Textos más populares este mes de Arturo Robsy publicados por Edu Robsy | pág. 7

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autor: Arturo Robsy editor: Edu Robsy


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Los Bienaventurados

Arturo Robsy


Cuento


No dejéis a los niños sin justicia ni sin pan. —Proverbio francés.


Desde el Paraíso la Tierra se ve con una extraña y reconfortante forma de manzana, que hace olvidar a los bienaventurados que, allá abajo, continúan todavía los problemas de su época. En ocasiones, gustan de elucubrar sobre el destino del mundo si tal o cual cosa no hubiese sucedido.

—Si Ciro no hubiese nacido...

—Si Alejandro no hubiese muerto...

—Si César no hubiese pasado el Rubicón...

—¿Quién me iba a decir a mí que las ideas de aquel teniente de artillería tardarían tanto en apagarse? Si Napoleón no hubiese...

Eran distracciones de las buenas gentes, que, pese a ser inmensamente felices, pensaban todavía en la Tierra y se sentían, a veces, dominadas por la nostalgia. Por eso el Buen Dios que todo lo comprendía, les dio la facultad de contemplar de cerca a los mortales y, en ocasiones, hasta captaban retazos de sus conversaciones. Lo que invariablemente sí llegaba hasta sus oídos era el fragor de los tiroteos o el estallido de las enormes bombas, y ellos, meneando tristemente la cabeza, murmuraban:

—Siguen todavía. Siguen todavía.

Pero incluso en su queja había una sagrada inconsciencia, una falta de miedo por el destino de la humanidad, ya que morir, ¿qué significaba en un lugar como el paraíso? ¿Acaso no habían muerto ellos? Deploraban que los hombres diesen tanta importancia a cosas evidentemente secundarias, como la vida y la muerte. Un aspecto peor del mismo problema era que se atentase contra la vida de los genios o se condenara al ostracismo al eminente físico que no quiso hacer, por ejemplo, una nueva bomba. Y, también, sufrían por la falta de fe de los hombres, y por sus vicios... hubieran querido encontrar un modo de convencer a toda la humanidad para que abandonase sus errores.


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Publicado el 13 de mayo de 2022 por Edu Robsy.

El Provocador Discreto

Arturo Robsy


Cuento


Ejercicio número uno.


Material:

Provéase de una máquina fotográfica o grabadora de vídeo, de un bañador y de un mes de agosto. Busque una de las cientos de playas donde nacionales y extranjeros se desnudan con la esperanza de que el calor solar vivifique sus partes nobles o, si se prefiere, el soporte mortal de sus pecados.


En el fondo los nudistas no son tontos. Saben que es legal porque Múgica tiene ideas, pero dificilmente se pasearían así por la plaza mayor de su ciudad o acudirían despelotados al cine de su barrio. Se reúnen para darse valor. Es el instinto gregario.

Al principio de la temporada se ven las playas llenas de gente vestida que vigila. Un día una mujer se toma una copa para confortar su espíritu y corre a la orilla a sacarse una teta: reflejos condicionados. Pero es la señal y cientos de bañistas tiran sus prendas de vestir. Días después la multitud frunce el cejo cuando aparece un ciudadano en bañador: un provocador, sin duda; un tipejo que tanto puede ser un fascista como una víctima de la educación represiva de la clerigalla.

Pero pasearse desnudo entre los nudistas es una provocación demasiado sutil. Ellos se defenderán de usted con pensamientos progresistas o con brincos exhibicionistas dedicados a escandalizarle.

Un paso en el camino de la provocación es efectuar el paseo con perro. Los canes, en su amistosa simplicidad, se acercan a oler, porque apenas pasan de ser una nariz con sentimientos. El por qué se obstinan en oler determinadas zonas del nudista es algo que tiene que ver con su filosofía de la vida. Su máxima es dime cómo hueles y te diré quién eres.


