No había andado Juana la mitad del camino hacia la viña, con un cesto
de mimbres al cuadril, cuando entre las encinas de la sierra se
presentó Chuco de sopetón, diciendo:
—Mía tú, Reina, vengo escapao porque te vide llegar desde las
pizarreras donde tengo la cabrá. Te quió decir una cosa. Mañana ya sabes
que me voy a la ziudá, a la melicia; pues, vélaqui lo que traigo.
Chuco entregó un papel a su novia.
—¡Calla! ¿Y quién este santo...? ¡Eres tú!—exclamó ella admirada.
—Y toas qu’es verdá... Y que ma retratao el señorito ese, amigo del
amo, ca venío de temporá al cortijo. Le trompecé ayer tarde en la
ermita, pintando toa la fachá y toos los árboles y too... Liamos un
cigarro, y aluego dijo que quería retratarme; yo le dije que bueno; me
puso el garrote asina, como estás viendo ahí, y en menos de na, que
toma, que deja, que raya p’arriba que raya p’abajo, ya tenía too el
muñeco formao. Iba a largarse, después de parlar un rato, cuando, sin
saber por qué, me acordé de ti. ¿Por qué no me había de hacer otro
retrato pa ti...? Se lo dije lo mesmo que lo pensaba, y él, que debe ser
mu largo, se echó a reir y lo hizo en seguía. Ese es, Reina, pa
que lo guardes mientras ando yo por esos mundos... Pues, bueno; yo no he
dormío ni migaja en toa la noche pensando al respetive qu’es menester
que tú me des tamíen un retrato.
—Y yo... ¿cómo?—preguntó Juana dejando de mirar el de Chuco.
—Escucha, asina: vete en cuatro brincos a la alamea de la Tabla
Grande del río, que allí se paró don Luis hace un poco, al salir el sol,
y apreparó los chismes como pa pintar el molinillo, y amáñate pa ve
cómo pué retratate. Anda, Reina; no me voy a se sordao si al
llevaros esta noche la jarra de leche no me le tienes... ¿Lo oyes? ¡Que
se me ha metió en la chola, y no me voy aunque sepa dar en un presillo!
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