Evangelio Apócrifo
Eduardo Robsy
Cuento, Microrrelato
Un atardecer cualquiera, absorto, Vicente Ferrer contemplaba de pie el 
horizonte, tratando de ver todavía más allá, cuando un niño pequeño, 
sucio de barro, sin decir palabra, le cogió de la mano. El hombre bajó 
la mirada, reparó en los ojos oscuros del muchacho, desde donde las 
lágrimas en silencio abrían sendas sobre la piel manchada, y supo entonces
 que su destino empezaba allí, que lo que él buscaba más allá acababa de
 encontrarle en aquel preciso instante. Tomó al niño en sus brazos y 
echó a andar. Sabemos lo que Vicente se llevó consigo. Lo que no 
podremos imaginar nunca es todo lo que abandonó allí en ese momento.
 
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 Publicado el 8 de mayo de 2016 por Edu Robsy.
