Textos de Francisco A. Baldarena | pág. 7

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autor: Francisco A. Baldarena


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Antonio, o el Desconocimiento del Amor

Francisco A. Baldarena


cuento


«Y he aprendido que amar a dos 

Es igual a no amar a ninguna.» 

Caramelos de Cianuro 



LA INVITACIÓN 


Mientras no aparecía nadie, yo me entretenía jugando solo a la bolita en la vereda de mi casa, una ya lejana tarde de verano a mediados de los setenta, cuando oí un silbido. Levanté la cabeza. 

   Era Antonio, uno de los hijos mayores de don Nicola, parado en la vereda, delante de su casa. Me saludó con la mano y cruzó la calle apoyado en la bicicleta. 

   —Fran, ¿me acompañas a un par de cuadras de acá? —me preguntó. 

   Le iba a decir que no, pero antes que yo le contestara, adosó un soborno a la proposición: 

   —Te dejo andar de bici —me dijo. 

   Yo, que no tenía bicicleta, pero sabía andar, cambié de idea y le respondí con entusiasmo que sí y después le pregunté: 

   —¿Qué vas a hacer? Le pregunté qué iba a hacer, no por curiosidad ni porque me importase con ello, sino porque creí que algo tenía que preguntarle. 

   —Voy a ver a una novia —dijo, y después me previno que si salía el padre de la chica, le dijera que yo era su hermano. Lo de hermano lo acompañó guiñando un ojo. 

   —Está bien —le respondí,­ aunque no tenía bien en claro por qué tendría que pasar por hermano delante del padre de la chica. 

   Mientras íbamos, yo montado en el caño porque la bicicleta era de varón, le pregunté, desde la inocencia de mis diez u once años, no recuerdo bien, pero por ahí andaría, si no le daba asco besar en la boca, porque sabía que los novios hacían eso. Él lanzó una risotada corta y me dijo: 

   —¡Claro que no!, es rebueno. 


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Publicado el 20 de septiembre de 2021 por Francisco A. Baldarena .

El Botellón

Francisco A. Baldarena


cuento


«¿Quieres ser rico? Pues no te afanes en aumentar tus bienes, sino en disminuir tu codicia.» 

Epicuro 



1



Primer día de vacaciones de Frank Sandbucket. Vacaciones que pensaba aprovechar al máximo, por eso al entrar en la habitación no se fijó en nada; ni en las comodidades ni en el paisaje que podía ver desde la ventana, sino que se deshizo de la ropa —solo eso quería. 


 «Adiós por un mes a los zapatos, al traje y a la corbata.» 


 Menos de media hora después, descalzo y vistiendo un short de baño y una camisa floreada —que compró, al llegar, en una tienda del aeropuerto—, bajó a la playa y, como cuando era niño, se lanzó a caminar sin descanso hasta que tuviese hambre. 


 Le habían dicho los empleados del hotel que no debía preocuparse en llevar agua, pues varios arroyos cortaban la playa, despejando sus aguas frescas, cristalinas y, sobre todo, puras en el mar; y también que caminara con calma, de lo contrario daría la vuelta a la isla en un par de horas, a pesar de que en su interior había tantas diversiones como para mantenerse bastante ocupado durante el mes que él pensaba quedarse. 


 Cerca de una hora de caminata, Franck se deparó, confundido entre la maleza, con un antiguo caserón destartalado, pero todavía conservando un vago vestigio de lo imponente y bello que fuera alguna vez. 


 —¿Qué tal echar un vistazo? —dijo y se abrió camino por la tupida vegetación que rodeaba la vivienda. La puerta, ligeramente caída a un lado, estaba abierta. 


 Franck inspeccionó cómodo por cómodo en busca de un souvenir, pero después de unos pocos minutos todo lo que encontró para llevarse de recuerdo fue un botellón de vidrio mugriento, que yacía olvidado sobre una opaca y polvorienta repisa agujereada por las termitas. 



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Publicado el 18 de septiembre de 2021 por Francisco A. Baldarena .

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