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Los Ramilletes

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Un paseo —díjome Servando— a las horas concurridas, por la acera de la calle de Alcalá, que desde hace muchos años está bautizada con el nombre de mar de las de Gómez, o por la playa de Recoletos, en que se sienta la gente de a pie a ver cómo desfila el boato de los trenes, es un filón de asuntos regocijados para un sainetero y un trozo de dolor humano para un novelista. Dolor pequeño, envuelto en apariencias cómicas, y por lo mismo más punzante.

La observación y la sensibilidad se afinan cada día; llegamos a tener en carne viva el corazón. ¿A qué sentir males que no podemos ni aliviar? Y, sin embargo, los sentimos, y sobre nuestra serenidad destiñen manchones de melancolía las miserias ajenas. La melancolía de lo frustrado, de lo inútil, de lo ridículo… ¡Sobre todo, lo ridículo, que tanto hace reír, es infinitamente, profundamente melancólico!

Todo el contenido amargo de las reflexiones que sugiere el gentío aglomerado en esas vías madrileñas me dio por encerrarlo en un solo sujeto: una muchacha rubia vistosa, que indefectiblemente ocupaba, con su mamá y su hermanita pequeña, las sillas más próximas al quiosco de las flores. Desde lejos creyerais que era alguna señorita del gran mundo. La nivelación en el traje, en las modas, es uno de los absurdos de nuestra civilización, y los recursos y triquiñuelas del falso lujo, el suplicio y el bochorno del hogar modesto. Poco valían aquellas plumas alborotadas del sombrero amplísimo, aquellos encajes del largo redingote, aquellos guantes calados, aquellas medias transparentes; no podían deslumbrar a nadie el hilo de perlas, el brazalete–reloj, la sombrilla con puño de nácar figurando una cabeza de cotorra; pero así y todo, ¡qué sacrificios no suponían, vistos al lado de la capota ya rojiza de la mamá y el dril cien veces lavado del blusón de la hermana menor!


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4 págs. / 7 minutos / 46 visitas.

Publicado el 10 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

Progreso

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Al ocaso, la horda, rendida por la interminable peregrinación al través de la árida llanura, prorrumpió en alaridos de gozo, divisando, al pie de la colina, un manchón de arbolado espeso. Hacia muchos días que caminaban, aguijoneados por la sequía y el calor, en tropel, como bestias sedientas y sudorosas; y algunos cadáveres, cuyos huesos blanquearían ya, señalaban el paso de aquella humanidad mísera y desnuda. Esperaban siempre encontrar un país donde abundase la caza, donde pudieran tumbar pájaros á cantazos y acogotar alimañas salvajinas con sus hachas de pedernal para abrirles el vientre y hartarse de carne cruda y sangrienta. Y en las estepas grisáceas de lo que había de ser Iberia andando el tiempo, sólo ruines gazapillos les salían al paso, tan ágiles, que ni daban lugar a zorregarles la pedrada de muerte.

El interés que les unían era la necesidad, el sentirse inermes ante la naturaleza enemiga. A la puesta del sol, las mujeres solían llorar, hiriéndose el seno, porque la noche les entregaba á los peligros y daba á las fieras su desquite, á pesar del valor desesperado de los varones, que defendían por igual á todas las hembras y á toda la cría, pues viviendo en promiscuidad, sin celos ni pasiones, no distinguían de afectos. La horda errante sentía que sobre su cabeza un poder oculto mandaba en su vida y en su destino, y no sabiendo qué forma atribuir á tal poder, adoraban un fragmento muy brillante de pirita de hierro, recogido por un niño que, al pronto, lo convirtió en juguete. Ahora era el fetiche, y se encargaban de custodiarlo, por turno, las vírgenes de la horda, muchachas apenas núbiles.

La depositaria aquel día del fetiche, la rubia Indán, apenas podía sostenerse de cansancio y sed. El bochorno era horrible; densas nubes de plomo candente se hacinaban en el celaje. La muchacha desfallecía cuando Bero el cazador, robusto y resistente, la llamó, silbando, y murmuró á su oído:


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3 págs. / 6 minutos / 87 visitas.

