Textos más descargados de Gabriel Miró | pág. 6

Mostrando 51 a 60 de 95 textos encontrados.


Buscador de títulos

autor: Gabriel Miró


45678

Hilván de Escenas

Gabriel Miró


Novela


Preliminares

I. Escenario

Entre dos estribaciones enormes y fragosas del Aylona, serpea el valle de Badaleste, hondo y vicioso.

En el horcajo de tamañas sierras, en altitud bravía está Confines, viejo y parduzco pueblecillo sobre cuyo costroso hacinamiento de tejados verdinegros, eleva la decrépita Abadía su campanario estrecho, amarillento y alto, maculado junto a su cornisa por las rudas y ennegrecidas piedras que deja ver un desgarrón de la fachada.

Las paredes de las últimas casas del pueblo reciben ávidas las caricias de los primeros verdores del valle. Éstos se originan con escalones inmensos de ondulantes mieses, sombreadas de trecho en trecho por redondos olivos y talludos almendros de retorcidos y negrales troncos.

Turnan con los trigos tablares de lozanas hortalizas distribuidas en geométricas figuras; rumorosos maizales; aterronados barbechos; y de nuevo la mies sucede, alta, apretada, undosa, bajando en gradería, afelpando transversalmente en verdes franjas o en oleadas de oro el pie de las colinas.

Es diversa la decoración de la sierra: los manchones espesos de los pinares la obscurecen; almendros de gaya pompa trepan briosos por las laderas y las brochean de un verde claro; erizados espliegos, virtuosos romeros, cortezosos tomillos, punzantes aliagas, la sahúman y arrebozan espléndidamente. Pero la flora se detiene, se interrumpe de cuando en cuando, y aparece el cantorral gris o albarizo.

En los sitios más suaves y bajos de las estribaciones se dilata en prolongadas paralelas el pálido olivar; y arriba, en las más fieras altitudes, se descubren tersas calvicies cenicientas, rojizas gargantas; y entre las quebraduras se retuercen añosas y gemidoras encinas.


Leer / Descargar texto

Dominio público
103 págs. / 3 horas, 1 minuto / 113 visitas.

Publicado el 29 de julio de 2020 por Edu Robsy.

Estampas de un León y una Leona

Gabriel Miró


Cuento


I. El desierto

La leona venía despacio, dulce, tibia, encarnada de sol poniente, un sol redondo, de hierro vivo de fragua, que humeaba al entrarse en el arenal. Caminaba sintiendo el ritmo de todo su cuerpo, la sensación resbaladiza de sus ijares sudados, la condescendencia de su cola, que le pesaba blandamente de anca en anca. Le parecía que iba abriendo el silencio como una hierba tierna.

A media tarde, por el arco del horizonte, pasó una caravana, una larga hilera de camellos flacos, que, al recoger el olor de leona, se precipitaron a grandes zancadas, estampando rápidos triángulos en el azul. Y después, ni una nube, ni un ave, ni una ola de aire había removido la soledad del desierto y del cielo. Todo crispándose, tan seco, tan metálico, que la leona lo sentía vibrar como si tuviese un finísimo abejorro de plata en sus rapadas orejas.

La inmensidad de pliegues, de abolladuras, de aristas, de lomas y planicies, se moraba y enrojecía de crepúsculo. Semejaba que la leona estuviese siempre en medio del mismo ruedo, de un escudo abrasante de arena y de vaho, y en el borde comenzaban a subir unas palmeras diminutas, donde se quedó el león postrado frente al pozo, con los brazos tendidos, rectos, juntos; las garras, cerradas; todo en una actitud arquitectónica de capitel; pero un capitel que fuese lo único del monumento a que perteneció, y ha de seguir resistiendo un conjunto y participando de una armonía que han desaparecido.

La leona le pasó la hoja de lis de su lengua, quitándole la pulverización del desierto que se cristalizaba en su ceño sublime, y le enjugó dos lágrimas envejecidas; pero el león seguía mirando el filo del sol de las dunas, y ella se apartó del oasis sin decirle nada.

