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autor: Franz Kafka etiqueta: Cuento


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El Pueblo Más Cercano

Franz Kafka


Cuento


Mi abuelo solía decir:

La vida es asombrosamente corta. Ahora, al recordarla, se me aparece tan condensada, que por ejemplo casi no comprendo cómo un joven puede tomar la decisión de ir a caballo hasta el pueblo más cercano, sin temer —y descontando por supuesto la mala suerte— que aun el lapso de una vida normal y feliz no alcance ni para empezar semejante viaje.


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Publicado el 14 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Un Fratricidio

Franz Kafka


Cuento


Se ha comprobado que el asesinato tuvo lugar de la siguiente manera:

Schmar, el asesino, se apostó alrededor de las nueve de la noche —una noche de luna— en la intersección de la calle donde se encuentra el escritorio de Wese, la víctima, y la calle donde ésta vivía.

El aire de la noche era frío y penetrante. Pero Schmar sólo vestía un delgado traje azul; además, tenía la chaqueta desabotonada. No sentía frío; por otra parte, estaba todo el tiempo en movimiento. Su mano no soltaba el arma del crimen, mitad bayoneta y mitad cuchillo de cocina, completamente desnuda. Miraba el cuchillo a la luz de la luna; la hoja resplandecía; pero no bastante para Schmar; la golpeó contra las piedras del pavimento, hasta sacar chispas; quizá se arrepintió de ese impulso, y para reparar el daño, la pasó como el arco de un violín contra la suela de su zapato, sosteniéndose sobre una sola pierna, inclinado hacia adelante, escuchando al mismo tiempo el sonido del cuchillo contra el zapato, y el silencio de la fatídica callejuela.

¿Por qué permitió todo esto el particular Pallas, que a poca distancia de allí lo contemplaba todo desde su ventana del segundo piso?

Misterios de la naturaleza humana. Con el cuello alzado, el vasto cuerpo envuelto en la bata, meneando la cabeza, miraba hacia abajo.

Y a cinco casas de distancia, del otro lado de la calle, la señora Wese, con el abrigo de piel de zorros sobre el camisón, miraba también por la ventana, esperando a su marido, que hoy tardaba más que de costumbre.

Finalmente sonó la campanilla de la puerta del escritorio de Wese, demasiado fuerte para la campanilla de una puerta; sonó por toda la ciudad, hacia el cielo, y Wese, el laborioso trabajador nocturno, salió de la casa, todavía invisible, sólo anunciado por el sonido de la campanilla; inmediatamente, el pavimento registra sus tranquilos pasos.


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Publicado el 14 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Contemplación

Franz Kafka


Cuento


Para M. B.

Franz Kafka

Niños en un camino de campo

Yo oía pasar los coches junto a la cerca del jardín, muchas veces los veía a través de los intersticios apenas oscilantes del follaje. ¡Cómo crujía en el cálido verano la madera de sus ruedas y varas! Del campo volvían los labradores, y se reían escandalosamente.

Yo estaba sentado en nuestro pequeño columpio, descansando entre los árboles del jardín de mis padres.

Del otro lado de la cerca el ruido no cesaba. Los pasos de los niños que corrían desaparecían en un instante; carros de cosechadores, con hombres y mujeres arriba y alrededor, oscurecían los canteros de flores; hacia el atardecer veía a un señor con un bastón, que se paseaba, y a un par de muchachas que venían cogidas del brazo en dirección opuesta, y se hacían a un lado sobre el césped, saludándole.

Luego los pájaros se lanzaban al espacio, como salpicaduras; yo los seguía con los ojos, los veía subir de un solo impulso, hasta que ya no me parecía que ellos subieran, sino que yo caía; debía sostenerme de las sogas, y comenzaba a balancearme un poco, de debilidad. Pronto me columpiaba con más fuerza, el aire refrescaba y en vez de los pájaros en vuelo aparecían temblorosas estrellas.

Cenaba a la luz de una bujía. A menudo apoyaba ambos brazos en la madera, y ya cansado, comía mi pan con manteca. Las agujereadas cortinas se hinchaban bajo el cálido viento, y muchas veces alguno que pasaba por afuera las sujetaba con la mano, como si quisiera verme mejor y hablar conmigo. Generalmente la bujía se apagaba de golpe y en el humo oscuro de la vela seguían girando un rato los insectos. Si alguien me interrogaba desde la ventana, yo le miraba como se mira una montaña o el vacío, y tampoco a él le importaba mucho que yo le respondiera.


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Publicado el 10 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

En la Galeria

Franz Kafka


Cuento


Si alguna débil y tísica écuyère del circo fuera obligada por un Director despiadado a girar sin interrupción durante meses en torno de la pista, a golpes de fusta, sobre un ondulante caballo, ante un público incansable; a pasar como un silbido, arrojando besos, saludando y doblando el talle, y si esa representación se prolongara hacia la gris perspectiva de un futuro cada vez más lejano, bajo el incesante estrépito de la orquesta y de los ventiladores, acompañada por decrecientes y luego crecientes olas de aplausos, que en realidad son martinetes a vapor… entonces, tal vez, algún joven visitante de la galería descendería apresuradamente las largas escalinatas, cruzaría todas las gradas, irrumpiría en la pista, y gritaría: «¡Basta!», a través de la charanga de la siempre oportuna orquesta.


