Textos más populares esta semana de Francisco A. Baldarena

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autor: Francisco A. Baldarena


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Delfín

Francisco A. Baldarena


cuento


“Hasta que no hayas amado a un animal, una parte de tu alma permanecerá dormida.” 

Anatole France


Por fin, Sergio Agostini emprendía las tan postergadas vacaciones. 

   Hacía tres años que no sabía lo que era un descanso; entre la gerencia de la empresa y la ONG protectora de animales, de la cual era miembro activo, su vida era poco menos que vertiginosa. Pero desde un mes antes, había comenzado a sentir pequeñas punzadas en el pecho y a cansarse al menor esfuerzo. Por cuenta de eso fue a hacerse ver con un cardiólogo. 

   En la última consulta, el doctor le había dicho: “¡Pare con todo ya, o se muere!” Y eso significaba una sola cosa: olvidarse de la empresa y la ONG, por lo menos durante dos semanas, y pensar en su corazón. Después, bueno, delegar obligaciones y no tomarse tan a serio las acciones de la ONG. “Y nada de salvar pingüinos embadurnados de petróleo ni ballenas encalladas”, también eso le había advertido el doctor, antes de abandonar el consultorio. 

   El destino, elegido por Sergio, para el descanso fue Pinamar; lugar apacible en ese fin de temporada, y de acuerdo a lo que necesitaba. 

   Llegó temprano al hotel, antes de las seis de la mañana, y alrededor de las ocho ya estaba a camino de la playa, distante dos cuadras, cargado como un ekeko boliviano: silla plegable, sombrilla, botella de agua, libro, protector solar, toallón, hielera de telgopor, frutas, un yogurt light y los prismáticos. 


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3 págs. / 6 minutos / 314 visitas.

Publicado el 21 de octubre de 2021 por Francisco A. Baldarena .

Traición Se Paga con Muerte

Francisco A. Baldarena


cuento



El Científico 


Fue un grito descomunal. 

 —¡¡¡Eureka!!! —estalló el científico. 

 Al fin, después de largos años de investigación e innumerables experimentos, había conseguido crear una consciencia artificial. Ahora solo le faltaba encontrarle un cuerpo. 

 —Pero, ¿masculino o femenino? —se preguntó, y se quedó pensando en eso, con una mano en el mentón y otra en la cintura. 



Los Ayudantes del Científico


Los dos hombres se mantenían alertas, dentro del automóvil estacionado frente a la plaza, que bullía de gente joven, y a cada muchacha bonita que veían sentada en los bancos o pasando, como les recomendó el jefe, uno de ellos le sacaba una fotografía. 



Las Fotografías 


El científico examinó cada fotografía con detenimiento, separándolas en dos montones: uno con el descarte, correspondiente a las muchachas que no le habían gustado, y el otro para las que sí. Después volvió a hacer una nueva clasificación, y otra, y otra, hasta que quedó solo una fotografía. 

 —Tráiganme a esta —les ordenó a los ayudantes. 



La Escogida 


La muchacha estaba sola, sentada en el mismo banco de la misma plaza donde el día anterior había estado con el novio. En ese momento estaba esperándolo. 

 Los dos hombres que se sentaron junto a ella, uno a cada lado, la sacaron de los románticos pensamientos que la mantenían alejada del entorno. La sospecha y la intención de levantarse se dieron juntas, pero uno de ellos le impidió lo último agarrándola con fuerza, pero discretamente, por un brazo. Rápidamente, el otro le pasó unas fotografías. 

 —¿Conoces a esta gente? —le preguntó. 


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5 págs. / 9 minutos / 418 visitas.

Publicado el 19 de agosto de 2021 por Francisco A. Baldarena .

Laian y los Alienígenas

Francisco A. Baldarena


novela corta


Primera Parte






MALAS NOTICIAS 


Fluo Max acababa de salir del baño y se peinaba frente al espejo, cuando vio reflejado, detrás de él, la figura violeta de Opzmo, flotando y haciéndole señales, del lado de afuera. Su amigo le pareció un tanto desesperado, sin embargo, como era sabido por todos que Opzmo era dado a las exageraciones, lo dejaría esperando un rato. 
 «Un poco de aire fresco no le hace mal a nadie», dijo, sonriendo. El problema era que estaban en la estación fría. 
 Fue a la cocina, agarró un pedazo de torta de chocolate y, a través del comando de voz, abrió el ventanal y Opzmo, tiritando de frío, entró, como se dice, «con cuatro piedras en la mano». 
 —¿Cómo puedes comer esta porquería, Fluo? Bizcochuelo de trigo modificado, chocolate sintético, azúcar artificial. Porquería pura. 
 Fluo Max esperaba una recriminación de parte del amigo, por haberlo dejado esperando afuera con semejante frío, sin embargo… 
 —Pero sabe bien. ¿Quieres un poco? 
 Opzmo, que odiaba ese tipo de alimentos, puso cara de asco y, atajándose con las manos, dijo: 
 —¡Solo si me estuviera muriendo de hambre! 
 —Bien, cambiando de tema, ¿qué te trae por aquí tan temprano?  Opzmo tomó asiento. 
 —Kinio. Nos quiere a todos en el cuartel general, con urgencia. 
 —¿Kinio Kiniones Pauers? 
 —¿Hay, por acaso, otro Kinio Kiniones Pauers que conozcas, además, de nuestro jefe? 
 —No. Lo que pasa es que me tomaste por sorpresa. Y bien, ¿qué es lo que sabes? 
 —Apenas rumores. Tú sabes, lo de siempre: ataques esporádicos, sospechas de invasión, amenazas de bombas. Pero si Kinio nos manda a llamar con urgencia, por algo debe ser —aclaró Opzmo, balanceando la cabeza.


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63 págs. / 1 hora, 51 minutos / 769 visitas.

Publicado el 13 de septiembre de 2021 por Francisco A. Baldarena .

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