Textos más populares este mes de Emilia Pardo Bazán que contienen 'u' | pág. 6

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La Venganza de las Flores

Emilia Pardo Bazán


Cuento


I

Era encantadora aquella criatura, cuyo cuerpo delicado y blanco parecía hecho de pétalos de rosa.

Su cabecita pequeña y dulce estaba adornada por espléndida cabellera rubia, que juntamente con aquellos ojos azules y melancólicos, con aquella sonriente boca que se dibujaba bajo la correcta naricilla y con aquel cuerpo alabastrino e impecable que se erguía entre un mar de gasas y terciopelos, sedas y encajes, causaba en el ánimo una impresión tierna, sencilla, algo así como la contemplación de una blanca azucena sobre el campo obscuro, algo como la impresión visual de esas irisadas espumas que a veces cabalgan sobre las crestas de las olas, amenazando deshacerse y pulverizarse a cada instante.

II

La niña marchaba sonriente por el campo una hermosa tarde de primavera en que el sol, ya en su ocaso, teñía de rosa las lejanas nieves de la sierra y pintaba el horizonte con arreboles de fuego y sangre.

La joven, al pasear, cortaba incesantemente margaritas y violetas, primaveras y alelíes salvajes, azules campanillas y blancas correhuelas, que iban formando un inmenso brazado de penetrante olor. Y entonando una alegre canción, daba voz a la soledad augusta de los campos, que con su silencio preparábanse para el sueño general de la Naturaleza.

III

Cansada ya la niña de la excursión hecha a través de las praderas, se retiró a su gabinete para descansar de tan fatigoso día.

Colocó las flores al lado de su almohada, desciñó de su cuerpo la flotante bata, deshizo sus rubias trenzas y reclinó su gracioso cuerpo sobre el blanco lecho, que la recibió amorosamente.

Entretanto las margaritas bajaban sus blancas corolas llenas de vergüenza, las violetas escondían sus moribundos pétalos tras los lívidos de las campanillas, que llenas de amargura se apretaban contra las correhuelas pálidas de envidia, pues todas ellas eran menos hermosas que la joven durmiendo.


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1 pág. / 2 minutos / 633 visitas.

Publicado el 10 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

Memorias de un Solterón: Adán y Eva

Emilia Pardo Bazán


Novela


Capítulo 1

A mí me han puesto de mote el Abad. En esta Marineda tienen buena sombra para motes, pero en el mío no cabe duda que estuvieron desacertados. ¿Qué intentan significar con eso de Abad? ¿Que soy regalón, amigo de mis comodidades, un poquito epicúreo? Pues no creo que estas aficiones las hayan demostrado los abades solamente. Además, sospecho que el apodo envuelve una censura, queriendo expresar que vivo esclavo de los goces menos espirituales y atendiendo únicamente a mi cuerpo. Para vindicarme ante la posteridad, referiré, sin quitar punto ni coma, lo que soy y cómo vivo, y daré a la vez la clave de mi filosofía peculiar y de mis ideas.

Yo friso en los treinta y cinco años, edad en que, si no se han perdido enteramente las ilusiones, al menos los huesos empiezan a ponerse durillos, y vemos con desconsoladora claridad la verdadera fisonomía de las cosas. —En lo físico soy alto, membrudo, apersonado, de tez clara y color mate, con barba castaña siempre recortada en punta, buenos ojos, y anuncios apremiantes de calvicie que me hacen la frente ancha y majestuosa. En resumen, mi tipo es más francés que español, lo cual justifican algunas gotas de sangre gala que vienen por el lado materno. —He formado costumbre de vestir con esmero y según los decretos de la moda; mas no por eso se crea que soy de los que andan cazando la última forma de solapa, o se hacen frac colorado si ven en un periódico que lo usan los gomosos de Londres. Así y todo, mi indumentaria suele llamar la atención en Marineda, y se charló bastante de unos botines blancos míos. Lo atribuyo a que en las personas de amplias proporciones y que se ven de lejos, es más aparente cualquier novedad. Mis botines blancos tenían las dimensiones de una servilleta.


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186 págs. / 5 horas, 25 minutos / 333 visitas.

Publicado el 8 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Cuentos de Marineda

Emilia Pardo Bazán


Cuentos, Colección


Por el arte

Mientras residí en la corte desempeñando mi modesto empleo de doce mil en las oficinas de Hacienda, pocas noches recuerdo haber faltado al paraíso del teatro Real. La módica suma de una peseta cincuenta, sin contrapeso de gasto de guantes ni camisa planchada —porque en aquella penumbra discreta y bienhechora no se echan de ver ciertos detalles—, me proporcionaba horas tan dulces, que las cuento entre las mejores de mi vida.


