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autor: Arturo Robsy etiqueta: Cuento


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Tírese Después de Usar

Arturo Robsy


Cuento


A no es siempre A (salgo en algunos momentos).

C no es A (hasta que se demuestre lo contrario).

B coincide siempre con A y con C.

Éste es el cuento: un imposible lógico.

(Recuerden: A no es no-A. Si C no es A, B=A no puede coincidir con C. B no puede ser más que B).

Y, sin embargo, uno puede ilustrar el cuento anterior a fin de que la lógica clásica (tan "clásica" como la trirreme) medite largamente.

Imaginen el Buen Hombre que se casó a los veintiocho años, justo en cuanto tuvo apañadito lo porvenir. De eso, por supuesto, hace ya otro veinte. Procedente de un pueblo urbano, sus alternativas estaban entre la "industria" y los "servicios". En la industria, jamás hubiese llegado a gerente; ni siquiera a segundo contable. Y eso lo sabía él. En la industria no se asciende (casi nunca) a las oficinas desde las máquinas. El siervo del acero, como recompensa, cambia de aparato y su escala va desde los más simples e incómodos, casi manuales, a los automáticos y semi-perfectos artilugios que sólo por compromiso tienen a un hombre delante. Después se interrumpe el escalafón. Y, sin máquina ya, uno se convierte en encargado, jefe de sección, de taller o capataz. No más. No queda, por cierto, el tiempo suficiente.

En los servicios, las cosas van de otro modo. Existe realmente una posibilidad de promoción. Existe un escalafón más o menos rígido y ésta es la tabla de náufrago de muchos que, en otras condiciones, hubiesen sido devorados por la máquina.


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Dominio público
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Publicado el 18 de julio de 2021 por Edu Robsy.

Toni

Arturo Robsy


Cuento


Para Ana María Arias-Salgado Robsy


Un amigo castellano me escribe a propósito de la geografía:

"El mar, con ser tanto y tenerlo tan en torno, necesariamente os ha de marcar..."

Y así es cuando lo pienso. El mar define muchas veces el carácter de quienes le tratan íntimamente. El mar poner en ellos una alegría bulliciosa, en ocasiones irresponsable, en ocasiones delicada. O una nostalgia especial, tranquila, buena para andar por los muelles o recargar pacientemente, sobre un noray, la enorme cazoleta de la pipa vieja.

El humor del mar es muy distinto al humor de la tierra seca (para bien o para mal), más variado, lleno de color, gesticulante. Con él algunos hombres se defendían de los piratas o se dedicaban ellos mismos a la piratería. Y con él, hoy en día, otros recorren las islas viviendo a salto de mata.

He conocido a varios de estos aventureros del Mediterráneo, gente amiga de la risa, de la discusión y de los gritos, pues para ser hombre de mar el Mediterráneo exige menos sobriedad e introversión que el Cantábrico, y más acción chispeante y burlesca...

Estoy convencido de que estos aventureros no buscan la felicidad como los demás mortales; ni siquiera oyen hablar de ella más que en los seriales de la radio, pero la alcanzan, en ocasiones, a fuerza de no preguntarse muy a menudo por lo que son y hacen.

Tuve un amigo así. Se llamaba Toni y era hombre taimado y mentiroso. Tan bebedor como mala cabeza, toda su vida fue ir trampeando de aquí y de allá, soportar bien merecidos arrestos, estafar a quienes se dejaban y rodar por las islas y el continente a bordo de cualquier tipo de embarcación aunque, últimamente, solía enrolarse de cocinero:

—A mi edad —decía— hay que mirar bien qué se come.


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Publicado el 24 de julio de 2021 por Edu Robsy.

Y, a su Sombra, un Crucifijo

Arturo Robsy


Cuento


Este pequeño nómada que soy andaba por lo alto de las peñas, haciendo la pereza veraniega del paseo. Un chispazo de extraña plata, luz del mediodía en rayo, me dio en los ojos subiendo desde el mar. Entre las peñas grises, el brillo; entre las chispas de espuma quieta, el fulgor.