Publicado el 12 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

Misterio

Emilia Pardo Bazán


Novela


Parte 1. El visionario Martín

Capítulo 1. Los enamorados

En uno de los barrios de Londres próximos al río, no muy concurridos de día y casi enteramente solitarios de noche, todavía existe hoy una casa con minúsculo jardín, situada frente a una plaza bastante espaciosa, en cuyo centro el square ostenta grupos de árboles centenarios, de esos árboles del viejo suelo inglés que la humedad nutre y desarrolla y convierte en colosos. El recuerdo inherente a esta casa podría, bien conocido, valer algunas propinejas a quien la enseñase al turista; pero la historia, no siempre cimentada en la realidad, suele poner en las nubes lo que no significa gran cosa y no volver siquiera su rostro de bronce cuando pasa por donde se desarrollaron dramas intensamente patéticos, ahogados y silenciosos. El que por algún tiempo guardaron las paredes de la angosta casita, eternamente permanecerá sumido en tinieblas; así lo quiso el destino, o por mejor decir, así lo quisieron los poderosos del mundo.

Al comenzar este relato, que aspira a proyectar un rayo de luz en las lobregueces históricas por medio de la lámpara caprichosa de la fantasía, un hombre joven, esbelto y robusto, vestido de camino, envuelto en un abrigo gris que no ocultaba lo gallardo de su figura, se acercaba a la verja del jardín, por la parte opuesta a la plazuela, a espaldas de la casa, y golpeaba con su bastón los hierros de la verja, a intervalos iguales, cuatro veces. Aunque ya el largo crepúsculo de Londres en primavera no derramaba sus vagas claridades boreales y había anochecido por completo, en medio de las espesuras del jardincillo podría verse blanquear una falda, y detrás de los hierros aparecer un rostro juvenil. Una mano diminuta pasó por entre dos barras, y el hombre se apoderó de ella estrechándola con ardor.


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347 págs. / 10 horas, 8 minutos / 330 visitas.

Publicado el 8 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

La Madre Naturaleza

Emilia Pardo Bazán


Novela


Parte 1

Capítulo 1

Las nubes, amontonadas y de un gris amoratado, como de tinta desleída, fueron juntándose, juntándose, sin duda a cónclave, en las alturas del cielo, deliberando si se desharían o no se desharían en chubasco. Resueltas finalmente a lo primero, empezaron por soltar goterones anchos, gruesos, legítima lluvia de estío, que doblaba las puntas de las yerbas y resonaba estrepitosamente en los zarzales; luego se apresuraron a porfía, multiplicaron sus esfuerzos, se derritieron en rápidos y oblicuos hilos de agua, empapando la tierra, inundando los matorrales, sumergiendo la vegetación menuda, colándose como podían al través de la copa de los árboles para escurrir después tronco abajo, a manera de raudales de lágrimas por un semblante rugoso y moreno.

Bajo un árbol se refugió la pareja. Era el árbol protector magnífico castaño, de majestuosa y vasta copa, abierta con pompa casi arquitectural sobre el ancha y firme columna del tronco, que parecía lanzarse arrogantemente hacia las desatadas nubes: árbol patriarcal, de esos que ven con indiferencia desdeñosa sucederse generaciones de chinches, pulgones, hormigas y larvas, y les dan cuna y sepulcro en los senos de su rajada corteza.

Al pronto fue útil el asilo: un verde paraguas de ramaje cobijaba los arrimados cuerpos de la pareja, guareciéndolos del agua terca y furiosa; y se reían de verla caer a distancia y de oír cómo fustigaba la cima del castaño, pero sin tocarles. Poco duró la inmunidad, y en breve comenzó la lluvia a correr por entre las ramas, filtrándose hasta el centro de la copa y buscando después su natural nivel. A un mismo tiempo sintió la niña un chorro en la nuca, y el mancebo llevó la mano a la cabeza, porque la ducha le regaba el pelo ensortijado y brillante. Ambos soltaron la carcajada, pues estaban en la edad en que se ríen lo mismo las contrariedades que las venturas.


