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El Clavel Rojo

Federico Gana


Cuento


A Francisco Contreras


Si, me dijo, continuando mi amigo, donde Ud. me ve yo también me he ocupado de letras, hace ya muchos años escribí versos, prosa y hasta afronté la publicación, pero como todo pasara inadvertido y no diera ni honra, ni dinero, aquí me tiene Ud. sembrando papas y tratando de hacer plata, para vivir tranquilamente lo mejor que se pueda. Por ahí, en mis cajones, conservo aún algo inédito, revuelto entre papeles; y ya que Ud. me dice que piensa publicar un libro de novelas cortas, le traeré uno de estos días algunos de esos ensayos, para que vea modo de aprovecharlo dándole la forma que quiera.

Quien así me hablaba en una hermosa mañana de primavera, allá en el fundo, era uno de tantos ensayistas como se encuentran en nuestra tierra, de esos que después de soñar mucho y tentarlo todo sin éxito alguno, terminan por marcharse al campo a olvidar en él muchas heridas ocultas, muchas ilusiones fracasadas.

Le acepté el ofrecimiento; y hé ahí esas breves e ingenuas impresiones, casi iguales a las que me obsequiara mi büen amigo.


* * *


Ya he cumplido catorce años y la vieja casa de campo está como encantada para mí en estas vacaciones.

A mi desatinada turbulencia de otro tiempo, ha sucedido una gravedad extrema. Mi vida ahora obedece como a la ley de un ritmo; estoy tranquilo, acaso triste, pero mi tristeza a nadie hace mal, y yo me siento tan hondamente enorgullecido.

Me paso las horas perdidas sumergido en pensamientos vagos y profundos, pero tan armoniosos. El vuelo de un insecto que atraviesa el espacio, el perfume de una hoja de madreselvas, me sumergen en éxtasis sin fin.

Siento que mi alma comprende, por fin, su objeto, y me digo: ya está hecho todo, nada tengo que esperar. La vida se pasará así...


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Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 344 visitas.

Publicado el 15 de enero de 2022 por Edu Robsy.

Días de Campo

Federico Gana


Cuentos, colección


A una sombra

A ti, sombra severa y venerada, sombra noble, romántica y caballéresca, este libro concebido en los albores de mi lejana adolescencia.

La casa

Es de la vieja casa de campo en que corrieron mis años de adolescencia, de donde me vienen estas impresiones. No sé por qué las evoco; será, tal vez, como un homenaje a ciertas imágenes lejanas.

Aquel enorme techo de tejas, hundido en parte, erizado de malezas; aquellas espaciosas habitaciones casi desmanteladas en las que yo creía advertir a mi regreso en el verano un perfume de humedad tan familiar, tan querido... Y luego, el descubrir tantas cosas inesperadas en los cajones de los armarios antiguos: la querida escopeta de dos cañones desarmada desde mi partida, mi sombrero viejo de anchas alas, una huasca, espuelas. Ahí ¡cuán bien se iba a deslizar el tiempo!

Después, sentado en el corredor en una gran silleta de paja fabricada en el fundo, veía, allá en el fondo del patio, a mi viejo perro de caza, Mario, que venía hacia mí como humillado, estremeciéndose de placer...!

La Maiga

A Rene Brickles


Aquella mañana de invierno me sentía poseído de una incomprensible hipocondría.

Sentado frente al escritorio, trataba de contraer mi atención sobre el cuaderno de cuentas del fundo, que tenía abierto ante mí; pero al mirar por la ventana el día brumoso y obscuro, los húmedos ramajes de los pinos y naranjos del jardín, que se destacaban sobre un cielo de leche, volvía a sumerjirme otra vez en mi triste somnolencia, en mi inmotivado abatimiento.

—Hoy no hago nada, no puedo hacer nada, pensé, levantándome bruscamente de mi asiento y desperezándome.

