El privilegio de las reminiscencias, no importa lo confusas o pesadas
que estas resulten, es algo que corresponde generalmente a la gente de
mucha edad; y realmente, con frecuencia, gracias a tales recuerdos
llegan a la posteridad los sucesos oscuros de la historia, así como las
anécdotas menores ligadas a los grandes hechos.
Para aquellos de mis lectores que han observado y apuntado, a
veces, la existencia de una especie de veta antigua en mi forma de
escribir, me ha sido grato presentarme como un hombre joven entre los
miembros de mi generación, y alimentar la ficción de que nací en 1890 en
América. Ahora estoy dispuesto, no obstante, a desvelar un secreto que
había guardado por miedo a la incredulidad, y a hacer partícipe al
público de un conocimiento acumulado sobre una era de la que conocí, de
primera mano, a sus más famosos personajes. Así pues, sepan que nací en
el condado de Devonshire, el 10 de agosto de 1690 (o, según el nuevo
calendario gregoriano, el 20 de agosto), así que por tanto mi próximo
cumpleaños será el 228. Habiéndome trasladado pronto a Londres, conocí
siendo muy joven a muchos de los más celebrados gentilhombres del
reinado de Guillermo, incluyendo al llorado Dryden, que era asiduo a las
tertulias del Café de Will. Más tarde conocería a Addison y Switf, y
fui aún más íntimo de Pope, al que conocí y respeté hasta el día de su
muerte. Pero es del más tardío de todos mis conocidos, el finado doctor
Johnson, del que deseo escribir, de forma que le haré llegar mi juventud
hasta estos días.
Información texto 'Una Semblanza del Doctor Johnson'