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La Destrucción de Cartago

Emilio Salgari


Novela


I. El dios antropófago

—¡Muera la romana!

—¡Sean quemadas sus entrañas en el pecho de Moloch!

—Quedará agradecido y nos infundirá nuevas fuerzas.

—¡Muera!, ¡muera! ¡Moloch quiere víctimas enemigas!

Un inmenso aullido, escapado de treinta o cuarenta mil pechos, que parecía el mugido de una gran marea cuando embiste, derriba los diques, cubrió por algunos instantes aquellas voces aisladas.

—¡Muera! ¡Con nuestros hijos!

Había cerrado la noche, pero parecía que sobre Cartago, la opulenta colonia fenicia que disputaba feroz, valerosamente a la poderosa Roma el dominio del mundo antiguo, resplandecían millares de pequeños soles.

A través de la inmensa avenida de Khamon, que dividía la ciudad en dos partes distintas, bordeada por maravillosas alamedas de soberbias palmeras, descendía una inmensa muchedumbre hacia el templo dedicado al terrible dios Baal Moloch, el dios representante del fuego maléfico: el rayo que incendia las mieses, los ardores del sol que esterilizan la llanura, y, para aplacar al cual, fenicios y cartagineses ofrecían entre sus brazos ardientes o en el antro monstruoso de su pecho sus hijos predilectos, para que se abrasaran vivos.

Eran millares y millares de mercaderes, de navegantes, de guerreros, de carpinteros, de alfareros, y fabricantes de estatuitas, de armas númidas, mauritanos, negros mercenarios y marineros de Tiro y de Arados, y bajaban en masas compactas desde la necrópolis, llevando un infinito número de astas de hierro en cuyo extremo ardían globos de algodón impregnados de materias resinosas que relampagueaban hasta deslumhrar.


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Dominio público
265 págs. / 7 horas, 44 minutos / 648 visitas.

Publicado el 22 de agosto de 2019 por Edu Robsy.

Los Náufragos del Liguria

Emilio Salgari


Novela


CAPÍTULO I. UN DRAMA EN EL MAR

—¡Fuego!

—¡Eh!… ¡Tonico!… ¿Sueñas o duermes?

—¡Fuego!

—¡Pero tú has bebido, tunante!

—¡No! ¡Veo el humo!

—¡Con esta oscuridad!… ¡El muchacho se ha vuelto loco!

Una voz que tenía el acento duro de nuestras gentes del Mediodía, gritó furiosa, en la toldilla del barco:

—¡La chalupa grande huye!… ¡San Genaro eche a pique a esos malditos!…

—¿A quien van a echar a pique? —preguntó otra voz a la proa.

—¡Huyen! ¡Allí van de arrancada! ¡Que el diablo acompañe a esa canalla!

—¡Tenemos fuego a bordo!…

Una exclamación general se alzó en las tinieblas.

—¡Los miserables!…

—¡Han incendiado el bergantín!…

—¡No es posible!

—¡Sí!… ¡Sale humo de la despensa!

—¡Capitán!… ¡Oficial de cuarto!…

—¡Ohé…; sobre cubierta todo el mundo!…

—¡San Marcos nos ayude!…

—¡A las bombas! ¡A las bombas!

—¡Y aquellos miserables huyen!

Un hombre medio desnudo de mediana estatura, pero tan fuerte y robusto como un novillo y con la cara cubierta por fosca barba, se lanzó fuera de la camareta de popa gritando:

—¿Qué es lo que sucede?

El oficial de cuarto que abandonaba en aquel momento el castillo de proa, se precipitó a su encuentro diciendo con voz ronca:

—¡Capitán… los rebeldes se han escapado!

—¡Los dos malteses!

—¡Sí capitán!

—Pero… ¿Cuándo?

—¡Ahora mismo!

—¿Por donde? ¿No estaban encadenados?

—¡Sí señor! pero creo que han roto las cadenas.

—¡Mil bombas! ¡Traedme un fusil y dad orden para perseguirlos, o yo…!

—¡Es imposible, capitán!

—¿Quién dice eso? —gritó el capitán.

—¡Tenemos fuego a bordo!


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230 págs. / 6 horas, 43 minutos / 650 visitas.

