Textos más descargados de Arturo Reyes publicados por Edu Robsy disponibles publicados el 24 de diciembre de 2021

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autor: Arturo Reyes editor: Edu Robsy textos disponibles fecha: 24-12-2021


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En el Polo Norte

Arturo Reyes


Cuento


I

No empiecen á tiritar nuestros lectores, que no nos proponemos conducirlos á tan glaciales latitudes; que para llegar al Polo de nuestra narración no se hace preciso ir más allá de los límites del barrio de Capuchinos, que antes de traspasarlos nos tropezaremos y nos detendremos, si es que en esto no tienen inconveniente alguno los que nos leen, en el ventorrillo que el señor Currito Cárdenas hubo de bautizar, al establecerse en él, con el título conque encabezamos esta verídica historia.

El día en que aconsejados por la curiosidad pasamos los umbrales del citado ventorrillo, que se eleva dando vista á la población, á los montes y al cementerio, ya el señor Currito habíase ido, á causa de un segundo acosón hemipléjico, al último indicado lugar, y Paco Cárdenas, su sobrino, era el que oficiaba de experto timonel en aquel barco, para el cual parecía que no había hecho la Divina Providencia más que mares en bonanza.

Y bien merecía su propietario que Dios lo mirase con ojos de misericordia, pues con sobra de razón pregonaban cuantos le conocían, su ingénita bondad, y su honradez sin tacha y su varonil entereza, que sólo sacaba á relucir cuando, ahito de razón, tenía que probarle á alguno de los muchos mozos de ácana que frecuentaban su mo de vivir que cuando eran llegadas las ocasiones, sabía él también jugarse á cara ó cruz la integridad de la gallarda persona.


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17 págs. / 30 minutos / 51 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

Casa de Préstamos

Arturo Reyes


Cuento


—Mire usted—me dijo el prestamista sonriendo benévolamente—en estacasase admite todo, y á esto y á una poca de conciencia que tengo se debe la prosperidad de mi casa. Aquí se dá dinero por todo; aquí vienen todos los afligidos y todos se van relativamente consolados; y puesto que dice usted que su visita es principalmente por estudiar la miseria del pueblo en este establecimiento, suelte usted el sombrero, siéntese en esa mesa como si fuese un nuevo empleado y así podrá usted presenciar las cien escaramuzas que tengo que librar á diario con mis enemigos, que solo esgrimen, como armas, las lágrimas, el ruego, la astucia y á veces hasta la amenaza.

—¿Y no resulta usted nunca vencido?

—En un principio si, muchas, muchísimas veces, las primeras; pero ya es muy difícil: en este negocio se puede ser algo tirano con la vanidad, pero no con el hambre; lo que deja de ganarse con esta se gana con la otra... Pero póngase usted en su sitio, que ya diviso alguna guerrilla del ejército enemigo.

Y tomé posesión del puesto que me indicaba, y pronto vi atravesar la puerta de cristales una vieja rugosa, plegada y carcomida, con el vestido sucio, chancleteando torpemente y con un envoltorio en el delantal.

—Dios lo bendiga á osté, señó Don José; cómo está osté de salú?; y el ama?; y la señorita Rosario?... Qué requetebonita que está la señorita Rosario... Cuánto rocío que le ha puesto Dios en la cara!

—Y qué traes hoy por aquí?—contéstale Don José, tecleando sobre el mostrador como sobre un piano.


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5 págs. / 10 minutos / 39 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

De Mis Parrales

Arturo Reyes


Cuentos, colección


Al Excmo. Sr. D. Mariano Catalina,
Ilustre autor de “La Poesía Lírica en el Teatro antiguo”.

Testimonio de gratitud, admiración y cariño

A. Reyes

En la carretera

I

Cuando Lola la Azucena se asomó á la puerta de su chozajo, embellecido por las trepadoras que lo cubrían casi totalmente de hojas y flores, ya el sol inundaba la carretera, animada por el resonante bulle bulle de peones y de ginetes, y por el alegre tintineo de las esquilas de las acansinadas recuas que conducían á la capital, desde los amplios paseros de la vega, el dulcísimo y oloroso fruto de las vides andaluzas.

Ya el sol—repetimos—embellecía el paisaje; piaban alegremente los gorriones entre las ramas de los frondosos álamos y de los plátanos orientales que flanquean el camino; rendíanse los pencares al peso del fruto en sazón;fulgía como de mármol blanquísimo el risueño caserío entre el verdor ya pálido de los viñedos y el esmeralda de los huertos; una brisa fresca y acariciadora susurraba plácida en el ramaje; un arriero tumbado, boca abajo, sobre el aparejo de su cabalgadura, canturreaba, con acento rítmico y quejumbroso, una copla popular; cómodamente sentada bajo el toldo de una galera, una muchachota de tez renegrida, dientes blanquísimos y ojos dormilones, apretábase contra el conductor, un zagal greñudo y atlético en cuyo semblante notábase el efecto del contacto tentador; una pareja de la guardia civil avanzaba hacia la población con paso acompasado y marcial apostura.