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Dominio público
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Publicado el 1 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

Confía en España

Arturo Robsy


Ensayo, política


Introducción

Decía Ismael Medina en un lejano artículo, citando a Jacques Bergier, que «sólo las armas parapsicológicas pueden lograr el triunfo de una guerrilla urbana a condición de que el poder instalado no sea el primero en utilizarlas, ya que también pueden convertirse en un instrumento de represión.»

En España tenemos un poder que ejerce en los dos bandos posibles: en el Gobierno y en la Revolución, alternando las acciones legislativas con las revolucionarias, y aspirando, desde el mismo momento de su instauración, no a cambiar la sociedad española (mejorándola, engrandeciéndola, culturizándola, instruyéndola y enriqueciéndola), sino a SUPLANTARLA, a hacer otra nación, todavía con el nombre de España pero sin su cultura, sin su carácter histórico. Sin sus tradiciones y sin su religión.

El poder es, desde el 76 y más desde el 82, el principal factor de la revolución en España y, convencido de que hoy no es posible hacerla de un día para otro con las masas en la calle, se ha embarcado en un proyecto a largo plazo para suplantar a España por otra cosa. En el mundo actual, donde las masas están descubriendo de nuevo el individualismo, egoísta sin duda, es imposible usarlas como fuerza de choque según los cánones de la Revolución de Octubre rusa, pero Sí es posible desarraigarlas, como hacían los asirios cambiando a pueblos enteros de territorios, cambiando hoy a pueblos enteros de cultura, en cuyo caso, perdidos sus marcos de referencia, son pueblos sin personalidad y sin capacidad de reacción.

Nueva definición

En política, los españoles tendemos a darle un elevado valor intelectual y moral: desde la libre representación del pueblo a la consecución del bien común, pasando por creer que es el arte de lo posible. Pero esto ya no es así, puesto que la política práctica hoy al uso en España es solamente un método para manipular mejor la opinión de de los ciudadanos


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22 págs. / 39 minutos / 61 visitas.

Publicado el 1 de septiembre de 2023 por Edu Robsy.

No te levantes

Arturo Robsy


Cuento


Doña María no pudo resistir el golpe y bajó a la tumba cinco días después que su hijo Alfonso. Parecía que sólo padecía de varices y de un cierto hábito de comerse a los santos, pero, cuando Alfonso murió, se deshizo como una pompa. Sin ruido alguno.

«Setenta y seis años, dijeron los deudos. Una buena edad». Eran sobrinos, proporcionados por el diablo desde el momento en que a Doña María le faltó el hijo. Herederos universales, porque Alfonso murió soltero, quizá a causa de los cuarenta años de soltería, que le llevaron del tabaco al infarto al no tener una mujer que le fortaleciera el corazón haciéndoselo hervir periódicamente.

Como una pluma llevaron a Doña María al funeral los sobrinos, a hombros. No sonreían por el aquello de la conciencia pero, amparados en el secreto del pensamiento, echaban cuentas: además de un buen dinero y del seguro de Alfonso, había cuatro pisos, un chalé y un fajo de acciones. A partir de cien millones que, divididos por dos, arrojaban una especie de cántico primaveral sobre sus corazones.

Luego, el cementerio. Pero esta vez ya sin poner el hombro: con carretilla y cigarrillos mientras el sepulturero destapaba la tumba familiar. Al fondo, en la penumbra, nuevo y brillante, el ataúd de Alfonso. Para que cupiera el de la madre había que ponerlo de canto.

—¿Eh? —dijo el ataúd cuando le hicieron la operación.

El vello de algunos cogotes circunstantes se erizó y se meció en la brisa del atardecer. La sombra larga del crepúsculo pareció multiplicar aquel «eh» extemporáneo y poco respetuoso con el corazón de los que aguardaban a enterrar a Doña María para bailar sobre su tumba.

El encallecido enterrador, como si quisiera comprobar una ley física, reprodujo las condiciones objetivas dando otro meneo a la caja:

—¡Dios mío! —exclamó ésta— ¿Hay alguien ahí? Me había quedado dormido.


