Textos más populares esta semana de Arturo Robsy | pág. 7

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autor: Arturo Robsy


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Apuntes para un Verdadero Teatro Menorquín

Arturo Robsy


Teatro


«Nadie es libre, excepto Zeus». Esquilo


Acotación.— El escenario deberá tener fantásticas medidas para que en él puedan evolucionar los 50.000 actores que representarán el papel de menorquines. Los espectadores pueden ser menos numerosos; bastarán uno o dos, a ser posible estudiosos de los misterios humanos. Por eso, si se tiene que representar en un local convencional, se aconseja que los actores trabajen en el patio de butacas, en las plateas, en los palcos y en el gallinero, y que el público se siente en el escenario.

El decorado, si el futuro director lo cree preciso, puede imitar el campo o la ciudad, el mar o la montaña, el bosque o la llanura (Els Plans, por ejemplo), las taulas o el Seguro de Enfermedad... Bastará con que se manifieste claramente que la acción sucede en Menorca. Para ello será imprescindible que un cartel indique:


"EN VENTA. Al contado o a plazos. Facilidades".


Los espectadores comprenderán.

Título de la obra: ¡A ver qué porras pasa!

Dramatis personae: cuarenta y nueve mil ochocientas veinticuatro personas y pico.

Lugar: Menorca

Época: la actual y todas las demás.

Cuadro primero

Se levanta el telón. El Coro de Donas, en el mercado. El Coro de Comerciantes en el mismo lugar. El Coro de las Leyes Transgredidas, al fondo, escondido, para llorar en privado.

Dona 1.— No sé avont anirá a rebotir tot açó.

Dona 2.— Ho veus? Dicen que el pollo va a subir.

Dona 3.— Y la carne de ternera...

Descontento.— De ternero, señora. De ternero granadito que se llama vacuno menor. Las terneras no se matan.

Dona 4.— También subirán las patatas.

Dona 5.— Y las naranjas.

Dona 6.— Y los embutidos y el jamón.

Dona 7.— Y los huevos.


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Publicado el 25 de septiembre de 2020 por Edu Robsy.

Jeremiada

Arturo Robsy


Cuento


Jeremías, pese a no faltarle motivos, no era jeremiaco. Razonablemente infeliz en un mundo en que nadie es feliz, cultivaba los frutos de su miseria con la conformidad de un eremita.

Sus hijos se libraron de él a los setenta años, cuando decoraron de nuevo la casa y lo descubrieron allí, junto a los muebles viejos, silencioso estorbo con la tapicería raída. Comía sopa y veía la tele. En ocasiones, preguntaba al nieto como iban las cosas.

—Bah. —decía el muchacho, con la expresividad de su generación.

Como en la casa había que hacer reformas, Jeremías acabó en el asilo. Le llamaban Residencia de la Tercera Edad, pero era un asilo con un dormitorio enorme donde los ancianos, en largas filas, roncaban de noche hasta que el insomnio de la mucha edad les despertaba con la cabeza llena de pensamientos secos .

Como eran dolorosos, muchos fingían seguir durmiendo y roncaban con más fuerza para engañar al gusano que roía la memoria y escupía trozos de vida a la cabeza, memorias de juventud perdida y recortes de amargura próxima.

Jeremías se escapó una noche. Descalzo, por no meter ruido. Otros lo vieron y, envidiosos, roncaron más. Descalzo se fue por el mundo, con sus viejos pantalones y una camisa de verano. A rayas.

En el campo hubiera encontrado el hueco de una mata, la cabaña de un pastor o una cueva. Cerca, alguna hierba, alguna fruta. Pero en la ciudad la miseria de un anciano es más sórdida, menos apta para que la cante un poeta.

Jeremías, animoso, disputaba a los gatos las bolsas de basura, donde siempre había restos que sus viejas tripas digerían sin protestas. Había también periódicos para atárselos a los pies desnudos con tiras de plástico. Y confortables subterráneos donde, a veces, era posible echarse durante un trozo negro de la noche.