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287 págs. / 8 horas, 23 minutos / 1.333 visitas.

Publicado el 8 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

La Dama Joven

Emilia Pardo Bazán


Cuentos, Colección


Prólogo

Si esta colección llevase al frente un título significativo, podría ser el de Apuntes y miniaturas, porque se compone de dos clases de páginas: unas trazadas libremente, como los apuntes en que los dibujantes fijan impresiones ó tipos del natural, otras empastadas con esmero, prolijamente trabajadas, como las miniaturas del tiempo de nuestras bisabuelas.

Resulta de la diversidad en los procedimientos la de los estilos. Apenas parecen hijas de una misma pluma Bucólica y La Gallega, El Rizo del Nazareno y Fuego á bordo. Y consiste en que Fuego á bordo, por ejemplo, es la propia narración que oí de labios del cocinero del incendiado buque; quién, por más señas, me refirió la catástrofe de tan expresiva manera, con tal viveza de colorido y tan gráficos pormenores, que ojalá tuviese yo allí á mano un taquígrafo para que sin omitir punto ni coma, conservase en toda su pureza el original del interesante relato, muy perjudicado, de seguro, en mi traslación, por más nimia y fiel que sea. Juzgo imperdonable artificio en los escritores, alterar ó corregir las formas de la oración popular, entre las cuales y la idea que las dicta ha de existir sin remedio el nexo ó vínculo misterioso que enlaza á todo pensamiento con su expresión hablada. Aun á costa de exponerme á que censores muy formales me imputen el estilo de mis héroes, insisto en no pulirlo ni arreglarlo, y en dejar á señoritos y curas de aldea, á mujeres del pueblo y amas de cría, que se produzcan como saben y pueden, cometiendo las faltas de lenguaje, barbarismos y provincialismos que gusten. Menos comprometido, pero menos honroso también, sería dictar á los párrocos de Boan y Naya, á las comadres del Indulto, períodos cervantescos y giros usuales en el centro de España, y jamás usados en este rincón del Noroeste.


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239 págs. / 6 horas, 59 minutos / 693 visitas.

Publicado el 19 de diciembre de 2017 por Edu Robsy.

Cuentos del Terruño

Emilia Pardo Bazán


Cuentos, Colección


El fondo del alma

El día era radiante. Sobre las márgenes del río flotaba desde el amanecer una bruma sutil, argéntea, pronto bebida por el sol.

Y como el luminar iba picando más de lo justo, los expedicionarios tendieron los manteles bajo unos olmos, en cuyas ramas hicieron toldo con los abrigos de las señoras. Abriéronse las cestas, salieron a luz las provisiones, y se almorzó, ya bastante tarde, con el apetito alegre e indulgente que despiertan el aire libre, el ejercicio y el buen humor. Se hizo gasto del vinillo del país, de sidra achampañada, de licores, servidos con el café que un remero calentaba en la hornilla.

La jira se había arreglado en la tertulia de la registradora, entre exclamaciones de gozo de las señoritas y señoritos que disfrutaban con el juego de la lotería y otras igualmente inocentes inclinaciones del corazón no menos lícitas. Cada parejita de tórtolos vio en el proyecto de la excelente señora el agradable porvenir de un rato de expansión; paseo por el río, encantadores apartes entre las espesuras floridas de Penamoura. El más contento fue Cesáreo, el hijo del mayorazgo de Sanin, perdidamente enamorado de Candelita, la graciosa, la seductora sobrina del arcipreste.

Aquel era un amor, o no los hay en el mundo. No correspondido al principio, Cesáreo hizo mil extremos, al punto de enfermar seriamente: desarreglos nerviosos y gástricos, pérdida total del apetito y sueño, pasión de ánimo con vistas al suicidio. Al fin se ablandó Candelita y las relaciones se establecieron, sobre la base de que el rico mayorazgo dejaba de oponerse y consentía en la boda a plazo corto, cuando Cesáreo se licenciase en Derecho. La muchacha no tenía un céntimo, pero... ¡ya que el muchacho se empeñaba! ¡Y con un empeño tan terco, tan insensato!