En ese instante, la puerta del escritorio se abrió, y mi perro de caza, Mario, un gran pointer de pelo café, se lanzó con su acostumbrada violencia sobre mí, haciéndome las más exageradas caricias.


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Dominio público
66 págs. / 1 hora, 56 minutos / 180 visitas.

Publicado el 16 de enero de 2022 por Edu Robsy.

Paulita

Federico Gana


Cuento


¿Llueve, Paulita? le pregunto, abriendo los ojos cargados de sueño.

—Lloviendo toda la noche sin descansar, señor, me contesta, al mismo tiempo que deposita cuidadosamente sobre el velador una humeante taza de café. En seguida, cruza los brazos sobre el pecho y se queda inmóvil contemplando fijamente, a través de los vidrios de la ventana, el cielo, de un gris sucio y opaco, cerrado por la lluvia torrencial. Yo, desde mi lecho, diviso confusamente allá, afuera, las siluetas de ios árboles doblados por el fuerte viento del norte; las nubes tenebrosas que vuelan rápidas hacia el sur; los campos, de un verde tierno y brumoso, cubiertos de agua; los animales que vagan aquí y allá en los potreros como entumecidos de frío; las gotas que borbotean sin término en las charcas.

—Con este tiempo tan malo, los animales y los pobres son los que padecen; agrega Paulita, contemplando tristemente embebida el paisaje.

Después se vuelve hácia mí y me mira sonriendo, con los ojos brillantes, como invitándome a entablar una de esas charlas matinales a que la tengo acostumbrada, en las que tratamos largamente de toda la crónica doméstica de la casa de campo, de la que ella está muy impuesta como llavera del fundo que es desde hace largos años.

Es una viejecita de pequeña estatura, encorvada por los años y los achaques, vestida de riguroso luto, y a pesar del frío y la humedad de esa mañana de invierno, no lleva por todo abrigo sino un pequeño pañuelo de lana que apenas le cubre la cabeza y el cuello. Sus cabellos grises, ásperos y fuertes, su color obscuro y bilioso, su estrecha frente y los pómulos y las mandíbulas muy pronunciadas, denuncian a las claras su origen araucano. Sólo los ojos son grandes, negros, rasgados e inteligentes.

Por fin le digo.

—Y ha sabido de José?


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Dominio público
7 págs. / 13 minutos / 499 visitas.

Publicado el 15 de enero de 2022 por Edu Robsy.

La Señora

Federico Gana


Cuento


A Antonio Bórquez Solar


Hacía ya tres horas que galopaba sin descansar, seguido de mi mozo, por aquel camino que se me hacía interminable. El polvo, un sol de tres de la tarde en todo el rigor de Enero, el mismo sudor que inundaba a mi fatigado caballo, me producían una ansja devoradora de llegar, de llegar pronto.

Me volví impaciente hacia el muchacho que me acompañaba, diciéndole:

—Pero al fin ¿dónde está ese tal don Daniel Rubio?

—Es allí cerquita, a la vuelta de aquella alameda, me contestó, haciendo un lento signo con la mano y sin dejar de galopar.

A ambos lados del camino se extendían grandes potreros sin agua, cubiertos de un pastillo blanco que hería la vista, y donde los rayos del sol reverberaban con fuerza. A lo lejos, la enorme mole violacea de los Andes, despojada de sus nieves, emergía con violenta claridad sobre un cielo sin nubes, pálido y brillante.

Y yo, inclinado sobre mi caballo, pensaba con desaliento en que ese viaje se convertía en un verdadero sacrificio.

En aquella época, mi padre, aprovechando mis ocios de vacaciones, ocupábame, de cuando en cuando, en contratarle bueyes para el trabajo de la próxima siembra. Y yo cumplía tales comisiones con placer, porque ellas me permitían emprender largas correrías a caballo por los alrededores. Muchos de estos viajes me proporcionaron la oportunidad de hacer más de una visita bien agradable para mis ilusiones de veinte años; varias veces regresé de estas peregrinaciones sintiendo no sé qué dulce nostalgia en el corazón, a la que tal vez no era extraña cierta cabellera negra o rubia que divisara, a la despedida, en el corredor, a través de la reja y los naranjos de una casa de campo... Según las informaciones que había tomado la víspera, don Daniel Rubio, a cuyo fundo me dirigía, era soltero; y en su casa nada había que pudiera halagar mis expectativas sentimentales.