Ahora volvía hundiéndose hasta el vientre en lo esponjoso de las hoyadas, resbalándole las garfas con un ardiente crujido en los suelos apretados.


Leer / Descargar texto

Dominio público
14 págs. / 26 minutos / 38 visitas.

Publicado el 18 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

En Automóvil

Gabriel Miró


Cuento


Audaz, raudo y glorioso hendía un automóvil la soledad y el silencio de los campos. Ibamos en él amigos buenos a un pueblo montañoso. Y decíamos con encendido entusiasmo y regocijo: “No debe ser justo ni lícito mirar esta máquina tan someramente que sólo veamos en ella riquezas, viaje, placer, expansión de su dueño; porque estos automóviles fuertes y viajeros llegan a ser como una vida palpitadora con poderío, voluntad y arrogancia suyos.”

Pasados los campos y lugares cercanos y sabidos, penetramos gozosamente en el paisaje nuevo, hosco, que parecía venir enemigo hacia nosotros, y ya a nuestro lado, se apartaba y tendía sumiso y amoroso entregándonos el olor de su vida y fortaleza.

Cielo, montañas, ríos, arboleda, casales, yuntas, piedras, hierbas que orillan los caminos, puentes, cruces, labriegos, humos y senderos... Todo nos "miraba” y dejaba alegría, dicha y ansias dominadoras.


... ¡Alma mía!
No aspires más allá de lo posible,
cual si fueras deidad...


Nos avisábamos con palabras de Píndaro. ¡Oh, el Tebano divino, cantor de púgiles y vencedores con el carro y cuadriga, qué ardiente loor no hubiera dicho sintiéndose arrebatado en el regazo de un automóvil, monstruo sin bridas, altivo, llevado por manos mozas y fáciles que lo dejan precipitar anhelosamente, y las ruedas corren, vuelan sin obediencia a vías ni relejes!...

El horizonte de serranía, que antes veíamos suave y esfumado en azul, llegaba a nuestro ojos alumbrado, desnudo, enseñando heridas, abismos, verdores de pastura, rojas torrenteras, gayas altitudes soberanas de silencio, ungidas de cielo...

Considerábamos ya el automóvil carne, ave, alma delirante, ebria de alegría. No hablábamos; creíamos ser nosotros los que desgarrábamos espacio y distancias arrojándolo todo a nuestra espalda...


Leer / Descargar texto

Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 59 visitas.

Publicado el 13 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

El Río y Él

Gabriel Miró


Cuento


Desde su origen, el río se amó a sí mismo. Sabía sus hermosuras, el poder de su estruendo, la delicia de sus rumores de suavidad, la fertileza que traía, la comprensión fuerte y exacta de su mirada.

Lo cantaban los poetas; las mujeres sonreían complacidas en sus orillas; los jardines palpitaban al verse en sus aguas azules; los cielos se deslizaban acostados en su faz; las nieblas le seguían dejándole sus vestiduras, y bajaba la luna, toda desnuda, y se desposaba con cada gota y latido de su corriente.