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Publicado el 21 de abril de 2016 por Edu Robsy.

No te levantes

Arturo Robsy


Cuento


Doña María no pudo resistir el golpe y bajó a la tumba cinco días después que su hijo Alfonso. Parecía que sólo padecía de varices y de un cierto hábito de comerse a los santos, pero, cuando Alfonso murió, se deshizo como una pompa. Sin ruido alguno.

«Setenta y seis años, dijeron los deudos. Una buena edad». Eran sobrinos, proporcionados por el diablo desde el momento en que a Doña María le faltó el hijo. Herederos universales, porque Alfonso murió soltero, quizá a causa de los cuarenta años de soltería, que le llevaron del tabaco al infarto al no tener una mujer que le fortaleciera el corazón haciéndoselo hervir periódicamente.

Como una pluma llevaron a Doña María al funeral los sobrinos, a hombros. No sonreían por el aquello de la conciencia pero, amparados en el secreto del pensamiento, echaban cuentas: además de un buen dinero y del seguro de Alfonso, había cuatro pisos, un chalé y un fajo de acciones. A partir de cien millones que, divididos por dos, arrojaban una especie de cántico primaveral sobre sus corazones.

Luego, el cementerio. Pero esta vez ya sin poner el hombro: con carretilla y cigarrillos mientras el sepulturero destapaba la tumba familiar. Al fondo, en la penumbra, nuevo y brillante, el ataúd de Alfonso. Para que cupiera el de la madre había que ponerlo de canto.

—¿Eh? —dijo el ataúd cuando le hicieron la operación.

El vello de algunos cogotes circunstantes se erizó y se meció en la brisa del atardecer. La sombra larga del crepúsculo pareció multiplicar aquel «eh» extemporáneo y poco respetuoso con el corazón de los que aguardaban a enterrar a Doña María para bailar sobre su tumba.

El encallecido enterrador, como si quisiera comprobar una ley física, reprodujo las condiciones objetivas dando otro meneo a la caja:

—¡Dios mío! —exclamó ésta— ¿Hay alguien ahí? Me había quedado dormido.


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4 págs. / 8 minutos / 67 visitas.

Publicado el 21 de abril de 2016 por Edu Robsy.

Confía en España

Arturo Robsy


Ensayo, política


Introducción

Decía Ismael Medina en un lejano artículo, citando a Jacques Bergier, que «sólo las armas parapsicológicas pueden lograr el triunfo de una guerrilla urbana a condición de que el poder instalado no sea el primero en utilizarlas, ya que también pueden convertirse en un instrumento de represión.»

En España tenemos un poder que ejerce en los dos bandos posibles: en el Gobierno y en la Revolución, alternando las acciones legislativas con las revolucionarias, y aspirando, desde el mismo momento de su instauración, no a cambiar la sociedad española (mejorándola, engrandeciéndola, culturizándola, instruyéndola y enriqueciéndola), sino a SUPLANTARLA, a hacer otra nación, todavía con el nombre de España pero sin su cultura, sin su carácter histórico. Sin sus tradiciones y sin su religión.

El poder es, desde el 76 y más desde el 82, el principal factor de la revolución en España y, convencido de que hoy no es posible hacerla de un día para otro con las masas en la calle, se ha embarcado en un proyecto a largo plazo para suplantar a España por otra cosa. En el mundo actual, donde las masas están descubriendo de nuevo el individualismo, egoísta sin duda, es imposible usarlas como fuerza de choque según los cánones de la Revolución de Octubre rusa, pero Sí es posible desarraigarlas, como hacían los asirios cambiando a pueblos enteros de territorios, cambiando hoy a pueblos enteros de cultura, en cuyo caso, perdidos sus marcos de referencia, son pueblos sin personalidad y sin capacidad de reacción.

