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autor: Gabriel Miró


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Figuras de la Pasión del Señor

Gabriel Miró


Cuento, religión


A mi madre, que me ha contado muchas veces la Pasión del Señor.

Judas

«Y dijo uno de sus discípulos, Judas Iscariote, el que le había de entregar: "¿Por qué no se ha vendido este ungüento en trescientos denarios para socorrer pobres?"».

(S. Juan, XII, 4, 5)

Levantaron las mujeres sus ojos al azul de la tarde, y prorrumpieron en palabras de júbilo y bendiciones al Señor.

Muy alto, entre Cafarnaum y Bethsaïda, venía el gracioso triángulo de una bandada de grullas.

Doce aves vio María Salomé. Y las contaba con nombres: Mateo, Tomás, Felipe, Bartolomé, Simón el Zelota, Santiago el Menor y su hermano Judas, Simón Kefa y Andrés su hermano, y Santiago y Juan. ¡La de la punta, el Rábbi! ¡Sus hijos, sus hijos volaban al lado de la grulla cabecera!

La madre de la mujer de Kefa sonrió descreídamente, porque sabía que su Simón guardaba la promesa de las llaves del Reino de los Cielos. Pero pronto olvidaron sus querellas para recibir devotamente el anuncio de la llegada del Maestro y los suyos. El Señor les enviaba su mensaje con las aves de cielo, porque todas las criaturas le pertenecían.

Y cuando bajaron los ojos a la tierra se les apareció un caminante entre las barcas derribadas sobre la frescura del herbazal.

Era un hombre seco, de cabellos rojos, que le asomaban bajo el koufieh de sudario mugriento; su mirada, encendida; sus labios, tristes.

María Salomé le gritó con gozoso sobresalto:

—¿Vienes también tú de parte del Señor?

El hombre se detuvo.

—¡El Señor! ¿Quién es el Señor? ¿Es el solitario que come langostas crudas de los pedregales y miel de los troncos, y camina clamando por el desierto?

Las mujeres se miraron pasmadas de la ignorancia del forastero.

—¡Ese fue Juan! Y lo degolló el Tetrarca en Mackeronte.


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279 págs. / 8 horas, 9 minutos / 227 visitas.

Publicado el 25 de julio de 2020 por Edu Robsy.

El Beso del Esposo

Gabriel Miró


Cuento


No siempre el beso legítimo es de miel y vida para la boca besada... Yo sé que a veces tiene amargor y muerte...

—¿Cuándo, cuándo sucede esa desventura tan grande por un beso? —prorrumpieron, entristeciéndose, las gentiles doncellas que vinieran aquella tarde otoñal a la apartada Villa de tía Isabel.

Y la hermosa señora de opulentos cabellos de plata y continente de reina, les dijo con donaire y melancolía...

—¿Y si las avecitas de este parque lo oyeran, y luego me acusaran a vuestros padres, cuya rancia severidad es enemiga de estas pláticas y aun de que vengáis a mi retiro?

—Cuente, tía Isabel, que sus palabras nunca son pecado; y hemos de darle nuestra compañía muchas tardes.

Esto lo pronunció la más joven de las sobrinas, que llevaba como una túnica blanca; su carne parecía de un ámbar purísimo.

Y todas descansaron en el vetusto banco de cedro.

Dejaron en medio a tía Isabel que habló de esta manera:

—De libros muy antiguos sacaron la substancia de una conseja muy linda. «Érase una mujer que desde niña, casi recién nacida, fue avezada al zumo de serpientes, y hasta se afirma que la alimentaron y criaron con sangre de tan espantosos animales. Y lo que para todos era tósigo y muerte, fue para ella salud y vida. Creció y se hizo lozana y hermosísima, aunque en sus ojos no sé qué brillaba de siniestro y bravío.


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Dominio público
5 págs. / 10 minutos / 88 visitas.

Publicado el 28 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Las Cerezas del Cementerio

Gabriel Miró


Novela


I. Preséntanse algunas figuras de esta fábula

Desde el primer puente del buque contemplaba Félix la lenta ascensión de la luna, luna enorme, ancha y encendida como el llameante ruedo de un horno. Y miraba con tan devoto recogimiento, que todo lo sentía en un santo remanso de silencio, todo quietecito y maravillado mientras emergía y se alzaba la roja luna. Y cuando ya estuvo alta, dorada, sola en el azul, y en las aguas temblaba gozosamente limpio, nuevo, el oro de su lumbre, aspiró Félix fragancia de mujer en la inmensidad; y luego le distrajo un fino rebullicio de risas. Volviose, y sus ojos recibieron la mirada de dos gentiles viajeras cuyos tules, blancos, levísimos, aleteaban sobre el pálido cielo.