Uno es sólo realista a medias, y andan siempre por la mente tesoros escondidos por piratas patapalo, prodigios y magias, misterios generales que nacen con el alma, y una luz inesperada enciende, lo mismo que un silencio repentino, un grito o, simplemente, nada, esa nada como brisa o esa nada como sombra.

De modo que la luz tiró de mí y yo de la aventura y, juntos y no con mucha calma, bajamos el acantilado del mar Mediterráneo, hacia la luz del tesoro, hacia el hallazgo y el secreto.

Desapareció el reflejo al descender y la luz al irse dejó al descubierto un objeto negro, de charol y picos, que me dejó perplejo: un tricornio.

Miré en torno porque una larga experiencia me ha enseñado, como a todos, que no hay tricornio sin guardia debajo, al lado o, cuando menos, en las proximidades, de modo que tricornio a solas entraba en la categoría de lo casi extraordinario, como cuando brilla la luna de día o brilla el arco iris en la gota de rocío.

— ¡Hola! — grité, no sé si al tricornio o al posible guardia invisible. — ¡Eh! ¡Hola! — insistí mientras, en realidad, pensaba: "Y ahora, ¿qué hago?"

Aún no me había decidido a tocar el hallazgo por una especie de pudor. Trepé a una roca algo más alta y oteé. Di unas cuantas voces más y algunas vueltas en redondo antes de volver junto al misterio del tricornio desparejado.

— Esto no se ha perdido. — razoné — Nadie pierde un tricornio.


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Publicado el 21 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

Apuntes para el Cuadro "La Belleza del Verano"

Arturo Robsy


Cuento


El sol, desnudo como un niño, había tardado toda la mañana en subir a lo alto. Cansado y todo, irradiaba como era su obligación, instigado por el gremio de los hoteleros y por el de los alquiladores de sombrillas.

El buen astro, imbuido de la más pura ortodoxia democrática, irradiaba a todos por igual, sin pedirles copia de su declaración de la renta, sin preocuparse por cegar a un rico o por dar a un pobre el atezado de un capitán de yate.

Aunque Don José de Espronceda lo hubiera desaprobado, la luna no rielaba en el mar por hallarse fuera de turno. El sol, para cumplir con la imagen poética, sólo podría reverberar. El viento, ya dentro de su tradición, procuraba gemir en la lona de nylon de los "snipes" alquilados a tanto la hora. El tal viento, poco espabilado, no llevaba porcentaje a pesar de soplar a dos carrillos.

El mar, siempre al acecho, se colaba entre las piernas de las mujeres, arriesgándose a un juicio por violación. No obstante, si alguien preguntaba, daba a entender que él era La Mar.

Las avispas, en su eterna búsqueda de una gota de cocacola, aterrizaban en las brillantes tripitas de las jóvenes, emprendiendo exploraciones a las selvas del sur y a las montañas del norte. Al ser avispas, no sacaban excesivas ventajas de sus hallazgos, aunque solían comentar las vistas, con aire pícaro, de regreso al avispero.

Adelfas y arrayanes cercanos, conscientes de llevar un nombre unido a la tradición, insistían en perfumar el ambiente, gastando en ello casi todas las leyes de Mendel acumuladas durante el invierno.

Aerosoles y untes varios, sintiéndose agredidos, extendían su olor a aceite que, al caer sobre las carnes desnudas, daban al entorno un aroma de freiduría. La arena, siempre maliciosa, aprovechaba la extraordinaria ocasión para adherirse a la piel y, si la ocasión lo valía, hacer visitas de cortesía a los ojos.


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Publicado el 10 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Aquel que Era Patriota y No Entendía ni Torta

Arturo Robsy


Cuento


«Vale más dominar un mercado que disponer de una fábrica». Guglielmo Tagliacarne.


—¿Cuándo hemos estado mejor que ahora? —me decía aquel que era patriota y no entendía ni torta.

