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Justa y Rufina

Fernán Caballero


Cuento


Capítulo I


Lo bello es lo que agrada a la virtud docta y culta.

De Maistre.


Ni los padres que forman a sus hijos según ellos mismos, ni los preceptores que pretenden desenvolver sólo las inclinaciones naturales, logran sus fines. De este conflicto eterno entre la naturaleza y la vida, se puede inferir que hay una mano poderosa y oculta que educa tanto a las naciones como a los individuos.

Schlosser.


La vida presente no es sino una transición, una prueba, pero no un término.

Desnoiresterres.


La hermosa y distinguida marquesa viuda de Villamencía, sentada en el cierro de cristales de su gabinete, fijaba su triste y lánguida mirada en su hija, que en medio de la habitación estaba jugando con otras criaturas de su edad. Esta niña, que tenía cinco años, era el tipo de una pequeña nilis, con su con su tersa y alba tez y sus rubios cabellos, que flotaban en gruesos rizos sobre sus espaldas desnudas; las miradas de sus ojos azules eran tan dulces, que se volvían tristes cuando se fijaban. No siempre es dulce la tristeza; pero la dulzura por lo regular es triste, puesto que siempre se siente oprimida por la fuerza, o lastimada por la soberbia, o herida por la dureza, o acongojada por la lástima.

Frente a esta niña había otra como de siete años, cuyo tipo era vulgar. Su rostro era basto y moreno; sus ojos negros y grandes hubiesen sido bellos, si la mirada audaz, curiosa, sostenida y molesta que les era propia, y que con desenfado clavaba su dueña en cada persona y en cada objeto, no los hubiese hecho sobremanera desagradables y repulsivos.


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Dominio público
37 págs. / 1 hora, 6 minutos / 87 visitas.

Publicado el 28 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Cosa Cumplida... Sólo en la Otra Vida

Fernán Caballero


Diálogo, Tratado, Cuento


Introducción a los diálogos

¿Queréis saber lo que son, en sentir de su autor Fernán Caballero, los Diálogos entre la juventud y la edad madura? Pues oídlo de su boca:

«Recuerdos de un villorrio, de un sochantre de lugar, de un interior pacífico, de niños y de flores; en fin, nimiedades.»1

¿Deseáis conocer los gustos del escritor, y la disposición de su alma al escribir estas páginas?

«Me gustan los árboles como a los pájaros, las flores como a las abejas, las parras como a las avispas, y las paredes viejas como a las «salamanquesas.»

—«¡Chitón, conde, chitón! No quiero que mis flores den ocasión a la sátira, ni mis buenas gallinas pábulo a la crítica.

—Pero —repone su interlocutor— ¿en dónde no hallareis vos amigos, marquesa?

—Allí donde no sientan todos como vos, y no me miren con vuestros parciales ojos.»

¡Quién dijera que tan pronto iban a demostrar los sucesos la exactitud de este presentimiento!

Pero he aquí anunciado en pocas palabras al lector lo que también en breves razones deseamos decirle.

No es un secreto para el público lo que acerca de Fernán Caballero siente y piensa el que escribe estas líneas, que mirará siempre como uno de sus mejores timbres haber logrado la confianza del insigne novelista para cuidar de la presente edición. Por lo mismo, y satisfechos con haber consignado en ella nuestro nombre entre tantos ilustres literatos que se han apresurado a tributarle homenaje, nos habíamos propuesto dejar libre el paso para que otros pudiesen formar parte de tan brillante acompañamiento.


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Dominio público
156 págs. / 4 horas, 34 minutos / 194 visitas.

Publicado el 2 de enero de 2019 por Edu Robsy.

Un Vestido

Fernán Caballero


Cuento


Caridad quiere decir amor. Hay tres clases de amor incluidas en esta denominación: el amor a Dios, que es la adoración; el amor a nuestros iguales, que es la benevolencia, y el amor a los pobres y los que padecen, que conserva el nombre de este amor teologal: caridad.

