Textos más populares este mes de Francisco A. Baldarena | pág. 3

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autor: Francisco A. Baldarena


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El Ser y la Nada y Otros Cien Microcuentos

Francisco A. Baldarena


selección de microcuentos





El Ser y la Nada 


Un día en que estaba por demás aburrido, un hombre se puso a pensar en cuál sería la imagen reflejada por dos espejos contrapuestos. De manera que tomó dos espejos del mismo tamaño y los colocó frente a frente, cosa que solo reflejaran sus vacías superficies. En uno de ellos, raspándole por detrás, hizo un orificio casi imperceptible por el cual miró y entonces conoció la nada. 





Lobisón Mordiendo a un Lobo 


Alguien en la taberna preguntó qué pasaría si un lobisón mordiera a un lobo, y eso quedó dando vueltas en la cabeza de Prosper —séptimo hijo varón, que huyendo de las persecuciones por parte de los habitantes de su aldea natal, vino a dar por esos parajes una tarde de otoño, hacía ya un buen par de años—, mientras bebía coñac en una mesa apartada del bullicio que hacían los parroquianos.  En la siguiente luna llena, transformado en lobisón, Prosper subió a la montaña, donde vivían las manadas de lobos, y nomás cruzarse con uno, lo acorraló contra unas rocas y le dio un mordisco en una pata, tal cual lo hiciera el Mago del Siam, en el cuento de Boris Vian «El Lobo Hombre». El lobo se tambaleó por un momento y desfalleció enseguida.  Prosper creyó que el lobo había muerto, pero casi de inmediato, el animal reaccionó y empezó a convulsionar y a retorcerse violentamente hasta que, poco a poco, fue transformándose en hombre, tal cual en el citado cuento del escritor francés. Incluso aterrado, como solo puede estarlo un lobisón en su misma situación, Prosper se animó a preguntar, entre gruñidos, para que el otro no advirtiera su amedrentamiento, quién era.


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32 págs. / 57 minutos / 284 visitas.

Publicado el 30 de abril de 2023 por Francisco A. Baldarena .

El Juego del Diablo

Francisco A. Baldarena


cuento



LA MUERTE 


La tarde en que Remigio González fue asesinado parecía que el sol hubiera evaporado hasta la última gota de aire. Nada se movía, a no ser el asesino, a camino de su destino aniquilador.  


II 


UNA VUELTA EN EL PUEBLO 


Los pinos delante del rancho iban fundiéndose imperceptiblemente en el azabache de la noche que ya caía, cuando Pedro Campos sintió ganas de dar una vuelta por el pueblo. Era viernes. Pensó en lo duro que había trabajado en los últimos días en la estancia, y, por lo tanto, que merecí­a distraerse un poco. Se afeitó la barba de varios días, emparejó el bigote y se dio un baño sin muchos retoques. 

 «Las horas del patrón pasan rápido, las nuestras no», reflexionó, mientras se secaba. 

 Vistió ropa limpia: la bombacha negra de salir, una camisa inmaculadamente blanca y un pañuelo rojo, que anudó al cuello con parsimonia y esmero; luego calzó las botas de cuero, negras y lustrosas, se ciñó firmemente la faja, también roja para combinar con el pañuelo, y se acomodó el facón de plata por detrás de la cintura. Finalmente, dobló el poncho bordó y se lo acomodó sobre el hombro izquierdo. Antes de salir al patio, agarró el rebenque y el sombrero de fieltro negro, que siempre dejaba colgados detrás de la puerta de entrada, y, dándole un beso en la frente a su esposa, le dijo: 

 —Ya vuelvo, voy al pueblo. Enseguida salió hacia el fondo, allá, en el corral, ensilló el caballo y, al rato y al trotecito manso, tomó el rumbo del pueblo. 


III 


EL BOLICHE 


A través de los amplios ventanales, Pedro Campos vio que el boliche estaba a medio llenar, como siempre a esa hora. Ató el caballo al palenque y entró, saludando a los presentes mientras se acercaba al mostrador, donde pidió un tinto y se puso a armar un firme. 


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9 págs. / 17 minutos / 608 visitas.

Publicado el 10 de junio de 2021 por Francisco A. Baldarena .

El Inmortal

Francisco A. Baldarena


cuento



EL VELORIO 


Aníbal Pérez tendría unos cinco o seis años, cuando le agarró un miedo terrible a la muerte. Todo se originó el día que su tío Manuel murió y al pobrecito de Aníbal le hicieron besar al muerto, frío como el mármol. Como su abuela, que lo criaba, no tuvo con quien dejarlo, se lo llevó al velorio con ella. Además del beso al muerto, que fue como darle un beso a la misma muerte, la parentela se pasó toda la noche entre accesos de llanto —de los lastimosos y de los histéricos—, quejidos moribundos y lúgubres lamentaciones. ¡Y todo alumbrado a trémula luz de velas! Con lo que Aníbal, todavía tuvo que vérselas con siniestras sombras fantasmales, moviéndose temblorosas sobre las paredes grises del living donde velaban al pariente. Y para terminar de completar el trauma, al otro día se lo llevaron al cementerio bajo una lluvia fina que, caprichosamente, se le había antojado caer justo esa mañana. El aterrado Aníbal, como una garrapata, no soltaba la falda de su abuela ni para ir al baño. Y la cosa no paró por ahí: de yapa, pesadillas aterradoras lo persiguieron durante casi un mes. 



CATALEPSIA 



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13 págs. / 23 minutos / 579 visitas.

Publicado el 8 de julio de 2021 por Francisco A. Baldarena .

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