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Las Ingenuas

Felipe Trigo


Novela


Cette façon de considérer les femmes, ce mépris systématique mélé de sensualité obsédante, vous jugerez qu’il vaut la peine de le signaler.

Jules Lemaitre.

Antes

Temo “haber hecho de señoritas”, una novela española y altamente moral que no puedan leer las señoritas y que pueda no parecer a muchos ni moral ni casi española; porque la moralidad y el nacionalismo, para buen puñado de patriotas, no deben reflejarse en la literatura más que vestidos a la antigua—siendo inútil que se haya modernizado una clase media cuya juventud riente y simpática está con su rumor de fiesta y su loco afán de vivir a la vista de todos, incluso de los escritores, muy semejante a la de cualquier bulevar parisiense, en Santander y en Sevilla, en Madrid y en el último pueblo de tres mil vecinos.

Sin embargo, disto mucho de pensar que el cosmopolitismo de nuestras costumbres sea tal que las iguale con las de no importa qué otra sociedad europea: los vientos de libertad han encontrado en la Península grandes resistencias de educación; y precisamente por eso, de la extraña mezcla y de la extraña lucha de los instintos que despiertan, con las formidables tradiciones que los aplastaban, creo yo que le resulta al alma nacional un matiz originalísimo, digno de la tranquila atención de los observadores, y del cual una fase interesante he procurado fijar en esta novela, que es profunda y típicamente española, por consecuencia. No hay en sus pasiones el erotismo perverso y refinadamente brutal de los franceses; tampoco el antiguo y puro romanticismo heroico de nuestros amores a través de las monásticas celosías o de las enclaveladas rejas andaluzas; hay algo de las dos cosas a un tiempo, exhalado con mayores ímpetu y nobleza por el ansia vaga del corazón de las ingenuas...


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Dominio público
525 págs. / 15 horas, 19 minutos / 203 visitas.

Publicado el 1 de noviembre de 2021 por Edu Robsy.

Del Frío al Fuego

Felipe Trigo


Novela


A Consuelo Seco y Fabre

Muchas de las impresiones que forman este libro, fueron sentidas por nosotros dos juntos, sobre el mar. Tú pasaste bajo los cielos anchos incognoscida, poderosa.

Sea el libro la consagración de aquella rara vida intensa nuestra, enorme. Él tiene quizás rayos de sol, del sol de fuego; él tiene acaso fantásticos rayos de luna.

Y tiene sólo una verdad perenne: tu verdad.


Felipe Trigo

I

Al saltar al bote siento la transcendencia de mi resolución y comprendo las conmemoraciones. Mandaría esculpir en esa grada del embarcadero: «POR AQUÍ SALIÓ AL OTRO LADO DEL MUNDO ANDRÉS SERVÁN»... Mi madre, mis hermanas, alguna mujer acaso bien querida, podrían venir a ver en Barcelona la última piedra que pisé de España —si no volviese.

—¿Al Reus?

—Al Reus.

Juega el timón y orienta el esfuerzo del remero por entre dos bergantines. La negra mole del buque se destaca no lejos, coronada de humo. Permanece en mitad del puerto, donde lo dejé por la mañana, sólo que ha vuelto a la ciudad la banda izquierda y le rodean más lanchas.

Todo igual. Tronchos y algas flotantes en las sucias aguas, olor a limos y a sardinas, vaporcillos y velas que cruzan, grandes barcos llenos de cordajes por la extensa línea de los muelles... El viejo patrón rema con la misma indiferencia que reinaron otros paseándome por las bahías en Cádiz, en Santander... sino que esta vez no seré yo el que se queda envidiando a los que van a surcar el Océano; voy también a los países del oriente, del sol y la hermosura, del fuego y de la guerra... habiendo bastado para ello una instancia al Ministerio escrita en una hora de mayor aburrimiento y con idéntico fastidio que el parte de la guardia.


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Dominio público
227 págs. / 6 horas, 38 minutos / 210 visitas.

Publicado el 14 de abril de 2019 por Edu Robsy.

La Niña Mimosa

Felipe Trigo


Cuento


—¿Estás?

—Sí, corriendo.

Y corriendo, corriendo, azotando las puertas con sus vuelos de seda, desde el tocador al gabinete y desde el armario al espejo, siempre en el retoque de última hora; buscando el alfiler o el abanico que perdían su cabecilla de loca, volviéndose desde la calle para ceñir a su garganta el collar, haciéndome entrar todavía por el pañolito de encaje olvidado sobre la silla, salíamos al fin todas las noches con hora y media de retraso, aunque con luz del sol empezara ella la archidifícil obra de poner a nivel de la belleza de su cara la delicadeza de su adorno.