—Nunca.

—¡Ajá! —exclamaba satisfecho—. ¿Y cuándo hemos tenido tanta riqueza?

—Nunca fueron tan ricos los ricos y los pobres.

—¿Cómo? Un pobre de nuestros días vive mil veces mejor que Creso o Midas.

—Desde luego: ni Creso ni Midas se paseaban en autobús o pagaban el recibo de la luz.

Mi conocido, el falso patriota, se hincha como un balón y me mira sonriente, consciente de haberme demostrado ya las ventajas de nuestro tiempo. Compone con las manos un gesto de "¿se-puede-pedir-mas?" y me convida a tabaco.

—Los jóvenes —me dice con paternal confianza— no habéis conocido malos tiempos. No, no me refiero a la guerra...

(¡Menos mal! —pienso— ¡Menos mal!)

—Con hambre los problemas son mayores. Nada hay peor que un padre de familia que no tiene trabajo, porque no lo hay. Vosotros ya habéis vivido en la época de la abundancia y no recordáis las cartillas de racionamiento que tuvisteis de pequeños.

—No hay nada de malo en eso.

—Claro que no; claro que no —se repite para darme a entender que simpatiza con los jóvenes—. Yo creo en la juventud.

(¡Ay! Lo dice igual que cuando afirma creer en Dios, en el Mercado Común y en la Resurrección de la Carne. Nada hay peor que un hombre que cree en demasiadas cosas y no tiene tiempo para comprender ninguna).

—Sois —explica— nobles, abnegados, románticos. Os bullen las ilusiones y estáis dispuestos a sacrificaros por una buena causa. Idealistas: eso es.

(Continúa, pues, acumulando tópicos).

—Entonces...

—Nada... Salvo que, como no habéis conocido otros tiempos, os es muy fácil criticar a la ligera.


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Publicado el 26 de septiembre de 2020 por Edu Robsy.

Armas Cargadas

Arturo Robsy


Cuento


Hoy llovió rojo y un vecino ha creído ser el hombre lobo. Su mujer pedía socorro corriendo por las escaleras y una anciana, a la puerta, decía "¡qué vergüenza, qué vergüenza!", y sonreía. Miseria de presagios.

En la calle un guardia me ha dado un papel: "Os engañan". Ya lo sé —le he dicho—. Nos engañan porque no hay más remedio. La verdad no existe.

—La verdad se ha muerto —ha respondido otro señor que llevaba el paraguas manchado de barro rojo-. Vengo del entierro —y se ha puesto a reír mientras tiraba el periódico a un mendigo joven que estaba mirando el cielo.

La señora que volvía con su gran cesta de la compra, se ha plantado delante del hombre pobre:

—¡Qué vergüenza! ¡Qué vergüenza!

Y un muchacho que lo veía todo, también ha repetido, mirando a la señora como con pena:

—¡Qué vergüenza!

Ir y venir es lo que más importa o, al menos, eso parece desde las calles, pero los mendigos suelen estar quietos y miran; son distintos, y uno no sabe nunca lo que ven los mendigos.

—Vemos gente —dicen misteriosamente— pero no nos importa: también la gente se quedará quieta un día u otro.

Nadie sabe adónde va el mundo, lo cual es cosa buena o mala, según. A alguna parte se encamina, lo veamos o no, y un día llegará a su destino y quizá entonces algo sabremos.

A la entrada de la Plaza Mayor, grupos de jóvenes están colgando letreros: "Manicomio". Todos les miramos distraídos y, como ellos ríen y bromean, nosotros hemos reído. ¿Manicomio? ¿Qué más dará?

Justo debajo hay un puesto de libros a mitad de precio, y gentes los remueven mientras leen los títulos.

—¿Tiene clásicos?


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Publicado el 30 de enero de 2025 por Edu Robsy.

