Textos por orden alfabético de Felipe Trigo | pág. 2

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autor: Felipe Trigo


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El Oro Inglés

Felipe Trigo


Cuento


Leía yo, acostado, tratando de dormirme, El Imparcial. De pronto, sobre el cielo raso sonoro como el parche de un tambor—¡oh estas casas nuevas de ladrillo y de hierro!—sentí los pasos menuditos. Aquella noche me intrigaron más. Por la tarde había sostenido este diálogo con la camarera de la fonda:

¿Quién duerme arriba?

—La inglesita.

—¿Qué inglesita?

—Una joven que ocupa dos habitaciones. La contigua para su institutriz.

—No la conozco.

—Come en su cuarto. Sin embargo, ha debido usted de verla en la playa todas las mañanas.

—¿Guapa?

—La mar.

Dejé caer el periódico, y me quedé fijo en el techo.

¡Si fuese de cristal!

Las maniobras de siempre. Mi habitación tenía la cama en un ángulo del fondo. Igual estaría colocada la cama en la de encima, y allá se habían dirigido los pasos: la inglesita levantaría el embozo... Después sentí el dulce y picado taconeo hacia el rincón opuesto. ¿El tocador?... Ella, frente al espejo, se quitaría las peinetas, las sortijas, el leve abrigo de sedas con que habría vuelto acaso de oir en el bulevar los conciertos de orfeones... Se despojaba. Media hora. La niña se extasiaba con su imagen. Era, pues, cuando menos, lo menos coqueta que puede ser una joven cuando no es tonta, aunque sea inglesa.

Vagó en seguida por la alcoba. Mis ojos la seguían con toda precisión en el techo... ¡Ah, si fuese el techo de cristal! No muy alta, ni muy gruesa, sin duda, a juzgar por el peso leve de sus pasos; aunque sí nerviosa y vivaracha. Cruzaba de uno a otro lado con ese mariposeo de toda mujer bien vestida al desnudarse; por consecuencia, un dato más: elegante.


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2 págs. / 4 minutos / 43 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Papá de las Bellezas

Felipe Trigo


Novela corta


I

En cuanto despertó el duque, púsose á toser como un desesperado. Del tabaco. Se lo decían los médicos. Veneno lento. Le causaba tos, anginas, palpitaciones cardíacas y trastornos visuales. Lo cual desaparecía así que fumaba menos ó por tres ó cuatro días dejaba de fumar.

Sacó un cigarrillo de su pitillera de piel de cocodrilo, y lo encendió.

¡Al diablo la higiene y los doctores!

¡Hombre! ¡pues tendría que ver...! Estos parecían preocuparse únicamente de descubrirle aspectos perniciosos á cuanto hace la vida llevadera: el vino, el juego, las mujeres, el tabaco...

Cuatro elementos sin los cuales él se habría pegado un tiro.

Y no porque el eximio duque de Puentenegro, heredero de cien nobles que lucharon en Flandes y en Italia, y que tenían llena la hispana historia con la gloria de sus nombres, dejase de ser un grande aficionado á altas empresas, sino porque las altas empresas, dignas de los grandes, habíanse agotado en el ambiente democrático actual.

¿Qué, meterse él, Hipólito, tal que sus hermanos y tantos otros, á minero, á ganadero, á productor de vinos, á fabricante de azúcar ó fabricante de papel, ni más ni menos que cualquier burguesete pelagatos?

¡Bah!... La misión de un prócer, á través de la presente plebeyez insoportable, debiera ser, y nada más, pasearle al mundo por las cochinas narices democráticas los faustos de su estirpe.

Así había él venido realizándolo siempre, siempre, desde el primer albor de juventud, para haber logrado esta insuperable fama de mundanidad y de elegancia, mal que bien, todavía prendida en el chic de su monóculo, do sus polainas blancas, de su pantalón arremangado y de su flor azul en el ojal.


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40 págs. / 1 hora, 10 minutos / 109 visitas.

Publicado el 12 de abril de 2019 por Edu Robsy.

El Recuerdo

Felipe Trigo


Cuento


No había andado Juana la mitad del camino hacia la viña, con un cesto de mimbres al cuadril, cuando entre las encinas de la sierra se presentó Chuco de sopetón, diciendo:

—Mía tú, Reina, vengo escapao porque te vide llegar desde las pizarreras donde tengo la cabrá. Te quió decir una cosa. Mañana ya sabes que me voy a la ziudá, a la melicia; pues, vélaqui lo que traigo.

Chuco entregó un papel a su novia.

—¡Calla! ¿Y quién este santo...? ¡Eres tú!—exclamó ella admirada.