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Dominio público
86 págs. / 2 horas, 32 minutos / 306 visitas.

Publicado el 14 de septiembre de 2018 por Edu Robsy.

Cuentos Nuevos

Emilia Pardo Bazán


Cuentos, Colección


La niña mártir

No se trata de alguna de esas criaturas cuyas desdichas alborotan de repente a la prensa; de esas que recoge la policía en las calles a las altas horas de la noche, vestidas de andrajos, escuálidas de hambre, ateridas de frío, acardenaladas y tundidas a golpes, o dilaceradas por el hierro candente que aplicó a sus tierras carnecitas sañuda madrastra.

La mártir de que voy a hablaros tuvo la ropa blanca por docenas de docenas, bordada, marcada con corona y cifra, orlada de espuma de Valenciennes auténtico; de Inglaterra le enviaban en enormes cajas, los vestidos, los abrigos y las tocas; en su mesa abundaban platos nutritivos, vinos selectos; el frío la encontraba acolchada de pieles y edredones; diariamente lavaba su cuerpo con jabones finísimos y aguas fragantes, una chambermaid británica.

En invierno habitaba un palacete forrado de tapices, sembrado de estufas y caloríferos; en verano, una quinta a orillas del mar, con jardines, bosques, vergeles, alamedas de árboles centenarios y diosas de mármol que se inclinan parar mirarse en la superficie de los estanques al través del velo de hojas de ninfea...


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Dominio público
189 págs. / 5 horas, 31 minutos / 238 visitas.

Publicado el 14 de septiembre de 2018 por Edu Robsy.

Las Espinas

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Cada vez que yo le hacía observaciones a mi amigo Sabino Ruilópez acerca de su próximo matrimonio, me oía tratar de romántico, de fantástico y hasta de necio.

—Pero, criatura —me decía, protegiéndome, pues tenía dos años más que yo—, ¿pensarás que no comprendo por qué sientes ese recelo contra mi novia? Son las espinas, las dichosas espinas. ¡Bah! Yo miro las cosas equilibradamente, y no veo en esas espinas el menor obstáculo para la felicidad conyugal.

La novia era hija de otro Ruilópez, primo hermano del padre del novio, por tanto, prima segunda de su futuro, lo cual había facilitado las relaciones. Nació la niña un día de Semana Santa, y la madre quiso que se le pusiese de nombre María del Martirio, y se empeñó en que traía, alrededor de la sien, una corona de espinas. Preguntado el médico, declaró que no había tal corona, y que sólo se observaban en la frentecita de la recién nacida, y entre la pelusa que cubría su cráneo, unas manchas rosa, como huellas de picadas de alfileres. No se necesitó más para acreditar la leyenda. Al morir, poco después, su madre, se hicieron tristes vaticinios respecto a la niña; o moriría también, o su destino sería el convento.

Se crió, no obstante, normalmente, aunque un poco reconcentrada de carácter y enemiga de bullicio y diversiones. Apenas tuvo amigas, y como sólo vio a su primo, fue natural que la idea de ser su esposa germinase en su espíritu, casi sin preparación. Sabino se empeñó en llevarme a la casa de María del Martirio, no comprendiendo yo, al pronto, la razón de tal empeño. Luego él mismo acabó por confesarme que se aburría un poco en aquella vivienda melancólica. Después de casado, sería otra cosa, ya se las arreglaría él para transformar a Martirio. Hablaba de Martirio como de algo que le pertenecía, y reía fatuamente, seguro de apoderarse de los últimos resortes secretos de su voluntad.


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4 págs. / 8 minutos / 89 visitas.

Publicado el 1 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

El Enemigo

Emilia Pardo Bazán


Cuento


El día en que por primera vez vestí el uniforme fui, ante todo, a visitar a mi tía Flora, que en cierto modo me había servido de madre. Entré pavoneándome, y ella me tendió sus brazos flacos y sus labios marchitos.

