Textos mejor valorados de Hector Hugh Munro "Saki" publicados por Edu Robsy etiquetados como Cuento | pág. 4

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autor: Hector Hugh Munro "Saki" editor: Edu Robsy etiqueta: Cuento


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Los Lobos de Cernogratz

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


—¿Y no hay viejas leyendas vinculadas al castillo? —preguntó Conrad a su hermana.

A pesar de ser un próspero comerciante de Hamburgo, Conrad era el único miembro de carácter poético de una familia eminentemente práctica.

La baronesa Gruebel alzó sus abultados hombros.

—En estos viejos sitios no faltan las leyendas. Son fáciles de inventar y no cuestan nada. En el caso presente, dicen que cuando alguien muere en el castillo todos los perros de la aldea y las fieras del bosque aúllan la noche entera. No sería agradable escucharlo, ¿verdad?

—Sería misterioso y romántico —dijo el comerciante de Hamburgo.

—De todos modos no es verdad —dijo la baronesa, llena de complacencia—. Desde que adquirimos el lugar hemos podido comprobar que nada de eso ocurre. Cuando mi buena suegra murió en la pasada primavera todos prestamos atención, pero no hubo aullidos. Se trata simplemente de un cuento que le imprime dignidad al lugar sin costo alguno.

—La leyenda no es como usted la ha contado —dijo Amalie, la vieja y peliblanca institutriz.

Todos volvieron hacia ella la cabeza, llenos de asombro. De costumbre se sentaba a la mesa en silencio, compuesta y apartada, sin hablar nunca, a menos que alguien le dirigiera la palabra; y eran pocos los que se tomaban la molestia de entablar conversación con ella. Hoy la invadía una locuacidad insólita. Siguió hablando, con voz rápida y excitada, mirando al frente y al parecer sin dirigirse a nadie en particular.


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5 págs. / 9 minutos / 60 visitas.

Publicado el 25 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Sredni Vashtar

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


Conradín tenía diez años y, según la opinión profesional del médico, el niño no viviría cinco años más. Era un médico afable, ineficaz, poco se le tomaba en cuenta, pero su opinión estaba respaldada por la señora De Ropp, a quien debía tomarse en cuenta. La señora De Ropp, prima de Conradín, era su tutora, y representaba para él esos tres quintos del mundo que son necesarios, desagradables y reales; los otros dos quintos, en perpetuo antagonismo con aquéllos, estaban representados por él mismo y su imaginación. Conradín pensaba que no estaba lejos el día en que habría de sucumbir a la dominante presión de las cosas necesarias y cansadoras: las enfermedades, los cuidados excesivos y el interminable aburrimiento. Su imaginación, estimulada por la soledad, le impedía sucumbir.

La señora De Ropp, aun en los momentos de mayor franqueza, no hubiera admitido que no quería a Conradín, aunque tal vez habría podido darse cuenta de que al contrariarlo por su bien cumplía con un deber que no era particularmente penoso. Conradín la odiaba con desesperada sinceridad, que sabía disimular a la perfección. Los escasos placeres que podía procurarse acrecían con la perspectiva de disgustar a su parienta, que estaba excluida del reino de su imaginación por ser un objeto sucio, inadecuado.


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Publicado el 25 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Tendencias Encontradas

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


Vanessa Pennington tenía un marido que era pobre, con pocos atenuantes, y un enamorado que, si bien era holgadamente rico, tenía el inconveniente de ser escrupuloso. Su fortuna lo hacía aceptable a los ojos de Vanessa, pero su código de honor lo impulsaba a alejarse y olvidarla, o cuando más a recordarla al hacer una pausa entre las muchas otras ocupaciones que tenía. Y aunque Alaric Clyde amaba a Vanessa y creía que la amaría por siempre, sin darse cuenta se fue dejando cortejar y conquistar por una amante más seductora: se figuraba que su continua huida del trato de los hombres era un exilio que él mismo se había impuesto, pero su corazón estaba preso en el hechizo de la naturaleza, y la naturaleza se le mostraba amable y bella. Cuando se es libre, joven y robusto, las tierras primitivas pueden ser muy amables y muy bellas. Lo prueban las legiones de hombres que una vez fueron libres, jóvenes y robustos, y que ahora sacan de la basura el alimento de sus almas; porque, habiendo antaño conocido y amado a la naturaleza, se desprendieron de sus lazos y se desviaron por caminos trillados.