—Y toas qu’es verdá... Y que ma retratao el señorito ese, amigo del amo, ca venío de temporá al cortijo. Le trompecé ayer tarde en la ermita, pintando toa la fachá y toos los árboles y too... Liamos un cigarro, y aluego dijo que quería retratarme; yo le dije que bueno; me puso el garrote asina, como estás viendo ahí, y en menos de na, que toma, que deja, que raya p’arriba que raya p’abajo, ya tenía too el muñeco formao. Iba a largarse, después de parlar un rato, cuando, sin saber por qué, me acordé de ti. ¿Por qué no me había de hacer otro retrato pa ti...? Se lo dije lo mesmo que lo pensaba, y él, que debe ser mu largo, se echó a reir y lo hizo en seguía. Ese es, Reina, pa que lo guardes mientras ando yo por esos mundos... Pues, bueno; yo no he dormío ni migaja en toa la noche pensando al respetive qu’es menester que tú me des tamíen un retrato.

—Y yo... ¿cómo?—preguntó Juana dejando de mirar el de Chuco.

—Escucha, asina: vete en cuatro brincos a la alamea de la Tabla Grande del río, que allí se paró don Luis hace un poco, al salir el sol, y apreparó los chismes como pa pintar el molinillo, y amáñate pa ve cómo pué retratate. Anda, Reina; no me voy a se sordao si al llevaros esta noche la jarra de leche no me le tienes... ¿Lo oyes? ¡Que se me ha metió en la chola, y no me voy aunque sepa dar en un presillo!


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Dominio público
5 págs. / 10 minutos / 39 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Suceso del Día

Felipe Trigo


Cuento


Celso Ruiz, la prudencia misma, ¿cómo ha podido provocar al caballero Alberti, duelista célebre, tirador maravilloso que parte las balas en el filo de un cuchillo?

Acabo de encontrar a mi amigo en su despacho, tumbado en el diván, el cigarro en los labios.

—¿Te bates?—le he preguntado.

—Me suicido.

—Verdad. Tanto vale ponerse con una pistola frente a ese hombre.

—Es igual. Necesito demostrar que no soy un cobarde.

—¿A quién?

—A todos; a mí mismo, porque hasta yo empezaba a dudarlo.

—¡Estás loco!

Se incorporó Celso, me hizo sentar, y dijo:

—Escúchame. Toda una confesión. La vida exprés de la corte no tiene la sólida franqueza de nuestra provincia, donde el tiempo sobra para depurar la amistad. Aquí, las gentes somos a perpetuidad conocidos de ayer; amigos, nadie; de modo que tenemos el derecho de recelar unos de otros, de engañarnos mutuamente y de juzgar a cada cual por el traje con respecto a su posición, por su ingeniosidad con respecto a su talento, y por su procacidad con respecto a su hidalguía. La mesa del café, de concurrencia volante, nos atrae por su esprit y nos repugna por su cinismo. La dejamos con disgusto, quedando siempre un jirón de amor propio entre las tazas, y volvemos, sin embargo, al otro día, como a una tertulia de prostitutas, a fumar y estar tendidos. Tiene razón el que habla más fuerte, y el argumento supremo es una botella estrellada en la testa del contrario.

—Ecce homo. ¿Y algo así es tu lance con ese duelista, medio juglar y medio caballero?


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3 págs. / 6 minutos / 39 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

En la Carrera

Felipe Trigo


Novela


Primera parte

I

Las cinco luces ardían sobre la mesa en que se había servido, más suculento que de ordinario, el desayuno, y el carbón, hecho una grana, en la estufa. Pero advirtió Amelia (que lloraba menos) cómo entraba franca por el balcón la claridad del día, y torció la llave de la araña.

Con este lívido fulgor de amanecer aparecieron más ajados los semblantes. Gloria no se quitaba el pañuelo de los ojos. La madre sollozaba sobre el hombro del «niño», dándole consejos, y el niño, el joven Esteban, comía de un modo maquinal cuanto le habían puesto en el plato. No hablaba. No hablaban. Un ómnibus que acababa de pasar había conmovido a todos como el coche de los muertos, y otros ómnibus, que se acercaba ahora con gran estruendo de hierros y de ruedas, los aterró.

—¡Ahí está! ¡Hala, vamos..., que parecéis unas criaturas! ¡Ni que el viaje fuera al Polo! —animó Amelia levantándose, porque había parado el ómnibus. Y al ir por su marido, le vio llegar poniéndose la pelliza, y le apostrofó dulcemente—: ¡Vaya, hijo! ¡Pues ya no puedes tomar nada!