Si, por desgracia, en nuestra acerba y descreída era están tibios y aminorados los dos primeros, no lo está por suerte el último, que permanece en el siglo como una cruz en la cúspide de un edificio que van invadiendo, al menos al exterior, las frías aguas del indiferentismo.

Mientras más cunda la miseria merced a causas que no es del caso ni de nuestra incumbencia examinar, pero entre las cuales, no obstante, citaremos el lujo, que, semejante a un despreciable afeite, pero siendo en realidad una mortífera lepra, se va extendiendo sobre toda la sociedad y la carestía de los artículos de primera necesidad, que oprime y ahoga a las clases menesterosas como un dogal, mientras más cunda, decimos, la miseria, más ostensiblemente corre a su auxilio la caridad. Desde los graves hermanos de San Vicente de Paúl, que edifican al público, hasta los alegres histriones que lo divierten, todos concurren al misino objeto. Centuplica la caridad sus recursos y después que las señoras, imitando el ejemplo de las santas, le han dedicado los primores de sus agujas, los hombres, a su vez, las imitan, dedicando al mismo fin los trabajos de sus plumas. No elogiaremos este buen propósito; las buenas obras, sinceras y puras, tienen su pudor, que rechaza el elogio como una recompensa, puesto que la dádiva que obtiene premio no es tan dádiva como la que nada recibe, y esta es la razón por la que tantas almas piadosas ocultan el bien que hacen, mortificadas que son por la alabanza que excita.


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Dominio público
7 págs. / 12 minutos / 161 visitas.

Publicado el 2 de enero de 2019 por Edu Robsy.

El Vendedor de Tagarninas

Fernán Caballero


Cuento


«El que llora será consolado».

(San Mateo)


Lo que vamos a referir no es ficción, es realidad; es una sencillísima historia que literariamente no merezca quizá ni ser escrita ni leída; no obstante, algo nos dice en el fondo de nuestro corazón que por algunos, aunque pocos, será leída esta relación con simpatía; a estos pocos nos dirigimos para referirles la corta historia de un pobre niño vendedor de tagarninas.

Dice Bulwer, ese excelente moderno autor inglés: «No hay duda que existen poetas que nunca han soñado con el Parnaso», lo que quiere decir que se puede mover al corazón y cautivar la imaginación sin valerse para lograrlo del arte, ni del saber, ni seguir la senda trazada: basta sentir y expresar lo que se ve.

Era Ortega guarda de un olivar en un pueblo pequeño y cumplía bien con su deber; era bien querido, pero sobre todo de su mujer, que criaba una niña, y de su hijo Miguelito, que tenía cinco años. Érale a Ortega la vida suave y el trabajo ligero, como lo es al caballo la carga de oloroso heno que lleva para su propio sustento. Pero el guarda se había granjeado la animadversión de unos cabreros que tenían sus cabrerizas en un coto limítrofe del olivar que estaba al cuidado de Ortega.

Por repetidas veces habían dejado penetrar sus cabras en el olivar, con grave perjuicio de la sementera y del arbolado, hasta que acabó Ortega por denunciarlos, y esto bastó, ¡Dios mío!, para que un día, al pasar Ortega cerca de un vallado se disparase entre las zarzas un tiro, cuya bala atravesó su pecho. ¡Oh, en qué mina se crio el fatal pedazo de plomo que hizo a un tiempo un cadáver, un asesino, una viuda y dos huérfanos!


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Dominio público
5 págs. / 9 minutos / 13 visitas.

Publicado el 6 de julio de 2025 por Edu Robsy.