Publicado el 24 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Capitán de la Djumna

Emilio Salgari


Novela


CAPÍTULO I. LAS OCAS EMIGRANTES

Un sol ardiente, abrasador, se reflejaba sobre las amarillentas y tibias aguas de la profunda bahía de Puerto Canning, las cuales exhalaban esas fétidas miasmas que desencadenan constantemente fiebres tremendas, mortales para los europeos que no se han aclimatado, y peor aún, el cólera, tan fatal a las guarniciones inglesas de Bengala.

Ni una brisa marina mitigaba aquel calor que debía sobrepasar los cuarenta grados. Las grandes hojas de los cocoteros, de majestuoso aspecto, cuyo follaje estaba expuesto en forma de cúpula, y las de los pipa, los nium, y aquellas largas y delgadas del bambú, pendían tristemente, como si el sol las hubiera privado de toda existencia.

El silencio que reinaba en aquellas aguas e islas fangosas, que se extendían hacia el Golfo de Bengala, era tan profundo que producía una intensa tristeza. Parecía que en esa zona, de las más vastas y ricas posesiones inglesas en la India, todo estuviese muerto.

Sin embargo, pese a la lluvia de fuego, y a los miasmas que se alzaban de los bajíos sobre los cuales se pudrían enormes masas de vegetales, una pequeña chalupa cubierta por un toldo blanco, navegaba lentamente.

Dos hombres la tripulaban. Uno de ellos sentado en la proa llevaba en la mano un fusil de doble caño, y otro en la popa maniobraba lentamente con un par de cortos y anchos remos.

El primero era un jovencito alto, delgado, de piel blanca, ojos azules, bigotes rubios, frente amplia, y labios rojos. Llevaba un traje blanco, en cuyas mangas ostentaba el grado de teniente y cubría su cabeza un ancho sombrero de paja.

El otro en cambio, era un hombre de cincuenta años de edad, bajo y robusto, con larga barba gris, frente arrugada, piel curtida por la intemperie, facciones duras Y angulosas.


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163 págs. / 4 horas, 46 minutos / 382 visitas.

Publicado el 26 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Tesoro de la Montaña Azul

Emilio Salgari


Novela


CAPITULO I. EL HURACÁN

—¡Eh, muchachos! ¡Eso no son ballenas! Son los ribbon-fish que salen a la superficie. ¡Mala señal, amigos!

—Usted siempre gruñendo, bosmano —dijo la voz casi infantil de un grumete.

—¿Qué sabes tú del Océano Pacífico y de sus islas, chiquillo, si apenas hace unos meses que has dejado de mamar?

—No, bosmano, tengo dieciséis años cumplidos, y soy hijo de un marinero.

—Sí; acaso de agua dulce. Apostaría que nunca has salido del puerto de Valdivia y que ni siquiera, sabe guiar tu padre una balsa.

—Era chileno como usted, bosmano y…

—Pero no marinero como yo, que hace cuarenta y siete años que navego.

—Os digo que…

—¡Rayo de sol basta! —gritó el bosmano—. ¿Te quieres burlar de mí, Manuel? ¿Sabes tú cómo pesan mis manos? ¿No? Si continúas ya te las haré probar.

—Sois demasiado irascible, bosmano.

—Échate afuera, mozo cocido (chico cobarde).

—¡Oh! Bosmano, eso es demasiado. Os equivocáis al tratarme así.

—¡Chiquiyo!

—¡Oh, no! Yo soy un mozo cruo.

Quién sabe lo que habría durado, continuando en aquel tono, la disputa, con gran contentamiento de la tripulación que asistía riendo a aquel cambio de cumplimientos, cuando la aparición imprevista del comandante hizo cerrar de golpe todas las bocas.

El capitán del «Andalucía» era un hermoso tipo de chileno, con tres cuartos de sangre española en las venas y el otro cuarto de araucano, moreno; como: uno de los indómitos guerreros de los Andes, con ojos negrísimos y aterciopelados y todavía ardientes, aunque ya pesaran sobre las espaldas de aquel hombre de mar, más de cincuenta primaveras.