Era muy bueno. Quizá fuese tan bueno en fuerza de amarse tanto, porque se amaba amándolo todo en sí mismo. Es verdad que algunas veces consentía que se le incorporasen otros caudales extraños, unos arrabaleros de monte que le daban sus sabores y siniestros, hinchándolo y apartándolo de la serenidad de la madre. Entonces cometía hasta ferocidades. No veía ni poetas, ni mujeres, ni jardines. Nada. Se quedaba ciego. Pero, entonces, no era el río, sino la riada. El verdadero río era un lírico de bien. Lo toleraba todo. Cuando más anchamente se tendía por el llano, le quebraban el camino, cavándoselo; tenía que derrocarse; se precipitaba buscándose; se despedazaba y bocinaba torvo y rápido, exhalando un vaho de espumas, un tumulto pavoroso. Unas turbinas le arrancaban la fuerza torrencial. Y él no se enfadaba. Otras veces le salía un caz del molino. Nada tan inocente y tranquilo como un caz. Y el río, tan sabio y grande, le obedecía, dándole un brazo para moler el pan de los hombres. No es que se dejara embaucar. ¡Ni cómo habían de engañarle siendo de una rapidez maravillosa para comprenderlo todo! Se asimilaba todo lo que pasaba sobre su cuerpo y a su lado: aves, nubes, rebaños, praderas, monasterios, cortinales blancos de granjas, frondas viejas, senderos, aceñas, cruces de término, fábricas con chimeneas; hasta el humo de hulla subiendo al azul lo copiaba él atónitamente.


Leer / Descargar texto

Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 43 visitas.

Publicado el 18 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

El Rápido París-Orán

Gabriel Miró


Cuento


Hay en todos los pueblos un grupo romántico de señoritos mozos que acuden a oler el perfume de lo nuevo que pasa en el ferrocarril o diligencia, parados brevemente en la estación o en la plaza del lugar.

No es vana holganza lo que motiva sus lentos paseos hacia la estación o la espera en la plaza, sinos romanticismo, tal vez virgen o escondido aun para esos mismos corazones. Estos señoritos tienen en sus manos bastones; muestran cinturón con hebilla, que casi siempre forma una blanca herradura; calzan botas muy grandes cortezosas de lustre. Se desconoce la razón del radicalismo en tocarse: o traen el sombrero con grave perjuicio de los ojos, de puro hundido, o levemente puesto hacia atrás, dejando manifiesta la mitad del peinado.

...En la colina, sobre la verdura pasada del sol poniente, brota un copo de humo que se pierde en la cúpula del cielo.

Allí ha ido el mirar de los jóvenes. Después, atienden callados y contando sus pisadas crujidoras.

El señor jefe de estación, o la gorra del señor jefe —la única galoneada gorra del pueblo, olvidando la del señor alguacil— es para ellos evocación sagrada de todos los trenes. Y la miran respetuosamente; y miran amables a sus amigos, los viejos eucaliptos o las rugosas acacias, árboles ferroviarios, con sus pobres copas ahumadas.

Cuando aparece el negro y poderoso pecho de la máquina, se detienen los jóvenes. De ellos revisan su ceñidor; otros limpian con el pañuelo su calzado; y en el pecho de todos ha sonado un latido que no es el latido isócrono, vulgar, que sienten cuando andan por las callejas o platican en la farmacia o se aburren en las salas de sus casas y en el casino.

Ya parado el tren, los ojos lugareños recorren los cristales de los vagones y quedan entretenidos golosamente ante los de primera clase.


Leer / Descargar texto

Dominio público
4 págs. / 8 minutos / 62 visitas.

Publicado el 16 de enero de 2022 por Edu Robsy.

El Presagio

Gabriel Miró


Cuento


Naturalmente somos los alicantinos distraídos, indolentes y pacíficos. No cavamos nuestra alma con lentas y profundas meditaciones ni resistimos mucho tiempo un mismo pensamiento.

Es verdad que lo nuevo, lo inesperado, nos intranquiliza y alborota, y que lo decimos y comentamos, y de todo contendemos muy ardientemente, viéndolo desemejante por excesos imaginativos. Mas luego vienen las zumbas y risas y el olvido, y somos dichosos en la dejadez, indiferencia y socarronería.

Hay en el diccionario un vocablo que sospecho extraído de la cantera espiritual de nuestro pueblo. Alicantina, f. fam.: «treta, astucia o malicia con que se procura engañar o no ser engañado».