Nueva definición

En política, los españoles tendemos a darle un elevado valor intelectual y moral: desde la libre representación del pueblo a la consecución del bien común, pasando por creer que es el arte de lo posible. Pero esto ya no es así, puesto que la política práctica hoy al uso en España es solamente un método para manipular mejor la opinión de de los ciudadanos


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22 págs. / 39 minutos / 66 visitas.

Publicado el 1 de septiembre de 2023 por Edu Robsy.

¿Existe una Lengua de los Españoles?

Arturo Robsy


Cuento


Una de las mayores sorpresas que se lleva un inglés que haya estudiado idiomas o, lo que es lo mismo, que haya ojeado el famoso ¿Quiere Vd, hablar español en 10 días?, es descubrir que el idioma español no existe. No importa que lleve en el bolsillo un diccionario Inglés-Español o Español-Inglés. Sufre una ilusión, un espejismo, porque no hay idioma español.

Don Jorge Puig, pequeño empresario catalán, me lo explicó así:

—Hay muchas lenguas españolas. El catalán es, en puridad, español. Tan español como el castellano.

Sin arriesgarme a hacer ningún comentario personal, le mostré mi diccionario Inglés-Español.

—Una barbaridad. —exclamó Don Jorge, que, a veces, se llama Dony Jordi.— Hasta eso ha querido arrebatarnos Castilla.

—¿Y este idioma en el que hablamos, qué es?

—Castellano. Otra lengua española, como el catalán, el gallego, el vascuence, el bable, el patúo, el panocho...

¿No es como para meditar? Don Jorge opinaba que Cataluña es una nación oprimida por España, pero insiste en que el catalán es una lengua tan española como el castellano.

—Además, —insistió, buscando en su librería un ejemplar de la Constitución de 1978— bien claro lo dice aquí: El castellano es la lengua oficial del Estado. ¿Lo ve usted?

Era verdad, claro. Lei más abajo, por encima de su hombro:

—Todos los españoles tienen el deber de conocerla.

Don Jorge Puig, alias Dony Jordi, se revolvió, herido en lo profundo. No esperaba semejante grosería de mí.

—¿Ve cómo estamos oprimidos por España? Se nos obliga a conocer el castellano.

—Entonces, ¿qué hago yo con mis diccionarios? —pregunté, buscando un punto de vista práctico.

—No dejarse engañar. No existe La lengua española. Existen lenguas españolas.

Y, por lo visto, se las sacan los unos a los otros.


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1 pág. / 2 minutos / 62 visitas.

Publicado el 10 de julio de 2020 por Edu Robsy.

Radio "La Mar"

Arturo Robsy


Cuento


Ni mentir ni dejar que mientan

Emisiones electorales de la famosa Radio La Mar. Vote después de haber reído.

Experimento sociológico sobre la negación de la realidad. Papeles de Trapisonda.

Estas historias de Radio La Mar, puro diálogo e impuro despropósito, se basan en dos hechos fundamentales:

El Primero, que la Constitución nos reconoce el derecho a recibir información veraz y, por lo tanto, prohíbe que se nos mienta como método. Nada dice la engolada «Ley de Leyes» sobre intenciones que puedan ser excusa para la mentira; o sea que desear ganar unas Elecciones o vender un perfume, no justifican el intento de engañarnos. Pero nos engañan todos los días desde todos los medios, porque la modernidad es cosa de propaganda y es fundamental que el dominado siga satisfecho con su situación. Además, no hay juez Garzón que se atreva con los mentirosos: no es tan valiente. Libertad de Expresión, sí. Pero no libertad de mentira.

El Segundo, que no hay cosa más inútil que una que esté partida, y los Partidos son y aspiran a ser trozos de sociedad, fragmentos de convivencia. Es necesario vigilar y limitar el Poder, pero con leyes y no con grupos particulares, si puede expresarse así.

