Textos más vistos de Edith Wharton | pág. 2

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autor: Edith Wharton


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La Renuncia

Edith Wharton


Novela


¡Qué delicada es la desolación!

Shelley

Libro primero

I

Kate Clephane despertó, como de costumbre, cuando un rayo del sol de la costa Azul cayó en diagonal sobre su cama. Eso era lo que más le gustaba de la habitación estrecha y deslucida del hotel de tercera categoría, el hotel de Minorque et de l’Univers: que por la ventana se filtrase el sol de la mañana y que además no lo hiciese demasiado temprano.


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271 págs. / 7 horas, 55 minutos / 83 visitas.

Publicado el 26 de agosto de 2018 por Edu Robsy.

Los Niños

Edith Wharton


Novela


A mis pacientes oyentes de Sainte-Claire

Libro Primero

I

Mientras el gran buque de pasaje flotaba entre un enjambre de remolcadores en la bahía de Argel, Martin Boyne contemplaba desde la cubierta de paseo el pelotón de pasajeros de primera clase que abarrotaban la pasarela, mirando arriba, ofreciendo inconscientemente el rostro a su observación.

«¡Ni un alma con quien me apetezca hablar… como siempre!»

Ciertos hombres tenían una suerte increíble en sus viajes. Les bastaba con subir a un tren o a un barco para encontrarse con un antiguo amigo o trabar amistad con alguien, lo cual era mucho más emocionante. Siempre coincidían en el mismo compartimento o en el mismo camarote con alguna celebridad errante, con el propietario de una casa famosa, de una colección notoria o de una personalidad divertida y peculiar, siendo este último, claro está, el caso más infrecuente, por ser el más reconfortante.


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310 págs. / 9 horas, 3 minutos / 56 visitas.

Publicado el 27 de agosto de 2018 por Edu Robsy.

Los Otros Dos

Edith Wharton


Cuento


1

De pie junto a la chimenea del salón, Waythorn esperaba a que su esposa bajase a cenar. Era la primera noche que ambos pasaban en casa de él, y le embargaba un inusitado nerviosismo juvenil. No es que fuese mayor (las gafas le añadían poco más de los treinta y cinco años que admitía tener su esposa), pero a él le gustaba pensar que ya había alcanzado la edad de la madurez. Ahí estaba, sin embargo, aguardando el sonido de los pasos de ella, emocionado por lo que presagiaban. Las guirnaldas nupciales que adornaban las jambas de la puerta habían avivado en su interior un rescoldo de sentimentalismo que quedó flotando en el aire, y que le hacía gozar doblemente de la acogedora estancia en la que se encontraba y de la grata cena dispuesta en la contigua.

La enfermedad de Lily Haskett, hija del primer matrimonio de la señora Waythorn, había provocado el precipitado regreso de la pareja de su luna de miel. La pequeña había sido trasladada a casa de Waythorn por expreso deseo de éste el mismo día de la boda de su madre. Nada más llegar, el doctor les confirmó que se trataba de fiebre tifoidea, si bien declaró que los síntomas parecían favorables. Lily había cumplido doce años de salud impecable, por lo que el caso prometía ser benigno. También la enfermera les habló en términos tranquilizadores, de manera que, tras la alarma inicial, la señora Waythorn se adaptó a la situación. Aunque adoraba a Lily (tal vez había sido dicho fervor lo que más había atraído a Waythorn), era dueña de sus emociones, virtud que había heredado su hija y que la alejaba del prototipo de mujer que malgasta pañuelos en preocupaciones estériles.


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25 págs. / 44 minutos / 215 visitas.

Publicado el 29 de agosto de 2018 por Edu Robsy.

Un Cobarde

Edith Wharton


Cuento


1

—Mi hija Irene —comentó la señora Carstyle haciendo rimar el nombre con «tureen»— no ha gozado de oportunidades sociales, pero si el señor Carstyle hubiese optado… —Se interrumpió para mirar alusivamente el raído sofá que se encontraba frente a la chimenea como si se tratara del propio señor Carstyle. Vibart se alegró de que no fuese el caso.

La señora Carstyle era una de esas mujeres que vulgarizan lo elegante. Se refería invariablemente a su marido como «el señor Carstyle», y aunque sólo tenía una hija se cuidaba mucho de designar siempre a la joven por su nombre. Durante el almuerzo se había explayado a gusto sobre la necesidad de una mayor altura de miras en lo relativo a influencias y aspiraciones, alternando la conversación con sus excusas por el cordero reseco y fingiendo sorprenderse de que la criada (desconcertada a su vez) se hubiese olvidado de servir el café y los licores, «como siempre».


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20 págs. / 36 minutos / 84 visitas.

Publicado el 29 de agosto de 2018 por Edu Robsy.

Después

Edith Wharton


Cuento


I

—Sí; hay uno, por supuesto; pero no sabréis que lo es.

