Textos más antiguos de Arturo Ambrogi publicados el 8 de noviembre de 2021

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autor: Arturo Ambrogi fecha: 08-11-2021


La Siesta

Arturo Ambrogi


Cuento


El cielo, de un azul de cobalto, intensísimo, resplandece a la hora meridiana. Ni la silueta de la más pequeña nube diséñase en la luminosa hondura de la atmósfera. Sin una arruga, sin un ligero pliegue, sin la menor empañadura, el cielo canicular se extiende limpio y radioso, como el metal repujado en el fondo de un formidable escudo.

El sol, es como una rodela de hierro candente, clavada en el cenit. Crepita. Quema y ofusca. Bajo sus rayos, que caen perpendicularmente y corroen la tierra amodorrada y reseca por la dilatada sequía, los follajes despiden lustres de reciente barnizaje.

Se siente la vida que germina, la vida que palpita, vehemente, bajo el bochorno, en esa tierra desflorada por el arado. En los surcos paralelos, la simiente va surgiendo en tiernos verdores que aterciopelan suntuosamente las planitudes infinitas de las llanuras, o las curvas gallardas de los altozanos y de los collados.

El aire que sopla es sofocante como el hálito de una fragua.

─"Lloverá ─dice el mocerío que almuerza ene el corredor de la casa, de cuclillas, formando rueda a los rimeros de tortillas y a las tiznadas sartenes en los que los frijoles sobrenadan en un caldo bituminoso. ─"Lloverá... por la calor, patroncito".

Puede que sea así.

Estas buenas gentes tienen una gran experiencia. En estas rudimentarias cuestiones meteorológicas casi nunca se equivocan. Llevan, encasillado en el cerebro, su calendario, más perfecto y certero que el el Bristol afamado y popular de las boticas.

Y yo pienso que, en efecto, el celeste riego vendría como de perlas.


* * *


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Publicado el 8 de noviembre de 2021 por Edu Robsy.

La Muerte del Copinol

Arturo Ambrogi


Cuento


Los golpes de las hachas resonaban por todos los ámbitos de la montaña. Resonaban, estridentes, engrandecidos por el eco. Las hachas mordían el tronco del viejo copinol, cuya enroñecida corteza saltaba en fragmentos a los rudos golpes de los hachadores.

El viejo copinol iba a caer. Por momentos crujía su ramazón, como la arboladura de un navío en medio del vendabal.

─¡Jalá ese lazo un poquito!

El árbol aparecía, prisionero entre una red de cuerdas tendidas en todas direcciones, como entre una desmesurada tela de araña.

─Más juerte. ¡Tilintiá de ese lado!

Se oía el fuerte jadeo de los que tiraban de las cuerdas, mientras las hachas seguían cayendo, cayendo intermitentes, sobre el tronco.

La vida del viejo copinol tocaba a su fin.

¿Quién hubiera dicho al árbol centenario el fin que le esperaba?

Tantos años fijo ahí, todo cubierto por la sarna del tiempo, vacío de nidos, abrigador de iguanas y garrobos, devorado por las parásitas, pero siempre recto, siempre fuerte, siempre imponente. Parecía destinado a vivir una eternidad; a esperar así, el fin del mundo.

Y ahora iba a caer, como todos. La montaña entera parecía sobrecogida de dolor y de espanto. Uno de los patriarcas moría despedazado. Y hasta los pájaros, que en vida huían de él, y de él se burlaban, ahora enmudecían de tristeza. Los golpes de las hachas, alternándose, repercutían en el corazón de la montaña. Los hacheros, desnudos de la cintura para arriba, estaban empapados en sudor. Sus velludos pechos bronceados, palpitaban como fuelles. Y bajo la piel de sus brazos vigorosos, los músculos en tensión se acusaban como cables.


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Publicado el 8 de noviembre de 2021 por Edu Robsy.