Textos peor valorados de Hector Hugh Munro "Saki" | pág. 4

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autor: Hector Hugh Munro "Saki"


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Jacinto

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


—La nueva moda de introducir a los hijos de los candidatos en las campañas electorales es muy conveniente —dijo la señora Panstreppon—; elimina en parte la esperanza de las contiendas partidarias y constituye una experiencia interesante que los niños podrán evocar al cabo de los años. Con todo, si sigues mi consejo, Matilda, no lleves a Jacinto a Luffbridge el día de las elecciones.

—¡No llevar a Jacinto! —exclamó su madre— pero ¿por qué no? Jutterly lleva a sus tres hijos, que van a conducir un par de burritos de Nubia por todo el pueblo, para poner de relieve el hecho de que su padre ha sido designado secretario colonial. En nuestra campaña apoyamos una marina fuerte, y lo apropiado será que Jacinto aparezca vestido con su trajecito de marinero. Lucirá celestial.

—La cuestión no es cómo lucirá sino cómo se comportará. Es un niño delicioso, por supuesto. Pero hay en él una corriente de belicosidad irreprimible que estalla a veces de modo alarmante. Puede que tú hayas olvidado lo de los hijos de Gaffin; yo no.

—Me encontraba en la India por entonces y sólo tengo un vago recuerdo de lo que sucedió; se mostró muy travieso, lo sé.

—Iba en su carrito tirado por una cabra y se topó con los pequeños Gaffin en su cochecito; lanzó la cabra sobre ellos y volcó el cochecito. El pequeño Jacky Gaffin quedó atrapado y mientras la niñera trataba de sujetar a la cabra, Jacinto comenzó a azotar las piernas a Jacky con su cinturón, como una pequeña furia.

—No lo defiendo —dijo Matilda—, pero ellos deben haber hecho algo que lo molestara.


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Publicado el 14 de mayo de 2018 por Edu Robsy.

Catástrofe en la Joven Turquía

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


El ministro de Bellas Artes (a cuyo ministerio se había anexado últimamente la nueva subsección de Ingeniería Electoral) le hizo una visita de trabajo al gran visir. De acuerdo con la etiqueta oriental, discurrieron un rato sobre temas indiferentes. El ministro se detuvo a tiempo para omitir una referencia casual a la Maratón que se había corrido, cuando recordó que el gran visir tenía una abuela persa y podía considerar la alusión a Maratón como una falta de tacto.

A continuación el ministro entró en el tema de su entrevista.

—¿Bajo la nueva constitución, las mujeres tendrán el voto? —preguntó repentinamente.

—¿Tener el voto? ¿Las mujeres? —exclamó el visir con cierta estupefacción—. Mi querido pashá, la nueva carta tiene cierto sabor de absurdo así como está; no tratemos de convertirlo en algo completamente ridículo. Las mujeres no tienen alma, ni inteligencia, ¿por qué demonios van a tener el voto?

—Sé que suena absurdo —dijo el ministro—, pero en Occidente están considerando esa idea seriamente.

—Entonces deben estar equipados con mayor solemnidad de la que yo les reconocía. Después de una vida de esfuerzos especiales por mantener mi gravedad, escasamente puedo reprimir mi inclinación a sonreír ante tal sugerencia. Mire usted, nuestras mujeres en la mayoría de los casos no saben leer ni escribir. ¿Cómo pueden ejecutar la operación de votar?

—Se les pueden mostrar los nombres de los candidatos y en donde pueden marcar con una cruz.

—Discúlpeme ¿cómo dijo? —lo interrumpió el visir.

—Con una medialuna, quiero decir —se corrigió el ministro—. Sería algo que le gustaría al Partido Turco Juvenil —agregó.

—Bueno —dijo el visir—, si vamos a cambiar las cosas, lleguemos al extremo de una vez. Daré instrucciones para que a las mujeres se les reconozca el voto.


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1 pág. / 3 minutos / 273 visitas.

Publicado el 25 de julio de 2016 por Edu Robsy.