Gracias había que dar si cuando al primer farol, ella, parándose, me preguntaba: “¿Qué tal voy?”, no le contestaba yo: “Bien, muy guapa”, con absoluto convencimiento; porque capaz era la niña de volverse en última instancia al tribunal supremo del espejo, y entonces, ¡adiós, teatro!..., llegábamos a la salida. Como ocurría muchas veces.

Ella muy de prisa, yo a su lado, un poco detrás, no muy cerca, con mezcla del respeto galante del caballero a la dama y del respeto grave del groom a la duquesita. Cuando en la vuelta de una esquina rozaban mi brazo sus cintas, yo le pedía perdón. Mirábala sin querer a la luz de los escaparates, y cuando alguna mujer del pueblo quedábase parada floreándola, yo la decía: “Mira, ¿oyes?”, y sonreía ella triunfante como una reina.

No hablábamos. Todo el tiempo perdido en casa procuraba, desalada, ganarlo por el camino. Llegaba al teatro sin aliento. Y allí, por última vez, en el pórtico vacío, analizándose rápida en las grandes lunas del vestíbulo, mientras yo entregaba los billetes:—“¿Estoy bien, de veras?”—me interrogaba para que contestase yo indefectiblemente y un mucho orgulloso de su gentileza:—“¡Admirable!”


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Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 80 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Tu Llanto y mi Risa

Felipe Trigo


Cuento


¿Te acuerdas?

Era como hoy. Un capricho, un enojo de tus celos de vanidosa.

Era cualquier mañana, quizá hermosa y sonriente, en que yo, mirando un rayo de sol y contemplando el cielo, esperaba, tras los ensueños dulces de la noche, a que las vidrieras de tu cuarto se entreabriesen mostrándome en la gloria de tu faz la alborada de mi alma. Tú perezosa, yo impaciente, a veces con miedo de turbar tu sueño, entraba de puntillas hasta el lecho. Dormías. Te besaba en los ojos y estremeciéndote como en una convulsión, me volvías la espalda sin mirarme, sin hablar, rebujándote hasta la frente en la seda azul y en los encajes.

¡El enfado!

¿Hablarte?... inútil. ¿Besarte más, en el cuello, en la oreja, en el nudo de oro de tu pelo? Cada beso era una descarga eléctrica para aumentar tu rabia.

¿Qué tenías? Bah, cualquier motivo insignificante e injusto, que me manifestabas al fin seco apóstrofe de desprecio, con tenacidad convencida de histérica, rebelde a toda explicación. La intentaba yo, aunque sabía su ineficacia de antemano, y herido luego en la grandeza de mi cariño por las pequeñeces de tu espíritu de mujer, me alejaba de ti y de tu cuarto, altivo como tú, pero más triste...


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Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 44 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Genio y Figura

Felipe Trigo


Cuento


El triunfo del autor iba siendo evidente. Pero un triunfo de sumisión, que tenía algo de espantoso, como el del domador en la jaula de las fieras. El teatro parecía contener una sola alma anhelosa y vencida, que quitaba a los cuerpos la sensación de ahogo en aquel aire de polvillo de luz, impregnado de sudor y esencias, a cuyo través, y contrastando con la obscura e informe aglomeración de cabezas en el patio y los anfiteatros, se veían los escotes y los trajes claros en las explosiones brillantes de las cornucopias eléctricas, llenos de flores y destellos, con abanicos que los brazos desnudos movían en silencio, como guirnalda de mariposas.


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Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 62 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La de los Ojos Color de Uva

Felipe Trigo


Novela corta


Estudio crítico de la obra de Felipe Trigo

Un novelista de la mujer y del amor


El Mercure de France, rindiéndole cuenta a sus lectores de la primera novela de Felipe Trigo, Las Ingenuas, escribía: «Felipe Trigo, como Gabriel D'Annunzio, en Italia, ha creado, en España, de un golpe, un género. Es arte, y gran arte, el del autor de Las Ingenuas, o no lo entendemos nosotros. Sus maestros son, sin duda, Flaubert y Maupassant.»