La Viuda del Cesante

Fernán Caballero


Cuento


Las murallas de Cádiz son un hermoso paseo, ancho, llano, sin el menor obstáculo ni tropiezo, en el que puede pasear descuidado un ciego, un distraído o el que, absorbido en contemplar la vista que ofrece, anda, como aquéllos, sin brújula. Bajando por ella desde los cuarteles, se mira a la izquierda una fila de casas altas, alineadas, fuertes y uniformes como un regimiento prusiano, y a la derecha la bahía, poblada de barcos anclados, inmóviles y mustios como presos. ¡Qué imagen de la fuerza bruta es el navío! Privado de su piloto, todo lo atropella, destroza y hunde, hasta que él mismo se pierde en desconocidas playas.

La costa opuesta aparece confusa como un recuerdo medio borrado, y al frente se extiende el mar, que la cortedad de nuestra vista hace a cierta distancia unirse al cielo, no obstante de estar allí tan distantes como lo están aquí, y esto lo creemos por fe, como debemos creer otras muchas cosas que nuestra vista no alcanza ni nuestra concepción comprende, porque la comprensión del hombre, así como su vista, son limitadas.

Paseaban por esta muralla, hace de esto algunos años, dos señores. El uno era alto, de buena presencia; el otro era más pequeño, algo agobiado, y de semblante doliente y decaído.

—Paisano —dijo en tono jovial el más alto al que lo acompañaba—, usted se hace del porvenir un monte, y yo lo veo muy llano.


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Dominio público
17 págs. / 31 minutos / 125 visitas.

Publicado el 12 de mayo de 2019 por Edu Robsy.

Los Pobres Perros Abandonados

Fernán Caballero


Cuento


Hace pocos días que los diarios de Sevilla referían sin comentarios, y como cosa meramente curiosa, pero no conmovedora, el que, habiendo entrado un viajero en el tren del ferrocarril de Córdoba a Sevilla, y no habiendo querido o podido pagar la cuota designada para traer los perros en la jaula destinada a este objeto, abandonó al suyo, y que este apegado animal fue siguiendo al tren en su vertiginosa carrera. Llagaba poco después que él a las estaciones, en que caía jadeante y rendido, y cuando el tren se volvía a poner en marcha, emprendía de nuevo su inconcebible carrera para seguir a su ingrato amo. ¿Es creíble que ni su amo ni ninguno de los pasajeros se moviesen a pagar la corta cantidad que habría aliviado al infeliz animal de la angustia que sentía y del tormento que se daba?


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Dominio público
7 págs. / 13 minutos / 152 visitas.

Publicado el 2 de enero de 2019 por Edu Robsy.

No Transige la Conciencia

Fernán Caballero


Cuento


¿Por qué, pues, el mortal ciego se lanza
tras mentida ilusión que poco dura?
Sólo asegurará su bienandanza
la paz del alma y la conciencia pura.

Francisco Javier de Burgos.


Un seul printemps suffit a la nature,
a reproduire ses fleurs et sa verdure;
hélas! jamais la vie ne reproduit
la paix de cour qu'un seul instant détruit.

Bástale a la naturaleza una primavera para recobrar sus flores y su lozanía; pero ¡ay! que no alcanza la vida del hombre para devolver al corazón la paz que puede destruir un solo instante.

Capítulo I

Así como en las desiertas costas del mar se ve blanquear un nido de gaviotas en la concavidad de una peña, así aparece Cádiz en la concavidad de sus murallas. Hanla labrado tan denodadamente entre las olas, que la tierra alarga un brazo para asirla. Lleva este angosto brazo de piedra y arena, como un brazalete, la Cortadura, esto es, una fortaleza construida en tiempo de la gloriosa guerra de la Independencia; separa las violentas olas del Océano de las tranquilas aguas de la bahía, y conduce a la ciudad de San Fernando, que en el fondo de la ensenada abre sus arsenales de la Carraca, como hospitales, a los barcos que, heridos y maltratados en sus azarosas carreras, regresan a sus lares. ¡Pobres barcos, a los que los huracanes dicen: ¡Marcha! ¡marcha!, como los acontecimientos se lo gritan a los hombres, y que al llegar a su patria se asen a ella con sus áncoras, como niños con sus manos al cuello de su madre!


