Textos más largos de Hector Hugh Munro "Saki" publicados el 13 de mayo de 2018 | pág. 3

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autor: Hector Hugh Munro "Saki" fecha: 13-05-2018


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La Fiesta de Némesis

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


—Es una suerte que haya dejado de estar de moda el Día de San Valentín —dijo la señora Thackenbury—. Con Navidad, Año Nuevo y Pascua, por no hablar de los cumpleaños, hay ya bastantes días para el recuerdo. Estas últimas Navidades traté de evitarme problemas enviándoles flores a todos mis amigos, pero no sirvió de nada; Gertrude tiene once invernaderos y unos treinta jardineros, por lo que habría sido ridículo enviarle flores, y Milly acaba de inaugurar una floristería, por lo que resultaba también fuera de cuestión. La tensión de tener que decidir precipitadamente qué les regalaba a Gertrude y a Milly cuando creía tener toda la cuestión solucionada me arruinó totalmente las Navidades, por no hablar de la terrible monotonía de las cartas de agradecimiento: «Te agradezco mucho tus encantadoras flores. Fuiste tan amable al pensar en mí». Desde luego que en la mayoría de los casos ni siquiera había pensado en los receptores; sus nombres estaban en mi lista de «personas a las que no hay que olvidar». De haber tenido que confiar en mi memoria se hubieran producido terribles pecados de omisión.

—Lo malo es que todos estos días en los que se entromete el recuerdo persisten en referirse a un aspecto de la naturaleza humana e ignoran totalmente el otro —le comentó Clovis a su tía—. Por eso se han hecho tan superficiales y artificiales. En Navidad y Año Nuevo la convención te estimula a enviar efusivos mensajes de optimista buena voluntad y afecto servil a personas a las que apenas te atreverías a invitar a almorzar a menos que no te hubiera fallado un comensal en el último momento; si estas cenando en un restaurante en la víspera de Año Nuevo se espera que, cantando «For Auld Land Syne», estreches la mano de desconocidos a los que nunca habías visto y no deseas volver a ver. Pero no se permite licencia alguna en la dirección opuesta.


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Publicado el 13 de mayo de 2018 por Edu Robsy.

La Apuesta

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


—Ronnie es una gran prueba para mí —comentó quejosa la señora Attray—. Este febrero ha cumplido sólo dieciocho años y ya es un jugador inveterado. Te aseguro que no sé de dónde lo habrá heredado; su padre jamás tocó las cartas, y ya sabes lo poco que juego yo... una partida de bridge las tardes de los miércoles de invierno, a tres peniques el ciento, y ni siquiera lo haría de no ser porque Edith siempre necesita un cuarto jugador y si no me tuviera a mí se lo pediría a esa detestable Jenkinham. Preferiría mucho más sentarme a charlar en lugar de jugar al bridge; creo que las cartas son una pérdida de tiempo. Pero Ronnie tan sólo piensa en el bridge, el bacará y los solitarios del poker. Por supuesto que he hecho todo lo posible para evitarlo; les he pedido a los Norridrum que no le dejen jugar a las cartas cuando va allí, pero sería lo mismo pedirle al océano Atlántico que se mantenga tranquilo durante un crucero que esperar que ellos se preocupen por las ansiedades naturales de una madre.

—¿Y por qué le permites ir allí? —preguntó Eleanor Saxelby.

—Querida, no quisiera ofenderles —contestó la señora Attray—. Al fin y al cabo, son los propietarios de mi casa, y tengo que acudir a ellos siempre que quiero hacer alguna reforma; fueron muy complacientes con lo del tejado nuevo para el invernadero de las orquídeas. Y me prestan uno de sus coches cuando el mío está estropeado; ya sabes lo a menudo que se estropea.

—No sé con cuánta frecuencia, pero debe ser mucha —contestó Eleanor—. Siempre que quiero que me lleves a alguna parte en tu coche me dices que le pasa algo, o que el chófer tiene neuralgia y no quieres pedirle que salga.


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El Soñador

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


Era la temporada de las rebajas. El augusto establecimiento de Walpurgis and Nettlepink había rebajado los precios durante toda una semana como concesión a las costumbres comerciales, de manera muy semejante a como una archiduquesa podría contraer, entre protestas, una gripe por el insatisfactorio motivo de que abundara esa enfermedad. Adela Chemping, que pensaba que estaba en cierta medida por encima de los atractivos de unas rebajas ordinarias, decidió acudir a la semana de Walpurgis and Nettlepink.

—No soy una buscadora de rebajas —comentó—. Pero me gusta acudir cuando las ofrecen.

Mostraba con ello que bajo su fuerte carácter superficial fluía una graciosa corriente subterránea de debilidad humana.

Con el fin de contar con un acompañante masculino, la señora Chemping había invitado a su sobrino más joven a que la acompañara en el primer día de la expedición de compras, añadiendo el atractivo adicional de una sesión de cine y la perspectiva de un ligero refresco. Puesto que Cyprian todavía no había cumplido los dieciocho años, ella esperaba que no hubiera llegado todavía a esa fase del desarrollo masculino en la que el acarreo de paquetes se considera como una actividad aborrecible.

—Espérame fuera de la floristería a las once —le escribió—, que llegaré enseguida.

Cyprian era un muchacho que había llevado con él durante toda su vida la mirada sorprendida de un soñador; los ojos de aquel que ve cosas que no son visibles para los mortales ordinarios y reviste las cosas comunes de este mundo con cualidades que no pueden sospechar los seres más sencillos: tenía los ojos de un poeta o un agente inmobiliario. Iba vestido muy discretamente: con esa discreción en el vestir que suele acompañar a la adolescencia temprana y que los novelistas atribuyen habitualmente a la influencia de una madre viuda.