Arte Parietal

Arturo Robsy


Cuento


El Arte Parietal empezó en España pintando bisontes o arqueros con sus atributos al aire. Los franceses, cuando Marcelino de Sautuola publicó su descubrimiento en 1880, no se lo creyeron. Sólo cuando ellos encontraron los grabados de La Mouthe y de Font—de—Gaume, en 1901, y necesitaron presumir, acabaron aceptando que los bisontes de Altamira eran verdaderamente antiguos.

No obstante, estos sabios no supieron librarse de la idea de que el hombre antiguo, además de barbudo, sólo pensaba en la religión y en la comida y decidieron que las pinturas eran elementos de alguna práctica chamánica para propiciar la caza: magia imitativa. Hay que decir en su descargo que a principios de siglo todavía no se pintaba en las paredes.

Han tenido que pasar muchos años hasta que las nuevas costumbres políticas reprodujeran el arquetipo psicológico del pringatapias. Hoy el tal arquetipo, armado con aerosoles, vive su edad de oro dibujando ideogramas de elevado contenido filosófico y moral, pero los especialistas en historia antigua no parecen percibirlo; no son capaces de encontrar concomitancias entre Altamira y una valla de Madrid.

Afortunadamente, una nueva escuela prehistórica, encabezada por el Historiador Fernández, tiene algo más lógico que decir. Así, el mismo Historiador Fernández, en OLD TIME (Oxford, septiembre, 1989), se pregunta: «¿No es posible imaginar cómo debió sentirse el hombre dibujado desnudo, rodeado de mujeres que le contemplaban, según aparece en el abrigo de El Cogul (Lérida)? ¿No estamos ante un intento de ridiculizar la virilidad de alguien, posiblemente un cargo de la administración de la época? Y todas aquellas mujeres mirando hacia abajo y señalando con el dedo...Esta teoría se refuerza por el hecho de que muy cerca, a los pies del jerarca, está dibujado lo que parece un asno.»


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Publicado el 10 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Aún Me Parece Cercana...

Arturo Robsy


Cuento


¿Qué cosa? Mi infancia. Sí: aún me parece cercana por más que ya son muchos los años que me separan de ella y que pronto, irremediablemente, serán demasiados.

Muy buena debió de ser, porque aún la llevo dentro, aún no la he abandonado del todo y siento las preguntas asombradas al borde de los labios, las viejas ganas de iniciar el juego, el momento especial en que los ojos se te quedan quietos, fijos en todo cuanto de irreal te rodea, únicamente atentos a la imaginación que, por dentro, te habla de paisajes lejanos, estrellas muy bajitas y aires removidos que se pueden palpar con las manos.

A veces tengo la impresión de no haber salido de esa infancia mía, de ser aún el niño que amontonaba leña cada tarde para encender un poco más el ocaso. Me sorprendo al mirar los rostros de los mayores desde la misma altura, o al tener que agacharme para sortear cualquier inoportuno toldo de un comercio... Es que la infancia aún está conmigo, aún me sujeta y me hace vivir la impresión de que esto, el bolígrafo, el papel, los nuevos deberes y las irremediables angustias, no es más que el viejo juego que se inicia y sucesivamente se engrandece.

Por eso en el espejo me veo igual que cuando... que cuando aún era más niño. También, por supuesto, me queda la impresión de que viví mi infancia a trozos, en el verano, por ejemplo, que entonces era enorme, prolongado, inacabable... Casi tan costoso como el invierno.

A fuerza de recordar tengo presentes los veranos, pero no el tiempo que los separaba, no el otoño, no el largo invierno, porque entonces, como la naturaleza, entraba en un letargo del que sólo la nueva primavera me arrancaba, ya retozón y aventurero.


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Publicado el 22 de julio de 2021 por Edu Robsy.

Aventura

Arturo Robsy


Cuento


Cuando Apolo era joven y andaba por las ciudades de Grecia estudiando medicina, su carácter admiraba a todos sus condiscípulos: reidor y alegre, no desdeñaba la última copa nocturna en la taberna oscura y pobre, ni el beso comprado a la puerta del burdel, ni la chirigota truhanesca en la persona de algún profesor despistado (por ejemplo, el de historia que, desde la última Olimpiada, tras la gripe asiática, tenía puesto un pie en la barca de Caronte).

