñas de las sesiones del Senado; ejecutaba, en fin, tales actos de abnegación y sacrificio, que me creía en el pináculo de la santidad. Mis ojos debían de brillar con el suave fulgor de los bienaventurados. Me sorprendía que tardara tanto en bajar un ángel a ponerme un nimbo sobre la cabeza y una vara de nardo en la mano.


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2 págs. / 3 minutos / 58 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Drama de las Bambalinas

Armando Palacio Valdés


Cuento


I

Antoñico era una chispa, al decir de cuantos andaban entre bastidores; no se había conocido traspunte como él desde hacía muchos años: era necesario remontarse a los tiempos de Máiquez y Rita Luna, como hacía frecuentemente un caballero gordo que iba todas las noches de tertulia al saloncillo, para hallar precedente de tal inteligencia y actividad.


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Dominio público
6 págs. / 10 minutos / 52 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Hombre de los Patíbulos

Armando Palacio Valdés


Cuento


Hace cosa de tres o cuatro años tuve la infame curiosidad de ir al Campo de Guardias a presenciar la ejecución de dos reos. El afán de verlo todo y vivirlo todo, como dicen los krausistas, me arrastró hacia aquel sitio, venciendo una repugnancia que parecía invencible, y los serios escrúpulos de la conciencia. Por aquel tiempo pensaba dedicarme a la novela realista.

Eran las siete de la mañana. La Puerta del Sol y la calle de la Montera estaban cuajadas de gente. Había llovido por la noche, y el cielo, plomizo, tocaba casi en la veleta del Principal. La atmósfera, impregnada de vapor acuoso, y el suelo cubierto de lodo. La muchedumbre levantaba incesante y áspero rumor, sobre el cual se alzaban los gritos de los pregoneros anunciando «la salve que cantan los presos a los reos que están en capilla», y «el extraordinario de La Correspondencia.» Una fila de carruajes marchaba lentamente hacia la Red de San Luis. Los cocheros, arrebujados en sus capotes raídos, se balanceaban perezosamente sobre los pescantes. Otra fila de ómnibus, con las portezuelas abiertas, convidaba a los curiosos a subir. Los cocheros nos animaban con voces descompasadas. Uno de ellos gritaba al pie de su carruaje:

—¡Eh, eh! ¡al patíbulo! ¡dos reales al patíbulo!

Me sentía aturdido, y empecé a subir por la calle de la Montera, empujado por la ola de la multitud. Los pies chapoteaban asquerosamente en el fango. ¡Cosa rara! en vez de pensar en la lúgubre escena que me aguardaba, iba tenazmente preocupado por el lodo. Había oído decir a un magistrado, no hacía mucho tiempo, que el barro de Madrid quemaba y destruía la ropa como un corrosivo, lo cual tenía su explicación en la piedra del pavimento, por regla general caliza. «¡Buenos me voy a poner los pantalones!» iba diciendo para mis adentros, con acento doloroso.


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13 págs. / 22 minutos / 57 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Idilio de un Enfermo

Armando Palacio Valdés


Novela


Dedicatoria

A mi hijo.

Con grata sorpresa pude averiguar que algunas de las obras que he lanzado a la publicidad estaban agotadas y otras a punto de estarlo. Fue pasión incontrastable de mi ánimo, no esperanza de lucro o de gloria, la que me arrastró a novelar en esta edad tan poco feliz para las musas. Desde que, recién salido de las aulas, entregué mis primeras cuartillas a la imprenta, vi claramente que no era ésa la vía para lograr los halagos de la vanidad ni los regalos del cuerpo.

Nuestra nación se halla desde hace algunos años con disposición indiferente, más bien hostil, hacia todas las manifestaciones del espíritu. La pasión de lo útil, un sensualismo omnipotente, invade a la sociedad española, y muy singularmente a esa clase media que en la primera mitad del siglo tantas y tan gallardas muestras dio de su amor a lo justo y a lo bello. La juventud, de quien suelen partir los impulsos generosos, los anhelos espirituales, no se ocupa actualmente sino en abrirse paso a codazos para llegar al poder, a la influencia, a la comodidad. Mi padre me decía que, en su tiempo, viendo un joven errar solitario con un libro entre las manos, se podía apostar a que este libro era de versos. El tuyo te dice que actualmente hay seguridad de que el libro es la ley municipal o un compendio de Derecho administrativo. ¿Caminamos por este sendero a la civilización y al engrandecimiento de la patria, o vamos derechos a la barbarie y al desprecio de las naciones cultas? Tú o tus hijos lo sabréis. Yo moriré antes de que se averigüe.


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165 págs. / 4 horas, 50 minutos / 195 visitas.