El Alce

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


Teresa, viuda de Thropplestance, era la anciana más rica y la más intratable del condado de Woldshire. Por su manera de relacionarse con el mundo en general, parecía una mezcla de ama de guardarropa y perrero mayor, con el vocabulario de ambos. En su círculo doméstico se comportaba en la forma arbitraria que uno le atribuye, acaso sin la menor justificación, a un jefe político norteamericano en el interior de su comité. El difunto Theodore Thropplestance la había dejado, unos treinta años atrás, en absoluta posesión de una considerable fortuna, muchos bienes raíces y una galería repleta de valiosas pinturas. En el transcurso de esos años había sobrevivido a su hijo y reñido con el nieto mayor, que se había casado sin su consentimiento o aprobación. Bertie Thropplestance, su nieto menor, era el heredero designado de sus bienes; y en calidad de tal era el centro de interés e inquietud de casi medio centenar de madres ambiciosas con hijas casaderas. Bertie era un joven amable y despreocupado, muy dispuesto a casarse con cualquiera que le recomendaran favorablemente, pero no iba a perder el tiempo enamorándose de ninguna que estuviera vetada por la abuela. La recomendación favorable tendría que venir de la señora Thropplestance.


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6 págs. / 10 minutos / 92 visitas.

Publicado el 25 de julio de 2016 por Edu Robsy.

El Alma de la Laploshka

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


Laploshka fue uno de los tipos más mezquinos que yo haya conocido, y uno de los más divertidos. Decía cosas horribles de la otra gente, con tal encanto que uno le perdonaba las cosas igualmente horribles que decía de uno por detrás. Puesto que odiamos caer en nada que huela a maledicencia, agradecemos siempre a quienes lo hacen por nosotros y lo hacen bien. Y Laploshka lo hacía de veras bien.

Naturalmente, Laploshka tenía un vasto círculo de amistades; y como ponía cierto esmero en seleccionarlas, resultaba que gran parte de ellas eran personas cuyos balances bancarios les permitían aceptar con indulgencia sus criterios, bastante unilaterales, sobre la hospitalidad. Así, aunque era hombre de escasos recursos, se las arreglaba para vivir cómodamente de acuerdo a sus ingresos, y aún más cómodamente de acuerdo a los de diversos compañeros de carácter tolerante.

Pero con los pobres o los de estrechos fondos como él, su actitud era de ansiosa vigilancia. Parecía acosarlo el constante temor de que la más mínima fracción de un chelín o un franco, o cualquiera que fuera la moneda de turno, extraviara el camino de su bolso o provecho y cayera en el de algún compañero de apuros. De buen grado ofrecía un cigarro de dos francos a un rico protector, bajo el precepto de obrar mal para lograr el bien; pero me consta que prefería entregarse al paroxismo del perjurio antes que declararse en culpable posesión de un céntimo cuando hacía falta dinero suelto para dar propina a un camarero. La moneda le habría sido debidamente restituida a la primera oportunidad —él habría tomado medidas preventivas contra el olvido de parte del prestatario—, pero a veces ocurrían accidentes, e incluso una separación temporal de su penique o sou era una calamidad que debía evitarse.


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5 págs. / 9 minutos / 55 visitas.

Publicado el 25 de julio de 2016 por Edu Robsy.

El Buey Cebado

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


Theophil Eshley era artista de profesión y pintor de ganado por fuerza del entorno. No ha de suponerse que viviera de la cría de reses o de la lechería, en una atmósfera saturada de cuernos y pezuñas, banquillos para ordeño y hierros de marcar. Residía en una zona que parecía un parque salpicado de quintas y que escapaba por un pelo al deshonor de los suburbios. Un lado del jardín lindaba con un pradito pintoresco, en donde un vecino emprendedor apacentaba unas vaquitas pintorescas de pura cepa Jersey. En las tardes de verano, hundidas hasta las rodillas en el pasto crecido y a la sombra de un grupo de nogales, las vacas descansaban mientras la luz del sol caía en parches sobre sus lisas pieles leonadas. Eshley había concebido y ejecutado una linda pintura de dos vacas lecheras reposando en un marco de nogales, pasto y rayos de sol filtrados, y la Real Academia la había colgado como correspondía en las paredes de la Exhibición de Verano. La Real Academia fomenta hábitos ordenados y metódicos en sus pupilos. Eshley había pintado un cuadro pasablemente bien logrado de unas vacas que dormitaban de modo pintoresco bajo unos nogales; y así como empezó, así, por necesidad, hubo que continuar. Su Paz del mediodía, un estudio de dos vacas pardas a la sombra de un nogal, fue seguido por Refugio canicular, un estudio de un nogal que daba sombra a dos vacas pardas. A su debido turno aparecieron Donde los tábanos dejan de fastidiar, El asilo del hato y Sueño en la vaquería, todos ellos estudios de vacas pardas y nogales. Los dos intentos que hizo por romper con su propia tradición fueron grandes fracasos: Tórtolas espantadas por el gavilán y Lobos en la campiña romana fueron devueltos a su taller bajo el baldón de abominables herejías; y Eshley fue elevado otra vez al favor y la gracia del público con Un rinconcito umbrío donde sueña el letargo de las vacas.