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7 págs. / 12 minutos / 74 visitas.

Publicado el 16 de enero de 2022 por Edu Robsy.

La Historia del Pobre Giuseppe

Federico Gana


Cuento


Habíamos hablado largo de mil tópicos; no faltó, naturalmente, en esa charla el del alcoholismo, sus males, sus características, el empuje y la decisión de los norteamericanos para cortar de raíz el terrible vicio.

De pronto, un amigo mío dado a las letras, o, más bien dicho, a la pobreza y a la bohemia, dijo alegremente:

—¿Se han fijado ustedes en cómo excita la imaginación el alcohol, en tal forma que casi todos los borrachos son embusteros, verdaderos novelistas, aunque en su estado natural sean los hombres más verídicos del mundo?

Les referiré —agregó— a este propósito algo que yo observé hace poco, la otra noche, y que daría materia para una historia sentimental.

Como ustedes saben —continuó—, hace ya algunos años que estoy separado de mi familia: la vida vagabunda que llevo no me permitiría albergarme en un hogar decente. Estoy hospedado muy lejos del centro, en un barrio que yo me sé y ustedes no conocen, en una piececilla donde no hay más muebles que una cama, un trípode que me sirve de velador y una silla que hace las veces de lavabo. Allí, en estas noches de invierno, hilvano todas esas novelillas y articulejos que ustedes ven aparecer siempre en diarios y en revistas.

Una de estas frías y lluviosas noches de fines del pasado otoño, subo a un tranvía para dirigirme a mi domicilio. Era un atardecer heladísimo; lloviznaba y del cielo nebuloso y sombrío parecía derramarse sobre los hombres y las cosas tristeza, aburrimiento, desazón. El tranvía, casi desierto; algunas mujeres andrajosas aquí, allá, en silencio. De pronto oigo una conversación en voz alta, tan alta que el que la entabla parece querer llamar la atención de todos los pasajeros sobre su persona. Me vuelvo y veo a dos individuos sentados frente a frente.


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3 págs. / 6 minutos / 48 visitas.

Publicado el 29 de junio de 2022 por Edu Robsy.

El Forastero

Federico Gana


Cuento


Un día que conversaba tranquilamente con el viejo mayodormo Simón, de diferentes tópicos, este me dijo de repente:

—Sabe, señor, que nos ha llegado un peón nuevo.

Esta era, a la verdad, una buena noticia, porque los trabajadores andaban escasos y las labores de la estación eran múltiples y variadas.

—Y ¿cómo se llama ese peón? le pregunté.

—Se llama don Floro Retamal, murmuró con cierto airecillo socarrón que no me pasó inadvertido.

—Y ¿de dónde viene?

—De lejos, de las montañas de Longaví. Pero el hombrecito es viejo... continuó recalcando estas últimas palabras.

—Y ¿qué importa, si sabe trabajar?

—Es que apenas puede ya con sus huesos.

—Ocúpalo entonces en arar la viña.

—Tal vez no alcance a cargar con el arado.

—Ponlo a abrir desagües...

—Menos se podrá barajar con la pala; a la media hora estará cansado.

—Díle que arranque zarzamora o desgrane ese maíz que hay en la bodega...

—Quería decirle también que yo lo tengo alojado allá, en mi casa... Ahí está desde que llegó...

—¿Entonces es solo?

—Solo, señor, sin nadie en este mundo.

Comprendí sin esfuerzo, al llegar a esta parte de nuestra conversación, que Simón la había promovido con el único objeto de darme a conocer que él era también hombre caritativo, rumboso, persona, en fin, que se gastaba el lujo de tener alojados en su casa.