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4 págs. / 8 minutos / 66 visitas.

Publicado el 21 de abril de 2016 por Edu Robsy.

Libertad

Arturo Robsy


Cuento


Generalito Romero era delgado y nervioso y recordaba vagamente al gallo de pelea. Tenía ojos fieros y tras ellos ardía el amor a la Patria. A veces, cuando tomaba de más, el amor se le escapaba por la boca y proclamaba sus deseos de hacer un mundo mejor siguiendo unos planos urdidos por él en noches de claro en claro.

La Sociologic Research, benéfica empresa gringa, oyó aquellos cánticos patrióticos y fue a ver a Generalito Romero en su cuartel. Si él quería una Patria mejor y más moderna, la Sociologic Research también, pero con condiciones: le permitirían hacer tantas encuestas como quisiera.

Generalito Romeo, hombre del pueblo pero no para el pueblo, disponía de la División de Carros. ¿Qué tenía la Sociologic? Dinero y la seguridad de que no habría un boicot internacional, porque algo debía ajustarse antes de seguir hablando: Romero y Sociologic iban a hacer una verdadera democracia. En aquella tierra de dos millones de almas todos serían ricos y felices.

—¿Ricos? —dijo Generalito, que consideraba que la riqueza corrompe las sanas costumbres del pueblo.

—Es un decir: con una mano se lo daremos y con la otra se lo tomaremos. Pagarán más impuestos y comprarán las cosas más caras, pero serán ricos.

El objetivo de la Sociologic Research era crear la réplica de un típico Estado de la Unión: el mismo nivel de vida, las mismas costumbres, idéntica comida, empaquetada en plástico, semejantes películas y canales de televisión. También habría que meter la famosa religión electrónica por TV.

Generalito Romero, como futuro benefactor de la humanidad, no aprobaba el cambio de credo. Los curas se le alborotarían.

—Bah, bah. —dijo la Sociologic con calma— Se les enseña a desear más dinero, a cantar en las iglesias y todo lo demás sirve. Ellos se seguirán llamando católicos, pero serán protestantes.

—Si es así...


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3 págs. / 6 minutos / 74 visitas.

Publicado el 21 de abril de 2016 por Edu Robsy.

Eduardo Libre No Irá al Paraíso

Arturo Robsy


Novela, Cuento


Aviso primordial— Se cuentan como langostas los lectores de «CÓMO SER UN SINVERGÜENZA CON LAS SEÑORAS», que se escribió como burla hacia los relatos de amor en general y hacia los de color subido en particular. Su extraordinaria difusión en la red me abrumó, sobre todo al ver que una página porno tenía la obra entre sus relatos preferidos.

Pero el público es el público y, puesto que mi humor sigue zumbón respecto de los amoríos, aquí está este libro que burla sobre los sentimientos, ya satisfechos, ya heridos. Puede distribuirse libremente por la red, entero o por capítulos, pero no debe cambiarse el texto ni hacer con este escrito ninguna actividad comercial.

PRIMERA PARTE

1. EL TELÓN DE SEDA

Inés y Eduardo llevaban unos meses saliendo juntos a plena satisfacción. Habían superado cuantas fases del galanteo se les presentaron y alcanzado ese punto de intimidad —irrepetible después— que permite al hombre soltar las manos en cualquier momento y hacer diabluras con ellas mientras la mujer, todo lo más, sonríe pacientemente.

Ambos eran adultos y habían disfrutado descubriendo sus muchas diferencias, si bien ni el uno ni la otra sospechaban que eran muchas más de las que se ven a simple vista. Desconocían lo que puede llamarse el telón de seda o el telón de espuma de afeitar.

Gracias a estar en ese momento de oro del galanteo, no siempre sabían qué mano era la suya ni exactamente dónde la metían. Tampoco era que se preocuparan mucho de averiguarlo cuando estaban en la intimidad.