De modo que no necesitamos de bizarrías, audacias ni de costosas empresas. Nos basta con una alicantina o varias, y se desliza nuestra vida placenteramente, contemplando el mar liso, bruñido, perezoso, y los campos, secos, amarillentos; todo cegador de lumbre, que hace entornar los ojos y nos predispone para una siesta eterna y venturosa. A esto y a nuestros buenos padres los árabes culpamos de nuestro temperamento. Otros antiguos contribuirían también. Yo no sé lo que de nuestra psicología hubiera escrito Stendhal, la señora Stäel, Taine... Da lo mismo. Quizás Unamuno nos diría cuatro lindezas o cuatro frescas. Perdería el tiempo.


Leer / Descargar texto

Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 76 visitas.

Publicado el 28 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Pececillo del Padre Guardián

Gabriel Miró


Cuento


Cuando el tren, un tren mixto muy viejo, abandonó la humilde estación, penetró en Sigüenza todo el silencio de aquellos lugares; porque era una de esas estaciones desamparadas, sin pueblo. El pueblo que le había dado generosamente su nombre estaba perdido en la soledad, sin tren. Era una de las más castizas estaciones españolas.

Andando atravesó Sigüenza campos arrugados por la labranza, terronosos y duros. Las cebadas, antes de espigar, tenían color de maduras, quemadas de sed; la viña, apenas mostraba algunos nudos tiernos por el brote; las sendas pasaban retorcidas, huyendo delante de las masías, muchas ya cerradas por la emigración.

Y los bancales yermos, con árboles crispados; las tierras enjutas; los rastrojos inmensos, tejían, ensamblándose, la parda solana, tendida y muda bajo el cielo glorioso de la tarde.

Unos suaves oteros se iban desdoblando lejanamente.

En la profunda paz resonaban las nachas de dos campesinos.

Derribaban un ciprés venerable que estuvo más de un siglo solitario y rígido, como en oración, elevándose serenamente sobre la abundancia o la miseria del paisaje.

Al amor de una dulce umbría quedaba un rodal de sembrado fresco y vivo. Sentose Sigüenza en la linde, y las alondras huyeron quejándose.

El camino era blanco y seco, sin una huella de rebaño ni de caminante.

No había nadie en toda la tarde.

En el ocaso, subía una niebla desde el hondo transparentándose sobre las cansadas brasas del sol. Se levantó Sigüenza; y su sombra se agrandaba en las cuestas de los oteros.

A su espalda oyó las alondras que volvían, llamándose al refugio de los cachos del bancal.

Cruzó la desolación de una barranca, donde una higuera vieja desenterraba sus manos trágicas de raíces.


Leer / Descargar texto

Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 40 visitas.

Publicado el 27 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Molino

Gabriel Miró


Cuento


La mañana es más clara y gozosa en torno del molino.

Ruedan las velas henchidas, exhalando una corona de luz como la que tienen los santos.

En el reposo caliente y duro parece que se oiga la senda rajándose de sol y hormigueros. El viento que bajó de la quebrada, y se durmió en la pastura, y se puso a maldecir en los vallados y en el cornijal de las heredades, da un brinco y se sube al molino, y tiembla y bulle en las aspas de lona.

Las seis alas se juntan en una para los ojos: la que está en lo alto y hace más jovial y más fresco el azul. Y desde arriba canta una tonada de brisa luminosa que dice:

—¡Buen día y pan!

Ya no tiene que trabajar la muela, o se ha marchado el viento antes que el maquilero, y el molino se va parando, parando...

Se queda inmóvil y como desnudo.

Una hormiga gorda, sin soltar el grano que cogió del portal, le murmura a su comadre:

—¡Mira el molino! ¡Tenía una vela remendada!

La comadre se ríe, frotándose los palpos.

—¡Válgame! ¡Tanta vanagloria, y con un remiendo!

Se marchan muy ahina a su troje de la senda para contar el secreto del molino.

El molino no las ve. Sólo atiende hacia las grandes distancias, esperando. Sus seis velas son seis hermanas cogidas de los brazos y de las túnicas de virgen, y también aguardan, calladas, en el azul.