Sin embargo, le sirvió café con leche, que sorbió de pie el grave capitán de Ingenieros. Mientras, habían formado un solo grupo de llanto Gloria, Esteban y la madre. Ésta quiso que el viajero se calentase los pies antes de salir. Las criadas ayudaron a un mozo a bajar el equipaje. Y por último tuvo Amelia que arrancar al pobre hermano de los brazos de las otras, empujándole al pasillo...

—¡No, no!—repuso todavía—. ¡Que digo que no vais a la estación!... ¡Estáis asustando al muchacho!

Ella lo prohibió enérgica desde la noche antes, para cortar la escena de duelo junto al tren.

—¡Adiós!—lanzó la mamá desgarradamente, soltando el hombro de Esteban. Y deploró todavía—: ¡Ha debido acompañarle tu marido hasta Madrid! ¡Le va a pasar algo!


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Dominio público
279 págs. / 8 horas, 8 minutos / 155 visitas.

Publicado el 9 de abril de 2019 por Edu Robsy.

Genio y Figura

Felipe Trigo


Cuento


El triunfo del autor iba siendo evidente. Pero un triunfo de sumisión, que tenía algo de espantoso, como el del domador en la jaula de las fieras. El teatro parecía contener una sola alma anhelosa y vencida, que quitaba a los cuerpos la sensación de ahogo en aquel aire de polvillo de luz, impregnado de sudor y esencias, a cuyo través, y contrastando con la obscura e informe aglomeración de cabezas en el patio y los anfiteatros, se veían los escotes y los trajes claros en las explosiones brillantes de las cornucopias eléctricas, llenos de flores y destellos, con abanicos que los brazos desnudos movían en silencio, como guirnalda de mariposas.


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Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 51 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Jarrapellejos

Felipe Trigo


Novela


A Melquíades Álvarez

Desde la majestad de mi independencia de intenso historiador de las costumbres (no siempre grato a todos, por ahora) permítame usted que le dedique este libro a la majestad de sus talentos (no siempre gratos a todos, por ahora) de futuro gobernante.

Él, en medio del ambiente un poco horrible de la Europa, le evocará la verdadera verdad del ambiente de un país europeo, el nuestro, cuya cristalización en un medievalismo bárbaro, ya sin el romántico espíritu de lo viejo, y aun sin los generosos positivismos altruistas de lo moderno, le hace todavía más horrible que los otros. No le diré que estas páginas contienen la historia de una íntegra realidad, pero sí la de una realidad dispersa, la de la vida de las provincias españolas, de los distritos rurales (célula nacional, puesto que Madrid, como todas las ciudades populosas, no es más que un conglomerado cosmopolita y sin típico carácter), que yo conozco más hondamente que usted, acaso, por haberla sufrido largo tiempo.

Si usted lee este libro con un poco de más reposada atención que hayan de leerlo millares de lectores de ambos mundos, quizá más pronto y mejor pueda verse en buen camino la intención con que lo he escrito. Me llaman algunos inmoral, por un estilo; a usted, también, algunos le llaman inmoral, por otro estilo; pero usted, que por España habrá llorado muchas veces lágrimas de sangre de dolor, y yo, que por España di mi sangre un día y por España suelo llorar cuando escribo, sabemos lo que valen esas cosas.


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Dominio público
356 págs. / 10 horas, 23 minutos / 283 visitas.

Publicado el 13 de abril de 2019 por Edu Robsy.

Jugar con el Fuego

Felipe Trigo


Cuento


Pasaba por Madrid, donde veinticuatro horas debía detenerse, con dirección a Tánger, León Demarsay, un diplomático con quien yo había intimado en Manila, hombre de gran corazón y excelente tirador de armas. Por mí advertidos de esas prendas del joven, quisieron algunos amigos míos conocerle, y le invitamos a un almuerzo, para cuyo final teníamos preparadas las panoplias.

Servido el café en el salón, Pablo Mora, que presume de floretista, le brindó el azúcar con la mano izquierda y con la derecha un par de espadas.

—Gracias—contestó León sonriéndome con dulzura al comprender que defraudaba nuestras esperanzas—. Hace mucho que abandoné estas cosas. No sé. Completamente olvidadas.

Y luego, defendiéndose de nuestra insistencia, y para que no creyéramos falta de cortesía o fatuo desdén de maestro su negativa, añadió, mientras se sentaba y empezaba a sorbos su taza, invitándonos a lo mismo:

—Hace tres años, juré no volver a tocar la empuñadura de un arma.