Su estatura era casi gigantesca, más de americano del Norte, que meridional, con poderosa espalda y cuello de puma…


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342 págs. / 9 horas, 58 minutos / 788 visitas.

Publicado el 22 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

La Capitana del Yucatán

Emilio Salgari


Novela


PRIMERA PARTE. LA CAPITANA DEL YUCATÁN

1. Maniobras Misteriosas

—Señor, dadme vuestras últimas instrucciones.

—Debéis arribar a la bahía de Corrientes, donde encontraréis al capitán Carrill, que os espera para recibir las armas y municiones.

—¿Estarán libres de sublevados aquellas orillas?

—Hasta esta mañana lo estaban, señora marquesa.

—¿Habéis recibido aviso del gobernador general?

—El despacho llevaba la firma del general Blanco.

—¿El «Terror» sigue patrullando en el mar…?

—Eso tememos.

—¿Seguido por las dos cañoneras?

—Es de esperar, señora marquesa.

—Emplearemos la audacia y pasaremos.

—¡Tened cuidado, señora…! Si os capturan, vuestra belleza no os salvará, podéis estar segura.

—Sé que seré fusilada sin misericordia, con el pequeño contrabando de guerra que llena la bodega de mi «Yucatán».

—Sed prudente.

—O mejor, decidida a todo, señor Vizcaíno.

—Lo uno y lo otro; no debéis jugaros la última carta más que en caso desesperado.

—Tengo una pieza que escupe balas de acero, y dos excelentes hotchkiss.

—Poca cosa contra la coraza de los americanos.

—¡Ah…! ¿No sabéis que tengo en reserva dos torpedos?

—Buenas armas.

—Que pueden hacer saltar incluso un acorazado, mi buen señor Vizcaíno.

—Lo sé señora marquesa.

—Agregad a todo esto cien hombres resueltos a hacerse matar, que sólo hace cuatro horas han prestado juramento en la catedral de Mérida, y decidme si no tengo motivos para estar tranquila.

—Pero el «Terror» lleva una poderosa artillería.

—Que atravesaría mi pequeña nave sin lograr hundirla. Los americanos tienen su coraza y yo he adoptado el celuloide, y quizá es mejor, os lo aseguro.

—¿Partís?


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340 págs. / 9 horas, 55 minutos / 873 visitas.

Publicado el 23 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Los Últimos Filibusteros

Emilio Salgari


Novela


Capítulo I. Un tabernero terrible

—Co… co… co. ¡Qué querrás decir, por todos los truenos y tempestades del Cantábrico! Co… co. Ya sé que hay papagayos llamados Cocós, pero estoy por creer que no será uno de esos pintarrajeados volátiles quien me haya escrito esta carta… Mejor será interrogar a mi mujer, la cual, quizás, tampoco pueda descifrar estos garabatos. En fin: ¡Panchita!

Una robusta hembra de unos treinta y cinco años, morena, de ojos almendrados como andaluza, graciosamente ataviada y con las mangas recogidas para lucir unos bien torneados y mórbidos brazos, salió detrás de un largo mostrador de caoba, donde se hallaba fregoteando vasos, y dijo:

—¿Qué deseas, Pepito?

—¡Diablo de Pepito! Yo soy un señor Barrejo y no un Pepito cualquiera. ¿Cuándo te acordarás, mujer, de que yo soy un noble de Gascuña?

—Pepito es un nombre más dulce.

—Pues déjatelo para Sevilla.

El que hablaba así era un hombrote alto y enjuto, con dos bigotes enmarañados y algo grises y de rasgos enérgicos que no se adaptaban bien a un tabernero.

Con las piernas rígidas, clavado frente a una mesa ocupada por una media docena de mestizos, que se encontraban agotando una jarraza de mezcal, fijaba sus ojos grises, relampagueantes como el acero, sobre un trozo de carta.

—Lee tú, Panchita —dijo, alargando la hoja a la mujer—. No se escribe así en Gascuña, ¡por todos los estruendos del mar de Vizcaya!

—¡Caramba! —respondió—. Nada entiendo.

—Son, pues, unos burros los castellanos —exclamó el tabernero, estirándose más sobre sus plantas—. Y no obstante allá se habla la purísima lengua de la grande España.