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Publicado el 25 de julio de 2016 por Edu Robsy.

El Método Schartz-Metterklume

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


Para matar el tiempo hasta que al tren le diera por seguir su camino, Lady Carlotta salió al aburrido andén de la pequeña estación y lo recorrió arriba y abajo una o dos veces. Fue entonces cuando en la carretera cercana vio un caballo que luchaba con una carga más que grande, junto al que había un carretero de ésos que parecen guardar un odio resentido al animal que les ayuda a ganarse la vida. Lady Carlotta se dirigió inmediatamente a la carretera y consiguió que la lucha adoptara un cariz bastante distinto. Algunas de sus amistades acostumbraban a darle abundantes consejos con respecto a lo poco deseable de interferir en nombre de un animal afligido, pues dicha interferencia «no era asunto suyo». Sólo en una ocasión puso en práctica la doctrina de la no interferencia: fue cuando una de las exponentes más elocuentes de la doctrina se vio asediada durante casi tres horas, en un arbusto pequeño y espinoso, extremadamente incómodo, por un cerdo colérico. Entretanto ella, desde otro lado de la valla, seguía con la acuarela que estaba pintando, negándose a interferir entre el cerdo y su prisionera. Es de temer que perdiera la amistad de la dama, finalmente rescatada. En esta ocasión tan sólo perdió el tren, el cual, mostrando el primer signo de impaciencia durante todo el viaje, había partido sin ella. Lady Carlotta se tomó la deserción con indiferencia filosófica; sus amigos y parientes ya estaban habituados al hecho de que su equipaje llegara sin ella. Mandó a su destino un mensaje vago y nada comprometido en el que se limitaba a decir que llegaría «en otro tren». Antes de que tuviera tiempo de pensar qué es lo que iba a hacer, se vio frente a una dama imponentemente vestida que parecía estar realizando un prolongado inventario mental de su ropa y aspecto.

—Debe ser usted la señorita Hope, la institutriz a la que he venido a recibir —dijo la aparición en un tono que no admitía demasiadas discusiones.


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Publicado el 13 de mayo de 2018 por Edu Robsy.

El Cerdo

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


—Hay una entrada trasera al césped, a través de un pequeño prado de hierba y cruzando un huerto de árboles frutales vallado que está lleno de groselleros espinosos —le dijo la señora Philidore Stossen a su hija—. El año pasado, cuando la familia estaba fuera, recorrí todo el lugar. Hay una puerta que permite pasar desde el huerto frutícola a un plantío de arbustos, y en cuanto se sale de allí te puedes mezclar con los invitados como si hubieras entrado por el camino principal. Es mucho más seguro que entrar por la puerta delantera, corriendo el riesgo de darte de bruces con la anfitriona; eso sería terrible, puesto que no le ha dado por invitarnos.

—¿Y no son demasiados esfuerzos para entrar en una fiesta al aire libre?

—Para una fiesta al aire libre, sí; pero para la fiesta al aire libre de la temporada, por supuesto que no. Excepción hecha de nosotras, todo aquel que tiene algún peso en el condado ha sido invitado a conocer a la Princesa; sería mucho más trabajoso inventar una explicación al hecho de que no estuvimos allí que entrar por un camino indirecto. Ayer detuve a la señora Cuvering en la calle y hablé con toda intención acerca de la Princesa. Si ella prefirió no captar la sugerencia de enviarme una invitación, no es culpa mía, ¿verdad? Ya hemos llegado: basta con cruzar el campo de hierba y entrar al huerto por esa pequeña puerta.


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5 págs. / 10 minutos / 268 visitas.

Publicado el 13 de mayo de 2018 por Edu Robsy.