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95 págs. / 2 horas, 47 minutos / 94 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

Cascabeles

Arturo Reyes


Cuento


I

¿Que por qué José Galindo, alias Cascabeles, iba una mañana de primavera á todo el galopar de su potro Pinturero por los montes de Arriate, canana al cinto y escopeta al arzón, dispuesto á eclipsar las glorias de aquel de quien aún canta el pueblo andaluz con melancólico entusiasmo


«Ya murió José María,
el que á los ricos robaba
y á los pobres socorría»?


Caía el sol como una caricia de oro sobre la plaza del pueblo; cegaban á su luz con su intenso blancor los bien enjabelgados muros de las humildes viviendas; fulgían los balcones cual reducidos jardines donde derrochaba sus más vivos colores la rica flora andaluza; lucían el cielo su más radiante azul y su más pura transparencia el espacio; allá á lo lejos erguíase la cordillera cubierta en sus faldas de frondosas espesuras; por el fondo del valle deslizábase el río brillando como de acero entre sus márgenes cubiertas de florecientes verdores.

Al amparo de la sombra que proyectaba la antigua iglesia, rendían culto á la molicie los más caracterizados holgazanes del villorrio; alegres y bullangueras, engalanadas con vistosos pañolones, charlaba y reía un bandurrio de mozas, en torno á la vieja fuente.

Delante de la puerta del casino, con los brazos atrás, divorciadas las piernas, la gorra de cuartel sobre la coronilla, lacias las guías del pobladísimo y largo bigote rubio, mal abotonada la deslustrada guerrera, contemplaba el cabo Vidondo—jefe del puesto—como con dulce delectación, el alegre bulle bulle de las de los cántaros, entre las que no faltaban alguna que otra que correspondiese á las del arrogante veterano con miradas capaces de encenderle el polvorín al hombre de índole menos pasional y mujeriega.


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17 págs. / 31 minutos / 54 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

La Traición del Colmenares

Arturo Reyes


Cuento


I

Como la noche era fría y lluviosa y mucho el viento que penetraba por las rendijas del enorme portalón de la posada, todos los que en esta convertían en alcoba el amplísimo zaguán y en jergones y cabezales los aparejos de sus respectivas cabalgaduras, habíanse congregados, huyéndole al relente, junto á la gran chimenea de campana.

Reliados en las mantas, abrigadas las cabezas por el típico pañuelo de yerba atado sobre la nuca, y con el cigarro entre los labios dormitaban algunos de aquellos tumbados alrededor de la alegre fogata.

El tío Pretales habíase acomodado también cerca del fuego, cuyo rojizo resplandor iluminaba fantásticamente su figura ya casi senil, que, aunque flaca y rígida, aun recordaba remotas gentilezas y ya pasadas bizarrías; su rostro enjuto y de mejillas escuálidas, su nariz ligeramente acaballada, sus ojos, si ya hundidos, grandotes y de dulce mirar; sus labios gruesos y aún sostenidos por una dentadura burladora del tiempo, y su cabello si ya blanco como la nieve, aun tan abundante que salíasele por bajo del pañuelo en anillados y revueltísimos mechones.

El traje que vestía era fiel testimonio de los gustos de los jacarandosos de antaño, y aun llevaba con garbo relativo el típico marsellés con sobrepuestos obscuros, el calzón rematado en la rodilla por relucientes caireles; ya en mal uso la polaina un tiempo embellecida por vistosísimas labores; zapatos de baqueta, y amplísima faja color de sangre que hacía resaltar el blancor de la pechera, en que ya confundíase el antiguo bordado con el reciente zurcido.


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9 págs. / 16 minutos / 45 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

El Vendabal

Arturo Reyes


Cuento


I

El sol que se ponía, velado por densos nubarrones, daba tristísimas claridades al panorama; el mar modulaba, al romper en la arena, á modo de roncas y tristes lamentaciones; las gaviotas regocijábanse dejándose arrebatar por el viento ligeramente huracanado.

—Ya se nos vino encima el Levante—exclamó el tío Julián el Trallero, dirigiéndose á Joseito el Anclote... al par que reanimaba con el dedo meñique el fuego de la bien curada cachimba.