Se saludaron; y pronto mantuvieron muy gustoso coloquio, porque la llaneza de Félix rechazaba el enfado o cortedad que suele haber en toda primera plática de gente desconocida. Cuando se dijeron que iban al mismo punto, Almina, y que en esta misma ciudad moraban, admirose de no conocerlas siendo ellas damas de tan grande opulencia y distinción. Es verdad que él era hombre distraído, retirado de cortesanías y de toda vida comunicativa y elegante.

—Tampoco nosotras —le repuso la que parecía más autorizada por edad, siendo entrambas de peregrina hermosura— sabemos de visitas ni de paseos. Yo nunca salgo, y mi hija sólo algunas veces con su padre.

Y entonces nombró a su esposo: Lambeth; un naviero inglés, hombre rico, enjuto de palabra y de carne, rasurado y altísimo.

Félix lo recordó fácilmente.

...Ya tarde, después de la comida, hicieron los tres un apartado grupo; y se asomaron a la noche para verse caminar sobre las aguas de luna. La noche era inmensa, clara, de paz santísima, de inocencia de creación reciente...

—¡Da lástima tener que encerrarnos! —dijo la esposa del naviero.


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Dominio público
167 págs. / 4 horas, 52 minutos / 445 visitas.

Publicado el 20 de julio de 2020 por Edu Robsy.

Dentro del Cercado

Gabriel Miró


Novela


Primera parte

I

Laura y la vieja Martina suspiraron, alzando los ojos y el corazón al Señor. La enferma las había mirado y sonreído. Sus secas manos asían crispadamente el embozo de las ropas; los párpados y ojeras se le habían ennegrecido tanto, que parecía mirar con las órbitas vacías. Pero, estaba mejor; lo decía sonriendo.

Laura puso el azulado fanal al vaso de la lucerna; envolviose en su manto de lana, cándido y dócil como hecho de un solo copo inmenso y esponjoso; y, acercando la butaca, reclinó su dorada cabeza en las mismas almohadas de la madre.

Todo el celeste claror de la pequeña lámpara, que ardía dulce y divina como una estrella, cayó encima de la gentil mujer. Descaecida por las vigilias y ansiedades, blanca y abandonada en el ancho asiento, su cuerpo aparecía delgado, largo y rendido, de virgen mística después de un éxtasis ferviente y trabajoso. Pero, al levantarse para mirar y cuidar a la postrada, aquella mujer tan lacia y pálida, se transfiguraba mostrándose castamente la firme y bella modelación de su carne.

Venciendo su grosura y cansancio salió Martina, apresurada y gozosa; y golpeó y removió al criado de don Luis, que dormía en el viejo sofá de una solana, cerrada con vidrieras.

Despertose sobresaltado el mozo, preguntando:

—¿Ya ha muerto?

Martina lo maldijo enfurecidamente.

—¡La señora no ha muerto ni morirá! La señora habla y duerme, y está mejor...

—Entonces se muere, y pronto...

Y tornó a cabecear este buen nombre que venteaba la desventura.

Martina abrió la ventana. Había luna grande, dorada y vieja, mordida en su corva orilla por la voraz fantasma de la noche. Los campos desoladores, eriazos con rodales y hondos de retamas y ortigas, emergían débilmente de la negrura untados de una lumbrecita lunar de tristeza de cirios.


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81 págs. / 2 horas, 22 minutos / 131 visitas.

Publicado el 25 de julio de 2020 por Edu Robsy.

La Novela de mi Amigo

Gabriel Miró


Novela corta


A la memoria del maestro Lorenzo Casanova


«Mis ojos han desfallecido de miseria.
Pobre soy yo y en trabajos desde mi juventud».

(Libro de los Salmos, LXXXVII)