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127 págs. / 3 horas, 43 minutos / 284 visitas.

Publicado el 13 de septiembre de 2018 por Edu Robsy.

La Madrina

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Al nacer el segundón —desmirriado, casi sin alientos— el padre le miró con rabia, pues soñaba una serie de robustos varones, y al exclamar la madre —ilusa como todas—: «Hay que buscarle madrina», el padre refunfuñó:

—¡Madrina! ¡Madrina! La muerte será..., ¡porque si éste pelecha!

Con la idea de que no era vividero el crío, dejó el padre llegar el día del bautizo sin prevenir mujer que le tuviese en la pila. En casos tales trae buena suerte invitar a la primera que pasa. Así hicieron, cuando al anochecer de un día de diciembre se dirigían a la iglesia parroquial. Atravesada en el camino, que la escarcha endurecía, vieron a una dama alta, flaca, velada, vestida de negro. La enlutada miraba fijamente, con singular interés, al recién, dormido y arrebujado en bayetes y pieles. A la pregunta de si quería ser madrina, la dama respondió con un ademán de aquiescencia. Despertóse en la iglesia la criatura y rompió a llorar; pero apenas le tomó en brazos su futura madrina, la carita amarillenta adquirió expresión de calma, y el niño se durmió, y dormido recibió en la chola el agua fría y en los labios la amarga sal.

En las cocinas del castillo se murmuró largamente, al amor de la lumbre, de aquel bautizo y aquella madrina, que al salir de la iglesia había desaparecido cual por arte de encantamiento. Un cuchicheo medroso corría como un soplo del otro mundo, hacía estremecerse el huso en manos de las mozas hilanderas, temblar la papada en las dueñas bajo la toca y fruncirse las hirsutas cejas de los escuderos, que sentenciaban:

—No puede parar en bien caso que empieza en brujería.


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4 págs. / 8 minutos / 165 visitas.

Publicado el 28 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Cuestión Palpitante

Emilia Pardo Bazán


Ensayo, Literatura


Prólogo de la cuarta edición

Debe de ser muy parecida la impresión que produce el reeditar un libro hace tiempo agotado—sobre todo un libro como éste, de tan viva polémica—al sentimiento que se despierta en el alma cuando abrimos un cajón atestado de correspondencia antigua, donde yacen apagados y mudos los viejos afectos, los viejos intereses y las viejas tribulaciones. Con melancólica sorpresa escarbamos en las cenizas, releemos carillas y más carillas, y el pasado renace una hora. ¡Cuán bien discernimos entonces los yerros ajenos y propios! ¡Cuán disculpable engreimiento nos domina al advertir quizás que no en todo errábamos, que por ventura la experiencia de hoy corrobora las previsiones de ayer!

Al repasar las hojas de LA CUESTIÓN PALPITANTE, antes de resolverme á reimprimirla al frente de mis Obras completas, noto más deficiencias en la composición del libro que diferencia entre mis ideas estéticas de entonces y las de ahora.—Si intentase corregir ó refundir, tendría que añadir mucho, sin variar esencialmente nada. Como que en realidad, la discutida, combatida, asendereada y—perdóneseme la afirmación— leidísima CUESTIÓN PALPITANTE, no fué catecismo de una escuela, según erradamente creyeron los que la vieron con ojos maliciosos ó descuidados, sino exposición de teorías que aquí se habían entendido al revés, con saña y reprobación tan antiliterarias como ciegas, y ensayo de crítica de esas mismas teorías, sin pasión ni dogmatismo. Hoy, que se ha serenado el cielo, cualquiera que se tome el trabajo de repasar las hojas de mi libro verá que no es tal Biblia del naturalismo, (así le llamaba, en chanza probablemente, cierto sapientísimo historiador), sino una tentativa de sincretismo, tan batalladora en la forma como serena y tolerante en el fondo.


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160 págs. / 4 horas, 40 minutos / 223 visitas.

