Aun entre los pensadores más sosegados, pocos hay que alguna vez no
se hayan sorprendido al comprobar que creían a medias en lo sobrenatural
—de manera vaga pero sobrecogedora—, basándose para ello en
coincidencias de naturaleza tan asombrosa que, en cuanto meras
coincidencias, el intelecto no ha alcanzado a aprehender. Tales
sentimientos (ya que las creencias a medias de que hablo no logran la
plena fuerza del pensamiento) nunca se borran del todo hasta que se los
explica por la doctrina de las posibilidades. Ahora bien, este cálculo
es puramente matemático en esencia, y ahí os encontramos con la anomalía
de que la ciencia más rígida y exacta se aplica a las sombras y
vaguedades de la especulación más intangible.
Los extraordinarios detalles que me toca dar a conocer constituyen,
por lo que se refiere al tiempo, la rama principal de una serie de
coincidencias apenas comprensibles, cuya rama secundaria o final
reconocerán todos los lectores en el reciente asesinato de Mary Cecilia
Rogers, en Nueva York.
Cuando en un relato titulado Los crímenes de la calle Morgue,
publicado hace un año, traté de poner de manifiesto algunas notables
características de la mentalidad de mi amigo, el chevalier C. Auguste
Dupin, no se ocurrió que volvería jamás a ocuparme del tema. Era
intención describir esas características, y su objeto plenamente logrado
dentro de la terrible serie de circunstancias que pusieron de
manifiesto el modo de ser de Dupin. Podría haber aducido otros ejemplos,
pero no hubieran resultado más probatorios. Los recientes sucesos, sin
embargo, con su sorprendente desarrollo, me obligan a proporcionar
nuevos detalles que tendrán la apariencia de una confesión forzada.
Pero, luego de lo que he oído en estos últimos tiempos, sería
verdaderamente extraño que guardara silencio sobre lo que vi y oí hace
mucho.
Información texto 'El Crimen de Marie Rogêt'