Lo mismo el ilustre novelista español es un analizador profundo de las almas, un concienzudo observador de la vida y un estudiador infatigable de los problemas amorosos. El amor, en su refinada voluptuosidad de la civilización moderna, en su sensualidad ardiente y sincera de la raza latina, cautivo entre las tormentosas dudas con que las filosofías extrañas hubieron de amarrarlo y de velarlo como con una túnica cilicio, constituye la esencia de las novelas de Felipe Trigo, y ocupa buena parte de sus libros de sociología y de arte. Su prosa es férvida, clara, llena de vigor, lo sobrado flexible y varia para ir desde el verismo más audaz al lirismo más alado. Menos decadente que Gabriel D'Annunzio, porque es más sincero, sólo se le asemeja en la casi inconsciente reproducción del alma propia en los protagonistas de sus obras. Jorge, el bello adolescente de La sed de amar; Luciano, el gentil amante de Las Ingenuas; Darío, el artista de Alma en los labios; Víctor, el escritor de La Altísima..., son todos personificaciones diversas del espíritu ardiente y triste, insaciado e insaciable, de su creador, y que se parecen como hermanos.


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Dominio público
78 págs. / 2 horas, 16 minutos / 69 visitas.

Publicado el 1 de septiembre de 2023 por Edu Robsy.

Por Ahí

Felipe Trigo


Cuento


¿Domingo?

Caramba, día de divertirse.

¡Cuánta gente! Todos suben, se alejan del centro. Yo me acerco, al revés.

Encontrarme desde mi casa en el Retiro, a los quince metros, no tiene lance de paseo.

Sol hermoso; coches y tranvías atestados; Espartero dominando la calle desde su caballo de bronce.

—¡Adiós, general!

Es muy amable este Espartero, con su sombrero en la mano, eternamente saludando a la acera derecha, desde donde nadie le responde. Líbreme Dios de pasar sin corresponder finamente al saludo, y los demás que hagan lo que gusten.

Y vengamos a cuentas, para no andar en balde: ¿adonde iré? Hay que pensarlo sobre la marcha, entre pisotón y codazo.

Dinero no falta, en buena hora lo diga, si no para comprar un reino, con el que quizás no sabría qué hacer, para comprar media docena de mujeres, que bien sabré qué hacer con ellas.

Pero tal vez lo sé demasiado.

La tarde es larga, la vida imposible. Reflexionando, principalmente. Algo, pues; necesito algo que me distraiga; y estoy en la corte, donde dicen que sobran las diversiones.

En la plaza gran atracción. Un toro y un elefante. Iría, pero luego no resulta ninguna de las barbaridades prometidas. ¿Fieras contra fieras? ¿Tigres, toros, leones y elefantes? Bah, para atrocidades los hombres, y ya los veo por la calle... y ya me ven.

¡La Cibeles!

Decididamente, me son simpáticos estos caballos de bronce y estas virtudes de mármol.

Allá, por las baldosas de Recoletos, desfila un cordón de gente. Sombreros monumentales, flores, niñas en situación, tal cual levita...; los de a pie, dándoselas de aristócratas desmontados, los de a caballo mirando a los landós, y los landós al trote. El éxito de la tarde es un cab tirado por once perros de Terranova.


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Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 47 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Pruebas de Amor

Felipe Trigo


Cuento


Mi amigo César es un analista insoportable. Pudiera ser feliz, porque tiene talento y buena fortuna, y es el más desdichado de los hombres.

Todo lo mide, lo pesa y lo descompone, el placer y el dolor, el llanto y la alegría, el amor y la amistad. Su corazón, sensible hasta lo infinito, se deja tocar por las más pequeñas cosas; pero el eco levantado en el corazón, plácido o triste, grande o fugaz, es entregado inmediatamente al pensamiento, que al profundizarlo por todas partes lo deja destrozado.

Llorando ante el cadáver de su padre, pensaba si en su aflicción extrema no habría algo de hipocresía consigo mismo. Y cesó de llorar. Pero en seguida le pareció fanfarronada de fortaleza su dolor sin llanto. Y lloró, llamándose miserable.

Estrenó una comedia. Y cuando el público le aclamaba, se encontró a sí propio desmedidamente fácil de halagar por los aplausos. Para evitarlos, se negó a salir a escena por segunda vez, se largó a su casa, se metió en la cama y no pudo dormir, reflexionando que la brusquedad de tal determinación tuvo mucho más de vanidosa que el haber seguido recibiendo los aplausos.

Cuando saluda a un personaje aléjase meditando si en el saludo no puso algún servilismo. Y, por si acaso, cuando le halla otro día, lo esquiva.