La aseveración, lanzada alegremente seis meses antes en un radiante jardín de junio, volvió a Mary Boyne con una nueva dimensión de su significado, en la oscuridad de diciembre, mientras esperaba a que trajesen las lámparas a la biblioteca.

Estas palabras las había pronunciado su amiga Alida Stair, cuando tomaba el té en su jardín de Pangbourne, refiriéndose a la misma casa cuyo «elemento» principal era la biblioteca en cuestión. A su llegada a Inglaterra, Mary Boyne y su marido, buscando un rincón apartado en uno de los condados del sur o el sureste, habían confiado esta misión a Alida Stair, quien lo había resuelto perfectamente; aunque no sin que antes hubiesen rechazado, casi caprichosamente, varias sugerencias prácticas y prudentes que les brindó: «Bueno, está Lyng, en Dorsetshire. Pertenece a los primos de Hugo, y podéis conseguirla por un precio de ganga».

Las razones que dio por las que podían comprarla tan barata —estar lejos de la estación, no tener luz eléctrica ni instalación de agua caliente y demás necesidades vulgares—, eran exactamente las que concurrían a favor para una pareja de románticos americanos que buscaban perversamente aquellas gangas que se asociaban, en su tradición, con la inusitada gracia arquitectónica.

—Jamás creeré que vivo en una casa vieja, a menos que sea completamente incómoda —había insistido en broma Ned Boyne, el más extravagante de los dos—; el más pequeño indicio de comodidad me haría pensar que la había comprado en una exposición, con las piezas numeradas y vueltas a montar.


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37 págs. / 1 hora, 4 minutos / 165 visitas.

Publicado el 28 de agosto de 2018 por Edu Robsy.

El Mejor Hombre

Edith Wharton


Cuento


1

Había caído la tarde. Sólo el haz de luz proyectado por la lámpara del escritorio del gobernador Mornway rescataba de la oscuridad reinante su imponente corpulencia mientras se hallaba recostado en una cómoda butaca en la actitud relajada que solía adoptar a esa hora.

Cuando el gobernador de Midsylvania descansaba, lo hacía a conciencia. Cinco minutos antes había estado inclinado sobre la mesa de su oficina, como un Atlas con el peso del Estado sobre sus hombros. Ahora, concluidas sus horas de trabajo, ofrecía el aspecto de quien ha pasado el día holgazaneando a placer y se dispone a terminarlo disfrutando de una buena cena. Su indolencia atenuaba la crónica agitación de su hermana, la señora Nimick, la cual, fuera del círculo de luz de la lámpara, quedaba sumida en la acogedora penumbra de la chimenea. De vez en cuando, llamas con inquisitivos destellos iluminaban su rostro.

Por lo general la presencia de la señora Nimick no invitaba al descanso, pero la serenidad del gobernador no era de las que se perturban fácilmente. Se comportaba con el aplomo de quien sabe que hay un mosquito en la habitación pero se encuentra a salvo con el mosquitero echado por encima de la cabeza. Su calma se reflejó en el tono con el que, reclinándose hacia atrás para sonreírle a su hermana, comentó:

—Ya sabes que no voy a concertar ninguna cita esta semana.

Era el día posterior a la gran victoria reformista que, por segunda vez, había colocado a John Mornway al frente del Estado, un triunfo que hacía parecer insignificante la tremenda batalla de su primera elección. Ahora se arrellanaba en su asiento con la sensación de imperturbable placidez que sobreviene tras un esfuerzo recompensado.

La señora Nimick farfulló una disculpa:

—No entiendo… He visto en los periódicos de la mañana que se había elegido al fiscal general.


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30 págs. / 53 minutos / 69 visitas.

Publicado el 29 de agosto de 2018 por Edu Robsy.

El Veredicto

Edith Wharton


Cuento


Siempre pensé que, aunque buen tipo, Jack Gisburn era un genio mediocre, por lo que no me sorprendió enterarme de que había abandonado la pintura en la cima de su gloria, que se había casado con una viuda rica y se había establecido en la Riviera. (A mi entender, Roma o Florencia habrían sido más idóneas).

«La cima de su gloria…», así lo expresaban las mujeres. Me parecía estar oyendo a la señora de Gideon Thwing, su última modelo en Chicago, deplorando su inexplicable abdicación. «Indudablemente mi retrato se revalorizará, pero yo no pienso en eso, señor Rickham… En lo único que puedo pensar es en la pérdida que supone para el Arrrrte». En labios de la señora Thwing la palabra multiplicaba sus erres como si se reflejaran sobre un infinito paisaje de espejos. Y no eran exclusivamente señoras Thwing quienes lamentaban tamaña pérdida. ¿Acaso no se había detenido junto a mí, ante las Bailarinas bajo la luna, de Gisburn, durante la última exposición en la Galería Grafton, la sofisticada Hermia Croft para comentar con los ojos arrasados de lágrimas que «ya no volveremos a ver algo así»?