El Ratón

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


Desde la infancia hasta ya entrada la edad madura, Theodoric Voler había sido criado por una madre solícita cuya principal preocupación era mantenerlo a resguardo de lo que llamaba las crudas realidades de la vida. Al morir dejó a Theodoric en un mundo que era tan real como de costumbre y mucho más crudo de lo que él consideraba necesario. Para un hombre de su temperamento y crianza, aun un viaje por tren estaba colmado de pequeñas molestias y disonancias menores. Y al acomodarse una mañana de setiembre en un compartimiento de segunda clase, fue consciente de sentimientos desapacibles y una general crispación mental. Había estado alojándose en una vicaría de campaña cuyos residentes no se habían mostrado por cierto ni brutales ni orgiásticos, pero la supervisión doméstica había adolecido de esa flojera que invita al desastre. El carruaje que debía llevarlo a la estación no fue adecuadamente preparado, y cuando se acercó el momento de la partida, el criado que debía haberlo traído no se encontraba por ninguna parte. En esta emergencia, Theodoric, con mudo pero muy intenso disgusto, se vio obligado a colaborar con la hija del vicario en la tarea de uncir al pony, para lo cual fue necesario andar a tientas por un mal iluminado galpón que era llamado establo y que olía como tal, salvo por trechos en los que olía a ratón. Sin llegar a temer a los ratones, Theodoric los clasificaba entre los crudos incidentes de la vida, y consideraba que la Providencia, con un pequeño esfuerzo de coraje moral, podría haber reconocido desde mucho atrás que no eran indispensables y retirarlos de circulación. Al partir el tren de la estación, la nerviosa imaginación de Theodoric lo acusó de exhalar un ligero olor a establo y posiblemente de exhibir una o dos briznas de paja en su traje, habitualmente tan bien cepillado.


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4 págs. / 8 minutos / 996 visitas.

Publicado el 14 de mayo de 2018 por Edu Robsy.

La Disuasión de Tarrington

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


—¡Dios! —exclamó la tía de Clovis—. Allí viene. No me acuerdo de su nombre, pero almorzó una vez con nosotros. Tarrington… sí, eso. Se enteró del picnic que voy a ofrecer a la Princesa, y va a pegárseme como un salvavidas hasta que lo invite. Luego me preguntará si puede traer a todas sus mujeres, madres y hermanas. Eso es lo malo de estos pequeños reductos balnearios: uno no puede escaparse de nadie.

—Si quieres huir ya —se ofreció Clovis— puedo librar una acción de retaguardia; si no pierdes tiempo, tienes unos buenos diez metros de ventaja.

La tía de Clovis dio su decidido beneplácito a la sugestión y se alejó meneándose como un vapor del Nilo, con una ola de pequineses como estela.

—Finge que no lo conoces —fue su consejo de partida, teñido del osado coraje de quien no combate.

Un momento después las aperturas de un caballero afablemente dispuesto eran recibidas por Clovis con una mirada que denotaba absoluta falta de familiaridad con el objeto escudriñado.

—Supongo que no me conoce por los bigotes —dijo el recién llegado—. Me los dejo crecer desde hace dos meses.

—Por el contrario —dijo Clovis—, los bigotes son lo único en usted que me resulta familiar. Estoy seguro de haberlos conocido antes en alguna parte.

—Me llamo Tarrington —prosiguió el candidato a ser reconocido.

—Un apellido muy útil —dijo Clovis—; con un apellido así a nadie se le ocurriría culparlo de no haber hecho algo particularmente heroico o notable, ¿no le parece? Y sin embargo, si quisiera usted organizar un cuerpo de caballería ligera en un momento de emergencia nacional, «La Caballería Ligera de Tarrington» sería un nombre apropiado y estimulante, cosa que no ocurriría si usted se llamara Spoopin, por ejemplo. Nadie, ni siquiera en un momento de emergencia nacional, querría pertenecer a la Caballería de Spoopin.


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2 págs. / 5 minutos / 63 visitas.

Publicado el 14 de mayo de 2018 por Edu Robsy.

El Tatuaje

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


—La jerga artística de esa mujer me cansa —dijo Clovis a su amigo periodista—. Le gusta tanto decir que ciertos cuadros "crecen sobre nosotros", como si fueran una especie de hongos.

—Eso me recuerda —dijo el periodista— la historia de Henri Deplis. ¿Te la conté alguna vez?

Clovis negó con la cabeza.

—Henri Deplis era por nacimiento un nativo del Gran Ducado de Luxemburgo. Por una reflexión más madura, se convirtió en un viajante de comercio. Sus actividades frecuentemente lo llevaban más allá de los límites del Gran Ducado, y paraba en una pequeña ciudad del norte de Italia cuando le llegaron noticias de que había recibido un legado de una parienta distante que había fallecido.

