1. El otro imperialismo
Este rumor lo producía el ejército del príncipe heredero, al entrar a
la ciudad, de regreso de su expedición conquistadora a Quito. De las
terrazas de Sajsahuamán se veía el desfile de las huestes, a su entrada a
la Intipampa, por el ancho camino de la sierra.
A la cabeza venía Huayna Cápac, cuya figura aún adolescente–pues era
su primera campaña militar–, aparecía curtida por las intemperies, los
calores y fríos del norte. El ejército, mermado por el hielo en el
heroico sitio de los chachapoyas, cruzaba las primeras rúas del Cusco, a
paso lento, que marcaban los tambores de guerra. Las armas del imperio
venían precedidas, aun tiro de honda, por los expertos rumanchas.
Flameaba luego el Iris, recamado sobre un pendón de lana y plumas,
dardeado por los rayos solares y rematado en un suntupáucar, consistente
en una irón de oro. Iban angulosos héroes, triangulados de
arrugas,sujeta al hombro la compacta masa de queschuar, mellada y ojosa
por los golpes contrarios; honderos enflaquecidos y mustios;consumidos y
curvos flecheros de anascas raídas, embrazado el tercio de flechas de
metálica punta emponzoñada, el arco de bejuco en descanso al omoplato;
lanceros de brazos enormes y colgantes, las celadas de guayacán
deshechas en colgajos; hacheros desprovistos de la cuña, cojeando
dolorosamente... Al medio iba el apusquepay, un viejo de enorme mentón y
ojos serenos, con su turbante amarillo, ceñido por un ruinoso burelete
de plumas.
El ejército entraba a la ciudad, decaído, inválido. Solamente algunos
generales, oficiales de la nobleza o veteranos, sonreían al pasar por
las calles. Mas, en general, los expedicionarios y hasta el propio
príncipe heredero, venían poseídos de honda pesadumbre.
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