Vive solo, huraño, perpetuamente dedicado a vacilar, a destruirse las ilusiones.

Es un loco, sin duda.

* * *

Recuerdo que hará tres años lo encontré una tarde en el Retiro, sentado de espaldas a la gente, con la silla recostada en un árbol y entretenido en mirar el desfile de los coches. Me senté con él y no hablamos. De pronto, al paso lento de los carruajes enfilados, porque estaba en el paseo el de la Reina, cruzó junto a nosotros una victoria, en cuyo interior iban dos mujeres, saludando a César.

Una lindísima, elegante, joven.


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Dominio público
3 págs. / 6 minutos / 48 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Sí Sé Por Qué

Felipe Trigo


Novela


PRIMERA PARTE

I

En el expreso, con un recelo casi de terror, conocí ayer á estos que habrán de ser mis compañeros de buque: Albert, cónsul; Carlos Victoria, el famoso dramaturgo, y Alejo Hugo Martín, attaché militar en la Argentina.

¡Oh, mi forzosa intimidad con los extraños! ¡Mi débil voluntad, además, para cortarla..., yo que contaba siquiera en esta empresa con la soledad del Océano, y á quien el simple encuentro de un amigo por las calles de Madrid causaba angustia al corazón, temblores y una afonía instantánea y sofocada, como si me echasen una cuerda al cuello!... Por lo pronto, anoche, en el tren, un señor al pie de mi litera; tres al despertar, forzádome á sus charlas... y un hotel ahora, aquí, donde, á más de los nuevos conocidos, me aguardan cuatro periodistas. Son gaditanos, que se han apresurado á saludar al dramaturgo; quieren despedirle de España cenando en Puerta de Tierra, y, con la jovialidad del montilla, se obstinan en que yo les acompañe.

En última consecuencia, debo confesar que no me es completamente insoportable la continua conversación; por primera vez desde hace mucho tiempo, gracias á ella, me ha faltado para ensimismarme en la manía de mis reflexiones dolorosas, y á ratos incluso llego á reír y bromear. Encontraríame satisfecho, ante éstos que no hubieran podido sospechar hallarse departiendo con un enfermo grave, si á última hora no hubiese cedido á la insana cobardía de hablarles de mi enfermedad, de mi neurastenia...

¡Maldita neurastenia!... Les conté todo: que estoy á régimen; que no duermo; que lloro á veces como un niño...; que una extraña piedad me acongoja ante el espectáculo de un mendigo ó de una mujer desamparada...


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221 págs. / 6 horas, 27 minutos / 211 visitas.

Publicado el 14 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

El Oro Inglés

Felipe Trigo


Cuento


Leía yo, acostado, tratando de dormirme, El Imparcial. De pronto, sobre el cielo raso sonoro como el parche de un tambor—¡oh estas casas nuevas de ladrillo y de hierro!—sentí los pasos menuditos. Aquella noche me intrigaron más. Por la tarde había sostenido este diálogo con la camarera de la fonda:

¿Quién duerme arriba?

—La inglesita.

—¿Qué inglesita?

—Una joven que ocupa dos habitaciones. La contigua para su institutriz.

—No la conozco.

—Come en su cuarto. Sin embargo, ha debido usted de verla en la playa todas las mañanas.

—¿Guapa?

—La mar.

Dejé caer el periódico, y me quedé fijo en el techo.

¡Si fuese de cristal!

Las maniobras de siempre. Mi habitación tenía la cama en un ángulo del fondo. Igual estaría colocada la cama en la de encima, y allá se habían dirigido los pasos: la inglesita levantaría el embozo... Después sentí el dulce y picado taconeo hacia el rincón opuesto. ¿El tocador?... Ella, frente al espejo, se quitaría las peinetas, las sortijas, el leve abrigo de sedas con que habría vuelto acaso de oir en el bulevar los conciertos de orfeones... Se despojaba. Media hora. La niña se extasiaba con su imagen. Era, pues, cuando menos, lo menos coqueta que puede ser una joven cuando no es tonta, aunque sea inglesa.

Vagó en seguida por la alcoba. Mis ojos la seguían con toda precisión en el techo... ¡Ah, si fuese el techo de cristal! No muy alta, ni muy gruesa, sin duda, a juzgar por el peso leve de sus pasos; aunque sí nerviosa y vivaracha. Cruzaba de uno a otro lado con ese mariposeo de toda mujer bien vestida al desnudarse; por consecuencia, un dato más: elegante.


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Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 70 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

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