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12 págs. / 22 minutos / 76 visitas.

Publicado el 29 de agosto de 2018 por Edu Robsy.

Francia Combatiente

Edith Wharton


Historia, Crónica


1. La imagen de París. Agosto de 1914 - Febrero de 1915

I. Agosto

El día 30 de julio de 1914, tras salir de Poitiers con dirección norte, almorzamos bajo los manzanos en un lugar próximo a la carretera, a los pies de una pradera. Ante nuestros ojos, a derecha e izquierda, se extendían nuevos terrenos agrestes que conducían hacia un bosque y hacia la torre del campanario de un pequeño pueblo. Todo a nuestro alrededor desplegaba la tranquilidad del mediodía, y nos mostraba esa sobria disciplina que con tanta facilidad la memoria del viajero está dispuesta a evocar como propia del paisaje francés. A veces, estos campos divididos por simples muros de piedra y esas aldeas grises y compactas pueden parecerle, incluso a alguien acostumbrado al lugar, espacios monótonos e insulsos; en cambio, en otros momentos, una imaginación sensible es capaz de captar en cada pedazo de tierra, e incluso en cada surco, la vigilante e incesante fidelidad que generaciones y generaciones vinculadas a la tierra han mantenido hacia ella. El propio pedazo de paisaje que se mostraba ante nosotros nos hablaba, línea a línea, de ese mismo vínculo. El aire parecía llegarnos cargado de los prolongados murmullos del esfuerzo humano, del ritmo de las labores que han de repetirse una y otra vez, y la serenidad de la escena parecía alejar de nosotros con una sonrisa los rumores de guerra que nos venían persiguiendo desde el inicio de la jornada.


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143 págs. / 4 horas, 10 minutos / 78 visitas.

Publicado el 26 de agosto de 2018 por Edu Robsy.

La Botella de Perrier

Edith Wharton


Cuento


Dos días de traqueteo por endiabladas rutas en un cochecillo voluntarioso pero renqueante y otros dos a lomos de una montura alquilada de temperamento poco sociable habían llevado al joven Medford, de la Escuela Americana de Arqueología de Atenas, a cuestionarse el motivo por el que su excéntrico amigo inglés, Henry Almodham, habría elegido vivir en el desierto.

Ahora lo comprendía.

Justo en ese momento se encontraba apoyado sobre el pretil de la cornisa de la antigua edificación, entre fortaleza cristiana y palacio árabe, que había sido el pretexto esgrimido por Almodham. O uno de ellos. Abajo, en un patio interior y a medida que descendía el sol, empezaba a levantarse un vientecillo que, con su repiqueteo como de lluvia, se abría paso entre el palmeral llevando frescor a los peregrinos del desierto. Una vieja higuera, enorme y exuberante, se contorsionaba sobre un blanco aljibe, succionando vida de la que parecía ser la única fuente de humedad entre aquellos muros. Más allá, a uno y otro lado, se extendía el misterio de las arenas, doradas como promesas, lívidas como amenazas, según las cubriese o descubriese el sol.

El joven Medford, cansado del viaje desde la costa y abrumado por aquella primera e íntima impresión de la omnipresencia del desierto, sintió un súbito estremecimiento y se apartó de la baranda. Indudablemente era un refugio privilegiado para un erudito misógino. Pero uno había de ser, por fuerza, ambas cosas.

«Echemos un vistazo a la casa», se dijo Medford a sí mismo, como si le urgiese tomar contacto con algo realizado por la mano del hombre para recuperar la sensación de seguridad.


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32 págs. / 56 minutos / 105 visitas.

Publicado el 29 de agosto de 2018 por Edu Robsy.

La Solterona

Edith Wharton


Novela corta


Primera parte

Capítulo 1

En el viejo Nueva York de 1850 despuntaban unas cuantas familias cuyas vidas transcurrían en plácida opulencia. Los Ralston eran una de ellas.

Los enérgicos británicos y los rubicundos y robustos holandeses se habían mezclado entre ellos dando lugar a una sociedad próspera, cauta y, pese a ello, boyante. Hacer las cosas a lo grande había sido la máxima de aquel mundo tan previsor, erigido sobre la fortuna de banqueros, comerciantes de Indias, constructores y navieros.

Aquellas gentes parsimoniosas y bien nutridas, a quienes los europeos tildaban de irritables y dispépticas solo porque los caprichos del clima les habían exonerado de carnes superfluas y afilado los nervios, vivían en una apacible molicie cuya superficie jamás se veía alterada por los sórdidos dramas que eventualmente se escenificaban entre las clases inferiores. Por aquellos días, las almas sensibles eran como teclados mudos sobre los cuales tocaba el destino una melodía inaudible.


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83 págs. / 2 horas, 25 minutos / 275 visitas.

Publicado el 27 de agosto de 2018 por Edu Robsy.

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