Primera parte
I
Pues señor... fue el 15 de Mayo, día grande de Madrid (sobre este 
punto no hay desavenencia en las historias), del año... (esto sí que no 
lo sé; averígüelo quien quiera averiguarlo), cuando ocurrió aquella 
irreparable desgracia que, por más señas, anunciaron cometas, ciclones y
 terremotos, la muerte de doña Lupe la de los pavos, de dulce memoria. 
Y consta la fecha del tristísimo suceso, porque D. Francisco 
Torquemada, que pasó casi todo aquel día en la casa de su amiga y 
compinche, calle de Toledo, número... (tampoco sé el número, ni creo que
 importe) cuenta que, habiendo cogido la enferma, al declinar la tarde, 
un sueñecito reparador que parecía síntoma feliz del término de la 
crisis nerviosa, salió él al balcón por tomar un poco el aire y 
descansar de la fatigosa guardia que montaba desde las diez de la 
mañana; y allí se estuvo cerca de media hora contemplando el sin fin de 
coches que volvían de la Pradera, con estruendo de mil demonios; los 
atascos, remolinos y encontronazos de la muchedumbre, que no cabía por 
las dos aceras arriba; los incidentes propios del mal humor de un 
regreso de feria, con todo el vino y el cansancio del día convertidos en
 fluido de escándalo. Entreteníase oyendo los dichos germanescos que, 
como efervescencia de un líquido bien batido, burbujeaban sobre el 
tumulto, revolviéndose con doscientos mil pitidos de pitos del Santo, 
cuando... 
"Señor — le dijo la fámula de doña Lupe, dándole tan tremendo 
palmetazo en el omóplato, que el hombre creyó que se le caía encima el 
balcón del piso segundo —, señor, venga, venga acá... Otra vez el 
accidente. De esta me parece que se nos va". 
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