Se encogió desdeñosamente de hombros Joseito y repúsole al viejo con voz sorda:

—Pos si el patrón pensara como yo, á pesar del Levante, entro é ná estaría largando al viento la vela nuestra Pastora.

—El patrón no está como tú, dejao é la mano é Dios, ni tiée las ganas que tu tiées de que te llegue el agua por encima del bichero.

—Tamién eso es verdá—exclamó, como si hablara á solas, el Anclote.

Quedaron en silencio ambos interlocutores; el tío Julián exploraba con sus ojillos grises la brumosa lejanía, arrojando continuamente por boca y nariz densos espirales de humo azulado; Joseito respiraba con fruición las rachas de viento frió que le azotaban siempre con creciente violencia.

—Oye tú, Joseito—dijo el viejo dirigiéndose á éste al par que clavaba en él sus ojoa con escrutadora expresión—conque, sigúdicen, tu prima Dolores sigue emperrá ea casarse con ese mal bolichero de Perico?

La pregunta del viejo debió obrar á modo de termocauterio en el corazón del Anclote, el cual, extremeciéndose todo, repuso tras breves instantes de vacilación, como si mordiera las palabras antes que brotaran de sus labios contraidos:

—Eso icen, que se van á casar...

—Pero á tí también te lo ha dicho la Dolores?

—A mi? A mí entoavía no me ha dicho Dolores una palabra ni yo me he atrevió á preguntárselo, tío J ulián... No me he atrevió.


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5 págs. / 9 minutos / 41 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

Playa de Levante

Arturo Reyes


Cuento


I

Caen los rayos del sol como intensa y luminosa caricia sobre el pintoresco paisaje: sobre el mar, que rompe sobre la extensa playa en cristalinas espumas; sobre las barcas, que parecen contemplar la radiante lejanía desde el varadero, con sus ojos de azul y bermellón pintarrajeados en sus finas proras; sobre las humildes viviendas de muros de bálago y techumbres de tablas y trepadoras; sobre las redes tendidas en las arenas; sobre los montes que vienen á morir casi, como si intentaran verse en ellas reflejados, en las ondas azules, luciendo sus tonos rojizos, los verdinegros de sus olivares, los rientes de sus viñedos y acá y acullá sus pintorescos caseríos...

Fuma á la sombra de la barca ó del chozajo el hercúleo jabegote, desnuda la renegrida pantorrilla, mal ceñida la roja faja, entreabierta en el robusto pecho la usadísima chamarreta, y hasta la rodilla el típico calzón obscuro de campana por debajo del cual asoma el interior, de limpísima muselina.

Brilla el espacio como de cristal purísimo; cabriolean los rapaces mojando los desnudos pies en las olas, que se comban al morir deshaciéndose en refulgente crestería; cose á la sombra del frondoso parral la humilde hembra del pescador, mientras éste reposa de la fatigosa lucha, tendido entre la nasa en que el gallo luce la tornasolada pluma y entre el perro que dormita; las nítidas gaviotas cruzan unas el ámbito radiante, como á golpes de elegantísimos remos, y se columpian dulcemente otras sobre la serena superficie del mar, y allá lejos un vapor va dejando tras sí densas espirales de humo que apenas si rompe ó agita el viento adormecido.


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3 págs. / 5 minutos / 40 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

La Niña de Montejaque

Arturo Reyes


Cuento


I

La gran cocina del lagar presentaba un animado golpe de vista: brillaban en el amplio alero de la chimenea, como de oro bruñido, los bien ordenados peroles; brillaban los bien enjabelgados muros, el rústico techo pintarrajeado de azul, donde piaban revoloteando alegremente las golondrinas que en él labraran su nido; los vasares, orlados de papel de color; la limpia cantarera, donde trasudaban los rojos cántaros en cristalino goteo, y la amplia hornilla, sobre la cual humeaban cazuelas y pucheretes cuyo tufillo—confortante y tentador—hacía aventar los cartílagos nasales á los más gastrónomos ó famélicos de una veintena de mocetones, enjutos y atezados, que alrededor de una larga mesa seguían con mirada ansiosa los movimientos de dos improvisados banqueros que tallaban, acreditando una vez más sus aptitudes excepcionales para tan poco recomendable recreo.