I. Su infancia

Mi madre fue lavandera; mi padre, albañil. Tuve una hermanita que se llamaba Lucía. La vida de esta hermana puedo decir que se redujo al espanto de su muerte... Mi padre había salido a la faena; mi madre, a lavar en una acequia muy honda que pasaba cerca de nuestra casa. Lucita quedó a mi cuidado. Tenía yo diez años; ella no llegaba a tres; ¡qué digo tres: ni dos y medio! Jugamos con un gato largo y flaco, de piel de conejo de patio, manso, paciente por comodidad y egoísmo; cuando lo tomábamos guardaba sus viejas uñas y se fingía dormido. Después, jugamos a tiendas; es decir, era yo solo quien hacía de mercader y de criada que compraba azafrán, perejil, arroz, pimiento molido, cebollas, lentejas (fíjese en la humildad de nuestro comercio; y es que copiábamos en bromas las veras de lo que mercaba nuestra madre). Y Lucía, sentadita, con los ojos muy anchos... ¿Usted ha observado cómo miran los hermanitos a los hermanos grandes? ¡Qué admiración tan tierna y verdadera tienen esos ojos! Pues Lucita contemplaba mis manos y mi boca porque yo remedaba la voz, las falacias, los ademanes del abacero y la charla gritadora de las mujeres de su parroquia. Siendo tan chiquitina, demostraba saber su debilidad y menoría. Le pasmaba mi destreza para hacer cucuruchos de periódicos, y más que todo admiraba mi peso de cortezas de naranja... Pero también nos cansamos de las riendas. Entonces le dije si quería pan, porque yo tenía hambre. Busqué en la alacena. Y el pan era duro.

—Lo torraremos, ¿verdad? —le propuse—, y yo seré un hornero que cocería el pan que tú trajeses al horno, ¿quieres?


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63 págs. / 1 hora, 50 minutos / 119 visitas.

Publicado el 24 de julio de 2020 por Edu Robsy.

El Presagio

Gabriel Miró


Cuento


Naturalmente somos los alicantinos distraídos, indolentes y pacíficos. No cavamos nuestra alma con lentas y profundas meditaciones ni resistimos mucho tiempo un mismo pensamiento.

Es verdad que lo nuevo, lo inesperado, nos intranquiliza y alborota, y que lo decimos y comentamos, y de todo contendemos muy ardientemente, viéndolo desemejante por excesos imaginativos. Mas luego vienen las zumbas y risas y el olvido, y somos dichosos en la dejadez, indiferencia y socarronería.

Hay en el diccionario un vocablo que sospecho extraído de la cantera espiritual de nuestro pueblo. Alicantina, f. fam.: «treta, astucia o malicia con que se procura engañar o no ser engañado».

De modo que no necesitamos de bizarrías, audacias ni de costosas empresas. Nos basta con una alicantina o varias, y se desliza nuestra vida placenteramente, contemplando el mar liso, bruñido, perezoso, y los campos, secos, amarillentos; todo cegador de lumbre, que hace entornar los ojos y nos predispone para una siesta eterna y venturosa. A esto y a nuestros buenos padres los árabes culpamos de nuestro temperamento. Otros antiguos contribuirían también. Yo no sé lo que de nuestra psicología hubiera escrito Stendhal, la señora Stäel, Taine... Da lo mismo. Quizás Unamuno nos diría cuatro lindezas o cuatro frescas. Perdería el tiempo.


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4 págs. / 7 minutos / 81 visitas.

Publicado el 28 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Día Campesino

Gabriel Miró


Cuento


«Y aver alegría
Syn pesar nunca cuede,
Commo syn noche día
Jamás aver non puede».

(El Rabbi Don Sem Tob, Proverbios morales)


Se olía y aspiraba en la mañana una templada miel. Ya tenían los almendros hoja nueva y almendrucos con pelusa de nido; la piel gris de las rígidas higueras se abría, y el grueso pámpano reventaba; y lo más nudoso y negro de las cepas abuelas se alborozaba con sus netezuelos los brotes. Eran rojas las tierras, y así semejaban más calientes. El río, estrecho y centelleante de sol, aparentaba dar de su fondo fuego de oro y era limpia espada que traspasaba la rambla con dichosas heridas de frescura. Venía el agua somera, sin ruido y apenas estremecida por los cantos y guijas de la madre. Estaban rubias y mullidas las márgenes de tamarindos arbusteños; y en lo postrero de la vista, las aguas espaciadas hacían una tranquila y pálida laguna. De dentro, los tamarindos, ya árboles, asomaban sus cimas anchas y doradas como el trigo en las eras o islas románticas; y enteramente lo copiaban las aguas.

Cerca del río tronaba un viejo molino harinero. Delante del portal había un alto álamo de trémula blancura; y en aquellos campos primaverales el árbol grande y blanco parecía arrancado de un paisaje de nieve.

Vinieron de la ciudad a esta ribera dos amigos. Entonces descansaban, sumergiéndose en el dichoso gremio de la dulzura matinal de primavera. De lo alto del aire o de lo hondo de la tierra pasaba a instantes la templanza un estremecimiento, un aleteo rápido y leve de frío, pero frío de invierno, huido, ya lejos.


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6 págs. / 10 minutos / 50 visitas.

Publicado el 28 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Obispo Leproso

Gabriel Miró


Novela


I. Palacio y colegio

I. Pablo

Se dejó entornada la puerta de la corraliza.