—¿Y en Gascuña? —añadió la hermosa morena, con una carcajada—. ¿No son burros en tu país, Pepito?

—Déjame Gascuña a un lado; es ella una tierra elegida que solo a espadachines nutre.


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305 págs. / 8 horas, 53 minutos / 1.042 visitas.

Publicado el 24 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Un Desafío en el Polo

Emilio Salgari


Novela


CAPÍTULO I. LOS DOS RIVALES

—Hurrah for miss Ellen!…

—Hurrah for Montcalm!

—Hurrah for Torpon!…

Estas exclamaciones salían de diez mil pechos, o quizás de más, con un fragor ensordecedor, casi espantoso.

Si las aguas del lago Ontario hubiesen roto sus diques y se hubiesen desbordado con ímpetu irrefrenable a través de la pequeña y graciosa ciudad canadiense de Kingston, no habrían producido mayor estruendo.

Parecía que una repentina locura habíase apoderado de aquellas diez mil personas, norteamericanas unas, canadienses otras e inglesas el resto, reunidas aquende el San Lorenzo y que se estrujaban dentro de un vastísimo recinto, improvisado como mejor se pudo con rústicos maderos, pero bien provisto de mostradores en los que se delineaban infinitos regimientos de polvorientas botellas.

—¿Es la rubia miss?

—¡Sí, sí, es ella que llega con su automóvil de ochenta caballos!

—No, son los dos aspirantes a su mano.

—¡Cien dólares a que es miss Perkins! ¿Quién acepta?…

—¡Mil a que son Montcalm y Torpon!

—¡Quinientos a que son dos fastidiosos policemen que vendrán a prohibir hasta aquí el match de box!

—Si son ellos les recibiremos a puntapiés.

—No, los arrojaremos al San Lorenzo con las manos atadas a la espalda.

—¡Adelante los fuertes!

—¡Mueran los policemen!

—¡Estúpidos!… ¡Es el automóvil de miss Ellen!… ¿Están ustedes ciegos? ¡He ganado quinientos dólares!… ¡Puedo ir a tomar un crabmeat cocktail!

—Hurrah for mis Ellen!

Sobre una inmensa y recta carretera, flanqueada por una doble fila de gigantescos pinos, un punto negro, que por momentos se hace más visible, destácase sobre la ligera capa de nieve, dejando atrás una nube de nevisca.


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232 págs. / 6 horas, 47 minutos / 430 visitas.

Publicado el 22 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Exterminio de una Tribu

Emilio Salgari


Novela


CAPÍTULO I. UNA NOCHE TERRIBLE

Un perro lanzó un ladrido feroz, agudísimo, lúgubre, que señalaba seguramente un imprevisto peligro que avanzaba a través de la peligrosa pradera.

En una cabaña construida a estilo canadiense a algunos centenares de pasos del Middle Loup, afluente del North Platte, uno de los principales cursos de agua que surcan el Estado de Nebraska, se encendió al momento una luz.

Dos hombres que debían dormir como los gendarmes, es decir, con un ojo abierto y las orejas tendidas, se precipitaron fuera de los camastros, aferrando sus rifles.

Como arriba decimos, encendieron en el acto una linterna grande de las llamadas de marina.

La cabaña era modestísima, una verdadera cabaña de corredores de las praderas. Gruesos troncos de abeto formaban las paredes, el techo dejaba paso a la lluvia; por muebles había una sola mesa con cuatro taburetes cojos construidos con ramas de pino.

Los dos hombres que a los ladridos del perro se habían arrojado fuera de sus camastros, no se semejaban en modo alguno.

Uno tenía lo menos sesenta primaveras sobre su espalda, pero a pesar de tantos años, todavía se conservaba erguido, robustísimo y en condiciones de galopar veinticuatro horas seguidas, o de aceptar una partida de boxe con un individuo mucho más joven, con la seguridad de abatirle.

Llevaba el pintoresco traje de los indian-agents: chaquetón de paño azul, grueso, con muchos cordones y flecos, calzón de piel de gamo sin curtir, mocasines con adornos de varios colores, y al exterior, en lugar de las cabelleras humanas que usan los indios, iban guarnecidos con sutilísimas tiras de piel que caían sobre dos enormes espuelas de plata.