Publicado el 15 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

Los Huevos Arrefalfados

Emilia Pardo Bazán


Cuento


¡Qué compasión de señora Martina, la del tío Pedro el carretero! Si alguien se permitiese el desmán de alzar la ropa que cubría sus honestas carnes, vería en ellas un conclave, un sacro colegio, con cardenales de todos los matices, desde el rojo iracundo de la cresta del pavo, hasta el morado oscuro de la madura berenjena. A ser el pellejo de las mujeres como la badana y la cabritilla, que cuanto mejor tundidas y zurradas más suaves y flexibles, no habría duquesa que pudiese apostárselas con la señora Martina en finura de cutis. Por desgracia, no está bien demostrado que la receta de la zurra aprovecha a la piel ni siquiera al carácter femenil, y la esposa del carretero, en vez de ablandarse a fuerza de palizas, iba volviéndose más áspera, hasta darse al diablo renegando de la injusticia de la suerte. ¿Ella qué delito había cometido para recibir lección de solfeo diaria? ¿Qué motivo de queja podía alegar aquel bruto para administrar cada veinticuatro horas ración de leña a su mitad?

Martina criaba los chiquillos, los atendía, los zagaleaba; Martina daba de comer al ganado; Martina remendaba y zurcía la ropa; Martina hacía el caldo, lavaba en el río, cortaba el tojo, hilaba el cerro, era una esclava, una negra de Angola…, y con todo eso, ni un solo día del año le faltaba en aquella casa a San Benito de Palermo su vela encendida. En balde se devanaba los sesos la sin ventura para arbitrar modo de que no la santiguase a lampreazos su consorte. Procuraba no incurrir en el menor descuido; era activa, solícita, afectuosa, incansable, la mujer más cabal de toda la aldea. No obstante, Pedro había de encontrar siempre arbitrio para el vapuleo.


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Dominio público
7 págs. / 12 minutos / 187 visitas.

Publicado el 10 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

La Dama Joven

Emilia Pardo Bazán


Cuentos, Colección


Prólogo

Si esta colección llevase al frente un título significativo, podría ser el de Apuntes y miniaturas, porque se compone de dos clases de páginas: unas trazadas libremente, como los apuntes en que los dibujantes fijan impresiones ó tipos del natural, otras empastadas con esmero, prolijamente trabajadas, como las miniaturas del tiempo de nuestras bisabuelas.

Resulta de la diversidad en los procedimientos la de los estilos. Apenas parecen hijas de una misma pluma Bucólica y La Gallega, El Rizo del Nazareno y Fuego á bordo. Y consiste en que Fuego á bordo, por ejemplo, es la propia narración que oí de labios del cocinero del incendiado buque; quién, por más señas, me refirió la catástrofe de tan expresiva manera, con tal viveza de colorido y tan gráficos pormenores, que ojalá tuviese yo allí á mano un taquígrafo para que sin omitir punto ni coma, conservase en toda su pureza el original del interesante relato, muy perjudicado, de seguro, en mi traslación, por más nimia y fiel que sea. Juzgo imperdonable artificio en los escritores, alterar ó corregir las formas de la oración popular, entre las cuales y la idea que las dicta ha de existir sin remedio el nexo ó vínculo misterioso que enlaza á todo pensamiento con su expresión hablada. Aun á costa de exponerme á que censores muy formales me imputen el estilo de mis héroes, insisto en no pulirlo ni arreglarlo, y en dejar á señoritos y curas de aldea, á mujeres del pueblo y amas de cría, que se produzcan como saben y pueden, cometiendo las faltas de lenguaje, barbarismos y provincialismos que gusten. Menos comprometido, pero menos honroso también, sería dictar á los párrocos de Boan y Naya, á las comadres del Indulto, períodos cervantescos y giros usuales en el centro de España, y jamás usados en este rincón del Noroeste.


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239 págs. / 6 horas, 59 minutos / 679 visitas.

Publicado el 19 de diciembre de 2017 por Edu Robsy.

Cuentos de Navidad y Año Nuevo

Emilia Pardo Bazán


Cuentos, Colección


Fantasía

I. La Nochebuena en el Infierno

Hacía un frío siberiano y estaba tentadora para pasar las últimas horas de la noche la cerrada habitación, la camilla con su tibia faldamenta que me envuelve como ropón acolchado, y el muelle-sofá de damasco rojo, donde el cuerpo encuentra mil posturas regalonas en que digerir pacíficamente la sopa de almendra y la compota perfumada con canela en rama. ¡Pero no asistir a la Misa del Gallo en la catedral! ¡No oír los gorgojeos del órgano mayor cuando difunde por los aires las notas, trémulas de regocijo, del Hosanna! ¡Nochebuena, y quedarse así, egoístamente, acurrucada, al amor del brasero! No puede ser; ánimo; un abrigo, guantes, calzado fuerte... A la calle en seguida.