Publicado el 9 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

El Minuto Fatal

Armando Palacio Valdés


Cuento


Hay horas para mí negras, amargas como la del huerto de Gethsemaní. Al contemplar la lucha incesante y cruel de todos los seres vivos, al tropezar dondequiera con la hostilidad y el egoísmo, me siento desfallecer como el Hijo del Hombre. Entonces, en este minuto aciago de desaliento y de duda, cuando miro caer pieza por pieza y derrumbarse ese mundo que la fe en Dios y el amor entre los hombres había levantado en mi conciencia, no me bastan los filósofos, no me bastan los poetas. Las palabras, por hermosas y concertadas que sean, no penetran en mi corazón. Quiero oír el acento de Dios, quiero ver su mano poderosa. Y me refugio en los conciertos de Weber o en las sinfonías de Beethoven, o bien corro al Museo y me coloco delante de los cuadros de Rafael y de Tiziano. Si esto no puedo, saco del armario un precioso grabado que allí guardo y representa un naufragio. Un buque de alto bordo, repleto de pasajeros, se va a pique por momentos. Los tripulantes, locos de terror, se encaraman por la borda sobre el aparejo y tratan de apoderarse todos al mismo tiempo de un bote salvavidas. Los más fuertes consiguen tocarlo ya con sus manos. Pero en aquel momento vacilan y vuelven la cabeza hacia un grupo de mujeres y niños que elevan hacia ellos sus débiles brazos suplicantes. Debajo de este admirable grabado hay estampadas en inglés las siguientes palabras:

«¡NIÑOS Y MUJERES, DELANTE!»


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1 pág. / 1 minuto / 62 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Pájaro en la Nieve

Armando Palacio Valdés


Cuento


Era ciego de nacimiento. Le habían enseñado lo único que los ciegos suelen aprender, la música; y fue en este arte muy aventajado. Su madre murió pocos años después de darle la vida; su padre, músico mayor de un regimiento, hacía un año solamente. Tenía un hermano en América que no daba cuenta de sí; sin embargo, sabía por referencias que estaba casado, que tenía dos niños muy hermosos y ocupaba buena posición. El padre indignado, mientras vivió, de la ingratitud del hijo, no quería oír su nombre; pero el ciego le guardaba todavía mucho cariño; no podía menos de recordar que aquel hermano, mayor que él, había sido su sostén en la niñez, el defensor de su debilidad contra los ataques de los demás chicos, y que siempre le hablaba con dulzura. La voz de Santiago, al entrar por la mañana en su cuarto diciendo: «¡Hola, Juanito! arriba, hombre, no duermas tanto,» sonaba en los oídos del ciego más grata y armoniosa que las teclas del piano y las cuerdas del violín. ¿Cómo se había trasformado en malo aquel corazón tan bueno? Juan no podía persuadirse de ello, y le buscaba un millón de disculpas: unas veces achacaba la falta al correo; otras se le figuraba que su hermano no quería escribir hasta que pudiera mandar mucho dinero; otras pensaba que iba a darles una sorpresa el mejor día presentándose cargado de millones en el modesto entresuelo que habitaban: pero ninguna de estas imaginaciones se atrevía a comunicar a su padre: únicamente cuando éste, exasperado, lanzaba algún amargo apóstrofe contra el hijo ausente, se atrevía a decirle: «No se desespere V., padre; Santiago es bueno; me da el corazón que ha de escribir uno de estos días.»


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14 págs. / 25 minutos / 226 visitas.

Publicado el 21 de septiembre de 2017 por Edu Robsy.

El Paseo de Recoletos

Armando Palacio Valdés


Cuento


Voy a denunciarme ante el severo tribunal de la sociedad fashionable de Madrid, y entregarme con las manos atadas a su justa reprobación.

«Egregias damas: señores sietemesinos: Tengo la vergüenza de confesar a ustedes que la mayor parte de los domingos y fiestas de guardar me paso la tarde dando vueltas en el paseo de Recoletos lo mismo que un mancebo de la Dalia azul. Y no subo hasta el Retiro, a admirar respetuosamente vuestros chaquettes y vuestros perros ratoneros, porque deje de poseer carruaje; pues si bien es mucha verdad que no lo poseo (¡misericordia!) no es menos exacto que tengo unas piernas que no me las merezco, las cuales han hecho con fortuna más de una vez la competencia al tranvía, y de ello puedo presentar testigos. Me quedo, por tanto, en Recoletos sin motivo alguno que pueda justificarme, por pura perversidad, lo cual revela mi depravada índole. Vuestra conciencia distinguida se alarmaría aún más si supieseis... ¡pero no me atrevo a decirlo!... ¡que me gustan mucho las cursis! ¡Perdón, señores, perdón! Ahora que he confesado mi indignidad descargando el alma del peso que la abrumaba, aguardo resignado vuestro fallo. Condenadme, si queréis, a perpetuos pantalones anchos. Los llevaré como marca indeleble de mi deshonra, los pasearé hasta la muerte como la librea del presidario... pero los pasearé los domingos por Recoletos».