Sin embargo Apolo también sabía ser serio cuando la ocasión lo requería y pasaba por el más correcto de los muchachos de su cuadrilla. Pasable atleta y mejor orador, acudía todos los días al ágora para instruirse con los discursos de los ciudadanos y, también, componer hermosos versos en honor de tal o cual muchacha que, por entonces, llenaba sus pensamientos.

Huelga decir que Apolo era un mozo bello y bien planteado, y que las niñas gozaban con su compañía por más que nunca dejaban de mirarle como a un juguete encantador, un lindo muñeco parlante lleno de sonrisas, pero frío. Y Apolo lo sabía y se entristecía en su corazón, porque él hubiera querido tener una novia como los demás, una mujercita cándida (o no) a la que contar sus pequeños desengaños de adolescente en estudios, sus enormes ideas de poeta joven y sus blancas ilusiones de dios en sazón.

Vivía de pensión con su hermana Diana, con la que compartía habitación, secretos y yantar, y, con ella también, salía de caza todos los festivos en busca del corzo descuidado o del jabalí poderoso; pero estas ocupaciones no bastaban a apagar los fuegos de su alma saltarina y si su hermana --irreductible virgen-- se conformaba con ligeros escarceos, él andaba necesitado de un amor profundo y verdadero que viniese a completar la paz de espíritu que sus versos le anticipaban.


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Publicado el 11 de julio de 2021 por Edu Robsy.

¡Canta, Compadre, Canta!

Arturo Robsy


Cuento


A Vicente M., redomado golfista, con admiración


—¡Las diez y misión cumplida! ¿Estamos todos aquí? ¡Quién sabe! A ver: Antonio (¡Presente!), Juan (¡Servidor!), Cristóbal (¡Cómo éste!), Pedro...

—¡Pedro!

—Que no, que no está Pedro. Pero, ¿cómo es eso? Si hace un momento que le vi hablando con Juan.

—Eso era ayer, tú.

—¿Ayer? ¡Hay que ver cómo pasa el tiempo!

—No importa, ¿verdad? Somos bastantes. Así está bien. Somos uno, dos, tres, cuatro y cinco.

—Pero, ¿qué hacemos?

—¡Qué hacemos! ¡Qué hacemos! ¡Punto redondo!

—¿No son las fiestas? Pues a divertirnos. Compraremos espantasuegras y trompetas y gorros de papel y pelotas con elástico, y nos divertiremos.

—También hemos de subir en los autos de choque.

—Y a ese balancín. Cuando sube se te revuelven las tripas de una manera...

—Pero, ¿a qué hora iremos al baile?

—Hay tiempo para todo, ¿no?

—Pues, hale, a por el espantasuegras (matasuegras tendría que ser, matasuegras).

Caminamos por la calle mayor en busca de la primera "turronera", que a saber por qué se llamará así, porque, de turrón, nada. Calle Mayor abajo, con buena alegría en la cabeza y divertido sonar de la calderilla en los bolsillos.

El ciudadano Antonio es el primero en desmandarse.

—¡Me cisco en los espantasuegras! ¿No veis que Casa Manolo está abierto?

—¡Eso! Lo primero es tomar un buen gin.

—Claro que sí.

Lo primero y lo último, porque sabe Dios el gin que hemos trasegado entre los seis durante el día... Perdón: los cinco, porque Pedro ha desaparecido. No importa. Casa Manolo tiene la virtud de tranquilizar las más rebeldes conciencias.

Cristóbal canturrea a mi lado mientras esperamos la vez:

—Amur, Amarillo y Azul; Bramaputra, Ganges e Indo.

—¿Y eso?


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Publicado el 20 de abril de 2022 por Edu Robsy.

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