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5 págs. / 10 minutos / 82 visitas.

Publicado el 25 de julio de 2016 por Edu Robsy.

El Huevo de Pascua

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


Era evidente que a doña Bárbara, mujer de buena cepa luchadora y una de las más aguerridas de su generación, le resultaba un trago amargo la cobardía sin recato de su hijo. No importa qué otras virtudes haya poseído Lester Slaggby —y en algunos aspectos era encantador—, nadie jamás lo habría tildado de valiente. Cuando niño, había sufrido de timidez infantil; cuando muchacho, de temores no muy varoniles; y ya hecho todo un hombre, había cambiado los miedos irracionales por otros todavía más tremendos, ya que sus fundamentos eran meticulosamente razonados. Les tenía un sincero pavor a los animales, las armas de fuego lo ponían nervioso y nunca atravesaba el canal de La Mancha sin calcular la relación numérica entre los salvavidas y los pasajeros. Cuando iba a caballo parecía necesitar tantos brazos como un dios hindú: por lo menos cuatro para agarrarse de las riendas y otros dos para tranquilizar al caballo con palmaditas en el cuello. Doña Bárbara había dejado de fingir que no veía la principal flaqueza de su hijo; con su habitual valor hacía frente a esta verdad y, como toda madre, no lo quería menos por eso.

Los viajes por el continente, con tal de que fuera lejos de las grandes rutas turísticas, eran una de las aficiones predilectas de doña Bárbara; y Lester la acompañaba todas las veces que podía. Ella solía pasar las Pascuas en Knobaltheim, un pueblo alto de uno de los diminutos principados que manchan con pecas insignificantes el mapa de la Europa Central.


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Publicado el 25 de julio de 2016 por Edu Robsy.

El Lienzo

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


—La jerga artística de esa mujer me exaspera —dijo Clovis a su amigo periodista—. Tiene la manía de decir que ciertos cuadros "brotan de uno", como si se tratara de una especie de hongo.

—Eso me recuerda la historia de Henri Deplis —dijo el periodista—. ¿Nunca se la he contado?

Clovis negó con la cabeza.

—Henri Deplis era nativo del Gran Ducado de Luxemburgo. Tras madura reflexión se hizo viajante de comercio. Sus actividades lo obligaban con frecuencia a atravesar los limites del Gran Ducado, y se encontraba en una pequeña ciudad del norte de Italia cuando le llegó la noticia de que recibiría un legado de un pariente lejano recientemente fallecido.

"No era un legado importante, aun desde el modesto punto de vista de Henri Deplis, pero lo impulsó a permitirse algunas extravagancias aparentemente inocuas. En particular, a patrocinar al arte local representado por las agujas de tatuaje del Signor Andreas Pincini. El Signor Pincini era, quizá, el más brillante maestro del arte del tatuaje que haya conocido Italia, pero la pobreza se contaba por cierto entre las circunstancias de su vida, y por la suma de seicientos francos aceptó complacido cubrir la espalda de su cliente, desde el cuello hasta la cintura, con una deslumbrante representación de la Caída de Ícaro. Cuando la composición quedó terminada, Monsieur Deplis sufrió una ligera decepción, pues suponía que Ícaro era una fortaleza tomada por Wallenstein durante la Guerra de los Treinta Años, pero se sintió más satisfecho con la ejecución de la obra, que fue aclamada por todos los que tuvieron el privilegio de verla, como la obra maestra de Pincini.


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3 págs. / 6 minutos / 183 visitas.

Publicado el 25 de julio de 2016 por Edu Robsy.

El Programa de Gala

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


Era un día auspicioso en el calendario romano; el del nacimiento del popular y talentoso joven emperador Plácidus Superbus. Todo el mundo en Roma se disponía a celebrar una gran fiesta, el clima era el mejor y, naturalmente, el circo imperial estaba colmado. Unos minutos antes de la hora fijada para el comienzo del espectáculo, una sonora fanfarria de trompetas proclamó la llegada del César, y el Emperador ocupó su asiento en el Palco Imperial entre las aclamaciones vociferantes de la multitud. Mientras la gritería del público se apagaba se comenzaba a oír un saludo aún más excitante, en la distancia próxima: el rugido furioso e impaciente de las fieras enjauladas en los Bestiarios Imperiales.

