El triste destino del reverendo Amos Barton
Capítulo I
La iglesia de Shepperton era muy diferente hace
veinticinco años. Es cierto que su sólida torre de piedra nos sigue
mirando por su ojo inteligente, el reloj, con el aire amistoso de
antaño; pero todo lo demás ¡ha cambiado tanto! Ahora hay un gran tejado
de pizarra a ambos lados del campanario; las ventanas son altas y
simétricas; las puertas exteriores tienen brillantes vetas de roble, y
las interiores, revestidas de fieltro rojo, guardan un silencio
reverencial; en cuanto a sus muros, ningún liquen volverá a crecer en
ellos: han quedado tan lisos y desnutridos como la coronilla del
reverendo Amos Barton, después de diez años de calvicie y un exceso de
jabón. En el interior, la nave está llena de bonitos bancos en los que
puede sentarse todo el mundo; y en ciertos rincones privilegiados, menos
expuestos al fuego de los ojos del pastor, hay asientos reservados para
los más pudientes de Shepperton. Varias columnas de hierro sustentan
las amplias galerías, y en una de ellas se encuentra la gloria suprema,
la auténtica joya de la iglesia de Shepperton: un órgano, no muy
desafinado, en el que un recaudador de modestos arrendamientos,
convertido por la fuerza de las circunstancias en organista, acompaña tu
salida apresurada tras la bendición con un minué sagrado o un sencillo Gloria.
Información texto 'Escenas de la Vida Parroquial'