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Publicado el 13 de mayo de 2018 por Edu Robsy.

Huelga de Plumas

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


—¿Has escrito a los Froplinson para darles las gracias por lo que nos enviaron? —preguntó Egbert.

—No —respondió Janetta, con un matiz de fatiga y desafío en la voz—. Hoy he escrito once cartas expresando nuestra sorpresa y gratitud por los diversos e inmerecidos regalos, pero no a los Froplinson.

—Alguien tendrá que escribirles —añadió Egbert.

—No discuto esa necesidad, lo que no creo es que ese alguien vaya a ser yo —replicó Janetta—. No me importaría escribir una carta de colérica recriminación o sátira implacable a algún receptor que lo merezca; la verdad es que disfrutaría bastante con eso, pero mi capacidad de expresar amabilidad servil ha tocado a su fin. Once cartas hoy y nueve ayer, todas redactadas en la misma vena de agradecimiento extasiado: no puedes esperar que me siente a escribir otra. ¿No se te había ocurrido que tú mismo puedes escribir?

—He escrito casi tantas cartas como tú y además me he ocupado de mi correspondencia profesional habitual. Además, no sé lo que nos han enviado los Froplinson.

—Un calendario de Guillermo el Conquistador —contestó Janetta—. Con una cita de uno de sus grandes pensamientos para cada día del año.

—Imposible —respondió Egbert—, no tuvo trescientos sesenta y cinco pensamientos en toda su vida; o si los tuvo, se los guardó para sí. Era un hombre de acción, no de introspección.

—Bueno, pues entonces sería Guillermo Wordsworth. Sé que el nombre de Guillermo estaba en alguna parte —añadió Janetta.

—Eso ya me parece más probable —aceptó Egbert—. Bueno, colaboremos en esa carta de agradecimiento y escribámosla. Yo puedo dictar y tú la escribes. «Querida señora Froplinson: le agradecemos muchísimo a usted y su esposo el hermoso calendario que nos han enviado. Fue muy amable de su parte el pensar en nosotros».


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El Membrillo

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


—Acabo de ver a la pobre Betsy Mullen —le anunció Vera a su tía, la señora Bebberly Cumble—. Parece que lleva bastante mal lo de la renta. Debe unas quince semanas y dice que no sabe dónde puede conseguir el dinero.

—Betsy Mullen siempre tiene dificultades con el alquiler, y cuanto más le ayuda la gente menos se preocupa al respecto —contestó la tía—. Lo que es seguro es que no voy a ayudarla más. La verdad es que tendrá que irse a una casita más pequeña y barata; hay varias al otro lado del pueblo por la mitad del alquiler que está pagando, o que se supone debería estar pagando. Hace ya un año que le dije que debía mudarse.

—Pero no conseguiría un jardín tan agradable en ningún otro lugar —protestó Vera—. Con ese membrillo tan alegre en la esquina. Creo que no existe otro membrillo en toda la parroquia. Además, jamás hace dulce de membrillo; creo que tener un membrillo y no hacer dulce con él demuestra una gran fuerza de carácter. No es posible que abandone ese jardín.

—Cuando una tiene dieciséis años dice que son imposibles algunas cosas que simplemente son desagradables —contestó severamente la señora Bebberly Cumble—. No sólo es posible que Betsy Mullen se mude a una casa más pequeña, sino también deseable; apenas tiene muebles suficientes para llenar esa gran casa.

—Si hablamos de valor —añadió Vera tras una breve pausa—, hay más en la casa de Betsy que en cualquier otra casa en millas a la redonda.

—Tonterías; hace tiempo que se deshizo de toda la porcelana antigua que tenía —dijo la tía.

—No estoy hablando de nada que pertenezca a la propia Betsy —añadió oscuramente Vera—. Pero claro, no sabes lo que yo sé, y supongo que no debería decírtelo.


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Publicado el 13 de mayo de 2018 por Edu Robsy.

Clovis y las Responsabilidades de los Padres

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


Marión Eggelby estaba sentada junto a Clovis hablando del único tema del que le gustaba conversar: sus hijos y sus diversas perfecciones y logros. El estado de ánimo en el que se encontraba Clovis no podría describirse como receptivo; la generación juvenil de Eggelby, representada con los improbables colores brillantes del impresionismo maternal, no despertaba en él entusiasmo alguno. Pero la señora Eggelby tenía entusiasmo suficiente para los dos.

—Le gustaría Eric —dijo en un tono que, más que la esperanza, expresaba su disponibilidad a la discusión. Clovis ya le había dado a entender de manera absolutamente inequívoca que era muy improbable que se interesara demasiado por Amy o por Willie—. Sí, estoy convencida de que Eric le gustaría. Le cae bien a todo el mundo enseguida. ¿Sabe?, siempre me recuerda ese famoso cuadro del joven David... he olvidado quién lo pintó, pero es muy conocido.

—Eso bastaría para ponerme en su contra, si le veo demasiado —intervino Clovis—. Imagínenos, por ejemplo, en un bridge subastado, cuando uno trata de concentrarse en cuál ha sido la afirmación primera de su compañero, y recodar qué palos rechazaron en principio sus oponentes... piense lo que sería tener a alguien que persistentemente te recuerda un cuadro del joven David. Sería simplemente enloquecedor. Si me pasara eso con Eric, le detestaría.

—Eric no juega al bridge —afirmó con dignidad la señora Eggelby.

—¿Que no juega? —preguntó Clovis—. ¿Por qué no?

—He educado a mis hijos para que no jueguen a las cartas. Les estimulo para que jueguen a las damas, al salto de fichas, a ese tipo de cosas. A Eric se le considera como un jugador de damas maravilloso.


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Publicado el 13 de mayo de 2018 por Edu Robsy.

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