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Publicado el 14 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

La Partida

Franz Kafka


Cuento


Ordené que trajeran mi caballo del establo. El sirviente no entendió mis órdenes. Así que fui al establo yo mismo, le puse silla a mi caballo, y lo monté. A la distancia escuché el sonido de una trompeta, y le pregunté al sirviente qué significaba. El no sabía nada, y escuchó nada. En el portal me detuvo y preguntó: "¿A dónde va el patrón?" "No lo sé", le dije, "simplemente fuera de aquí, simplemente fuera de aquí. Fuera de aquí, nada más, es la única manera en que puedo alcanzar mi meta". "¿Así que usted conoce su meta?", preguntó. "Sí", repliqué, "te lo acabo de decir. Fuera de aquí, esa es mi meta".


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Publicado el 24 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Ante la Ley

Franz Kafka


Cuento, Fábula


Ante la ley hay un guardián. Un campesino se presenta frente a este guardián , y solicita que le permita entrar en la Ley. Pero el guardián contesta que por ahora no puede dejarlo entrar. El hombre reflexiona y pregunta si mas tarde lo dejarán entrar.

—Tal vez — dice el centinela — pero no por ahora.

La puerta que da a la Ley está abierta , como de costumbre; cuando el guardián se hace a un lado, el hombre se inclina para espiar. El guardián lo ve, se sonríe y le dice:

—Si tu deseo es tan grande haz la prueba de entrar a pesar de mi prohibición. Pero recuerda que soy poderoso. Y sólo soy el último de los guardianes. Entre salón y salón también hay guardianes, cada uno mas poderoso que el otro. Ya el tercer guardián es tan terrible que no puedo mirarlo siquiera.

El campesino no había previsto estas dificultades; la Ley debería ser siempre accesible para todos, piensa, pero al fijarse en el guardián, con su abrigo de pieles, su nariz grande y aguileña, su barba negra de tártaro, rala y negra, decide que le conviene mas esperar. El guardián le da un escabel y le permite sentarse a un costado de la puerta. Allí espera días y años. Intenta infinitas veces entrar y fatiga al guardián con sus súplicas. Con frecuencia el guardián conversa brevemente con él, le hace preguntas sobre su país y sobre muchas otras cosas; pero son preguntas indiferentes, como las de los grandes señores, y, finalmente siempre le repite que no puede dejarlo entrar. El hombre, que se ha provisto de muchas cosas para el viaje, sacrifica todo, por valioso que sea para sobornar al guardián. Este acepta todo, en efecto, pero le dice:

—Lo acepto para que no creas que has omitido ningún esfuerzo.


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Publicado el 24 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Una Pequeña Fábula

Franz Kafka


Cuento, Fábula


"Ay", dijo el ratón, "el mundo se está haciendo más chiquito cada día. Al principio era tan grande que yo tenía miedo, corría y corría, y me alegraba cuando al fin veía paredes a lo lejos a diestra y siniestra, pero estas largas paredes se han achicado tanto que ya estoy en la última cámara, y ahí en la esquina está la trampa a la cual yo debo caer".

"Solamente tienes que cambiar tu dirección", dijo el gato, y se lo comió.


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Publicado el 24 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Josefina la Cantora o el Pueblo de los Ratones

Franz Kafka


Cuento


Nuestra cantora se llama Josefina. Quien no la ha oído no conoce la potencia del canto. No hay nadie a quien no arrebate su canto: esto debe valorarse porque nuestra raza, en general, no ama la música. La quietud es nuestra música más querida. Nuestra vida es difícil, y no podemos —siquiera cuando tratamos de desprendernos de todos los cuidados diarios— elevarnos hasta cosas tan lejanas como la música.

Sin embargo, no nos quejamos: no llegamos a tanto, consideramos que nuestra mayor virtud es una astucia práctica, que por cierto necesitamos con extrema urgencia, y con la sonrisa de esa astucia solemos consolarnos de todo, hasta de añorar la dicha que tal vez produce la música (pero esto no sucede). Pero Josefina es la excepción: ama la música y también sabe comunicarla: es única, y cuando nos deje desaparecerá la música de nuestra vida, quién sabe hasta cuándo.

Suelo preguntarme qué sucede realmente con esa música. Puesto que somos nulos para ese arte, cómo comprendemos el canto de Josefina (pero Josefina niega nuestra comprensión, tal vez sólo creamos comprenderla). La respuesta más simple sería que es tan grande la belleza de este canto, que hasta los sentidos más torpes no pueden resistirla, pero esa respuesta no satisface. Si así fuera debería tenerse, de inmediato y siempre ante ese canto, la sensación de que en esa garganta resuena algo que nunca se oyó antes y que podemos oír porque Josefina, y sólo ella, nos capacita para oírlo. Pero justamente, según mi opinión, no sucede así, no siento eso y no he notado que otro sintiera algo parecido. En círculos íntimos, confesarnos abiertamente que el canto de Josefina no es nada extraordinario como canto.

¿Es siquiera un canto? A pesar de que no sentimos la música tenemos tradiciones de canto.


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Publicado el 24 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

La Verdad Sobre Sancho Panza

Franz Kafka


Cuento


Sancho Panza, que por lo demás nunca se jactó de ello, logró, con el correr de los años, mediante la composición de una cantidad de novelas de caballería y de bandoleros, en horas del atardecer y de la noche, apartar a tal punto de sí a su demonio, al que luego dio el nombre de don Quijote, que este se lanzó irrefrenablemente a las más locas aventuras, las cuales empero, por falta de un objeto predeterminado, y que precisamente hubiese debido ser Sancho Panza, no hicieron daño a nadie. Sancho Panza, hombre libre, siguió impasible, quizás en razón de un cierto sentido de la responsabilidad, a don Quijote en sus andanzas, alcanzando con ello un grande y útil esparcimiento hasta su fin.


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Publicado el 8 de junio de 2016 por Edu Robsy.

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