Bañada por la misteriosa claridad de la luna, la ciudad episcopal dormía. Extensas zonas de sombra y sábanas de infinita blancura argentada alternaban en las desiertas calles. Nunca éstas me habían parecido tan solitarias, tan fantásticamente viejas, ni tan adustos los cerrados caserones que ostentan su blasón cual ostentaría la venera un caballero santiaguista, ni tan medrosos los sombríos soportales, que descansan en capiteles bizantinos.


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Dominio público
32 págs. / 57 minutos / 306 visitas.

Publicado el 13 de septiembre de 2018 por Edu Robsy.

El Escapulario

Emilia Pardo Bazán


Cuento


—¿Ketty? ¿Ketty?

La inglesa despertó, se frotó los ojos y murmuró, sonriendo cándidamente:

—What is the matter?

—Levántate pronto —articuló una vocecita dulce, un poco puntiaguda—. Aquí está lo que me dijiste que le pidiese a Ramiro...

El salto elástico de la miss fue como el de una gata joven. Diez minutos después, habiendo dejado el lecho, estaba ya muy alisada, vestido el jersey, derecho el almidonado cuellecito blanco. La señorita Leonor sonreía, enseñándole los trozos de papel-cartón, en que un cromo modernista representaba una pareja, enlazada para el tango argentino.

Eran billetes para el baile que en el Real patrocinaba la elegante sociedad Smart Club, o por mejor decir, algunos de sus miembros gallardos y calaveras. Se jactaban de que concurrían todas las mujeres guapas de Madrid, lo cual significaba que irían todas las alegres, guapas o feas. Y Ketty, la carabina de la hija de los duques de la Morería, lograba con esos billetes lo que tramaba desde tiempo atrás: la complicidad de su señorita, tenerla sujeta, convertida en amiga complaciente. Aquella hija de Albión, de tez nacarada por las nieblas, de pelo dorado cenizoso, que colgaba en su habitación los retratos de los reyes de Inglaterra y una copia de la Concepción de Murillo, era lo que se llama una mezcla explosiva. La conocían bien los que en Madrid cultivan el género, y hasta le habían puesto un apodo: «Pólvoranieve». Los únicos que no se habían enterado eran los señores duques, ocupado él en derrochar su hacienda en sports, y ella en prácticas devotas, muy loables, pero no tanto como lo fuera el acompañar a su hija, en vez de fiarla a la fe británica.


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4 págs. / 7 minutos / 153 visitas.

Publicado el 1 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

El Corazón Perdido

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Yendo una tardecita de paseo por las calles de la ciudad, vi en el suelo un objeto rojo; me bajé: era un sangriento y vivo corazón que recogí cuidadosamente. «Debe de habérsele perdido a alguna mujer», pensé al observar la blancura y delicadeza de la tierna víscera, que, al contacto de mis dedos, palpitaba como si estuviese dentro del pecho de su dueño. Lo envolví con esmero dentro de un blanco paño, lo abrigué, lo escondí bajo mi ropa, y me dediqué a averiguar quién era la mujer que había perdido el corazón en la calle. Para indagar mejor, adquirí unos maravillosos anteojos que permitían ver, al través del corpiño, de la ropa interior, de la carne y de las costillas —como por esos relicarios que son el busto de una santa y tienen en el pecho una ventanita de cristal—, el lugar que ocupa el corazón.

Apenas me hube calado mis anteojos mágicos, miré ansiosamente a la primera mujer que pasaba, y ¡oh asombro!, la mujer no tenía corazón. Ella debía de ser, sin duda, la propietaria de mi hallazgo. Lo raro fue que, al decirle yo cómo había encontrado su corazón y lo conservaba a sus órdenes de si gustaba recogerlo, la mujer, indignada, juró y perjuró que no había perdido cosa alguna; que su corazón estaba donde solía y que lo sentía perfectamente pulsar, recibir y expeler la sangre. En vista de la terquedad de la mujer, la dejé y me volví hacia otra, joven, linda, seductora, alegre. ¡Dios santo! En su blanco pecho vi la misma oquedad, el mismo agujero rosado, sin nada allá dentro, nada, nada. ¡Tampoco ésta tenía corazón! Y cuando le ofrecí respetuosamente el que yo llevaba guardadito, menos aún lo quiso admitir, alegando que era ofenderla de un modo grave suponer que, o le faltaba el corazón, o era tan descuidada que había podido perderlo así en la vía pública sin que lo advirtiese.


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2 págs. / 4 minutos / 553 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

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