—Estás muy guapo, Fermín. ¡Vas a hacer muchas conquistas!

Se levantó, abrió un escritorio antiguo en que brillaban bronces y, caída la curva tapa de un cajoncillo, sacó un rollo envuelto en papel de seda. Eran centenes... Siempre a ración de dinero, que mi tutor me regateaba, me alegraron las pajarillas aquellas monedas de oro. ¡Al fin podría probar fortuna en el juego! De todas las tentaciones que acometen a la juventud, ésta era la única que latía en mis venas, impetuosa. Sentía una inexplicable corazonada; estaba seguro de ganar, de ganar sin tino, apenas arriesgase la aventura. Mi tía vio la emoción que me causaba su regalo, y con inquietud, dándome cariñosa bofetadita, me preguntó:

—¿Qué pensamos hacer con ese dinero? ¿Calaveradas?

Y como yo balbuciese no sé qué, añadió maternalmente:

—No creas que soy una vieja rara... Ya sé que los muchachos han de divertirse; es muy natural... Lo único que te encargo es que no entre en tus diversiones el juego, ¿entiendes?

Me estremecí. Sin duda, aquella señora, alejada del mundo y candorosa como una monjita recoleta, leía en mi pensamiento, presentía lo no realizado aún...

Haciéndome sentar en una poltrona deslucida, de rico Aubusson, se dispuso a continuar la plática:

—El juego —declaró enfáticamente— es una cosa en que interviene el Enemigo. ¿No lo crees? ¿Eres escéptico, Fermín? Mira que te lo digo hoy, en una ocasión para ti señalada, cuando estrenas tu uniforme y contraes el deber de ser cristiano y caballero. No dejes que el Enemigo se apodere de ti. Andará a tu alrededor, de seguro, rondando y olfateando presa.


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4 págs. / 7 minutos / 105 visitas.

Publicado el 1 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

La Aventura

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Aquel don Juan de Meneses, el Tuerto, el que se trajo de las Indias un caudal, ganado a costa de trabajos terribles, envejecía en su palacio sombrío, entre su esposa doña Claudia, de ya mustia belleza; su hijo, el clérigo corcovado, y su hija doña Ricarda, de gentil presencia, pero fantástica y alunada, de genio raro y aficiones incomprensibles.

Desde los primeros años había revelado doña Ricarda un desasosiego y una indisciplina, más propia de muchacho que de bien nacida doncella; y mientras don Juan rodó por tierras lejanas, casi fabulosas, su hija correteaba por las eras, en compañía de gente de baja condición, gañanes y labriegos; los ayudaba en las faenas, y hasta tomaba parte en los juegos de guerras y bandos, manejando la honda con igual destreza que un pilluelo. Cuando su padre regresó, con hacienda y un ojo menos, que le reventó la punta de pedernal de la flecha salvaje, a fuerza de represiones se consiguió sujetar a la chiquilla, y que no pusiese los pies fuera de casa, según corresponde a las señoras de alta condición, sino para ir a misa o en algún caso extraordinario, y acompañada y vigilada como es debido.

No tuvo la joven hidalga más remedio que acatar las órdenes paternales, que no era don Juan hombre para desobedecido; pero con el retiro y la quietud, que consumían su bullente sangre, dio en maniática y antojadiza y en cavilar más de lo justo. No eran de amor sus cavilaciones, sino de afanes insaciables de espacio, libertad y movimiento —lo único que le negaban—. Los padres compraban a su hija costosas galas, collares y gargantillas de oro y piedras, sartas de perlas; pero la hacían estarse horas y horas en el sitial, cerca de la chimenea, en invierno; en la saleta baja, de friso de azulejos, en verano; y doña Ricarda contraía pasión de ánimo secreta, que ocultaba con la energía para el disimulo que caracteriza a los fuertes.


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Dominio público
4 págs. / 8 minutos / 99 visitas.

Publicado el 3 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

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