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Dominio público
35 págs. / 1 hora, 2 minutos / 71 visitas.

Publicado el 28 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Flor de las Ruinas

Fernán Caballero


Cuento


Capítulo I

A principios de este siglo, y antes de la invasión de los franceses en la Península Ibérica, se había reunido una numerosa sociedad en una de las casas de campo que circundan a Lisboa como macetas de flores.

Entonces la política estaba circunscrita al Gobierno. ¡Ojalá sucediese hoy lo mismo! Así podríamos decirle con el descanso que exclamaba un marido al contemplar el panteón de su mujer:


Ci gît ma femme... ¡Ah! qu'elle est bien
pour son repos, et pour le mien!


(Aquí yace mi mujer...
Ella descansa, y yo también.)


De esto resultaba que en las sociedades no disputaban, sino que se divertían, los concurrentes. No tomaban los hombres, para darse importancia y talante de hombres públicos, esos afectados aires de madurez, harto desmentidos en la vida privada; ni se anticipaba una agria y criticadora vejez. Por el contrario, se prolongaba, alguna vez con exceso, una alegre y móvil juventud; lo que, a lo menos, no hacía a los hombres antipáticos, hipócritas y arrogantes, ni peor al Gobierno.

Las mujeres, sin tener pretensiones algunas al espíritu de independencia que les quieren inocular las ideas avanzadas, no aspiraban a ser libres; pero eran de hecho soberanas; lo que engendraba el buen gusto y finura de aquella sociedad. La influencia de la mujer es la más selecta cultura que recibe el hombre.


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Dominio público
18 págs. / 31 minutos / 254 visitas.

Publicado el 28 de junio de 2020 por Edu Robsy.

La Hija del Sol

Fernán Caballero


Cuento


¿Est-ce vrai? —Oui: mais qu'importe?

Balzac.
 

Tocaban a ánimas las campanas de la ciudad de Sevilla, y muchos corazones religiosos se alzaban al cielo en aquella hora dedicada por la Iglesia a recordar a los muertos. Todo yacía frío, silencioso y triste en la invadiente oscuridad de una noche de Diciembre; una espesa cortina de nubes cubría las estrellas, que son, según dice un poeta, los ojos con que mira el cielo a la tierra.

En la sala de una de las hermosas casas de Sevilla, que los extranjeros llaman palacios, frente a una chimenea en que ardía y daba luz como una antorcha la alegre leña del olivo, estaba sentada una señora, sumida en los pensamientos graves y tristes que infundían la hora y lo lóbrego de la noche. No se oía sino el gemido del viento, que daba tormento a los naranjos del jardín, y que penetrando por el cañón de la chimenea, caía sobre la llama a la cual abatía temblorosa, esparciendo ráfagas de vacilante luz por la estancia. Parecía que la soledad la abrumase, y cual si un genio benéfico se ocupase en prevenir sus deseos, abriose la puerta, apareciendo en el umbral una persona cuya vista debió serle grata, puesto que al verla, hizo la señora un ademán y exclamación de alegría, y se levantó para ir a su encuentro.

La recién entrada era una señora de edad, bajita, trigueña, cuyos ademanes animados y cuyos ojos vivos y alegres denotaban que los años habían pasado por aquella naturaleza juvenil y activa sin doblegarla y sin que su dueña los notase.

—Vaya, marquesa —dijo la recién llegada—, que para venir desde donde yo vivo hasta tu casa se necesitan amor y coche.

—Te ha bastado el amor. ¡Y cuánto te lo agradezco! Ahora conozco la verdad que encierra este refrán: «Amor con amor se paga». ¡Salir en una noche como ésta!


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Dominio público
10 págs. / 18 minutos / 168 visitas.

Publicado el 28 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

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