"No era un gran legado, aun desde el modesto punto de vista de Henri Deplis, pero lo impulsó hacia algunas extravagancias aparentemente inofensivas. En particular lo condujo a patrocinar el arte local en tanto representado por las agujas de tatuaje del Signor Andreas Pincini. El Signor Pincini era, tal vez, el más brillante maestro de tatuaje que Italia había conocido jamás, pero estaba decididamente empobrecido, y por la suma de seiscientos francos emprendió alegremente la tarea de cubrir la espalda de su cliente, desde la clavícula hasta la cintura, con una brillante representación de la Caída de Ícaro. El diseño, cuando fue finalmente desarrollado, le produjo una ligera desilusión a Monsieur Deplis, que había imaginado que Ícaro era una fortaleza tomada por Wallenstein en la Guerra de los Treinta Años, pero quedó más que satisfecho con el trabajo ejecutado, que fue aclamado por todos los que tuvieron el privilegio de verlo, como la obra maestra de Pincini.


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Publicado el 25 de julio de 2016 por Edu Robsy.

La Música del Monte

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


Sylvia Seltoun tomaba el desayuno en el comedor auxiliar de Yessney invadida por un agradable sentimiento de victoria final, similar al que se habría permitido un celoso soldado de Cromwell al otro día de la batalla de Worcester. Era muy poco belicosa por temperamento, pero pertenecía a esa más afortunada clase de combatientes que son belicosos por las circunstancias. El destino había querido que ocupara su vida en una serie de batallas menores, por lo general estando ella en leve desventaja; y por lo general se las había arreglado para salir triunfante por un pelo. Y ahora sentía que había conducido la más dura y de seguro la más importante de sus luchas a un feliz desenlace. Haberse casado con Mortimer Seltoun —el Muerto Mortimer, como lo apodaban sus enemigos íntimos—, enfrentando la fría hostilidad de su familia y a pesar de la sincera indiferencia que sentía él por las mujeres, era en verdad un triunfo cuyo logro había requerido bastante destreza y decisión. El día anterior había rematado esta victoria arrancando por fin a su marido de la ciudad y balnearios satélites, e "instalándolo", según el léxico de las de su clase, en la presente casa solariega, una apartada y boscosa heredad de los Seltoun.

—Jamás conseguirás que Mortimer vaya —le había dicho la suegra en tono capcioso—; pero si va una vez, allá se queda. Yessney ejerce sobre él un hechizo casi tan fuerte como el de la ciudad. Una puede entender qué lo ata a la ciudad; pero Yessney...

Y la viuda se había encogido de hombros.


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Publicado el 25 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Los Huéspedes

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


—El paisaje que se ve desde nuestras ventanas es verdaderamente encantador —dijo Anabel—; esos huertos de cerezos y esos prados verdes, y el río que serpentea a lo largo del valle, y la torre de la iglesia asomándose entre los olmos, todo eso hace una verdadera pintura. Hay algo aquí terriblemente soñoliento y lánguido, sin embargo; el estancamiento parece ser la nota dominante. Nunca pasa nada; tiempo de sembrar y de cosechar, una ocasional epidemia de sarampión o una tempestad moderadamente destructiva, y un poco de excitación por las elecciones más o menos una vez cada cinco años, eso es todo lo que tenemos para alterar la monotonía de nuestras existencias. ¿Más bien horrible, no es cierto?

—Por el contrario —dijo Matilde— me parece suave y reposado; pero, por supuesto, tú sabes que yo he vivido en países en los que sí pasan cosas, muchísimas al mismo tiempo, cuando uno no está preparado para que pasen todas a la vez.

—Eso, por supuesto, es algo distinto —dijo Anabel.

—No podría olvidar —dijo Matilde—, la vez que el Obispo de Bequar nos hizo una visita inesperada; iba a poner la primera piedra de la casa de una misión o algo por el estilo.

—Yo pensaba que allá ustedes estaban siempre preparados para que les cayeran huéspedes de emergencia —dijo Anabel.


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Publicado el 25 de julio de 2016 por Edu Robsy.

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