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2 págs. / 5 minutos / 55 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Pecado de la Amabilidad

Armando Palacio Valdés


Cuento


Era yo joven y me hallaba de visita en casa de una señora anciana de singular discreción. Entró un caballero de porte elegante, de arrogante figura. La señora nos presentó el uno al otro. Entablóse conversación, y yo hice cuanto fué posible por mostrarme amable y hacerme simpático a aquel desconocido. Hubo unos momentos de alegría cordial, de charla jocosa, de verdadera expansión. Sin embargo, cuando, al cabo, aquel caballero se levantó para irse, después de saludar con exquisita y familiar cortesía a la dama, dirigióme a mí una fría y casi impertinente inclinación de cabeza que me dejó enfadado. La señora comprendió lo que por mí pasaba, y, mirándome fijamente con ojos risueños y maliciosos, me preguntó:

—¿Me permite usted que le haga una observación acerca de su carácter?

—Cuantas guste.

—Pues bien, amigo mío; debo manifestarle que es usted demasiado amable para hombre.

—¿Qué quiere usted decir, señora?—repuse poniéndome un poco colorado.

—No se asuste usted ni se ofenda. No quiero decir que posea usted un temperamento femenino. Sólo me atrevo a indicarle que exagera usted un poco la nota de la amabilidad, y que esto ha de ocasionarle más de un disgusto en la vida.... Porque, bien mirado, nosotras, las mujeres, necesitamos a toda costa agradar; es nuestro destino; es la condición ineludible de nuestra existencia. Pero la de ustedes se puede deslizar admirablemente sin ella. Ustedes tienen interés en hacerse respetables, temibles...; agradables, ¿para qué?

—Exceptuando con ustedes.

—Exceptuando con nosotras, desde luego.... Y, sin embargo, todavía hay mujeres a quienes seducen las formas brutales. Pero son las refinadas y están en minoría.

—¿De modo que me aconseja usted ser grosero?


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3 págs. / 6 minutos / 63 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Profesor León

Armando Palacio Valdés


Cuento


La otra noche en el café donde tengo costumbre de asistir, versó la conversación sobre los maestros y catedráticos que habíamos tenido los que en torno de la mesa nos juntábamos. Cada cual dio cuenta de los talentos, las manías y los rasgos más o menos donosos de los suyos, sazonando la descripción con anécdotas graciosas o desabridas, según el numen del narrador.

Mi amigo Duarte, notario, persona distinguida, de carácter observador y muy cursado en letras clásicas, se llevó la palma. Nos hizo la pintura de un antiguo profesor suyo, tan original y chistoso, que merece la pena de darlo a conocer al público. Con permiso de mi ilustrado amigo, voy a hacerlo, adoptando en cuanto sea posible las mismas palabras con que él nos lo describió.


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12 págs. / 22 minutos / 51 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Retiro de Madrid

Armando Palacio Valdés


Cuento


I. Mañanas de junio y julio

Entre las muchas cosas oportunas que puede ejecutar un vecino de Madrid durante el mes de Junio, pocas lo serán tanto como el levantarse de madrugada y dar un paseo por el Retiro. No ofrece duda que el madrugar es una de aquellas acciones que imprimen carácter y comunican superioridad. El lector que haya tenido arrestos para realizar este acto humanitario, habrá observado en sí mismo cierta complacencia no exenta de orgullo, una sensación deliciosa semejante a la que habrá experimentado Aquíles después de arrastrar el cadáver de Héctor en torno de las murallas de Ilión. El heroísmo presenta diversas formas según las edades y los países, mas en el fondo siempre es idéntico.

Cuando madrugamos para ir a tomar chocolate malo al restaurant del Retiro, una voz secreta que habla en nuestro espíritu, nos regala con plácemes y enhorabuenas. Nuestra personalidad adquiere mayor brío, nos sentimos fuertes, nobles, serenos, admirables. Los barrenderos detienen la escoba para mirarnos, y en sus ojos leemos estas o semejantes palabras: «¡Así se hace! ¡Mueran los tumbones! ¡Usted es un hombre, señorito!» Y en testimonio de admiración nos echan media arroba de polvo en los pantalones.

El día que madrugamos no admitimos más jerarquías sociales que las determinadas por el levantarse temprano o tarde. Todas las demás se borran ante esta división trazada por la misma naturaleza. Los que tropezamos paseando en el Retiro adquieren derecho a nuestra simpatía y respeto; son colegas estimables que forman con nosotros una familia aristocrática y privilegiada. A la vuelta, cuando encontramos a algún amigo que sale de su casa frotándose los ojos, no podemos menos de hablarle con un tonillo impertinente, que acusa nuestra incontestable superioridad.


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18 págs. / 32 minutos / 64 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

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