Pero es verdad: una tiene un remiendo, y cuando todas volaban, el remiendo florecía de color suave de trigo y de miel en la blancura de las otras alas.

Ha saltado otra vez el aire. Se comban y crujen las entenas, y, al rodar, parece que se alzaron juntas todas las palomas de la comarca. ¡Qué gozo da el molino y su campo! Trasciende el grano y la harina. La vela remendada esparce gloriosamente su color maduro de sol en la corona de blancura que tejen sus mejillas sobre el cielo. El remiendo entona las claridades en lo alto, y, bajo, hace candeal.


Leer / Descargar texto

Dominio público
1 pág. / 2 minutos / 47 visitas.

Publicado el 18 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

El Mar: el Barco

Gabriel Miró


Cuento


Mi ciudad está traspasada de Mediterráneo. El olor de mar unge las piedras, las celosías, los manteles, los libros, las manos, los cabellos. Y el cielo de mar y el sol de mar glorifican las azoteas y las torres, las tapias y los árboles. Donde no se ve el mar se le adivina en la victoria de luz y en el aire que cruje como un paño precioso.

En mi ciudad, desde que nacemos, se nos llenan los ojos de azul de las aguas. Ese azul nos pertenece como una porción de nuestro heredamiento, una herencia enteramente romántica si no tenemos barcos ni mercaderías.

Y llegó una mañana en que el mar, tan entregado siempre a nosotros, tan dócil a través de todo, se alzó cara a cara de nosotros. Estábamos en la costa. Claridad de distancias vírgenes, de silencio, silencio entre un trueno de espumas, un temblor de brisa que aleteaba en nuestras sienes, en nuestros párpados y en nuestra boca. Un contacto de creación desnuda que calaba la piel y la sangre. Carne de alma, y el alma como un ala comba, vibrante, dolorida y gozosa de doblarse y distenderse, pero hincada en la peña. Sensación olorosa de firmamento. La mirada y el afán cogidos en nuestra vida, y alejándose encima de las aguas, aspirándolas, tocándolas sin tropiezo, como alciones hermanos. Un pasmo, una congoja del ámbito eterno y del horizonte que nunca gozaremos. Un dolor frío que quema los ojos. Y el cielo y el mar se levantaban delante de nuestra frente, se alzaban tendidos, sensitivos y duros.

De pronto tuvimos la conciencia de la soledad; de la soledad de nuestro cuerpo, de su latido caliente junto a la soledad de las aguas, soledad que no es un estado como en nosotros, sino un concepto sin realización humana, y se avivó el de eternidad sin nosotros, el de la naturaleza sublimada en sí misma.


Leer / Descargar texto

Dominio público
2 págs. / 5 minutos / 54 visitas.

Publicado el 18 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

El Humo Dormido

Gabriel Miró


Novela


A Óscar Esplá


De los bancales segados, de las tierras maduras, de la quietud de las distancias, sube un humo azul que se para y se duerme. Aparece un árbol, el contorno de un casal; pasa un camino, un fresco resplandor de agua viva. Todo en una trémula desnudez.

Así se nos ofrece el paisaje cansado o lleno de los días que se quedaron detrás de nosotros. Concretamente no es el pasado nuestro; pero nos pertenece, y de él nos valemos para revivir y acreditar episodios que rasgan su humo dormido. Tiene esta lejanía un hondo silencio que se queda escuchándonos. La abeja de una palabra recordada lo va abriendo y lo estremece todo.

No han de tenerse estas páginas fragmentarias por un propósito de memorias; pero leyéndolas pueden oírse, de cuando en cuando, las campanas de la ciudad de Is, cuya conseja evocó Renán, la ciudad más o menos poblada y ruda que todos llevamos sumergida dentro de nosotros mismos.


Leer / Descargar texto

Dominio público
101 págs. / 2 horas, 57 minutos / 207 visitas.

Publicado el 27 de julio de 2020 por Edu Robsy.

45678