—Explícame el programa —le ordenó el emperador al maestro de ceremonias, a quien había mandado llamar a su lado. Este eminente funcionario tenía un aspecto preocupado.

—Generoso César —anunció—, se ha imaginado y preparado el más promisorio y entretenido de los programas para vuestra augusta aprobación. En primer lugar habrá una competencia de carros de un brillo y un interés insólitos; tres cuadrigas que nunca han sido derrotadas competirán por el trofeo de Herculano, junto con la bolsa que vuestra imperial generosidad ha agregado. Las probabilidades de las cuadrigas competidoras son tan parejas como es posible y hay grandes apuestas entre el populacho. Los tracios Negros son tal vez los favoritos.

—Ya sé, ya sé —interrumpió el César, quien había oído hablar toda la mañana, hasta el cansancio, del mismo tema—, ¿qué más hay en el programa?


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Publicado el 25 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Esmé

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


—Todas las historias de caza son iguales —dijo Clovis—, igual que todas las de carreras de caballos y todas las de...

—La mía no se parece para nada a ninguna que hayas escuchado —dijo la baronesa—. Sucedió hace bastante tiempo, cuando yo tenía unos veintitrés años. En ese entonces no vivía separada de mi esposo: ninguno de los dos podía darse el lujo de pasarle una pensión al otro. Digan lo que digan los refranes, la pobreza mantiene unidos más hogares de los que desbarata. Lo que sí hacíamos era salir de caza con jaurías distintas. Pero nada de esto tiene que ver con mi historia.

—Todavía no llegamos al encuentro antes de la partida. Supongo que hubo uno —dijo Clovis.

—Claro que sí —dijo la baronesa—. Estaban todos los de siempre, especialmente Constance Broddle. Constance era una de esas muchachotas rubicundas que cuadran tan bonito con los paisajes otoñales y los adornos navideños de la iglesia.

"—Tengo el presentimiento de que algo terrible va a pasar —me dijo—. ¿Estoy pálida?

"Lo estaba, casi tanto como una remolacha que acaba de recibir malas noticias.

"—Te ves mejor que de costumbre —le dije—; pero en el caso tuyo eso es tan fácil...

"Antes de que captara el correcto sentido de este comentario ya habíamos ido al grano. Los perros acababan de levantar una zorra que andaba agazapada en unos matorrales."

—Ya lo sabía —dijo Clovis—. En todas las historias de cacería de zorras siempre hay una zorra y unos matorrales.


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Publicado el 25 de julio de 2016 por Edu Robsy.

La Benefactora y el Gato Satisfecho

Hector Hugh Munro "Saki"


Cuento


Jocantha Bessbury andaba en plan de sentirse feliz, serena y bondadosa. El mundo en que vivía era un lugar ameno, y ese día mostraba una de sus facetas más amenas. Gregory había logrado venir a casa para almorzar de prisa y fumarse un pitillo en el acogedor cuartito de descanso; el almuerzo había estado bueno y aún quedaba tiempo para hacerles justicia al café y al tabaco. Ambos eran excelentes a su modo; y Gregory era, a su modo, un marido excelente. Jocantha se sentía más bien tentada a sospechar que como esposa era encantadora, y sospechaba de sobra que tenía una modista de primera.

—No creo que en todo el barrio de Chelsea pueda encontrarse una persona más contenta —observó Jocantha, aludiendo a sí misma—, con la excepción quizás de Attab —prosiguió, echando una mirada al gran gato atigrado que descansaba muy a sus anchas en la esquina del diván—. Míralo ahí, soñando y ronroneando, estirando las patas de vez en cuando en un rapto de mullido bienestar. Parece la mismísima encarnación de todo lo que es suave y sedoso y aterciopelado, sin un ángulo brusco en su postura, todo un visionario cuya filosofía es la de soñar y dejar soñar; y luego, cuando cae la tarde, sale al jardín con un destello rojo en la mirada y atrapa algún gorrión desprevenido.

—Teniendo en cuenta que cada pareja de gorriones empolla diez o más crías al año, mientras sus fuentes de alimentación permanecen estacionarias, está muy bien que a los Attabs de la comunidad se les ocurra pasar una tarde entretenida —dijo Gregory.

Habiéndose aliviado de este sabio comentario, encendió otro cigarrillo, se despidió de Jocantha con cariño juguetón y partió al ancho mundo.

—Recuerda: esta noche cenamos un poquito temprano, porque después iremos al teatro —alcanzó a gritarle ella.


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Publicado el 25 de julio de 2016 por Edu Robsy.

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