Y quedó sombrío, delatando algún doloroso recuerdo. Respetándolo nosotros, nos sentamos también, sin pensar en más explicaciones. Pero la gentil María, esposa de Mora, en cuya casa estábamos, y otras dos señoritas que nos acompañaban, una de las cuales, discípula de Sanz, había pensado en el honor de un asalto con el francés (cosa que venía a constituir quizás el caprichoso y principal atractivo de la reunión), le seguían mirando curiosamente.

—¡Nada!—exclamó al fin Demarsay—. Como usted, Luciana (la discípula), yo empecé la esgrima por receta de un médico. Usted, según me ha dicho, contra una neuralgia; yo, contra un reuma. ¡Ojalá que en mí hubiera podido continuar siendo un sport saludable, como lo será en usted toda la vida...! Pero los hombres—añadió envolviéndonos en una sonrisa de irónica piedad—somos un poco más crueles que las mujeres.


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Dominio público
4 págs. / 8 minutos / 42 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Altísima

Felipe Trigo


Novela


Primera parte. Adria

Capítulo I

Una gaviota cruzó —y su vuelo bajo, mar adentro, á largas curvas indecisas, en que parecían tocar á las azules puntas de las olas las puntas negras de las alas, acabó de extraviarle en vaguedades... Víctor soltó la pluma; dejóse recostar en el sillón. No podía evocar, con la fuerza de convicción necesaria, la cálida y pasional, casi animal primavera andaluza, en este verano suave, en este casi espiritual verano del Norte.

Sobrio todo, aquí, para su vista, compuesto en la paralela sumisión de tres trazos; el del alféizar del ventanal, corrido con sus anchos vidrios por la galería; el de la costa, besada por las rosas del jardín y no menos recta con sus helechos y sus tréboles que la hierbosa y alta ladera de un canal, y el del mar, con su recta inmensa contra el cielo... Todo sobrio: pálido el cielo; el mar, azul, azul, muy azul, la costa verde ceniza; las rosas rojas, blancas... Y ni una gaviota más después de aquella gaviota; ni un ruido en el silencio, ni un buque lejano, ni una vela en la faja azul, azul, tan azul... tan desierta.

¿Qué azul extraño era el del mar?... Rizado en uniformes conchas, sin rumores, sin espumas, bajo la calma del aire, simulábase más pleno en la marea, más nuevo y vivo... como una fértil tierra diáfana de alma azul recién labrada. Era un azul profundo, limpiamente opaco, que ostentábase, lujo del mar, cortando en intensa banda la pálida fluidez celeste.

Volvió la vista á las cuartillas, y vio el título, repetido sobre la romana cifra del no escrito capítulo segundo: EL DOMADOR DE DEMONIOS.

Sonrió.

El domador, él.


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323 págs. / 9 horas, 25 minutos / 121 visitas.

Publicado el 24 de septiembre de 2019 por Edu Robsy.

La de los Ojos Color de Uva

Felipe Trigo


Novela corta


Estudio crítico de la obra de Felipe Trigo

Un novelista de la mujer y del amor


El Mercure de France, rindiéndole cuenta a sus lectores de la primera novela de Felipe Trigo, Las Ingenuas, escribía: «Felipe Trigo, como Gabriel D'Annunzio, en Italia, ha creado, en España, de un golpe, un género. Es arte, y gran arte, el del autor de Las Ingenuas, o no lo entendemos nosotros. Sus maestros son, sin duda, Flaubert y Maupassant.»

Lo mismo el ilustre novelista español es un analizador profundo de las almas, un concienzudo observador de la vida y un estudiador infatigable de los problemas amorosos. El amor, en su refinada voluptuosidad de la civilización moderna, en su sensualidad ardiente y sincera de la raza latina, cautivo entre las tormentosas dudas con que las filosofías extrañas hubieron de amarrarlo y de velarlo como con una túnica cilicio, constituye la esencia de las novelas de Felipe Trigo, y ocupa buena parte de sus libros de sociología y de arte. Su prosa es férvida, clara, llena de vigor, lo sobrado flexible y varia para ir desde el verismo más audaz al lirismo más alado. Menos decadente que Gabriel D'Annunzio, porque es más sincero, sólo se le asemeja en la casi inconsciente reproducción del alma propia en los protagonistas de sus obras. Jorge, el bello adolescente de La sed de amar; Luciano, el gentil amante de Las Ingenuas; Darío, el artista de Alma en los labios; Víctor, el escritor de La Altísima..., son todos personificaciones diversas del espíritu ardiente y triste, insaciado e insaciable, de su creador, y que se parecen como hermanos.


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Dominio público
78 págs. / 2 horas, 16 minutos / 38 visitas.

Publicado el 1 de septiembre de 2023 por Edu Robsy.

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