En la cabeza llevaba un amplio sombrero, que no se quitaba acaso ni para dormir y que cubría una cabellera rojiza y larga, de dudosa procedencia.


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219 págs. / 6 horas, 23 minutos / 461 visitas.

Publicado el 23 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Hombre de Fuego

Emilio Salgari


Novela


PRIMERA PARTE. EN LA SELVA VIRGEN

CAPITULO I. EN LA COSTA DEL BRASIL

¡Tierra a proa! ¡Arrecifes a babor!

Al oír estas exclamaciones lanzadas con voz tonante por un gaviero que había trepado a la cofa a pesar de los tremendos balances y cabeceos de la carabela, los marineros palidecieron.

Una costa en aquellos momentos en que gigantescas olas traían y llevaban en todas direcciones a la pequeña nave, lejos de ser señal de salvación, lo era de muerte segura.

Ninguna esperanza les quedaba a aquellos desgraciados. Aunque los hubieran perdonado las olas, la tierra en cuya proximidad se encontraban era más para huir de ella que para servir de refugio, porque en sus intrincados e inmensos bosques vivían formidables antropófagos que ya habían asesinado y devorado a las tripulaciones de muchos barcos.

Todos los marineros se habían lanzado como un solo hombre al alto castillo de proa, y desde allí procuraban penetrar con la vista en el tenebroso horizonte.

—¿Dónde está esa tierra que dices haber visto? —preguntó un viejo marinero levantando la cabeza y dirigiendo la vista al gaviero, que se sostenía fuertemente abrazado al palo trinquete aguantando los furiosos embates del viento.

—¡(Allí, a proa! ¡Una costa, islas, escollos!

—¡Camaradas! —dijo el viejo marinero con voz conmovida—, preparaos a comparecer ante Dios ¡La carabela ya no gobierna, y las velas están destrozadas!

—¿Se ha roto también el timón? —preguntó un joven alto y fornido, de perfil fino y señoril continente, cuyo aspecto hacía vivo contraste con las toscas figuras y bronceadas facciones de los marineros.

—¡Sí, señor Alvaro; una ola acaba de llevárselo!

—¿Y no puede sustituirse?

—¿Con este mar? ¡No, señor; sería trabajo perdido!

—¿Y cómo podemos ya estar enfrente de una costa?


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312 págs. / 9 horas, 6 minutos / 978 visitas.

Publicado el 26 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

La Cimitarra de Buda

Emilio Salgari


Novela


PRIMERA PARTE. LA CIMITARRA DE BUDA

I. LA FIESTA DE LA COLONIA DANESA

El gran río Si-Kiang, que surca a lo largo de doscientas leguas las provincias meridionales del gigantesco imperio chino, se divide, cerca de su desembocadura, en numerosos canales que forman una infinidad de islas, algunas de las cuales poseen una frondosa vegetación y cuyos habitantes se agrupan en populosas ciudades; otras, en cambio, permanecen totalmente estériles, pantanosas, desiertas.

Después de la guerra anglo-china de 1840, más conocida con el nombre de Guerra del opio, un cierto número de europeos y no pocos americanos, aprovechando la autorización forzosamente concedida por el imperio chino, ocuparon algunas de aquellas islas, levantando importantes factorías. Obligados a huir al estallar la guerra de 1857, los colonos volvieron apenas firmada la paz, reconstruyeron los establecimientos destruidos por los chinos y reanudaron las relaciones comerciales con Cantón, Wampoa, Fatscham, Samschui, Schuck-Wan, Isi Nan y otras ciudades, de las cuales obtenían incalculables riquezas. En 1885, época en que comienza nuestra historia, estas colonias habían alcanzado un alto grado de esplendor.

La noche del 17 de mayo de ese año, la colonia danesa, con ocasión de la llegada de un navío de guerra, daba en los amplios jardines de la factoría una brillantísima fiesta, a la cual habían sido invitados europeos, americanos y chinos.

Un gentío extraordinario, alegre, ruidoso, se agitaba en los jardines espléndidamente iluminados con millares y millares de farolillos de colores.


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273 págs. / 7 horas, 57 minutos / 508 visitas.

Publicado el 23 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

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