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6 págs. / 11 minutos / 56 visitas.

Publicado el 15 de enero de 2022 por Edu Robsy.

Pesadillas

Federico Gana


Cuento


Convalecía de una larga y peligrosa enfermedad, y me hallaba blandamente extendido entre colchas y almohadones, sobre una poltrona, en el salón de mi casa. El doctor acababa de partir después de aplicarme una fuerte dosis de morfina que calmara mi malestar.

Afuera caía lentamente una lluvia fina y silenciosa, y yo aspiraba con deleite de sediento aquel penetrante olor a tierra húmeda, a viento mojado. El cielo de ceniza, pesado, triste, que divisaba a través de los cristales, se avenía bien con las vaguedades de mis sensaciones de enfermo. De cuando en cuando, levantaba el brazo enflaquecido para fumar mi cigarro, y mientras la onda de humo me envolvía, soñaba perezosamente.

La conciencia de mi debilidad me penetraba de una amargura indefinible y deliciosa, que parecía destilar dulcemente en lo mas hondo de mi corazón, cuyo secreto creía estar próximo a descubrir. Tal vez mi alma iba a estallar en un espasmo de aquel divino deleite soñado no sabía dónde y, sin embargo, la impresión se desvanecía como arrastrada por las leves espirales de humo... El tictac monótono de un grande y antiquísimo reloj de bronce, que me miraba impasible con su esfera borrosa desde lo alto de un gran baúl de mármol negro, llegaba a mis oídos y me adormecía en el silencio de aquel gran salón desierto.

Mis párpados se cerraban, mi cerebro se oscurecía. Abrí los ojos una última vez, con esfuerzo; vi con tristeza un pedazo de cielo gris, traté, de llevar a la boca el cigarro; pero mi brazo cayo pesadamente hacia atrás.


* * *


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2 págs. / 4 minutos / 64 visitas.

Publicado el 28 de junio de 2022 por Edu Robsy.

Los Pescadores

Federico Gana


Cuento


La noche caía rápidamente sobre el lago de Tiberiades; millares de estrellas resplandecían ardientes en el cielo negro y se reflejaban temblorosas en las aguas. Una claridad blanquecina coronaba como un tenue nimbo pálido las sombrías y boscosas montañas del Herunn, de Cafarnaum y de Betsaida; y una fresca brisa cargada con los penetrantes aromas del azahar, de los tamarindos y de las yerbas silvestres, venía de lo alto de las colinas.

En la calma profunda del anochecer, escuchábanse tan sólo los plañideros balidos que se escapaban de los apriscos, el lento y acompasado rumor de los remos de alguna barca pescadora que surcaba el lago, el sordo cuchicheo de las olas mordiendo las riberas.

En una playa estrecha y arenosa, hacia las márgenes de las tierras de Filipo, frente a Magdala y Tiberiades, había algunos hombres reunidos alrededor de una fogata. No lejos de ellos veíase, emergiendo de los cañaverales de la orilla, la negra silueta de una barca.

Los rojizos resplandores del fuego iluminaban los rostros atezados y curtidos por la intemperie de aquellos hombres, sus robustos cuerpos cubiertos de píeles de carnero y de andrajosas y desgarradas túnicas de telas groseras. Casi todos eran jóvenes; y, a juzgar por las redes que estaban tendidas a su lado, pescadores de aquellos contornos.

Hablaban en voz baja, con rápidas frases, como consultando unos con otros algo grave que los preocupase extrañamente, mientras iban tendiendo al calor del fuego algunos trozos de carne de pescado.

De pronto uno de ellos, hombre de frente estrecha y gruesas facciones, que permanecía con la mano en la mejilla y la mirada perdida en un punto indefinido, dijo con voz áspera y breve en la que vibraba una sorda irritación, volviendo el rostro hacia sus compañeros.


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Dominio público
6 págs. / 10 minutos / 46 visitas.

Publicado el 16 de enero de 2022 por Edu Robsy.