De ahí se crea, en esta ficción disparatada, el Partido Entero, que quizá busca la unidad de lo fundamental, pero no de lo accesorio. Por ejemplo, nadie se arremolina porque el euro sea la unidad en lo dinerario: el dinero, aunque necesario, es el accesorio de los acesorios.

Por eso —si sigue leyendo— verá que el ficticio Partido Entero, puesto en la necesidad de ofrecer un programa electoral, lo resuma en “No mentir ni permitir que otros mientan”.


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Publicado el 10 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Don Anselmo

Arturo Robsy


Cuento


Cuando debo hablar de don Anselo algo más que las palabras quisiera tener a mi disposición; tal vez, una cinta con su voz grabada, llena de temblores y de gallos, porque don Anselmo era de esas personas únicas que desafinan incluso al hablar.

Pero, quizá, lo mejor fuera poseer sus fotos, enseñar esas cartulinas donde reposaba aquel hombrecillo enteco y desnutrido, convertido por el destino en apenas un par de ojos de mirar tranquilo y pausado. Usaba, usó, un bigotillo indescifrable y amarillento y, en todo caso, nadie llegó a darse cuenta de que se lo afeitara, porque don Anselmo era tan gris y tan arrugado como su traje cruzado con brillos en los codos y en el fondillo de los pantalones.

Y en sus fotografías, si las vieran ustedes, observarían que aparece siempre solo, porque don Anselmo nunca atrajo la atención de una mujer, salvo de la patrona de su pensión, cuando estaba de auxiliar de bibliotecario en la capital de la provincia, y de la Remedios, hembra garrida que, una vez al mes, escuchaba las penas del caballero a cambio de una pequeña retribución. Don Anselmo la llamaba en la intimida su "Freud Ignorante", y la Remedios sonreía convencida de que aquello tenía que ser una procacidad muy grande, muy grande; por otra parte, la única que el buen hombre se permitía en sus tratos con ella.

Don Anselmo era un soltero viejo, no un solterón, pues Dios le había desprovisto de toda picardía y de las demás cualidades que se precisan para llegar a ser un bon vivant solitario y satisfecho.


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Publicado el 12 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Santiago-Ficción

Arturo Robsy


Cuento


Esta historia de Santiago es realmente un cuento de arte menor, una divagación acerca de las virtudes de un hombre que, quizá, pudiera ser tópico en nuestro país.

Santiago a secas

Santy era un buen hombre, pacífico, trabajador y humilde, desde el primero de agosto hasta el veinticuatro de julio siguiente.

Trabajaba en la fábrica, a cargo de una fresadora y era lo que se dice un tipo formal y cumplidor. Desde su más lejana juventud se le conocían pocos defectos, y era, por ello, querido (¡y envidiado!) por cuantos le conocían.

Como la mayoría, cuando su cuerpo se hizo vigoroso y los pensamientos no bastaron para detener toda la fogosidad de su carácter, contrajo matrimonio y se convirtió en un padre de familia ejemplar. Los viernes entregaba a su mujer la paga íntegra y, los domingos, después de misa, a pasear con la niña pequeña en una vieja moto. Si era verano, comían a la sombra de cualquier pino después de nadar. Si era invierno, buscaban setas o, simplemente, se aventuraban por los lugares que aún desconocían.

Eran, ¿qué duda cabe?, felices, dentro de los límites en que la felicidad es soportable, y, como no recibieron más hijos (pese a las cartas que continuamente escribían a la cigüeña) bien pronto empezaron a ahorrar su pequeño capitalito que, en su día, sirvió para pagar la entrada de un piso recién construido y para el primer plazo de un cómo seiscientos.

Sin embargo, antes de que las cosas llegaran a este extremo, su mujer tuvo que descubrir una interesante y dolorosa faceta del carácter de Santy...

El horrible vicio

Acongojada la pobre mujer, muy joven todavía, trató de suprimir aquel vicio de su marido, pero fracasó tan repetidamente que, al final, llegó a admitirlo como cosa lógica.