Y mientras tallaban éstos, graves y ceremoniosos, y los que los rodeaban veían engordar unos enflaquecer otros los largos bolsones de verde y sedosa urdimbre con anillas de plata, y mientras la ventera, una cincuentona curtida por el sol y encanecida por la edad, vigilaba los pucheros y las cacerolas que borbotaban sobre el fuego, y su hija, una zagala de rostro atezado, de grandes ojos y de aspecto algo viril, entreteníase en arrancar con mano hábil el fino plumón á dos víctimas de la certerísima puntería del señor Juan el Jerriza, Joseíto el Mimbrales, casi caudillo á la sazón de los más afamados matuteros de la sierra, decíale á media voz á Currito el Lucentino:

—Pos qué quiées tú que yo te diga; no me cabe á mí en el meollo que sea capaz de una traición Juanico el Esparraguera.

—No, si yo sé que Juan es tó un hombre; ¡pero son tan malinas las mujeres!

—¿Pero al hijo del Pita, quién le ha dio con el encargo de que venga á decirte lo que te ha dicho?


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12 págs. / 21 minutos / 48 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

La Flor de la Maravilla

Arturo Reyes


Cuento


I

Cuando, ya ordenados, sobre el pequeño mostrador, los cacharros de flores, disponíase Rosario la Pinturera á confeccionar las coronas y ramilletes que en el día anterior le encargaran sus numerosos parroquianos:

—¿Me pudiera usté decir, mi morena, cuanto es lo que vale la flor de la maravilla?—le preguntó con acento zalamero, deteniéndose delante del mostrador y mirándola con amartelada pupila, Antoñico Vidondo, más conocido por el Niño del Altozaiio, mozo de no más de veinte y cinco abriles y de regular estatura, de cuerpo fino, nervioso, flexible, de movimientos sueltos y elásticos y de rostro que pregonaba de manera elocuentísima, que algunas gotas debían correr por sus venas, de la sangre más gitana.

Contempló Rosario con desdeñosa indiferencia al que flor tan preciada pretendía y

—Esa flor—le repuso con acento aun más desdeñoso que su mirar—no nace en estos jardines.

—¿Que no nace en estos jardines? pos si ahora mismito la estoy viendo yo de cimbrearse en su tallo, prenda mia.

Y después, y siempre mirando á la gentil ramilletera con mirada codiciosa, medío canturreó, medío recitó, con ritmo dulce y quejumbroso como el de una canturía oriental.


Porque aromas cual las flores
y cómo las flores brillas,
á tí te deben llamar
la Flor de la Maravilla,


Rosario sonrió ligeramente, pero después, como arrepentida, exclamó anulando el efecto de su sonrisa con lo desabrido de su voz:

—Vamos, hombre, no me venga usté á mi con coplitas, que se pone usté siete veces más pesao que los chopos en cazuela.

No se desconcertó el Niño por la poco galante salida de Rosario, y después de poner en libertad un suspiro, patente de la robustez de sus pulmones.


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18 págs. / 33 minutos / 51 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

El Campanillita

Arturo Reyes


Cuento


I

Como claveteado en la típica montura jerezana, recto en ella como una pica; en una mano las riendas y la otra apoyada en la cadera; bañado en luz; luciendo el flamante marsellés de pana, el encarnado ceñidor y el amplísimo pavero, avanzaba el señor Joseito el Campanillea por la carretera de Almería una mañana de estío, ginete en una yegua, grande como la del Apóstol, que con la boca en el pretal, rectas como rehiletes las orejas, enarcado el robusto cuello y ondulante la larguísima cola, movía como por música los finísimos remos cuando...

—¿Aonde vá lo más retepinturero de los de pámpana amarilla de mi tierra?—preguntóle afectuosamente Isabel la Gallardota, asomándose á la puerta del ventorrillo que resguardaba del sol un enorme parral, del que pendían aterciopelados racimos.

—Hola, ¡primor de los primores! pos pá Cala der Morá; voy á ver si arrecojo unos pencos en sarmuera!—repúsole aquél, refrenando el paso de su cabalgadura.

—Y ¿no quiee su mercé hoy ni catar, tan siquiera, la sargalona?

—Pos ¿cuándo dije yo que nones arguna vez á cosas tan de mi gusto?—murmuró el señor Joseito; y después, arrojando una mirada escrutadora en el interior del establecimiento, continuó:—Pero tu hombre ¿por donde anda? ¿se lo han llevao los civiles?

—Mi hombre—repúsole la Gallardota dejando escapar un hondo suspiro—mi hombre anda aventao, desde jace ya cuatro días no le veo ni el pelo de la ropa, ni le jurgo los carcetines.

—Y eso ¿cómo y por qué? ¿es que le ha tocao la quinta?

¡Otra cosa es la que le debía tocar! pero ¿por qué no desmonta usté, y se sienta usté y se bebe usté un par de cholos, der que tenemos pá cuando vienen los príncipes?


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6 págs. / 12 minutos / 39 visitas.

Publicado el 24 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

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