Confidencias

Federico Gana


Cuento


La trilla había terminado por fin ese día. Y en la tarde, mientras las primeras estrellas principiaban a brotar, dulcemente, del cielo sin nubes, yo estaba muellemente recostado en la enorme era de paja.

Hasta mí llegaban en la calma del atardecer, los rumores del hondo camino real vecino: traqueteos de carretas, cantares vagos, ladridos de perros, todo envuelto en confusas nubes de polvo. A mis espaldas, en la región de los potreros y las vegas, principiaban las ranas y sapos a ensayar su melopea al crepúsculo. Contemplaba tranquilamente sumergido en suave embriaguez, el gran motor mudo e inmóvil; el enorme cono de trigo que se ensombrecía poco a poco, las casas bajas del mayordomo, que tenía al frente; la enorme masa de los Andes, que servían de fondo a las múltiples alamedas que se proyectaban muy pequeñas. Ahí cerca escuchaba el suave rumor de las aguas del estero deslizándose suavemente, besando las húmedas raíces de los grandes sauces llorones. Todo era tranquilidad, dulzura, preludios del hondo silencio de la noche.

De pronto, muy cerca de mí, en el gran montón de paja, escuché una conversación. Era un diálogo lento, desmayado, interrumpido por suspiros, bostezos, largos intervalos de silencio. Eran dos trabajadores que se hacían confidencias.

—Sí, Juan, decía uno, es buena, buena mujer la Tomasa. Yo la conocí cuando estaba casada con don Sosa. ¡Qué vida la de ella! Lavar, planchar, coser, hacer la comida; recogerlo todos los sábados borracho de los negocios donde iba el caballero y traerlo a él y a su yegua, a su casa en la tarde. Nunca pedía un cinco ni decía una palabra: ella bastaba para todo; y tú te acuerdas lo «chatre» que andaba el viejo; todos los sábados camisa limpia, ropa nuevecita; parecía un caballero! Y cuando se enfermó, qué de trajines para cuidarlo, para el entierro! Y, ¿cómo fué, Juan, cuando se concertaron?


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3 págs. / 5 minutos / 42 visitas.

Publicado el 16 de enero de 2022 por Edu Robsy.

Un Veterano

Federico Gana


Cuento


Don Pantaleón Astudillo había sido teniente de guardias nacionales. A la edad de cincuenta años, durante la revolución de 1891, sintió, de súbito, despertarse en él la ambición de las glorias militares. Entonces, abandonando la cigarrería de “El Cañonazo”, situada en la calle del Puente, única herencia de sus padres, fue a ofrecer sus servicios al veterano general Barbosa. Le dijo: —General, vengo a ofrecer a Ud. mi vida y a pedirle una espada para defender el orden —frase que le costara largas y angustiosas meditaciones.

Se le dio el grado de teniente. En la sangrienta batalla de Concón, el capitán que mandaba la compañía a que el teniente Astudillo pertenecía, observando que, durante lo más recio de la acción, éste permanecía inmóvil de bruces sobre la tierra, le preguntó:

—Teniente, ¿está herido?

Don Pantaleón buscóse nerviosamente por todo el cuerpo una herida, y al no hallarla, exclamó con dolorido acento, sin alzarse del suelo:

—¡Qué faltará, mi capitán, para que me peguen un balazo...!

Don Pantaleón, después de terminada la contienda civil, se retiró ileso a su antigua y acreditada cigarrería y allí no habla, desde entonces, a sus numerosas relaciones, sino de batallas, de heridos, de sangre... Su conversación parece encenderse con la descripción de sus pasadas proezas, y como ya no puede ponerse su glorioso traje militar, ha vestido con uno igual al más pequeño de sus hijos, con el que, todos recuerdan, se paseaba gallardamente en los días de fiestas.


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Dominio público
1 pág. / 2 minutos / 62 visitas.

Publicado el 29 de junio de 2022 por Edu Robsy.

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