¡Acababa de escaparse otra vez! Y corrió callejones de sol de siesta. Se juntó con otros chicos para quebrar y amasar obra tierna de las alfarerías de Nuestra Señora, y en la costera de San Ginés se apedrearon con los críos pringosos del arrabal.

Pablo era el más menudo de todos, y al huir de la brega buscaba el refugio del huerto de San Bartolomé, huerto fresco, bien medrado desde que don Magín gobernaba la parroquia.

La mayordoma le daba de merendar, y don Magín, sus vicarios y don Jeromillo, capellán de la Visitación, le rodeaban mirándole.

Pablo les contaba los sobresaltos de su madre, el recelo sombrío de su padre, los berrinches de tía Elvira, la vigilancia de don Cruz, de don Amancio, del padre Bellod, ayos de la casa.

—...¡Y yo casi todas las siestas me escapo por el trascorral!

—¡Te dejan que te escapes!

Y don Magín se lo llevó a la tribuna del órgano.

Se maravillaba el niño de que por mandato de sus dedos —sus dedos cogidos por los de don Magín— fuera poblándose la soledad de voces humanas, asomadas a las bóvedas, sin abrir las piedras viejecitas. Siempre era don Jeromillo el que entonaba o «manchaba», gozándose en su susto de que los grandes fuelles del órgano se lo llevasen y trajesen colgando de las sogas.


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237 págs. / 6 horas, 55 minutos / 283 visitas.

Publicado el 27 de julio de 2020 por Edu Robsy.

El Humo Dormido

Gabriel Miró


Novela


A Óscar Esplá


De los bancales segados, de las tierras maduras, de la quietud de las distancias, sube un humo azul que se para y se duerme. Aparece un árbol, el contorno de un casal; pasa un camino, un fresco resplandor de agua viva. Todo en una trémula desnudez.

Así se nos ofrece el paisaje cansado o lleno de los días que se quedaron detrás de nosotros. Concretamente no es el pasado nuestro; pero nos pertenece, y de él nos valemos para revivir y acreditar episodios que rasgan su humo dormido. Tiene esta lejanía un hondo silencio que se queda escuchándonos. La abeja de una palabra recordada lo va abriendo y lo estremece todo.

No han de tenerse estas páginas fragmentarias por un propósito de memorias; pero leyéndolas pueden oírse, de cuando en cuando, las campanas de la ciudad de Is, cuya conseja evocó Renán, la ciudad más o menos poblada y ruda que todos llevamos sumergida dentro de nosotros mismos.


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101 págs. / 2 horas, 57 minutos / 215 visitas.

Publicado el 27 de julio de 2020 por Edu Robsy.

El Abuelo del Rey

Gabriel Miró


Novela


Al doctor Augusto Pi Suñer

Noticias del lugar y de algunos varones insignes de Serosca

I

Está Serosca en medio de una vega de mucha abundancia. Tiene hondas tierras oliveras de santísimo reposo. Hay josas umbrías y almendrales que, cuando florecen, visten todo el campo de blancura de una pureza y voluptuosidad de desposada. El herreñal tierno, mullido, donde duerme el viento y se tiende el sol ya cansado y se oye siempre un idílico y dulce sonar de esquilas, y los chopos finos, palpitantes, de un susurro de vuelo, dejan en el paisaje una emoción de inocencia, de frescura, de alegría tranquila. Pero los montes que pasan a la redonda parece que aprieten y apaguen la ciudad. En los días muy abiertos y limpios, desde las cumbres y las majadas de la solana, se descubre el azul inmenso del Mediterráneo. Los rebaños trashumantes, cuando llegan a los altos puertos, se quedan deslumbrados del libre horizonte. Los pastores miran la aparición de un barco de vela, un bello fantasma hecho de claridad. El barco se pierde, se deshace como una ola; o, pasa la tarde, y sigue parado lleno de resplandores; un vapor negro y codicioso se desliza por debajo y lo deja obscurecido de humo. Se queda solo el blanco fantasma, hundiéndose dentro del azul que parece todo mar o todo cielo. Llegada la noche, los astros bajan en el confín, al amor de las aguas. El barco debe de estar recamado de estrellas, como una joya de la Virgen de Serosca.

Tiene esta comarca un lado o término abierto: el desportillo de un collado humilde; por aquí asoma el genuino paisaje de Levante, del Levante escueto y ardiente, desgarrado por ramblas pedregosas donde crece abrasándose la adelfa.


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107 págs. / 3 horas, 7 minutos / 188 visitas.

Publicado el 20 de julio de 2020 por Edu Robsy.

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