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Publicado el 23 de marzo de 2019 por Edu Robsy.

Floresta Varia de Añagazas, Industrias y Trápalas

Arturo Robsy


Cuento


—De cómo roban dineros honradas gentes sin conciencia.

—De cómo los despojados imaginan que ésta es la justicia en el valor fácil de las estampas.

—De cómo aún es mayor el dolor de ser víctima que aquel que se sigue del dinero perdido.

—De cómo hombres y mujeres de nuestras tierras sufren estas cosas en silencio.


(Confidencia de amigos)


Primer caso. De tocamientos, magnetófonos y etcéteras

Tenía un magnetófono aquel muchacho. Un Sanyo, según su denominación comercial. Un valiente aparato con más de seis años de antigüedad que siempre funcionó a las mil maravillas... Siempre es un decir, porque las cosas fueron solo bien hasta que se compró un transformador, para que el cacharrito no acabara con tanta y tanta batería.

Funcionó con él quince minutos exactos y, en consecuencia, mi muchacho fue a cambiarlo al comercio, comercio, además, donde se compró el magnetófono. Con el nuevo transformador estuvo en marcha otro cuarto de hora. ¡Bien! Algo se había conseguido: el error estaba en el Sanyo y no en otra parte.

Hete aquí que el muuchacho vuelve al comercio y explica a una niña muy mona el asunto. Se enchufa el magnetófono y, al cuarto de hora, ¡cras!, la aguja que marca la batería cae y las canciones suenan como barritar de elefante en celo.

Sí, sí; de acuerdo. Cosa fácil... Vuelva usted dentro de un par de semanas. Por entonces habremos curado su cacharrito. Y él, hombre desconfiado, regresa al cabo de veinte días para dar más tiempo. Le entregan su aparato muy bien envuelto en papel de colores y le cobran ciento y pico de sus mejores pesetas.


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Publicado el 11 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Picasso y las Ranas

Arturo Robsy


Cuento


La soledad tiene un feo nombre: aburrimiento.

—Klag Underwood

I. Picasso

Murió Picasso. Todo un tiempo ha muerto.

Era un ensayo de eternidad. Un andaluz universal cocinado a la francesa con salsas catalanas.

Un viso, quizá, su muerte. Un aviso para todos los que nos habíamos acostumbrado al siempre de Picasso. Cuando yo nací él era ya viejo. Cuando nació mi padre había superado el cubismo. Cuando nació mi abuelo Picasso tenía una mención honorífica en la Exposición Nacional de Bellas Artes de Madrid con "Ciencia y Caridad". Así pues, Picasso era eterno; de ahí el dolor de verle desaparecer llevándose entre sus manos yertas noventa y un años, cinco meses y dieciocho días de arte, recuerdos y enormidad.

No dicen ahora que Picasso era español. Ya lo sabíamos. Hasta él lo supo de siempre. Lástima que España se interesa por el hombre hecho, no por el que se hace y en este sentido, Picasso seguirá del otro lado de la frontera porque si bien se le acabó el metabolismo, su obra continúa en movimiento, repitiendo una y otra vez el volubre genio creador del malagueño éste que se nos ha muerto en Mougins.

Con mi homenaje, la anécdota (sólo que la muerte jamás debiera ser ocasión de aplausos).

Sonaba la televisión en un bar cualquiera. En las mesas cercanas hombres jóvenes jugaban al dominó. Bebían café y coñac y hasta cerveza, según los gustos. El camarero iba y venía por entre el estruendo iba y venía por entre el estruendo de las fichas, golpeando de plano en las mesas, los gritos y las expresiones de júbilo con que los ciudadanos victoriosos celebraban su habilidad.


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6 págs. / 12 minutos / 53 visitas.

Publicado el 11 de julio de 2021 por Edu Robsy.

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