El, más osado, a veces actuaba a la intemperie, en paseos públicos y en playas. Caricias furtivas, dirían algunos; besos apresurados, opinarían otros, pero Eduardo lo que hacía en realidad era meterle mano a Inés al primer descuido. Tanto como podía.


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Publicado el 8 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Nuevo Guiñol

Arturo Robsy


Cuento


Mi hijo, ocho años transfigurados en treinta y dos kilos de buena carne española, ha traído hoy un muñeco de guiñol hecho en el colegio: una pelota de papel con gafas y melenas de algodón en torno a un tubo de cartón por donde se mete el índice.

Los ojos no están muy bien —me explica— pero por el pelo se nota que es del tiempo de las pelucas blancas. ¿Qué son polvos de arroz?

Mi hijo no confía en la maestra, que le ha explicado que con el arroz se hacían polvos para blanquear las pelucas. Paella, sí, y arroz a la cubana y con leche: todo eso entra dentro de la lógica, pero si cree lo de los polvos, el espíritu se debilita.

De lo negro de la cartera ha salido después un cucurucho de papel arrugado: es el presunto vestido:

—Se sacan los dedos por estos agujeros, ¿ves, papá? Y se mete el cuello por el centro... ¡Tatatáaa!

—Tatatáaa... —trompeteo también yo, porque soy hombre melómano.

—Si me ayudas a hacer el teatro y diez muñecos más, te daré una función. Pero rápido.

Mi hijo lo es también del siglo y, por algún resquicio de su infancia, se le cuelan la velocidad y las prisas de los mayores, eso de que vivir es una carrera contra reloj y las demás ideas que tendrían que ser pecado. Cuando tenga bigote será un poco menos mi hijo, sin duda, y también habrá descubierto que yo no soy un dios, y a mi me gusta ser dios por las tardes, cuando él regresa a casa.


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Publicado el 8 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

El Poder y la Gloria

Arturo Robsy


Cuento


No diré yo que fuera de los primeros en darme cuenta de lo que sucedía, y aún ahora sigo sin saber si alguien ha comprendido de verdad lo que pasó el día de Santa Lucía, que es trece y eso siempre da mala espina.

Después, claro, han salido los de siempre, los que hablaron con pilotos de platillos volantes, los que han encontrado el aviso en la Biblia y los que lo leyeron en la Cábala. A otros les llegó la explicación a través de un velador tambaleante, como enseña Kardec, y a un gitano se le apareció una Señora en lo alto de un algarrobo, vaya usted a saber, porque la tropa parapsicológica y pseudocientífica insiste en que fue un poltergeist, un espíritu burlón.

Duendes quizá y, quizá, un castigo bien merecido pero, ciertamente, yo no fui de los primeros en darme cuenta, porque doy clases en la Escuela de Formación Profesional y, encima, escribo versos con la ilusión de que me den la flor natural en los juegos florales de la ciudad, o ciudadela para ser exactos, pueblo engordado con la papilla del turismo y el pienso de las inmobiliarias.

Según todas las versiones, a las ocho y cuarto de la mañana el Jefe de la policía municipal envió a su mujer a buscar al médico, y allá fue la pobre señora, gorda y preocupadísima, y se estuvo gimiendo y cacareando hasta que el médico la acompañó:

El Jefe estaba negro. No negro de ira, ni de rabia, frustración o cualquier otra cosa de las que ennegrecen. Simplemente negro. Negro como en el Congo o en Biafra, para que me entiendan. Negro por fuera, como embetunado, puro charol, y, seguramente, pálido del susto por dentro.

Fuera lo que fuera, le había sucedido por la noche, en la cama, que también tiene sus riesgos; un mal sueño, un soplo de magia, un aojamiento bien colocado, una faena de padre y muy señor mío. Pensaba la mujer por que el camino si sería cosa del hígado, que si pone amarillos, bien puede poner negros.


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Publicado el 17 de abril de 2017 por Edu Robsy.

En la Dulce Primavera

Arturo Robsy


Cuento


A Joaquín le faltaba un pelo para ser un solterón cuando entró en mi despacho. Como ustedes deducirán por el hecho de tener un despacho propio, yo soy persona de vida arreglada, de confianza, cumplidor, casi ordenado y demócrata donde los haya. Joaquín, aunque me esté mal el decirlo, no. Ustedes también lo habrán notado, porque sólo una clase de gente, nerviosa, inconstante y semibohemia, va en horas de trabajo a los despachos de los amigos. Claro que él es brillante y yo no; original y yo no; desgraciado y yo no.

Entró, pues, en mi despacho con el paso lento y el aspecto grave de quien empieza a exigir verdades a los sueños.

— "Sé que vuelas hacia mi cuando te duermes — me dijo —
en busca del nido protector que hay en mis brazos,
para apoyar en mi pecho tu cabeza
y escuchar largamente mis latidos."

— Ah, bueno. — le respondí, porque lo mejor y más práctico es no sorprenderse nunca con Joaquín.

— ¿Existe eso? — siguió — Esos amores dulces y completos que uno lee en los buenos poetas y en las novelas rosas, ¿suceden de verdad?

— La gente es muy chafardera, Joaquín.

— Siento cosas, amigo mío. — dijo — La necesidad de dar para recibir, de darme, de ser dos y uno; hambre de una soledad doble; ansia de una borrachera de intimidad y nostalgia. Ojos claros, cabellos largos, labios entreabiertos, elásticas cinturas, sonrisas como la primavera y piel con tacto de noches estrelladas. Ya sabes.

— Yo no sé nada — le advertí antes de que pudiese cargarme con alguna culpa. — En mi vida he dicho algo más insipirado que "T quiero" y aún me parece exagerado.

— Tú eres un hombre casado.

— Por eso acabo de decirte que me parece exagerado.

— ¿Y nunca has sentido florecer tu cuerpo, ni ganas de llorar al ver la curva elástica del cuello de tu mujer?


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Publicado el 14 de abril de 2017 por Edu Robsy.

En un Vuelo

Arturo Robsy


Cuento


Wenceslao daba besos a las ranas. En realidad daba besos a todos los batracios, pues no distinguía muy bien a las ranas de los sapos. Los perseguía infatigablemente y, una vez acorralados, los cogía con cuidado y los besaba en su boca de buzón, sumidero de libélulas.

De todas formas, no eran muchas las ranas ni muchos los sapos que conseguía besar, pues Wenceslao era ente de ciudad. Aún así había pillado a varios de vez en cuando.. El primero, a los siete años, cuando estaba con la reciente impresión del cuento aquel en que la rana resultaba príncipe encantado.

El bichejo quedó quieto y perplejo a los pies del niño Wenceslao después del tratamiento por osculación. Desde entonces Wenceslao creyó tener mano con las ranas y consideró que esta práctica del boca a boca era una suerte de quiniela en la que —¿quién sabe?— podía ganar una princesa, un castillo o, al menos un caballo blanco.

Veinticinco años después no había cambiado de opinión, aunque era, en todo lo demás, un hombre normal, es decir, normalizado, redactado en vulgata, con márgenes muy pequeños en el blanco folio de los sueños. Prefería que la gente no supiera que besaba sapos y ranas porque hoy a todo se le da un giro sexual.

Así estaban las cosas el verano en que Wenceslao atrapó a su decimotercer sapo, que no fue sapo ni rana, pero tampoco princesa, hada o caballo blanco. Era un enano, un Puk de Shakespeare o de Kipling, gnomo, elfo, geniecillo o cosa así. Desnudo como una fruta y agradecido como conviene a la tradición:

—No sé —le dijo— cómo tienes estómago para besar a un sapo, pero gracias de todas formas.


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Publicado el 10 de julio de 2016 por Edu Robsy.

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